400 000 personas judías asesinadas, en Chelmo, campo de exterminio, Polonia: hombres, mujeres, niños y niñas. 2 rescatados.

Shoah, Claude Lanzmann

Uno de los aspectos más indignantes de los nuevos lenguajes totalitarios son ciertas opiniones defendidas desde sus periferias: las de las izquierdas y sus recientes coqueteos con los grandes pensadores del Tercer Reich; las de nuestros políticos, que terminan legitimando alianzas con movimientos antisemitas de gobernantes como Angela Merkel, Donald Trump y, ahora, Jair Bolsonaro; las de varios discursos feministas que asocian las numerosas violaciones cometidas en nuestro continente con un retorno al fascismo. Debemos recordar que los nazis no violaban a las judías. Estaba estrictamente prohibido. Sin embargo, en México estamos muy lejos de imaginar lo que sufrió gran parte de Europa hace tan sólo 80 años. En nuestro caso, no se trata de una cuestión de memoria, sino de un interés sincero por entender, sin que signifique goce ni temor y sin identificarnos, eso que dejó una huella indeleble en Occidente. A mi parecer, la mejor manera de hacerlo es homenajeando a la primera mujer judía que, en Francia, habló públicamente sobre las atrocidades cometidas en los campos de exterminio, Marceline Loridan-Ivens. Cineasta, actriz y novelista, falleció hace un año, el 18 de septiembre de 2018. Sus primeros testimonios fueron presentados por Jean Rouch y Edgar Morin en 1961, en un documental intitulado Chronique d´un été [Crónica de un verano] (Rouch y Morin, 1961). El mismo es parte de una iniciativa de cine-verdad que influenció toda la vida laboral de Marceline, cuyo propósito era hablar de uno mismo, de cómo vamos resolviendo nuestra vida.

Marceline Loridan-Ivens ganó varios premios por sus películas, realizadas junto a su segundo esposo, Joris Ivens, en las que expresó su compromiso político. Su primer documental Algérie, année zéro [Argelia, año cero], de 1962, examina los primeros meses de la independencia de Argelia, después de la colonización francesa. Éste fue prohibido tanto en Francia como en Argelia, a pesar de lo cual ganó el premio Leipzig en 1965. Marceline Loridan-Ivens y Joris Ivens siguieron una línea de denuncia, de resistencia y de poesía. El documental Comment Yukong déplaca les montagnes [Cómo Yukong desplazó a las montañas],  de 1976, tiene el valor añadido de ser un testimonio histórico sobre la “revolución cultural” China, a partir de un conjunto de 12 escenas. No obstante, la esposa de Mao rechazó su perspectiva crítica; para Marceline y Joris, ello significó tener que dejar el territorio chino. Casi al final de su vida Joris decidió regresar a este país para realizar un proyecto más poético: grabar lo invisible, el viento. Así nació Une histoire de vent [Una historia de viento], en 1988. En este film propone una reflexión sobre el aire que nos falta; creo que es un trabajo que resume con gracia la filosofía de vida de Marceline Loridan-Ivens: “Así es la vida: fluye con los imprevistos; a través de signos, de asociaciones incomprensibles cuando aparecen, pero en los que leemos toda una historia mucho tiempo después, cuando en gran medida la vida ha pasado. Sí, es así” (Entrevista France Inter: Il faut aimer la vie [Hay que amar la vida], 2018). La película La petite prairie aux bouleaux, que vio la luz en 2003, relata la vida de Marceline: la protagonista, Myriam, vive en Nueva York y decide regresar a Birkenau-Auschwitz, de donde salió como sobreviviente del infierno, del campo de exterminio.

