En las redacciones de los medios mexicanos y de todo el mundo hay una regla no escrita pero acatada como un mandamiento: “Las declaraciones no nos interesan como noticia, a menos que las diga un funcionario de alto nivel o una figura destacada en cualquier ámbito”.

Escribo esto mientras tengo en mente la pregunta que uno de los reporteros hizo al subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, durante una de las conferencias del informe diario sobre la evolución del COVID-19 en México: “¿Cuántos muertos va a haber?” La reacción de cientos de usuarios de redes sociales que seguían en vivo esta conferencia fue de incomodidad por la insistencia, otros no pudieron ocultar una franca intolerancia, aun cuando también hubo críticas legítimas. A todos ustedes les tengo una noticia: bienvenidos al mundo del periodismo de la nota diaria.

Toda declaración tiene posibilidad de convertirse en noticia, desde el anuncio de deuda pública de un banco central hasta las homilías liberales de Vargas Llosa. La proyección que les dan los medios depende de la línea editorial, las preferencias del editor o el innegable interés público. Podemos decir que la declaración es uno de los caballitos de batalla del periodismo “notero”.

No hay que confundirnos. El reportero de la nota diaria es el peón de la información; esa es su función. Sin embargo, las conferencias de las 7 pm son una muestra del ecosistema periodístico de todo el país. Ahí vemos a los reporteros de la fuente política: los que cubren el Congreso, el INE, la Suprema Corte; los reporteros todo terreno que lo mismo cubren las predicciones anuales del Brujo mayor o la Feria de la torta en la alcaldía Venustiano Carranza; y algunos, muy pocos, con algún antecedente en la fuente de salud. Sin embargo, muchas de las preguntas con que estos reporteros torpedean a López-Gatell y compañía evidencian una falta de instrucción básica en estos temas.

Foto: Yan Arief, Journalists on duty.

Estas carencias contrastan con el trabajo que otros periódicos y agencias tienen desde hace décadas con reporteros y secciones especializadas en la fuente de salud. Este es el caso de Reuters, NPR, The Guardian, The New York Times, The Wall Street Journal y BBC, por mencionar algunos medios de la órbita anglosajona, que en su ejercicio periodístico cuestionan la rapacidad de la industria farmacéutica, exponen la impotencia de los gobiernos, buscan historias de damnificados por las negligencias médicas, contextualizan y que han llegado a ser grandes aliados de los científicos. Viene la pregunta: ¿en México hay periodistas científicos? Sí, los hay, y muy buenos. ¿Por qué no están en las conferencias del doctor Gatell?

 

Parte de la respuesta está en el espejismo de la austeridad en la publicidad oficial. Una de sus consecuencias es la pauperización de los trabajadores de la prensa, aún más alarmante de la que existía en años anteriores. En los últimos meses dos de los periódicos con mayor presencia digital en el país tuvieron que cerrar sus suplementos y secciones de ciencia. Se trata de “Tangible” en El Universal y el ajuste editorial en Milenio que llevó a reducir las páginas dedicadas a la ciencia. Desde hace años, La Jornada alimenta su sección con cables de agencias, notas “boletineras” de la NASA y esporádicos reportajes de divulgación incapaces de generar agenda. 

Cuando hay recursos materiales y humanos, sumados a una efectiva dirección editorial, los resultados son notorios. Volvamos a la pregunta del reportero: “¿Cuántos muertos va a haber?” La inquietud no sólo es legítima, sino pertinente y necesaria. Claro, ni el doctor López-Gatell ni su equipo son profetas para saber los números finales de esta epidemia; sin embargo, pueden presentar estimaciones y proyecciones basadas en modelos matemáticos y datos duros. Los tienen. No tengan la menor duda. Cualquier reportero enfocado en la nota diaria va a buscar esa declaración. No sólo es su naturaleza. Es su obligación y seguirán peleando por ella. Vea el minuto 29 de esta entrevista. Sí se puede. Hace falta pericia y recursos editoriales: capacitación y equipo, pues.

Que no nos espanten las preguntas con jiribilla de “la prensa notera”, la insistencia por la declaración ampulosa o el dato morboso que todos consumimos, incluso quienes nos creemos entre los lectores más exigentes y críticos. No se necesitan fotos sangrientas para presentar contenidos amarillistas, basta con un título complaciente con nuestras filias o fobias. El morbo es al amarillismo como la complacencia es al clickbait. Somos tan predecibles. Este tipo de periodismo siempre ha existido y seguirá ahí. Lo que debe preocuparnos es su monopolio en la interlocución con el Estado, en este caso los funcionarios de la Secretaría de Salud.

Urgen periodistas científicos y de salud en estas conferencias, o al menos equipos editoriales que los respalden desde las redacciones con baterías de preguntas sensatas en función de las necesidades informativas de los lectores. La exigencia sobre los editores debería ser por una mayor presencia de trabajos de investigación, entrevistas y otros recursos como infografías digitales, periodismo de datos, videorreportajes, crónicas y artículos de profundidad que complementen “la nota clickera”. En suma, están obligados a hacer una cobertura que logre conciliar los aspectos científicos con las dimensiones política, económica y social de la epidemia. El lector lo merece.

La primera responsabilidad en la precarización de los reporteros es de ellos mismos al no exigir mejores condiciones laborales; es responsabilidad también de una burbuja de complicidades políticas que por décadas benefició a los dueños de periódicos, y responsabilidad también de una austeridad oficial mal entendida que se resiste a aceptar que necesita de los periodistas, más en situaciones críticas como esta emergencia sanitaria.

A esto hay que sumar la incapacidad de la prensa mexicana para generar suficiente fidelidad de marca entre las generaciones más jóvenes, más dispuestas a pagar una mensualidad de Netflix o Spotify que la suscripción a un medio que los tenga bien informados. El lector común ha dejado el terreno libre para que los anunciantes y los círculos políticos sean los únicos lobbistas en la línea editorial de los medios y decidan qué secciones son prescindibles, como sucede con las páginas científicas. El suscriptor es hoy una especie en peligro de extinción; es el lado b de una precarización profesional que nos lleva a darnos de topes cuando un reportero mal preparado pregunta tristemente la misma necedad. Fallamos todos.