¿China creó el virus en un laboratorio? ¿O fueron Elon Musk y Bill Gates? ¿Beber cloro ayuda a prevenir el virus? ¿Se ordena a las personas que se queden en casa porque alguna organización económica secreta está tratando de apoderarse del mundo? Desde el comienzo de COVID-19, la difusión de las teorías de la conspiración han cobrado un nuevo impulso. Incluso el presidente estadounidense parece respaldar la teoría de la conspiración de que China desarrolló el virus en un laboratorio. Si bien muchos artículos han centrado sus esfuerzos en refutar las teorías individuales, la pregunta interesante es por qué estas teorías tienen un atractivo tan amplio en general.
En particular, las teorías de conspiración giran en torno a la idea de que algún grupo de personas poderosas provocó en secreto e intencionalmente un evento con consecuencias extraordinarias, como el coronavirus. El problema es que al desarrollar esta teoría, los teóricos de la conspiración a menudo usan datos erróneos. Eso significa que en lugar de establecer una teoría y luego probarla, buscando información que pueda falsificarla, los teóricos de la conspiración hacen lo contrario y buscan datos aleatorios que confirmen su teoría. Si tomamos la teoría de que China desarrolló el virus en un laboratorio, por ejemplo, la ciencia convencional primero probaría si las premisas de la teoría son válidas, por ejemplo, preguntando si China se está beneficiando realmente del virus y si la composición genética del virus hace el desarrollo de laboratorio más probable que la tesis de que se originó en un mercado de animales salvajes. Luego, los investigadores realizarían un estudio o realizarían una investigación sistemática para probar la teoría. En contraste, las teorías de conspiración solo necesitan buscar datos aleatorios que parecen confirmar su tesis. Por ejemplo, los teóricos de la conspiración podrían señalar que el profesor Lieber de Harvard fue arrestado por su trabajo secreto en Wuhan, sin tener en cuenta el hecho de que el profesor fue arrestado por cargos de corrupción y no trabajó en nada relacionado con el coronavirus. Otro problema es que las teorías de conspiración a menudo también se basan en la falta de evidencia para demostrar su punto. Por lo tanto, el hecho de que los datos que confirman la teoría son raros sólo reafirma el punto de que algún grupo poderoso está actuando en secreto y es muy eficiente para ocultar sus huellas. Incluso si encontramos evidencia de que el virus se originó en un mercado de animales salvajes en Wuhan, por ejemplo, los teóricos de la conspiración argumentarían que esta evidencia sólo sirve para «encubrir» el origen real en un laboratorio chino. Por lo tanto, el elemento de secreto hace que sea imposible refutar la teoría.
Puede pensar ahora el lector, pero ¿por qué la gente cree en las teorías de conspiración, en primera instancia, si su coherencia lógica es defectuosa y los datos que utilizan no se recopilan metódicamente? La respuesta es que hay algo profundamente tranquilizador sobre ellas. Si bien puede sonar aterrador que China desarrolle y planta un virus que mata no solo a los suyos, sino a las personas de todo el mundo, la teoría coloca la aparición del virus en la narrativa política más amplia de las tensiones entre los Estados Unidos y China. En ese sentido, expertos como Steve Clarke han argumentado que los teóricos de la conspiración sobreestiman el poder que tienen los individuos y el poder que puede surgir a través de complejas redes de dependencias. En el caso del coronavirus, por ejemplo, es más difícil aceptar que un virus que se originó en China podría tener consecuencias tan complejas como observamos hoy, que creer que algún grupo o persona debe ser responsable de eso. De esa manera, las teorías de conspiración satisfacen nuestro deseo emocional de dar sentido a algún evento sin sentido. Otro problema es que una vez que algunas personas han comenzado a creer en la teoría, la teoría se extiende. Esto se llama una cascada informativa, ya que más personas están listas para aceptar la teoría sin cuestionar sus premisas cuando ven que un número sustancial de personas ya cree en ella. Si todos mis amigos creen en ello, no puede estar equivocado, ¿verdad? O, si incluso el presidente estadounidense parece creer en ello, definitivamente debe estar en lo cierto, ¿no?
Si nos centramos en estas características tranquilizadoras de las teorías de conspiración, podríamos pensar que, de hecho, éstas no son tan malas. Además, las teorías de conspiración a veces, aunque muy raramente, resultan ser ciertas. Incluso se podría argumentar que las teorías de conspiración son un signo de una sociedad sana y abierta en la que se respetan los diferentes puntos de vista. Sin embargo, el problema con las teorías de conspiración es que tienen un enorme potencial de daño si fomentan acciones perjudiciales que se basan en teorías infundadas, como por ejemplo el racismo intensificado hacia los chinos o los intentos de beber cloro para prevenir la infección con el virus. En ese sentido, el daño puede ser físico y directo. Alternativamente, el daño puede ser indirecto al socavar la confianza en las instituciones democráticas, erosionar la confianza en la opinión de los expertos y contribuir a la desinformación y la polarización de los ciudadanos. Con todo, ningún enfoque es perfecto, pero vale la pena cuestionar estas teorías para limitar el daño que éstas pueden infligir a los individuos y a las sociedades democráticas.
Referencias
Clarke, Steve. 2002. «Conspiracy Theories And Conspiracy Theorizing.» Philosophy of the Social Sciences 32(2): 131-150.
Keeley, Brian L. 1999. «Of Conspiracy Theories.» The Journal of Philosophy 96(3): 109.
Sunstein, Cass R., y Adrian Vermeule. 2009. «Conspiracy Theories: Causes And Cures*.» Journal of Political Philosophy 17(2): 202-227.