Reseña de David Golumbia, The Politics of Bitcoin: Software as Right-Wing Extremism (University of Minnesota Press, 2016.


En The Politics of Bitcoin: Software as Right-Wing Extremism, David Golumbia, profesor asociado en la Virginia Commonwealth University, analiza el contexto político en el que surgió la criptomoneda insignia. Golumbia desmantela la investidura de apoliticidad con el que los apologistas y usuarios de este activo digital quieren revestirse. Además, a pesar de que Bitcoin es usado por personas con diferentes matices ideológicos, advierte que el funcionamiento mismo de este sistema es propio de una visión política de la economía y la sociedad.

Bitcoin nace poco después de la crisis financiera de 2008. En el documento que explica el propósito de este sistema, su misterioso creador, Satoshi Nakamoto, utiliza un discurso que abreva de la ideología de la extrema derecha estadounidense. La base de este discurso es el uso de una retórica de la “libertad” contra la “tiranía”. Estos conceptos son insertados de manera abstracta, pero puede rastrearse una asociación implícita (a veces explícita) de la “libertad” con la libertad de mercado, y de la “tiranía” con cualquier forma de gobierno. Así, las crisis económicas son provocadas por la avaricia de los bancos centrales y sus políticas monetarias, no por la dinámica del capitalismo. Tales aseveraciones se acoplan con teorías de la conspiración antisemitas y racistas que aseguran que el Sistema de la Reserva Federal, organización estadounidense que busca regular y mantener la estabilidad del sistema financiero, es controlado por una élite de judíos ingleses que quieren enriquecerse a costa de los ciudadanos norteamericanos.

Sale entonces una especie de capitalismo populista al rescate, enarbolado por anarcocapitalistas y criptopunks. Pero en su crítica a los Estados-nación, señala Golumbia, hay un enorme punto ciego respecto al poder de las corporaciones. De hecho, son precisamente los miembros más poderosos del sector privado los principales defensores de los sistemas criptomonetarios. Por lo tanto, dicho punto ciego es más bien un silencio estratégico para ocultar que su oposición se dirige, en realidad, a los instrumentos democráticos que buscan ponerle un alto a su poder corporativo. La libertad por la que abogan es, pues, la libertad de explotar y extraer valor.

En los últimos capítulos, Golumbia se detiene a explicar la imposibilidad de que Bitcoin tenga éxito, al menos en los términos que su creador se propuso. La criptomoneda se antoja, en la actualidad, como un activo en el cual invertir y ganar grandes sumas de dinero en un periodo relativamente corto de tiempo. Sin embargo, esta alta volatilidad es la que vuelve imposible su objetivo de sustituir al dinero, dado que una moneda necesita ser estable para funcionar como medio de ahorro y medida del valor de productos y servicios. Bitcoin se anuncia también como una solución a la inflación y deflación, cuando a lo largo de su historia ha sufrido estos fenómenos de manera dramática. A esto se suma el discurso de la “descentralización” de esta red versus la “centralización” de las instituciones, lo cual la volvería, en principio, incorruptible, fuera de las manos de una autoridad que busque manipularla. Irónicamente, esto es lo que sucedió en 2013, cuando la valuación de la criptomoneda fue manipulada por algunos inversionistas con grandes cantidades de capital para aumentar su valor y favorecerse de ello. 

Dicha tecnología está, pues, basada en una visión distorsionada de la realidad económica y social, y, a cinco años de la publicación de The Politics of Bitcoin, su suerte continúa en un ciclo de picos y valles. Tan sólo este año, en septiembre, China declaró ilegales todas las transacciones con criptomonedas, lo que devaluó el BTC (la moneda de Bitcoin) en más de US$2,000. No obstante, apenas un mes después, el 20 de octubre, el activo digital alcanzó su pico máximo, debido a que la plataforma lanzó un ETF, lo cual, en resumidas cuentas, es un producto financiero más convencional. Tales variaciones, a merced de la especulación, truncan la posibilidad del prometedor futuro que los ciberlibertarios esperan de esta red. 

Por si no se han citado suficientes razones para desconfiar de esta invención, la ausencia de políticas regulatorias la han vuelto idónea para la realización de operaciones criminales como lavado de dinero, estafas, fraude, tráfico de drogas y otras actividades relacionadas con el mercado nergro. Es cierto que esta serie de artimañas seguiría llevándose a cabo aun sin la existencia de Bitcoin y otras criptomonedas, pero, mientras tanto, encuentran una vía de escape a través de su entramado digital. Encontramos aquí un paralelo con el temprano optimismo que flotaba  en los primeros años de la existencia de internet. Muchos ojos veían a la red global de computadoras interconectadas como una puerta que daría paso a la verdadera democracia. Entrado el milenio, en especial durante la Primavera Árabe, fueron las redes sociales las portadoras de este mensaje. Pero lo que la historia reciente nos ha enseñado es que unas líneas de código no modifican las estructuras globales de poder.

Algo que puede achacarse a Golumbia es la confianza implícita que le da a los gobiernos y a las instituciones de regulación financiera. Sin caer en las teorías de conspiración de la extrema derecha, es necesario aplicar un análisis de clase a estos sistemas y recordar que el Estado no se opone a la concentración de capital; al contrario, es un instrumento que funciona a su favor. Pero, como el autor menciona, el problema del dinero no es técnico, sino político. No va a solucionarse con una innovación en el software, sino a través de la lucha política.