
Crónica
Traducción de Rafael Cardoso Jiménez
El presente texto es una traducción de la narración oral efectuada en lengua ayuujk o mixe por una mujer de Tlahuitoltepec de 71 años de edad en el año 2007. En su vida, la señora se dedicó al tejido de gabanes (tsapijxykyojk), a los trabajos del campo (kämtunk), a los trabajos del hogar (jëntunk tëjktunk), al cuidado de sus hijas e hijos (uu´nk’ejxk, uu’nkjakyajpk, uu’nkyikya’ajkën, uu’nkyiktsoojkën) y diversas actividades más. La mujer no acudió ningún día a la escuela, sin embargo, sabía mucho respecto de la vida, aprendió la necesidad de la cordura y de la actitud serena frente a sus desafíos, así como la necesidad impostergable del respeto de la gente a la Tierra y a la Naturaleza en general.
El interés en plasmar esta narración responde fundamentalmente a la riqueza de información y conocimientos que se escuchan y aprecian en cada paso de lo dicho.
Se considera que la narración contiene datos reales que pueden pasar a constituir uno de los hilos de la historia de la comunidad de Tlahuitoltepec y del pueblo mixe. De hecho, la mayor parte de la historia de las comunidades de origen precolombino se ha construido y transmitido en forma oral, historias que nacen en la realización de las actividades de la gente y de la naturaleza, además de las reflexiones sobre las causas y consecuencias de las acciones de las entidades de la Tierra Naturaleza.
No se pretende sustituir la tradición oral, sino reforzarla a través de la escritura; tampoco se intenta estatizar los hechos, sino captarlos vivos para que sigan fluyendo y se fortalezcan las expresiones de la vida mixe.
En 1949 murió mi padre Basilio Jiménez, yo tenía 14 años de edad. Después de la muerte de él, la situación económica de la familia empeoró, por lo que me vi obligada salir a trabajar de jornalera agrícola a la comunidad de Alotepec mixe. Después de unos meses regresé a Tsumx’äm, paraje donde vivíamos, enmarcado dentro de la comunidad de Flores, municipio de Tlahuitoltepec.
Mi hermano mayor, Juvencio Jiménez Díaz, se dedicaba algunas veces a la compra y venta de café en la región mixe. Un día, por decisión de él, pidió en San Juan Metaltepec cierta cantidad de granos de café a cambio de que yo fuera a cuidar la casa y los bienes de un señor llamado Atanasio Cortés en una ranchería denominada Tsäjptsxoj’äm (Encinal Rojo). El acuerdo estaba hecho y yo tenía que ir sin mayores discusiones. Mi mamá y mi hermano Juvencio me mandaron en compañía de mi hermano Juventino Jiménez de siete años. Juvencio nos acompañó a la comunidad de Metaltepec para dejarnos en el rancho en el que vivía el señor Atanasio Cortés. Juvencio regresó a Tlahuitoltepec y nosotros nos quedamos allí con esa familia. Recuerdo que llegamos a ese lugar un poco antes de la fiesta que se celebra en Santiago Zacatepec mixe el 25 de julio. Allí empezamos a realizar las actividades del hogar y del campo.
Cuando llegó el día de la fiesta, el señor Atanasio y sus familiares salieron del rancho con la ayuda de un burro que cargaba las cosas para ir a Santiago Zacatepec. Ellos estuvieron en la fiesta, compraron ganado vacuno, regresaron al rancho, mataron el ganado, hubo comida y bebida abundantes.
Después de unos meses de permanecer en rancho Encinal Rojo, el señor Atanasio, junto con su familia, viajó al centro de la comunidad de San Juan Metaltepec en el marco de la fiesta de los ancestros (äpxëëw) que se celebra en el mes de noviembre. No, no fue en el mes de noviembre, haciendo memoria, fue el día de la Concepción que se celebra el 8 de diciembre. Nuevamente nos quedamos a cuidar la casa y todos los bienes tanto del señor Atanasio como los de sus padres.
Estábamos cenando cuando de pronto escuchamos un sonido raro y muy fuerte. Invadida de miedo le dije a mi hermano que ese sonido era tal vez el rugido de un jaguar (kääj). Muchas veces rugió el animal. Había 12 perros vigilando la casa, también había bestias amarradas y muchos pollos que vivían en una casa especial. Las paredes de la casa donde dormíamos eran de puros troncos de madera.
Era de noche, no sabíamos la hora. Con mucho miedo escuchábamos sentados que el jaguar perseguía a los perros alrededor de la casa. Uno de los perros era grande y de color rojo, se llamaba Cazador. Ese perro ladraba y ladraba grueso, de repente calló y nada más.
