¿Cuántos cadáveres más se necesitan? ¿Cuántos sufrimientos más? ¿Cuántas más justificaciones, intrigas y negaciones? No lo sé. Sin embargo, todos sabemos que llegó la hora. El anonimato dejó de ser femenino y esto establece las bases para el nacimiento de una subjetivación política. Las mujeres acceden a su autonomía económica y de pensamiento, adquieren herramientas intelectuales y psicológicas. Se sientan firmes a su mesa, rodeadas por compañeras y compañeros que comparten el mismo camino: el camino de la emancipación. Y entonces comunican. Ya desde muy jóvenes sueñan con la revolución. Hoy sabemos que ésta será feminista. Y será una revolución por partida doble: una revolución social impulsada por la perspectiva de género. Las mujeres son el proletariado más antiguo del mundo; lo que las diferencia es que deben cumplir con una doble jornada laboral. Luchan para, al mismo tiempo, proteger su trabajo y hacer funcionar su casa. Su hogar y su cuerpo les pertenecen como al proletariado le pertenecen sus instrumentos de trabajo.

Este sábado vimos cómo miles de mujeres rodearon Madrid en una cadena feminista para anunciar las acciones hacia el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Una cadena de niñas, de mujeres desempleadas, de trabajadoras, de migrantes; también una cadena internacional, integrada por ecuatorianas trabajadoras del hogar, chilenas que portaban la bandera mapuche, kurdas cantando. Las mujeres siguen en pie con la certeza de que generaciones anteriores combatieron y ganaron derechos. Una historia de lucha las precede; y en el presente construyen una historia de lucha. Cuando las mujeres salimos a las calles el país avanza. La lucha dura toda la vida. Cada día volvemos a empezarla. Muchas mujeres se hicieron feministas durante una huelga. En general ocupan las primeras filas, a veces acompañadas por sus hijos, y son las últimas en retomar las actividades una vez que los sindicatos y los patrones hicieron sus negociaciones. De generación en generación las recordamos y las festejamos en nuestras familias, retomamos los cantos que las unieron como un himno de liberación.

Durante los últimos años, en la CDMX muchas mujeres jóvenes me hablaron de sus miedos, en particular, en 2019, cuando tuvo lugar la discusión para decidir si se decretaba o no la alerta de género. Un miedo que nace y yace en sus cuerpos, que hace que muchas mujeres mexicanas se autoperciban como débiles. Así, lamentan no sentir fuerzas en sus brazos y sus piernas. Para ellas, el sencillo gesto de cargar un peso se experimenta como una dolencia. Además, sienten que nunca podrán resistir ante tantas agresiones. Sostenemos que su cultura muscular es producto de una opresión milenaria. ¿Cómo es posible oprimir tanto hasta el punto de que las fuerzas de un cuerpo desaparezcan? ¿Es eso la alienación? Vivir en función de lo que nos debilita y de aquellos que nos oprimen. ¿Cómo modificar la cultura muscular para habitar la reivindicación de la igualdad? Durante la Revolución francesa, organizaciones de mujeres solicitaron aprender a manejar armas. No era el arma como tal lo que les interesaba, sino el entrenamiento, el saber, acceder a la técnica. Lograr el cuerpo entrenado que no necesita ni marido ni ley ni Estado para defenderse. A su vez, esto permitió su acceso a la ciudadanía.

Hoy, las imágenes que nos rodean muestran a las mujeres como víctimas, sobre todo en los medios, pero lo mismo transmite la publicidad de asociaciones de protección a la mujer. Así, las vemos desfiguradas, sangrando —cuando no se trata de un cuerpo abandonado sin vida junto a una carretera—. A pesar de ello, en cualquier sociedad las mujeres deben resistir muchos golpes. Aquellas que son víctimas de violencia saben que resistir un golpe supone realizar un esfuerzo corporal extremadamente importante. En la vida cotidiana nadie tiene en cuenta la capacidad de resistencia y de respuesta de una mujer. Y cuando ésta resiste, cuando responde, se la desaprueba y de manera hipócrita se argumenta que promueve la violencia, una violencia negativa, que daña. En realidad ella/ ellas están mostrando su fuerza, exigiendo que se respete su cuerpo, plantándose para aguantar un golpe, midiendo esa fuerza ante el otro. Ésa es la cotidianidad de muchas mujeres.

Hoy las huelgas feministas adquirieron envergadura a nivel internacional. En México las luchas feministas se inscribieron, primero, en las campañas por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, concretado en 2007 en la capital del país, cuando la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la reforma al Código Penal y despenalizó el aborto. Éste fue el resultado de más de 70 años de lucha de movimientos feministas que se visibilizaron en el debate público en los años setenta y en la historia política mexicana, sobre todo con la llegada del PRD al gobierno de la CDMX. Luego, las luchas feministas mexicanas se apoyaron en generaciones de luchas por los derechos humanos. Más tarde, en los movimientos y en la larga historia de la diversidad sexual, de lesbianas, travestis, del activismo trans, intersexual y transgénero. Finalmente, las luchas feministas comenzaron a organizarse en movimientos sociales, como los de huelga nacional, y empezaron expresarse sobre todo en los paros de mujeres y las ocupaciones. Aunado a ello, recientemente, el feminismo de México se levantó en movimientos de hashtag que nos llevaron a la consigna “#NiUnaMenos”. Esto nos permite repensar el fenómeno de la huelga desde las reivindicaciones de mujeres, porque no se trata solamente del paro laboral o de la huelga general, sino de la transversalidad de situaciones históricas precarias, de clase, de raza y de sexo que se expresan en estas nuevas huelgas. Se trata de articular la subversión y los derechos, y sobre todo de desplazar la retórica de la victimización y atacar la razón neoliberal. Una razón que se apoya en la violencia machista, reforzada y articulada con la violencia económica, política, institucional y social. En este camino, herramientas como internet contribuyeron —más de lo que se pensaba hace algunos años— a informarnos, a compartir acciones, organizarlas, agrupar colectivos, difundir estrategias y a producir conciencia y sentido.  

En este mes previo al 8M me gustaría citar e invitar a la revisión de dos trabajos. Por un lado, al trabajo de Verónica Gago, La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo (2019), publicado recientemente en la Colección Nociones Comunes de Tinta Limón y cuya aparición en México, en la coedición de los sellos editoriales Bajo Tierra Ediciones y Pez en el árbol, se prevé para el 8M. En La potencia feminista Verónica regresa al paro para verlo como una nueva gramática en una política feminista, basándose en estudios de casos de Argentina. Por otro lado, quiero referir un libro muy polémico. Virginie Despentes (2006) en Teoría King Kong aporta una visión particular a partir de la propia experiencia de ser mujer y analiza, desde una perspectiva muy lejana a los tabús de nuestra sociedad, el tema de la prostitución, la violación y la pornografía.