Soy yo, Casandra.

Y esta es mi ciudad bajo las cenizas.

Y este es mi cayado y mis cintas de profeta.

Y esta es mi cabeza colmada de dudas.

Monólogo para Casandra, Wyslawa Szymborska 

La “futorología” es una práctica muy difundida entre economistas y, en tiempos de tremenda incertidumbre, no causa sorpresa que la gran mayoría de la profesión arriesgue creativas impresiones de cómo será el escenario de la economía mundial postpandemia. Es curioso cómo en la copiosa lista de pronósticos tenemos apuestas hiperdiversas, todas haciendo referencia, de una manera o de otra, a la conformación que tendrá la recuperación económica: estamos ante un verdadero carnaval de formatos. En esta arabesca lotería de adivinanzas, hay quienes, los más optimistas, apuestan por una poco probable recuperación en “V”, en la cual, tras una caída acentuada, experimentaremos una retomada rimbombante. Vale mencionar que distintas economías, incluyendo la mexicana, vienen surfeando en una ola de mejoría en los indicadores de actividad económica a remolque del desempeño de la economía de Estados Unidos en los últimos dos o tres meses, pero de ahí a decir categóricamente que estamos ante una recuperación del tipo “vecística” puede ser bastante prematuro. Otros se arriesgan al afirmar que el escenario futuro que nos aguarda sería más bien el de una recuperación en “U”, o sea, tras una abrupta caída, viviríamos una etapa de estancamiento y luego una recuperación acelerada.

Y, como veremos, hay muchas más letritas en el camino de darle forma al porvenir postpandémico de la economía mundial. Sin embargo, antes de adentrarnos en esa vasta miríada de predicciones, hagamos eco a grandes economistas del pasado haciendo la advertencia de que lo más rico de la reflexión económica no versa sobre trazar escenarios futuros, sino más bien que el estudio de la economía tendría que ver con la habilidad de “captar lo esencial de la realidad a través del análisis” (Furtado) en una línea teórica-argumentativa que tiene por obsesión entender nuestro mundo y servir, con suerte, de guía para la acción. De hecho, si nos aventuramos a la dudosa sabiduría de los viejos chistes, hay una conocida broma de la profesión que dice que al economista se les paga dos veces: la primera cuota para que arme un “escenario futuro”, y, otra vez, se le vuelve a abonar para que con infinitos malabares diga por qué no se concretó dicha predicción.     

Hecha la advertencia, exploremos un poco más lo que vendrían a ser los formatos básicos para modelar el futuro postpandémico. La expectativa del Banco Mundial (BM) es que, tras un tropiezo que significará que el Producto Interno Bruto (PIB) latinoamericano del 2020 sea -4.6%, para el año siguiente crezca un 2.6%, configurando lo que Martín Rama, el economista jefe de la institución encargado de esta región, llama una recesión en forma de “U”, pero aclarando que “todas las predicciones que se hagan en estos momentos [cuentan] con un enorme margen de error” (Gozzer). Ojo, se trata de una expectativa muy generosa, otras agencias hablan incluso de un retroceso de orden superior al -9% para América Latina (CEPAL). Además de los formatos ya mencionados, aún hay otros colegas, más pesimistas, que apuestan que realmente estaríamos ante un escenario “L”, o sea, de caída vertical y estancamiento prolongado.

Pero no paremos por ahí, también encontramos economistas, aún más pesimistas, presagiando que lo que se avecina es una situación en el inusual formato de “J invertida”, lo que significaría que la crisis coyuntural se convertiría en la profundización de la tendencia secular de bajos niveles de crecimiento. Existen otros dos escenarios no tan populares dentro de este carnaval de formatos, donde la “W” auguraría que, en el momento que exista una percepción de recuperación, se espera una caída subsecuente igual de abrupta, eso porque en el origen de todo el descalabro está el fenómeno viral aún descontrolado. Es decir, la recuperación no se sostiene y vemos un nuevo tropiezo agudo (Gozzer). La otra posibilidad cabría en una forma de “K” (Economíahoy), quizá la menos popular, ya que evidencia una exacerbada desigualdad en las velocidades de recuperación posibles, explicitando que hay quienes experimentarían una rehabilitación económica acelerada por ser los “mejor posicionados”, mientras que la mayor parte de la población tendría que sortear una caída profunda (Aragüés). Para no decir que como categoría nosotros, los economistas, somos limitados en el rubro “creatividad”, hay también colegas que superan la fórmula de las letritas para armar su formato favorito de futuro y, como ejemplo de una variante a las letras, nos encontramos con el grupo de los profetas de la “raíz cuadrada” (√), para quienes la crisis provocó una contracción repentina, pero igualmente inclinada sería la recuperación que se estancaría posteriormente.