Al amanecer, despertamos con miedo, salimos de la casa y nos dimos cuenta que el Cazador ya no estaba, se lo había llevado el jaguar y sólo quedaban 11 perros. Recorrimos alrededor de la casa y nos percatamos que una de las bestias sangraba y presentaba en su hombro un zarpazo. Alguien nos había dicho que cuando una bestia presenta una herida, ésta se lava con agua para evitar que se infecte. Siguiendo esa noción, fuimos a traer agua y se la echamos a la bestia en la parte que sangraba. Cuando el señor Atanasio y familia regresaron al rancho, les comentamos inmediatamente este acontecimiento, sin embargo, no le dieron importancia.
Después de un tiempo, no recuerdo con precisión, el dueño volvió a salir del rancho. Nosotros nos encargamos de cuidar la milpa. Todos los días, mañana y tarde, prendíamos lumbre para espantar a los animales dañinos. Una de las mañanas salimos a recorrer el contorno del maizal prendiendo fuego, casi estábamos terminando cuando de repente escuchamos un sonido estruendoso. Inmediatamente nos dirigimos a la casa, nos dimos cuenta de que ésta se estaba incendiando. La hermana y el cuñado del señor Atanasio estaban tratando de apagar el fuego, al mismo tiempo que salvaban algunos bienes. Un rebozo blanco tejido por mi mamá se quemó en ese accidente. Cuando el fuego se apagó nos hicieron saber que en el tapanco había dinero en monedas y en billetes. Recogimos las monedas y llenamos casi una cubeta metálica, los billetes se quemaron, nada se podía hacer para recuperarlos. Enseguida, la cuñada del señor Atanasio me preguntó si había dejado lumbre prendida, yo le dije que no. Ella expresó que el incendio pudo causarlo una persona.
Después de desayunar, la señora nos dijo que subiéramos a Metaltepec para avisarle al dueño lo que había acontecido. Aunque no recordábamos bien el camino, nos atrevimos a emprender el viaje. Llegamos a Metaltepec y le narramos al dueño lo que había pasado. Inmediatamente el señor dijo que pudo haber sido alguna persona la causante de la desgracia. El señor Atanasio me preguntó si me estaba pretendiendo un varón, yo le contesté que no. Él comentó que un señor llamado Aurelio le había preguntado por mí, que ese señor me había visto en un paraje llamado Nëpäxp (variante del mixe de Metaltepec que significa “manantial cercado con palos”) cuando caminábamos para rancho Encinal Rojo y que él quería que me casara con su hijo.
El señor Atanasio nos indicó que regresáramos a rancho Encinal Rojo, que viviéramos en la casa de su hermana para cuidar los pollos y los otros bienes. Sin que nosotros lo supiéramos, él viajó inmediatamente a Tlahuitoltepec para avisarle a mi mamá Teresa que nosotros habíamos quemado la casa y que para reparar los daños se iba a llevar los pocos ganados que tenía mi madre. Una vez que mi mamá y mi hermano se enteraron de esta situación, Juvencio viajó a Zacatepec para informarle al juez que el señor Atanasio había venido a Tlahuitoltepec con la amenaza de llevarse los ganados porque supuestamente mi hermano Juventino y yo habíamos incendiado la casa en rancho Encinal Rojo. El traductor del juez le dijo a mi hermano que no se preocupara porque él estaría al pendiente de la queja del señor Atanasio.
El señor Atanasio estaba en el centro de Metaltepec y nosotros estábamos en rancho Encinal Rojo cuando llegó nuestro hermano Juvencio, habíamos desayunado plátano cocido. Él nos comentó que el dueño del rancho quería llevarse los ganados de mamá, pero que él se había adelantado a quejarse en Zacatepec. —Vamos, hermana —me dijo él. Mi hermano menor y yo estábamos indecisos, como que ya nos habíamos acostumbrado a la vida de ese lugar.
Juvencio nos convenció en salir del rancho. Nuestros huaraches se habían quemado y tuvimos que emprender el viaje descalzos. Salimos después de la comida, caminamos y de noche cruzamos el centro de Metaltepec para finalmente llegar a Zacatepec. Juvencio nos dejó en la casa del traductor del juez. En esa casa viví aproximadamente seis meses.

Cuando Atanasio se percató de que ya no estábamos en el rancho, rápidamente viajó a Tlahuitoltepec para avisarle a mi mamá que habíamos escapado y que él suponía que habíamos vuelto a la comunidad de Flores (Putyëjkp), municipio de Tlahuitoltepec. Mi mamá me comentó que se enojó mucho por las acciones del señor Atanasio y que le reclamó con las siguientes expresiones: qué les hiciste a mis hijos, dónde los tienes, tú me los entregas sin discusiones. Con base en lo dicho por mi mamá, entiendo que el señor Atanasio se preocupó ante el cuestionamiento y se tuvo que comprometer a buscarnos y traernos de vuelta a casa. Mi mamá nos decía que el señor decía que tal vez habíamos ido a San Juanito, comunidad más alejada que San Juan Metaltepec.
