La invasión de Vladimir Putin a Ucrania ha vuelto a poner en la conversación pública a la figura de los “oligarcas”, esos personajes que, por su poder económico, influyen de forma decisiva en la política nacional e internacional.
Es verdad: las referencias a la oligarquía suelen estar circunscritas al capitalismo en Rusia y la periferia global. Cuando se habla de países centrales, en cambio, a los oligarcas se les llama eufemísticamente “empresarios”, aunque su poder económico sea tan grande que puede influir —como Elon Mosk— en golpes de Estado o definir —como Bill Gates— la política sanitaria de continentes enteros.
Sean de origen ruso, estadounidense o mexicano, la realidad es que los oligarcas no tienen patria, porque su única patria es el dinero. Lo que menos debería importarnos es su nacionalidad. Vengan de donde vengan, su sola presencia es una amenaza para toda aspiración democrática. Y si no, que se lo pregunten a Nicolás Maquiavelo, probablemente el filósofo que más ha despreciado a los oligarcas y el poder corruptor de la desigualdad.
Y es que el florentino no fue el creador del Eat the rich, pero casi. Veamos.
La polarización de Maquiavelo
De forma habitual se piensa que la mayor enseñanza de Maquiavelo tiene que ver con la manera más eficaz en que los gobernantes pueden manipular al pueblo. Es un error. Probablemente el consejo que el florentino consideraba más original en su obra era el contrario: cómo el pueblo puede controlar a las élites.
Para Maquiavelo (Discursos 1.4), en toda ciudad hay siempre dos grupos, dos partidos o, como él los llama, dos “humores” contrapuestos: el del pueblo (il popolo) y el de los grandes (i grandi). Estos dos “humores” son incompatibles entre sí, y tal como ocurre en el discurso populista de nuestros días, dan a la sociedad una conformación antagónica.
Entre los “grandes”, Maquiavelo no distingue entre “oligarcas” y “aristócratas”. El autor de El Príncipe no fantasea con gobiernos “de los mejores” ni con “filósofos reyes”. Tampoco diferencia entre élites políticas y económicas. Ni entre la “nobleza” antigua y los nuevos ricos. Para él, todos estos grupos representan lo mismo: un peligro para la república y la libertad del pueblo.
¿Por qué? Por su naturaleza. Para el florentino (Discursos 1.5), cada uno de estos dos grupos desea lo que el otro busca evitar. Mientras que los grandes quieren la libertad para dominar y oprimir al pueblo, el pueblo la quiere para no ser oprimido por los grandes. Ya aquí hay un claro mensaje para los buenos entendedores: un gobernante prudente podrá satisfacer los deseos de seguridad del pueblo, pero el ansia de dominio de las élites nunca puede ser saciada.
La disputa entre el pueblo y la élite es uno de los rasgos más revolucionarios del pensamiento de Maquiavelo. Luego de siglos en que la política había girado en torno al ideal de la concordia, el sabio florentino vuelve a poner en el centro de lo público a la diferencia y el disenso (Pedullá, 2018). Si Maquiavelo viviera hoy, no faltaría quien lo acusara de dividir y polarizar. Sin embargo, lo cierto es que en su pensamiento el conflicto social no es un fenómeno negativo; por el contrario, es necesario para la salud de todo estado que quiera vivir libre y expandirse (Discursos, 1.6).
Como subraya el profesor John McCormick (2001), el conflicto social y el diseño institucional son inseparables en obra maquiaveliana. Para nuestro autor, las buenas leyes e instituciones son siempre traducción de la rivalidad entre el pueblo y la élite: un antagonismo que no debe ser silenciado sino animado, siempre y cuando existan canales que permitan encauzarlo.
Populismo a la italiana
Ahora bien, ¿cuál es la caracterización que hace Maquiavelo del “pueblo” y la “élite”? ¿Qué partido toma el florentino en esta pugna?
Como los populistas de hoy, en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio Maquiavelo se posiciona abiertamente en el bando popular: a lo largo de las páginas de esta obra, el pueblo es presentado como un sujeto honesto, capaz de deliberar, identificar el bien común y elegir la mejor forma de alcanzarlo. La “plebe” de Maquiavelo es también capaz de controlar sus pasiones cuando se le persuade para ello.
Por el contrario, la imagen que los Discursos pintan de las éliteses sumamente negativa: los grandes suelen ser codiciosos y manipuladores que velan siempre por sus propios intereses, aún a costa del bien público. A lo largo de los tres libros de los Discursos, la élite aparece como un actor que altera frecuentemente el buen orden de las repúblicas, lo que le resulta sencillo, pues tiene siempre considerable poder y suele estar organizada. En un célebre pasaje, Maquiavelo deja claro con qué objeto: “los pocos siempre miran por los intereses de los pocos” (Discursos 1.7).
A ojos de Maquiavelo, si bien el pueblo puede equivocarse, es capaz de reconocer y enmendar sus errores. Tiene, además, un comportamiento transparente. Los nobles, por el contrario, son proclives al engaño, tanto en asuntos públicos como privados. Por último, su ambición es tal que, si no es contenida “por diversas vías y procedimientos acaba rápidamente con las ciudades” (Discursos 1.37).
Por todo lo anterior, Maquiavelo (Discursos 1.16) consideraba que las intenciones del pueblo suelen ser más honestas que las de los grandes, pues mientras estos últimos querían el poder para mandar, el primero sólo lo deseaba para vivir seguro. De esta premisa se deriva que ha de ser el pueblo, y no los ricos, quien sirva como guardián de la libertad.