Por si fuera poco, hay una pléyade de políticos que se ponen más creativos que los propios economistas-profetas. Trump, por ejemplo, recientemente salió con que la recuperación gringa sería en formato “súper V” (Smialek y Tankersley). En México, AMLO fue algo más comedido y en su segundo informe de gobierno selló que la recuperación mexicana sería en “V”, a secas (Pérez y Montalvo). Sueños guajiros, ni que todos fuéramos China para que la “V” en sus distintas variaciones se concrete ahorita. Pero el optimismo no es flor que prospere exclusivamente en el norte del hemisferio americano. También en el cono sur del continente, y en la voz hasta de economistas heterodoxos que están en el alto escalón de los gobiernos en turno, se nota cierta exultación alrededor de la idea de una salida rápida de la crisis. 

Así, el ministro de Desarrollo Productivo de Argentina, Matías Kulfas, aseguró que “la economía está mucho mejor: los datos de julio indican que la industria ya está en los niveles previos a la pandemia”, por lo que “se está viendo una recuperación incipiente” (Infobae). También el ministro de Desarrollo Social del mismo gobierno, Daniel Arroyo, se mostró confiado de que lo peor ya pasó, y que “ya comenzó a producirse un ‘rebote’ de la economía” y, al respecto, afirmó que “en las últimas tres semanas hubo más changas y un poquito menos de gente en los comedores” (Infobae). Parece ser que la tonada prematuramente celebratoria viene un poco más de arriba, el propio presidente argentino reforzó esta percepción: “Estamos saliendo, el consumo está aumentando y el uso de la energía (eléctrica) para la actividad industrial es igual al que existía antes de la pandemia” (Oña). El virus del optimismo se desparramó también en Paraguay, donde Miguel Mora, economista jefe del banco central, “mencionó que sorprende la recuperación económica ante lo proyectado por los analistas al inicio de la pandemia” y, ante esta recuperación, señaló que “probablemente no sea lo que necesitamos, pero sí ha sido superior a lo que la mayor parte de los analistas hemos proyectado” (La Nación). A su vez, en Perú, el área de estudios económicos del Banco de Crédito del Perú (BCP) sostuvo que “en agosto, la mayoría de los indicadores de la situación actual y expectativas macroeconómicas en la encuesta del Banco Central de Reserva (BCR) se recuperaron respecto al mes previo” (Andina). Tampoco se puede decir que la oleada optimista es monopolio del sur de América, en el sur de Europa la cosa se repite, tanto que la titular de economía en España, Nadia Calviño, declaró que: “[…] ya teníamos asumida una segunda parte del año con alta probabilidad de rebrotes. Por eso hemos hablado desde el principio de una evolución en forma de ‘V’ asimétrica, es decir, con una caída muy intensa en el segundo trimestre y una progresiva recuperación hasta llegar a un crecimiento muy elevado en 2021” (Rivasés y Alonso).

Pese a la seguridad con la que estos representantes identifican los mínimos atisbos de mejora de la situación y los catapultan a un estatus de plena recuperación económica, extrapolar el comportamiento de estos escasos meses no será suficiente para determinar que ingresamos a un rumbo más contundente de auge en el mundo post-Covid-19. Es cierto que agosto fue un tantito mejor que julio – y septiembre un cachito menos nefasto que agosto –, pero eso no garantiza nada. De hecho, tenemos que hacer al menos dos ponderaciones que fungirán como cubetas de agua fría a los ánimos ilusionados con tan poco. En primer lugar, hay una máxima macroeconómica que reza que la magnitud de la caída del PIB en un año es el punto de salida para evaluar la tasa de variación en el siguiente; eso quizás pudiera ser traducido a algo así como “si el tropiezo fue grande, estar de rodillas parece espectacular”. En segundo, los aires de octubre no vinieron acompañados de buenas noticias en el plano sanitario, de hecho, se multiplicaron los países que están vivenciando una nueva ola de contagios, de gobiernos que regresaron a tomar medidas más firmes de control de la población ante el recrudecimiento de la pandemia –como el  gobierno francés, que acaba de restablecer el toque de queda hasta el 1 de diciembre de 2020 en sus principales ciudades (The Guardian), o el irlandés, que decidió reimponer medidas más severas en pro del confinamiento por seis semanas (NYT)–, y de la sistemática frustración con las noticias sobre la vacuna.  