Meses después, el señor Atanasio me vio lavando ropa en Zacatepec, no me habló ni me reclamó nada, tampoco se quejó ante el juez.
Volviendo al asunto del incendio, escuché hablar al señor Atanasio con su familia que consultarían a un xëmaapyë (experto que lleva la cuenta de los días) para saber quién había incendiado la casa. También observé que los integrantes de la familia arrojaban huevos de gallina a la brasa, éstos se quemaban y expedían un olor raro.
La mamá del señor Atanasio me decía que no tuviese miedo, que seguramente la casa había sido incendiada por alguno de los enemigos de su hijo, pues a menudo él presumía a la gente tener mucho dinero. Ustedes no tengan miedo, nos decía, esto no es asunto de ustedes, el desastre debe ser una consecuencia de los malos actos de mi hijo. A mi hijo le llegará una desgracia, nos reiteraba la mamá. También escuché que platicaron la posibilidad de consultar a un señor que maneja el oráculo. Nunca supe cuál fue la causa del incendio, solamente podía suponer que alguien lo ejecutó intencionalmente.
Bueno, nosotros seguíamos en la casa del traductor del juez. Me levantaba de madrugada, el trabajo era muy pesado y no me pagaban, supongo que mi hermano así había hecho el trato con la finalidad de que la supuesta demanda del señor Atanasio no tuviese efectos. Trabajé muchos meses allí. Recuerdo que terminó la temporada del corte de granos de café. Mi hermano Juventino había regresado a Tlahuitoltepec, así que me había quedado sola. Un día el señor Guillermo (traductor del juez) me propuso matrimonio con el argumento de que no tenía esposa; sin embargo, entre las voces de la gente, se sabía que él la había corrido de su casa (la señora se llamaba Elena, originaria de la comunidad de Juquila mixe, pero en ese entonces vivía en Metaltepec). El señor Guillermo me insistía en casarme con él, como yo me negué rotundamente me pegó, no supe qué hacer, me senté en el patio triste y pensativa. Después de golpearme, el señor caminó para otro lugar. Permanecí sentada un buen rato, más tarde caminé a la orilla del patio. Me di cuenta que abajo estaba una señora llamándome con su brazo, caminé, me acerqué a ella y me dijo que era la exesposa de Guillermo. Sin más palabras, me dio ropa para cambiarme y escaparme de la casa del traductor, me dijo que sus padres vivían en Santa María Matamoros (Xojjëyyo’m, variante de Tlahuitoltepec) y que ellos necesitaban una muchacha que les preparara los alimentos. Casualmente, en ese momento y en ese lugar estaba un señor originario de Tlahuitoltepec llamado Bonifacio Felipe (Pënypyënëp) listo con unos jumentos para viajar a Matamoros. La señora Elena me dio un rebozo, me reiteró que viajara con el señor y que no tuviese miedo. Me preguntó lo que me había dicho el señor Guillermo, le contesté que me proponía matrimonio. No, dijo ella, eso no está bien, te conviene que viajes a Matamoros.
El señor Bonifacio Felipe y yo emprendimos el viaje, pasamos en el centro de Zacatepec y después en el centro de Metaltepec, continuamos el viaje y llegó la noche. Pernoctamos en un paraje de la misma comunidad de Metaltepec. Al día siguiente reanudamos el viaje, a tempranas horas llegamos a Santa María Matamoros. Allí estaban los padres de la señora Elena. Me invitaron a pasar y me dijeron que les daba gusto que llegara en su casa, descansé un rato y enseguida me indicaron las actividades que debía realizar.
Durante el lapso que estuve en Matamoros (Xojjëyyo’m) recuerdo que la señora era muy exigente en la limpieza. Yo molía nixtamal en el suelo, al final de la molienda tenía que lavar el metate y el metlapil (pääntääk jats ja päänmäjnk) y acomodarlos en forma vertical; no debían quedar trozos de nixtamal en el suelo, ni masa de maíz. Yo cumplía cabalmente las indicaciones de la señora respecto de la preparación de los alimentos y de la limpieza en general. El señor Agustín, esposo de la señora, se percató de mis habilidades y me dijo que yo sabía trabajar muy bien y que por esa razón no me dejaría regresar a Tlahuitoltepec.
Después de permanecer dos semanas en Matamoros, subí al centro de la comunidad de Metaltepec junto con la mamá de la señora Elena.
