En el centro de Tixcacaltuyub, pueblo maya del centro del estado de Yucatán, se yergue un busto dedicado a Justo Sierra O´Reilly, cuyo natalicio en ese pueblo se conmemoró el 24 de este mes. Recordado como el gran novelista yucateco del siglo XIX, Sierra O’Reilly llegó a llamar “raza maldita” a los mayas yucatecos y desear su desaparición de la Península de Yucatán tras el estallido de la Guerra Social en 1847. Sin embargo, el busto que se encuentra en Tixcacaltuyub no contiene información acerca de lo que O’Reilly pensaba de los mayas peninsulares. Tampoco lo tiene el monumento erigido en su honor que se encuentra en el Paseo de Montejo en la ciudad de Mérida, Yucatán, avenida célebre por albergar también entre sus monumentos el de los dos invasores hispanos que fundaron Mérida en 1542: Francisco de Montejo y su hijo Francisco de Montejo el Mozo. El olvido de ciertas acciones y pensamientos de los “grandes hombres” yucatecos es frecuente en el estado, se resaltan sus grandes aportes a la yucataneidad pero se omiten sus ideas y acciones coloniales y colonialistas.
Este olvido se extiende también a los próceres nacionales. José María Luis Mora, uno de los principales ideólogos del liberalismo mexicano y cuyo nombre lo portan varias instituciones educativas en la zona maya de Quintana Roo (la región dominada por los mayas de Santa Cruz durante más de medio siglo), sugirió la expulsión de toda la “gente de color” de la Península, refiriéndose a los alzados mayas y mestizos de 1847. Entre las personas que Mora proponía expulsar bien pudieron haber estado los batabes (caciques) Jacinto Pat y Cecilio Chi, líderes de los mayas orientales durante los primeros años del conflicto y que comparten monumentos con el guanajuatense en el Paseo de la Reforma en la Ciudad de México.
Hace unos meses, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador pidió que España se disculpara por los eventos de la “Conquista” habló también de que el Estado mexicano pediría perdón a mayas y a yaquis, pueblos originarios víctimas de deportaciones forzadas durante los conflictos armados que sostuvieron en el siglo XIX y principios del XX con las fuerzas militares mexicanas. El presidente también habló de que el 2021 sería el año de la “reconciliación histórica”. En ese sentido creo que cualquier tipo de reconciliación entre las naciones que habitan México no puede darse, entre otras cosas, sin una revisión de las historias disímiles de aquellas colectividades cuyas voces han sido silenciadas u omitidas y de las memorias históricas, en las que los monumentos juegan un papel importante. A final de cuentas, el legado de Justo Sierra O’Reilly es también la difusión y la consolidación de la idea de los mayas como bárbaros e irracionales, a través de sus novelas y de su prolija actividad en la prensa de la época. Este legado se reproduce hasta nuestros días y resuena en los dichos de los empresarios porcícolas, para quienes los mayas de Homún (Yucatán), defensores de los cenotes, son personas que no quieren entrar “en razón” o bien “no están por el entendimiento”. ¿Qué hacer entonces con bustos, estatuas y nomenclaturas dedicados a estos personajes en territorios en donde su legado colonial permanece vigente?