Los territorios indígenas no existen congelados en el tiempo y en el espacio, mucho menos en espacios que han sido tan expoliados y esquilmados como los de los pueblos mayas de Yucatán. Por ello valdría la pena recordar que no hay tal cosa como una tendencia innata a que los pueblos indígenas defiendan sus bienes naturales, o bien que ciertos elementos sean más importantes que otros para plantear una reivindicación, como han expresado algunos antropólogos. Podemos ver esto con precisión analizando lo que sucede en torno a Homún, los cenotes y el proceso de organización del pueblo maya para defenderse de la imposición de una megafábrica de cerdos. Desde 2017, Homún ha puesto en la palestra pública temas como la libre determinación de los pueblos mayas y la importancia de proteger el agua, los cenotes, la vegetación tropical y el paisaje kárstico, de proyectos extractivos. En este breve artículo quiero exponer la relación entre los cenotes y la insurgencia de los pueblos mayas como un proceso histórico, esto es que el surgimiento de la reivindicación más que obedecer a difusos “orígenes ancestrales” ha tenido un proceso de construcción que puede rastrearse en el tiempo y el espacio.
Impuestos y protestas
Si hacemos un breve recorrido histórico por los motivos de la protesta indígena en Homún, podemos darnos cuenta de que los cenotes han estado ausentes como elementos cohesionadores de esta protesta desde los albores de la invasión europea. En 1562, cuando caciques y nobles del cuchcabal de Hocabá —al que pertenecía Homún— fueron procesados por continuar prácticas de la religión tradicional en cuevas y cenotes, ninguna de las depresiones kársticas de la jurisdicción de Homún fue referida como espacio de insurgencia, teniendo en cuenta que durante las primeras décadas del dominio colonial la religión tradicional y los espacios rituales impulsaron feroces rebeliones.
Los cenotes y otros bienes naturales tampoco estuvieron en el centro de las reivindicaciones de la rebelión de Jacinto Canek de 1761. Personas como Miguel Azul, uno de los insurgentes de la rebelión de Cisteil oriundo de Homún, quizá estaba más descontento con los repartimientos de mercancías y los mandamientos de trabajo que con la desposesión de las tierras del común en un paisaje en donde las haciendas apenas eran discretas estancias. En los años previos al estallido de la Guerra Social Maya en 1847 el descontento rural del occidente de Yucatán muchas veces se expresó en la oposición a los impuestos civiles y eclesiásticos. La silenciosa y efectiva resistencia de los mayas de Homún y Cuzamá a pagar las odiadas obvenciones tras la promulgación de la Constitución de Cádiz es prueba de ello, resistencia que sólo pudo ser aplastada con la fuerza de dragones de caballería cuando Yucatán ya no pertenecía a la corona española.
Fue el profundo descontento contra los impuestos lo que probablemente llevó a los individuos de Homún a participar en el ciclo de revueltas indígenas y campesinas que desembocaron en la Insurrección Maya de 1847. Entre éstos se puede contar a Pedro Tamay, quien había sido cercano a los orientales de Santiago Imán. En 1851, Luisa Tamay, su esposa, fue enajenada de una casa, un solar con henequén, un pozo y una yegua en su natal Homún, ya que Pedro se había unido a los sublevados. Motivaciones similares pudo haber tenido Antonio Ek, también oriundo de Homún y comandante de la “gran guardia”, quien en 1869 figura entre líderes kruso’ob como Claudio Novelo, José Crescencio Poot y José Asunción Cobá en una carta enviada al gobierno yucateco para intimidarlo a presentarse a Santa Cruz, la capital de los insurrectos.
Así la insurgencia y protesta rural e indígena en Homún estuvo más relacionada durante el siglo XIX con la oposición a los impuestos que con la desposesión de cenotes o montes del común. La historia del proceso de privatización de las tierras de comunidad de Homún confirma de forma clara esta tendencia. En general, durante el proceso de expansión de las haciendas ganaderas como San Antonio Chichi o San Antonio Kampepén, no se registraron conflictos de consideración por estos recursos en la zona. De la misma manera no existe evidencia documental de que alguno de los 300 cenotes que hoy se encuentran en el municipio de Homún haya sido defendido de forma colectiva. Esto contrasta con la defensa de otros pueblos mayas del occidente de Yucatán, e incluso de los ayuntamientos encabezados por dzules, que se opusieron a la enajenación de aguadas y cenotes del común, como el caso, en 1827, del ayuntamiento de Temax y su oposición a la enajenación de la aguada Ac o a los conflictos por pozos del común que antecedieron al motín maya de Nohcacab de 1843 en el Puuc.
Aunque puede resultar difícil acercarse a una explicación que aclare el silencio de los archivos y de las mismas repúblicas con respecto a las fuentes de agua, quizá la historia ambiental brasileña nos arroje algunos indicios. José Augusto Padua puso en evidencia la importancia de la existencia de nociones como la escasez, la finitud o el riesgo de destrucción total o parcial para el surgimiento de la idea colectiva de algún elemento natural amenazado. En un entorno en donde existían tantas fuentes de agua como Homún, esto pudo haber impedido la formación de una consciencia con respecto a la rapidez con que éstas pasaron a manos de los hacendados. Algo por el estilo puede inferirse de la aseveración de Robert Patch, quien expresaba que los hacendados pudieron tener más dificultades en controlar entornos con gran cantidad de cenotes. Y si bien cenotes y control pocas veces estuvieron separados, esta abundancia pudo haber generado la idea de que había suficientes fuentes de agua para los mayas de Homún. Un último punto que pudo haber impedido la oposición frontal o visible pueda encontrarse en que para la actividad milpera, central en la subsistencia durante siglos de la mayoría de la población de Homún, era mucho más prioritario tener acceso a espacios con vegetación que el control de una fuente de agua, reservada muchas veces para aquellos caciques con poder adquisitivo suficiente para montar una estancia de ganado.
