Este texto fue publicado originalmente en inglés en Jacobin.
El concepto “educación clásica” promovido por Ron DeSantis, Chris Rufo y el Hillsdale College es un proyecto reaccionario de extrema derecha. Pero no estaría ganando tanto terreno si la reforma educativa bipartidista no hubiera succionado la vida de nuestras escuelas públicas.
La educación “clásica” está en todas las noticias en Estados Unidos, desde que el gobernador de Florida, Ron DeSantis, desplegó su campaña de ataque e intimidación para rehacer los colegios y las universidades públicas del estado siguiendo el ejemplo del Hillsdale College de Michigan. Esta escuela cristiana clásica de educación superior, que se ha convertido en uno de los centros más influyentes del pensamiento de derechas en los últimos años, ha estado trabajando asiduamente para transformar el panorama político del país poniendo en entredicho nuestros sistemas de educación pública, de forma muy similar a lo que DeSantis ha estado haciendo en Florida.
Después de prohibir la versión original de un curso avanzado de preparatoria sobre Estudios Afroamericanos y resolver el recorte de fondos para programas universitarios de Diversidad, Equidad e Inclusión, el probable candidato presidencial anunció los planes para imponer cursos de “civilización occidental” en todo el sistema público de educación superior de Florida. DeSantis también se comprometió a facultar a los funcionarios universitarios para revisar la titularidad del profesorado “en cualquier momento”, una táctica de intimidación claramente dirigida a los educadores que fomenten los debates sobre el racismo estadounidense, los derechos LGBTQ y otros temas llamados “progres” (woke).
El nombramiento hecho por DeSantis de seis de sus aliados para que formen parte del consejo de administración del New College de Florida ha transfigurado lo que antes era un refugio seguro para las identidades marginadas y las ideas progresistas. El nuevo consejo, que incluye al profesor y decano del Hillsdale College, Matthew Spalding, y al paladín de la cultura “anti-woke” Chris Rufo, despidió a la presidenta de la universidad a finales de enero en una estridente muestra de extralimitación política, y la sustituyó (por ahora) por el presidente interino Richard Corcoran, un leal a DeSantis que, como comisionado de educación de Florida, invitó a Hillsdale (productora del jingoísta y antihistórico Plan de Estudios 1776) a revisar las directrices de educación cívica del estado para los grados K-12, es decir, de preescolar a preparatoria. Bajo DeSantis, Florida ha aprobado leyes que limitan la forma en que las escuelas pueden hablar sobre género, orientación sexual, racismo e historia de Estados Unidos.
La búsqueda de DeSantis de consolidar el poder y dominar las guerras culturales restringiendo la capacidad de los estudiantes y educadores para expresar su disidencia es coherente con su relación de apoyo mutuo con el Hillsdale College. Aunque fue fundada por abolicionistas devotos, Hillsdale ha ascendido a la prominencia en un ecosistema de pensadores “posliberales” deseosos de cambiar el pluralismo y los derechos individuales por la monocultura eurocéntrica y la gobernanza cristiana coercitiva. No es ningún secreto que los actores de este ecosistema de la Nueva Derecha están interesados en defender el “tradicionalismo” y la “civilización occidental” convirtiendo a Estados Unidos en un Estado autoritario según el modelo de la Hungría de Viktor Orban. Como se ha informado ampliamente, el asalto de DeSantis a la educación en Florida está sacado directamente del manual de Orban.

La tendencia de los defensores de la escuela clásica de derecha a remontarse a una época imaginaria en la que las cosas eran más puras y virtuosas coincide con lo que el historiador italiano Umberto Eco denominó el culto a la tradición y el rechazo del modernismo del ur-fascismo (fascismo eterno). La idea de que, en palabras de Eco, “no puede haber avance del saber” porque “la verdad ya ha sido deletreada de una vez por todas” encaja con la absoluta veneración de algunas escuelas clásicas conservadoras por los textos griegos y romanos, los escritos bíblicos y paleocristianos y los documentos fundacionales de Estados Unidos. Otros rasgos del fascismo eterno de Eco —incluyendo el populismo selectivo y la exacerbación del miedo a la diferencia— son evidentes en la retórica de los “derechos de los padres” que emplean DeSantis, Rufo y el Hillsdale College.
Pero aunque algunas de las voces más fuertes que abogan por la escuela clásica están motivadas por objetivos peligrosos, no podemos desacreditar sin más a todo el movimiento. Es un hecho que el Hillsdale College y otros defensores conservadores de la educación clásica ofrecen una visión convincente que explota las auténticas debilidades de nuestros sistemas escolares públicos. Para que la izquierda pueda responder eficazmente a esta amenaza, tenemos que exponer nuestra propia visión convincente sobre la educación escolar.