En un sentido semejante, Branko Milanovic señala lo estéril que es ponerse a hacer predicciones económicas en medio de una pandemia como la actual, que aún está en curso y cuando los desdoblamientos en términos de choques sociales y políticos se exacerban en todo el mundo. Este escenario simplemente no tiene precedentes. Por más que no nos guste admitir, la naturaleza aún incontrolable del Covid-19 tiene final abierto. Es decir, que nadie sabe cuándo terminará la pandemia y cómo afectará en definitiva a la dinámica económico-social de cada país. Como si fuera poco el grado de incertidumbre en el que nos encontramos, la expectativa de que tengamos de convivir con nuevos brotes de contagio y, consecuentemente, acostumbrarnos con la imprevisible intermitencia entre momentos de abrir la economía seguidos de nuevos cierres, adiciona nuevo elemento de inseguridad al contexto de por sí ya bastante problemático. Sin embargo, Milanovic encuentra que hay al menos unas pocas tendencias postpandémicas que se pueden, con cierta dosis de confianza, prever: 1) un agravamiento del conflicto entre Estados Unidos y China; 2) en muchos países, un mayor rol del Estado; 3) un revés para la globalización, en términos de la capacidad de las personas para viajar internacionalmente y del capital para cruzar fronteras; y 4) una creciente inestabilidad de naturaleza política, tanto a nivel nacional como global (Milanovic).

Así, quizás el mejor consejo sea que dejemos de lado la lectura de las cartas del tarot para intentar tantear lo que nos aguarda en el futuro y que alentemos a que tanto los colegas de profesión como los mandatarios en turno dejen la pulsión mística de darle formato a la economía del porvenir. Esta reflexión que se propone, más “pies en la tierra”, no es tan atractiva, pero sin duda es más sensata que aquella que se dedica a no ocuparse de la emergencia presente para darle toda la atención a la silueta que tendrá la reactivación económica venidera. En suma, nuestro foco de discusión debería ser recalibrado poniendo énfasis en: a) evaluar a las medidas de mitigación de los efectos económicos negativos de la crisis sanitaria; y b) hacer hincapié en lo dañino que es apostar por el recorte en el tamaño del Estado y seguir teniendo como guía la austeridad para el manejo de las finanzas públicas ante una situación de calamidad. Aunque deban ser tomados con pinzas en cada momento histórico, nunca está demás recordar importantes insights del sistema de pensamiento keynesiano, como la importancia del gasto del gobierno tanto para frenar la espiral catastrófica para abajo –evitando que se desplomen los niveles de empleo e ingreso y garantizando la demanda agregada–, como para encender nuevamente la esperanza de que mañana será mejor que hoy –a través del fortalecimiento de la inversión pública y su efecto multiplicador–.  

Para concluir, con pesar afirmamos que la única certeza que se tiene en este “largo coyuntural” pandémico que vivimos es que no hay mucha claridad en el futuro hasta que se encuentre la vacuna y ella pueda ser masivamente aplicada. Y, aun así, sin jugar a Nostradamus, quién sabe qué otros virus tropicales nos esperan a la vuelta de la esquina. Está bien, puede que no sea la postura más sensata, pero es absolutamente irresistible la tentación de comprar una boleta en la lotería del formato de recuperación. ¿Mi apuesta? No hace falta preguntar dos veces, admitiendo que estamos en el mero corazón del brote-rebrote, apuesto por una secuencia prolongada de varias “W”, tipo “WwWwW” –así mero, a veces minúsculas, a veces mayúsculas –, en el mejor estilo “fuelle desencajado”. Broma aparte, como dicho anteriormente, mejor que sumarse al bloque del carnaval de formatos previstos para la recuperación con mi desafinado tango de la economía-acordeón, lo mejor sigue siendo insistir en una misma tecla: presionar a los gobiernos para que se muevan con la potencia y agilidad, ya que esta crisis inédita demanda que la política fiscal entre con todo: dinamizando, justamente, a la demanda. Así, y solo así, se podría simultáneamente garantizar el mantenimiento del ingreso de los deciles más afectados por los efectos del confinamiento, asentar las bases para un ambiente económico más favorable para la efectiva recuperación económica y, dependiendo incluso hacia dónde se dirijan los recursos públicos, impulsar a que los contornos de la economía de la postpandemia sean definidos incorporando preocupaciones centrales que aún no habían sido enfrentadas en el capitalismo de la prepandemia.