Al igual que los pocos que sobrevivieron a los campos de exterminio, Marceline Loridan-Ivens había olvidado. En éstos integró varias brigadas de los considerados “judíos de trabajo”. Pudo descansar algunos meses, cuando participó en una brigada cuya labor consistía en clasificar ropa. En ella organizaba la ropa y la robaba para distribuirla entre sus compañeras. De pronto, la transfirieron a una sección de trabajo de castigo. Lo había olvidado. El recuerdo regresó a su mente muchos años después, un día que conversaba con una amiga. Cavaba fosas para las húngaras. Todos los días debía pasar frente a una sección del campo de exterminio a la que llamaban México, nunca se supo bien por qué. Ahí esperaban las mujeres judías húngaras; no tenían tatuaje, no tenían número; en realidad, iban directamente hacia la muerte. Poco a poco recordó que, a través de los alambres de púas, éstas le preguntaban qué sucedía. Nadie podía decirles qué pasaba. Marceline sabía que cavaba las fosas para ellas.

Los campos de exterminio constituyeron una tecnología y una organización del trabajo para la matanza, basándose en la selección y en una biología imaginaria. Esa infamia se institucionalizó políticamente en uno de los países más cultos, más románticos y más educados de Europa. Cabe señalar que, en Alemania, las mujeres obtuvieron el derecho de voto a principios del siglo XX, que en los congresos alemanes existía la paridad. Así, las mujeres votaron por la ideología nazi —y no sólo ellas; los artistas, los poetas, los grandes filósofos alemanes también la votaron y participaron de ella. Había mujeres SS, como había hombres SS. Siendo estrictos, oficialmente las mujeres no podían ingresar a un cuerpo SS, pero trabajaban para ellos. En Alemania, en 1929, el partido nazi concentraba apenas 3% de los votos; 10 años después todo el país caminaba al ritmo de su ideología.

En los campos de exterminio se organizaba la resistencia. Existía un lenguaje del campo: trueque, solidaridad. En la entrevista retransmitida por Radio France Inter el mes de su fallecimiento, hace apenas un año, Marceline tenía 90 años (Entrevista France Inter: Il faut aimer la vie [Hay que amar la vida], 2018). Dejó una obra de memoria, de resiliencia, y al final de su vida aún tenía miedo al regreso del antisemitismo. ¿Todavía hay personas antisemitas matando a judíos? ¡Sí! También, hay neorrevisionistas que ocultan el crimen más grande de la humanidad, que niegan la existencia de campos de exterminio y el asesinato de más de seis millones y medio de judíos: hombres, mujeres, niños, niñas. Existían ya durante la Segunda Guerra Mundial. Todos los políticos de la época sabían lo que pasaba. Hoy existen neorrevisionistas tanto en relación con los judíos como respecto a otros crímenes.

Además, hay quienes afirman que vivimos un regreso al fascismo. A veces me sorprendo pensando: ¿de qué regreso me hablan? ¿Quién habla de esto? ¿A quién le vamos a permitir exterminar de esta manera hoy? ¿Con qué tecnología-política? La manera en que se habla actualmente me hace pensar en el miedo que esconde el deseo. Porque el lenguaje totalitario de hoy no es más que el lenguaje del hombre sin voluntad de conocer, sin libertad. Es el lenguaje de hombres y mujeres que se piensan inteligentes, que obtuvieron puestos de inteligencia, que no actúan en contra del otro; sólo hacen cosas para sí mismos. El lenguaje totalitario de hoy no es otro que el de aquel que todo el tiempo niega sus pequeños crímenes cotidianos, escondiéndolos. Los pequeños crímenes que cometemos contra nuestros semejantes, nuestros seres amados, nuestra familia, nuestros colegas, ocultándonos tras las buenas intenciones, los largos discursos y los “buenos sentimientos”. El nuevo lenguaje totalitario es el lenguaje racista, homofóbico, misógino, de quienes apoyan cualquier acto de violencia. Este nuevo lenguaje totalitario me da pena. Pero muchísima más pena me da el lenguaje de la queja constante, del héroe, de los y las que continuamente se sienten víctimas amenazadas, porque sencilla y desgraciadamente son ellos y ellas quienes sostienen el totalitarismo. ¡Ni víctima, ni héroe! Prefiero quedarme con el compromiso político y poético, con el deseo de amar la vida de Marceline Loridan-Ivens.