Escolarización reaccionaria
Con enormes reservas de financiación de fuentes derechistas, el Hillsdale College proporciona materiales y asesoramiento de educación clásica gratuitos y de bajo coste a escuelas privadas cristianas y públicas charter (es decir, con autonomía curricular), así como a comunidades que educan en casa. En los programas afiliados a Hillsdale, a los estudiantes se les enseña reverentemente la “civilización occidental” (representada de forma selectiva), las virtudes del gobierno limitado y el libre mercado, y la idea de que Estados Unidos se fundó sobre principios cristianos o “judeocristianos”. En asociación con varios gobernadores republicanos, la Iniciativa Barney Charter School de Hillsdale ayuda al desarrollo de escuelas charter clásicas con sabor a nacionalismo cristiano (pero supuestamente laicas) en todo Estados Unidos. En la actualidad, ningún estado ha sido más generoso con estas escuelas que la Florida de DeSantis.
El presidente de Hillsdale, Larry Arnn, que dirigió la Comisión 1776 de Trump, ha declarado que los temas “controversiales” como el racismo y la sexualidad no pertenecen a las aulas y deben ser dominio exclusivo de los padres. El sitio web de la escuela subraya que las discusiones sobre la sexualidad humana en los grados superiores deben limitarse a la biología de la reproducción. Los planes de estudio de Hillsdale para los grados K-12 incluyen algunas lecciones sobre la esclavitud y el racismo en Estados Unidos, pero hacen hincapié en que estos problemas eran aberraciones (“deformidades”) objetables incluso para los padres fundadores que las legislaron. Los profesores tienen la libertad de decidir si abordan o no estos temas, y se les insta a recordar que “Estados Unidos es un país excepcionalmente bueno”, con “extraordinarios grados de libertad, paz y prosperidad”. Como explica el Plan de Estudios 1776, “lo más importante en la historia de Estados Unidos es lo que ha perdurado y no lo que ha pasado”.
Las listas de lectura se basan en gran medida en los documentos fundacionales del país, que se ven a través de una lente “originalista” en la que la red de seguridad social y otras disposiciones federales posteriores se consideran ilegítimas. Hillsdale ha afirmado que su misión es “recuperar nuestras escuelas públicas” de la marea “corruptora” de “100 años de progresismo”. Pregonando “lo bueno, lo bello y lo verdadero” (un eslogan que se encuentra por doquier en el discurso de la educación clásica), las escuelas charter, miembros de Hillsdale, afirman “inculcar la virtud” enseñando a los alumnos a “amar las cosas correctas” y a “vivir la buena vida”, conceptos impregnados de los valores cristianos conservadores.
El Hillsdale College se aparta de las normas antidiscriminatorias del Título IX, que considera una extralimitación federal, rechazando con orgullo toda financiación federal, incluidas las ayudas a los estudiantes. Y aunque las escuelas charter clásicas, a diferencia de las privadas, tienen prohibido legalmente (por ahora) discriminar, parecen más propensas que otras a crear barreras de acceso que desalientan la matriculación de estudiantes pobres y pertenecientes a minorías, y a crear entornos hostiles para los niños y las familias LGBTQ.
El papel de la reforma educativa neoliberal
Cuando escucho el podcast Classical Education del Hillsdale College o veo cualquiera de sus materiales promocionales, me sorprende la cantidad de mensajes que resuenan en mí como madre y antigua profesora de Inglés en un colegio público. Postulan en ellos una serie de objetivos que han estado tristemente ausentes de la enseñanza pública en la era de la reforma educativa neoliberal: cultivar el sentido de la maravilla y el asombro en las mentes jóvenes; sumergir a los estudiantes en historias poderosas que les inviten a enfrentar cuestiones humanas atemporales; brindar a los profesores espacio para “sumergirse profundamente” en sus asignaturas; abordar las necesidades del niño en su totalidad. Al igual que los tempranos promotores del proyecto Great Books, en su mayoría centristas o de izquierdas (como Mortimer Adler, Robert Maynard Hutchins y E. D. Hirsch), se oponen a la idea hegemónica de que el objetivo principal de la escolarización debe ser mejorar la empleabilidad futura. Hacen referencia continuamente a un propósito educativo superior, ilustrado por una corriente de profesores de ojos brillantes y padres que afirman entre lágrimas: “Sólo quería más para mis hijos”.
El movimiento neoliberal de reforma educativa se vio impulsado por la creencia bipartidista en Washington de que resolver la desigualdad de ingresos era una responsabilidad exclusiva de la educación escolar. Ronald Reagan, los Bush, Bill Clinton y Barack Obama estaban más o menos de acuerdo: como dijo Clinton, “lo que ganas depende de lo que aprendes”. Su afirmación resultó burdamente insuficiente. Pero durante varias décadas sirvió de coartada para que nuestro gobierno abdicara de la responsabilidad de protegernos de la inseguridad económica y de los empleadores explotadores.
Esta premisa engañosa ha causado un daño devastador a nuestras escuelas públicas. A medida que el régimen de “rendición de cuentas” intentaba aplicar los principios de la medición científica al aprendizaje, los profesores, las escuelas y los distritos eran castigados por no “añadir valor” a los estudiantes en forma de mejores resultados en los exámenes estandarizados. Los exámenes, los planes de estudio preestablecidos, el monótono papeleo de la rendición de cuentas y otras formas de niñera institucionalizada han devaluado el amor y el conocimiento de los profesores por sus alumnos y sus asignaturas.