Habría que esperar a la Revolución mexicana para encontrar una movilización colectiva que tuviera como principal reivindicación los bienes naturales, aunque en este caso, lo que se disputó fue el acceso a los montes. De tal forma que el control y posesión de pozos y cenotes de Homún se dio a partir del reparto de montes y henequenales tras el triunfo de la revolución constitucionalista en 1915. Esto provocó que frecuentemente los mismos burócratas revolucionarios omitieran las características de un territorio kárstico plagado de cenotes y aguadas como el de Homún. En 1918, en los informes de las características físicas del ejido de Homún, el ingeniero Félix Vallejos sólo asentó algunas condiciones del suelo y dejó constancia del desgaste de los montes: “el clima de la región es cálido, las lluvias son regulares, el aspecto físico del terreno es quebrado en lo particular, la vegetación espontánea es de matorrales generalmente espinosos”.
Insurgencia y oposición al sistema colonial y republicano definitivamente existieron, pero los cenotes estuvieron generalmente ausentes como centro o parte importante de la protesta indígena y campesina de los mayas de Homún. Esto no quiere decir que los cenotes y cuevas no hayan sido importantes para sus pobladores. Los hidrónimos en lengua maya de estos cuerpos de agua dieron nombre a haciendas y estancias. Desde la época precolonial los cenotes, apropiados como límites “naturales” por mayas y no mayas, han configurado la propiedad comunal y la propiedad privada como mojoneras de un espacio en transformación continua. Sus condiciones de humedad también han sido aprovechadas para sembrar cultivos, como el cacao, que difícilmente pueden darse en las condiciones del suelo y vegetación circundantes. Sin embargo, este rápido examen puede llevar a ver con mayor claridad que el momento que atraviesa Homún es hasta cierto punto una ruptura con respecto a su dilatada historia.
Las ideas sobre el valor de una entidad natural que produzcan el deseo de protección y preservación surgen de forma selectiva, y este surgimiento sólo puede entenderse analizando los procesos históricos. Un primer elemento que ha posibilitado el momento actual de Homún con respecto a los cenotes es la permanencia de una relación entre los humanos y los cuerpos de agua en la que no se ve a estos espacios como mercancía. En gran medida esta relación está mediada por la condición sobrenatural de estas depresiones kársticas en tanto son hogar de yuumtsiles y otros guardianes de los montes, una relación resiliente que se ha conservado hasta hoy, pero que fue castigada por las autoridades eclesiásticas durante siglos. Aún en 1807, ocho hombres y cuatro mujeres fueron detenidos por el párroco de Homún por realizar actos de “superstición” que consistían en dar “adoración a las fingidas o mentidas inteligencias con invocación de las cuevas y cenotes de los montes en que sitúan sus labranzas creyendo que moran como dueños de aquellos montes y vientos”.
Esta relación también sobrevivió a la devastación ecológica que trajo consigo la agroindustria del henequén que transformó el paisaje del noroeste de Yucatán para convertirlo en una maquinaria de producción de fibra para el mercado exterior en las últimas décadas del siglo XIX. La clave de la sobrevivencia fue el trabajo: los mayas siguieron laborando en los campos de henequén que, como los montes devastados, también estaban repletos de cenotes, cuevas, sartenejas y reholladas. Los cenotes y las sartenejas siguieron siendo usados como fuentes de agua por los jornaleros agroindustriales y sus familiares. Eso provocó que se conservara el simbolismo asociado al mundo subterráneo y los cuidados que habría que tener al internarse en busca de agua.

Un segundo elemento que lo ha posibilitado es la apropiación por parte de Homún del discurso sobre los derechos de los pueblos indígenas y tribales, un discurso que, como ha mostrado el historiador lakota Nick Estes, debe mucho a la militancia política internacional de los indígenas. Esta longeva militancia, plasmada en parte en la Declaración de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas y tribales y otros textos de la legislación internacional, ha permitido reformular a través del derecho al territorio un espacio históricamente caracterizado como agrario a partir del ejido posrevolucionario o bien de reserva natural. Una visión que se acerca al carácter jurisdiccional del espacio indígena que fue eliminado a lo largo del siglo XIX y que tiene una larga historia en la región, historia que data al menos desde la época colonial.
Finalmente, un tercer elemento ha sido la implementación del ecoturismo como alternativa económica para los pobladores de Homún tras la aparatosa caída de la agroindustria henequenera. Esto ha acentuado la importancia ecológica de los cuerpos de agua y las depresiones kársticas, reformulaciones ecológicas donde ha sido importante la colaboración entre pobladoras y pobladores mayas y científicos de las más variadas disciplinas, incluyendo espeleólogas, arqueólogas, biólogos, etcétera, que también han contribuido a investigar y difundir el valor de estas depresiones kársticas para la diversidad de la región.
En conclusión, si tuviéramos que resumir en tres palabras los factores que posibilitaron la resistencia de Homún y la centralidad de los cenotes en ésta, podríamos hablar de agencia e ideas: actores capaces de revitalizar antiguas ideas incorporando nuevas para reformular un espacio tradicional y enfrentarse a los poderes que amenazan con devastarlo, construyendo de esta manera un paisaje kárstico insurgente contemporáneo.