El periodista Andrés Oppenheimer publicó el 13 de octubre en su cuenta de Twitter lo siguiente: “Si permitimos que el terrorismo de Hamás quede impune, los grupos violentos de todo el mundo se sentirán envalentonados. Ningún civil en ningún lugar estará a salvo. Hay momentos para criticar a Israel, pero éste no es uno de ellos”. El contexto, por supuesto, es el conflicto en Medio Oriente que se ha agravado en los días recientes. La idea es clara: no se puede poner en una balanza ninguna razón, sólo queda respaldar ciegamente el discurso oficial, al menos en Occidente. Si nos atrevemos a reflexionar y, sobre todo, a contextualizar la violencia desmedida de Israel —más de seis mil bombas hasta el 12 de octubre según la Fuerza Aérea Israelí— nos volvemos sospechosos de simpatizar con los peores atributos del supuesto enemigo, en este caso Hamás. Noam Chomsky menciona un caso similar en su libro La era Obama y otros escritos sobre el imperio de la fuerza (Pasado & Presente, 2011): el solo hecho de indagar el origen de los atentados terroristas del 2001 en Estados Unidos te convertía —como le sucedió a él— en una persona indeseable, pues no se sumó al estado de alarma.

Las voces que intentan reflexionar en una emergencia son siempre incómodas, nos dicen que la realidad es compleja y que requiere incluir siempre un contexto. El sociólogo y economista William Davies escribe en su libro Estados nerviosos: Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad (Sexto Piso, 2019) que la comunicación ha sucumbido a una suerte de histeria colectiva. Las publicaciones en las redes sociales funcionan como una máquina que hiperboliza los miedos y evitan que haya una ponderación de los hechos. El objetivo es crear avalanchas de información que mantengan al rebaño digital en continua alerta. Mientras se intenta verificar un rumor, surge otro que servirá para confirmar los prejuicios de uno de los bandos.

Otra forma de desterrar a la razón es regodearse en lo superficial y presentar un discurso técnico que no sólo desecha la historia, sino la humanidad de sus protagonistas. Si la evolución de la cámara fotográfica permitió que reporteros como Robert Capa y Gerda Taro evidenciaran, a través de sus imágenes, la crueldad de la guerra, ahora la tecnología sirve para mostrar, en estériles gráficas y recreaciones en tercera dimensión, el trayecto de las bombas que matarán a miles de personas sin rostro. Esto se comenzó a ver en la invasión a Irak en el 2003. CNN, como otras cadenas, contrató a expertos militares —muchos de ellos exmiembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos— para que analizaran el movimiento de las tropas de su país en maquetas. En la actual crisis en Medio Oriente, reporteros como Jorge Ramos nos explican, con todo detalle, el funcionamiento de las defensas aéreas de Israel y cómo actúan frente a los misiles lanzados por Hamás, pero no se molestan en informar que el grupo armado que atacó en los días recientes fue apoyado por los mismos que ahora lo señalan. Todo esto lo han documentado académicos como el doctor Moonis Ahmar, profesor del Departamento de Relaciones Internacionales en la Universidad de Karachi en Pakistán, en su artículo “How and why Israel helped create Hamas?”, publicado en el 2021 en The Express Tribune.

Cuando hay reticencias ante las invitaciones a abandonar la razón, se recurre a un término: la “tibieza”. “Tibio” es un delito en un mundo en el que tienes que cerrar los ojos y militar en un bando. También es olvidar las raíces históricas de la violencia y asumir la irracionalidad como bandera porque la emergencia así lo amerita. Cualquier consenso democrático o invocación de los derechos humanos sale sobrando porque el enemigo nos quiere exterminar. En el caso particular de la violencia reciente en Medio Oriente, Hamás es representado como el que echó por la borda la racionalidad cuando, en realidad, es una consecuencia de diversos tipos de violencia y coacción usados por Israel en Palestina desde hace décadas. A los países de Occidente —sus gobiernos— les interesa que la gente piense en el terrorismo como algo, justamente, irracional y, por esta razón, la invitación es a no pensar, a ser espectadores reactivos. La violencia, es cierto, es un rapto en el que se oscurece la inteligencia. Sin embargo, si queremos rescatar la humanidad que aún resiste en nuestra época, debemos buscar un espacio para la razón.