La obsesión de estas reformas por los “textos informativos” (como si las novelas, el teatro y la poesía no contuvieran información valiosa) ha dejado de lado la literatura. Hoy en día, muchos estudiantes y profesores no tienen tiempo para sumergirse en obras enteras de ficción; es más probable que las encuentren como extractos descontextualizados en manuales de preparación para exámenes producidos por corporaciones. Esta fragmentación de la literatura hace que los jóvenes se sientan confundidos y desmoralizados por la lectura, en lugar de disfrutar de lo que debería ser una actividad esencialmente placentera. Personalmente, dejé de querer enseñar Inglés después de que mi supervisora insistiera en que pasara a la siguiente unidad antes de que mis alumnos hubieran terminado su emocionante viaje a través de Macbeth. “No te preocupes”, me explicó. “Tu trabajo es enseñar las habilidades, no los libros”.
El Hillsdale College quiere enseñar los libros. Los reformadores tecnocráticos de la educación, como Arne Duncan, han hablado de “protocolos”, “sistemas” y de la capacidad de los alumnos para “procesar textos”, pero han evitado hablar en gran medida de los propios textos. Por el contrario, el énfasis de la escuela clásica en los Grandes Libros y otros contenidos interesantes parece una acertada propuesta en unas prácticas pedagógicas lastradas por una jerga poco estimulante.
Cuando el conjunto de Hillsdale y otras personas de ideas afines describen la necesidad de volver a una era pasada de gran escolarización, sus implicaciones son fundamentalmente inexactas. Las escuelas, tal y como las conocemos, son un invento relativamente nuevo; no existían en la Antigüedad, por lo que no hay una Era Clásica dorada de escolarización a la que podamos volver. Y si retrocedemos el reloj 50 años, como pretenden muchos educadores clásicos conservadores, nos encontramos con escuelas estadounidenses plagadas de problemas como la segregación y el hacinamiento. Pero, aunque las referencias a la grandeza de antaño son profundamente engañosas, son comprensibles para los padres que se sienten desalentados por las presiones desgarradoras que 30 y tantos años de reforma educativa fallida han ejercido sobre las escuelas.
Estudiar los libros clásicos no es intrínsecamente chauvinista. Para empezar, los grandes textos consagrados han sido escritos por personas de todas las culturas e identidades, incluidos pensadores que se enfrentaron a obstáculos casi insuperables para escribir y publicar. Y los hombres blancos muertos que predominan en las listas de lectura de Hillsdale (desde William Shakespeare a William Faulkner) proporcionan una fascinante entrada en una amplia gama de temas humanos, incluyendo la raza, el género, el Yo y el Otro. Pero la escuela clásica de derechas utiliza el culto a los libros antiguos específicamente para promover el dañino mensaje de que las nuevas ideas, las identidades no tradicionales y las personas que complican nuestro mito nacional están corrompiendo la unidad estadounidense.
La necesidad de una narrativa
Los datos muestran claramente que los milenials, que alcanzaron la mayoría de edad durante la Gran Recesión del 2008, se oponen a la regla de que las personas se vuelven más conservadoras con la edad. Los miembros de la Generación Z se han enfrentado a una incertidumbre financiera aún mayor que los milenials, y tienen opiniones muy progresistas sobre cuestiones sociales, políticas y económicas. Estas tendencias probablemente explican mejor que ninguna otra cosa por qué la derecha está tan decidida a “reconquistar” la educación primaria y secundaria y a utilizar las escuelas para adoctrinar a los estudiantes (tomando prestado uno de los términos favoritos de Chris Rufo) con la ideología ultraderechista. Los miembros de la derecha posliberal no son ciertamente los únicos defensores de la escuela clásica, pero se han apropiado de la marca y la utilizan para impulsar su agenda antidemocrática. Y gracias a las vastas redes de financiación, su narrativa está ganando fuerza.
Sin duda, las escuelas afiliadas a Hillsdale y otros programas clásicos conservadores atraen a algunos padres que desean limitar injustamente el alcance de la información —y del tipo de personas— al que tienen acceso sus hijos. Pero también pueden ser atractivos para padres que simplemente se sienten frustrados por el estado de nuestras escuelas públicas, sobrecargadas y sin fondos suficientes, y que quieren cosas buenas y bonitas para sus hijos. Todos queremos ver a nuestros hijos en aulas unidas por una visión apasionante.
El plan definitivo de la derecha para la educación es sacar a tantos estudiantes de las escuelas públicas tradicionales para que nuestros sistemas escolares públicos se atrofien irreparablemente, dejándonos cada vez más vulnerables a las fuerzas antidemocráticas. Para hacer frente a su ofensiva, desde la izquierda debemos articular una narrativa propia y sólida sobre la escuela como un espacio que haga algo más que formar a los futuros trabajadores. Necesitamos escuelas que honren y cultiven nuestra humanidad compartida.