Con todo, el lugar donde Maquiavelo resulta más enfático en su respaldo a la plebe frente a la élite es hacia el final de la primera parte de los Discursos (1.58), donde contradice la opinión de la mayoría de los historiadores de su tiempo (¡y a los comentócratas del nuestro!), al concluir que el pueblo, cuando está sujeto a leyes, es “más prudente, más estable y tiene mayor capacidad de juicio que los propios príncipes”.
Esta lectura popular y anti-oligárquica nos permite conocer a un Maquiavelo que se aleja de la visión conservadora según la cual el pueblo tiene unos apetitos ilimitados que hay que refrenar y se centra en la necesidad de mantener a raya la ambición de la élite a través de la participación popular. Algo no muy distinto a lo que proclaman hoy los populistas, sobre todo los de izquierda.
Apóyate en el pueblo y hazte cargo de los oligarcas
No resulta extraño, tras conocer esta caracterización del pueblo y de los grandes, que uno de los principales consejos que Maquiavelo da en El Príncipe (cap. IX) sea el de apoyarse en el bando popular para llegar al poder y mantenerse en él.
Maquiavelo aconseja a quienes llegan a príncipes que se apoyen siempre en el pueblo, que resulta un aliado más confiable que las élites, un súbdito más fácil de satisfacer y —en caso de tenerlo en contra— un enemigo más temible. Con base en lo anterior, el florentino deja claro que el príncipe que llegue a serlo con el favor popular debe mantener la amistad del pueblo. Por su parte, el que alcance el principado con ayuda de los grandes hará bien en tratar de ganarse al pueblo, lo que conseguirá si opta por protegerlo de la depredación de los ricos y poderosos. Las élites, en cambio, buscarán siempre cómo deshacerse del príncipe. En el mejor de los casos, verán al recién llegado como uno de sus iguales. En el peor, como un empleado al que pueden mangonear[1]. Es por ello que el príncipe ha de tratar a los oligarcas como si fueran enemigos declarados. Porque de hecho lo son.
Maquiavelo concluye que para el gobernante “es necesario contar con la amistad popular. De lo contrario, no tiene remedio en la adversidad”. El apoyo del pueblo, parece decirnos, no es simplemente una mejor opción que el respaldo de los ricos: se trata de una obligación absoluta. Un imperativo en el que te juegas la vida.
Este mismo consejo se repite en los Discursos, pero acompañado de una historia específica sobre cómo cree Maquiavelo que debe tratarse a los grandes. Es la historia de Clearco (1. 16), tirano griego de Heraclea.
Clearco llegó al poder con la ayuda de los nobles, que pensaban usarlo para satisfacer sus deseos de oprimir al pueblo. Sin embargo, una vez en el gobierno, Clearco cambió (prudentemente) su lealtad. Se unió a la gente y se deshizo de los poderosos de su ciudad cortándolos en pedazos. Literalmente “haciendo pequeños a los grandes”.
Maquiavelo utiliza esta imagen varias veces más. En un célebre pasaje de El Príncipe, el florentino narra con aprobación (podría decirse que admirado) cómo un grupo de oligarcas es explícitamente reducido a pedazos por Hierón de Siracusa, uno de los modelos más importantes pero menos conocidos de su obra.
Esta reducción física de “los grandes” parece ser la forma favorita de Maquiavelo para tratar con los nobles. Si los grandes quieren distinguirse tanto de la multitud y la plebe, parece decir el florentino, lo que hay que hacer es volverlos (físicamente) multitudinarios (McCormick, op.cit.).
Un filósofo contra la oligarquía
Estos pasajes dan una idea de la actitud general de Maquiavelo ante las élites. Las desprecia, desconfía profundamente de ellas y no parece molestarse con las historias en las que son destruidas. Como un hombre de su tiempo, Maquiavelo cree que la violencia puede ser un recurso útil para acabar con la corrupción e instaurar una agenda redistributiva[2]. Sin embargo, quiero terminar este texto dejando claro que esa no es realmente la apuesta última del florentino.
Para Maquiavelo, la mejor estrategia para empoderar al pueblo es una menos espectacular, pero mucho más efectiva: la de las instituciones. Crear instituciones que, como en el caso de Roma, sean la concreción del deseo popular de no ser dominados. Instituciones que actúen como un verdadero contrapeso, no de los gobiernos democráticamente electos, sino del poder del dinero. Instituciones que armen al pueblo, pero no con plomo o acero, sino con conciencia y organización.
Tanto hoy como hace quinientos años, la igualdad económica es una precondición para la igualdad política. Sin ella no hay democracia posible. En el mundo de Igor Sechin, Jeff Bezos o Salinas Pliego, el gobierno popular nunca pasará de ser una aspiración. Lo sabía Maquiavelo y deberíamos saberlos nosotros: la principal amenaza para las repúblicas es la influencia de los oligarcas, los billonarios, los ultrarricos.
Como decía Robert Crumb: hay que conocer a tu enemigo.
Notas
[1] Como en esta famosa foto del expresidente Enrique Peña Nieto con el director de la empresa OHL en México.
[2] Como Maquiavelo escribe en Discursos 1.37: “En las repúblicas bien gobernadas, el erario ha de ser rico, pero los ciudadanos deben ser austeros”.
Referencias
Lamadrid, Francisco (2020), Maquiavelo y la “admirable igualdad”. El ideal social de la república, en Anacronismo e Irrupción 10 (18).
Maquiavelo, Nicolás (2014), El Príncipe. Edición bilingüe, México, Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Maquiavelo, Nicolás (2016), Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Madrid, Editorial Akal.
McCormick, John (2001), Machiavellian Democracy: controlling elites with ferocious populism, en American Political Science Review, 95(2).
Pedullá, Gabriele (2018), Machiavelli in tumult: the Discourses on Livy and the origins of political conflictualism. Cambridge University Press.