Estando en la casa de la señora Elena, vi llegar al señor Guillermo, él me vio, no me dijo nada. Deduje que él visitaba con frecuencia a su exmujer en Metaltepec. Ante este hecho, la señora Elena me dijo que no tuviese miedo de la presencia del señor Guillermo.
Esa noche viví mucho miedo, sin embargo, esa situación me obligó a hacerme de fuerzas y decisión. Llegó la hora de dormir, me acosté, estaba inquieta y preocupada. Después de permanecer despierta por largo lapso, finalmente me venció el sueño. Dormí unas horas y me despertó la señora Elena. Prende la lumbre y pon el comal, me dijo ella, está bien, le contesté. Yo no quería seguir en esa casa, quería regresar a Tlahuitoltepec, entonces tomé la decisión. Mientras la señora Elena iba a la molienda de nixtamal, busqué mi red de ixtle, la encontré, la agarré y con todos los riesgos, salí corriendo de la casa. Después de pasar el paraje llamado tsä’akujkypy (lugar entre rocas) tropecé con un burro, pues todavía estaba oscuro y yo caminaba muy apresurada y con mucho miedo. Amanecí en el paraje llamado nëëjjëtypy (lugar donde fluye agua), allí donde empieza la subida del camino. Alrededor de las diez horas de la mañana llegué a rancho Tejas, Tlahuitoltepec. A esa hora yo tenía mucha hambre, por suerte encontré a un niño que llevaba comida para algunos trabajadores, le pedí que me vendiera una tortilla, él me la dio y le pagué con unas monedas que tenía. Seguramente él pensó que yo era de otra comunidad (japyëë’kyxy) porque no le hablé en la variante de Tlahuitoltepec, sino la de Zacatepec. Más adelante, encontré a un señor que vendía pescado seco, también lo saludé. Finalmente, al medio día llegué al centro de Tlahuitoltepec.
En el mes de abril bajé a Tsumx’äm, paraje ubicado en la comunidad de Flores, Tlahuitoltepec, para sembrar maíz. Después de la siembra nuevamente salí a trabajar de jornalera.
Debo decir que estaba muy molesta porque mi mamá y mi hermano Juvencio me habían mandado a trabajar gratuitamente en Metaltepec y Zacatepec mientras ellos vivían mayormente en la casa.
Después de la muerte de mi padre, los hermanos estábamos dispersos trabajando en diversas comunidades mixes. Mientras yo pasaba desgracias en Metaltepec y Zacatepec, Amado Jiménez (hermano menor) vendía junto con Juvencio (hermano mayor) ollas verdes (tsujk tu’ujts) en Zacatepec. En una ocasión no lograron vender todas las ollas y regresaron a la comunidad. Como quedaron pocas ollas, mandaron solo a Amado a Zacatepec para terminar de venderlas. En Zacatepec mi hermano se encontró con un señor originario de Tlahuitoltepec llamado Kuän Akäts (Juan el Español); este señor le comentó a mi hermano que en San Juanito las ollas verdes se venden muy bien. Amado se convenció y se fue a San Juanito con dicho señor, allá terminó de vender las ollas y se estableció buen tiempo en esa comunidad. Cuenta mi hermano Juvencio que él fue a buscar a Amado en San Juanito, pero que él escapó, así que Juvencio regresó solo a Tlahuitoltepec. Después de San Juanito, Amado se fue a Paso del Águila y allí se quedó a vivir.
Por su parte, mi otro hermano menor llamado Fidencio Jiménez fue llevado por Juvencio a Santa María Alotepec (Nääp’ëkypy) a cuidar bestias.
No entiendo por qué a los otros hermanos nos habían dispersado en otras comunidades, mientras el hermano mayor vivía regularmente en Tlahuitoltepec.
Tengo muchos recuerdos, entre ellos los de mi hermano Epifanio, el último de los hermanos (ku’tëëm). Aunque era joven, considero que era muy inteligente, pues analizaba las causas y consecuencias de las acciones de la gente. Epifanio cuestionaba las actitudes negativas del hermano mayor. Antes de ser asesinado, tengo presente las palabras que me dijo: hermana, tú eres como mi madre, no te preocupes, hermana, yo sé que hay muchos obstáculos en la vida, pero con la puesta de la creatividad en movimiento siempre encontraremos los caminos para salir adelante; hermana, que estudien mis sobrinos y sobrinas para que se formen y se hagan personas capaces de buscar y encontrar los caminos a partir de la realización de las actividades (tsë’ë, wa’n yi npëëpy twejtë tkajtë).
Rafael Cardoso Jiménez es originario de la comunidad de Tlahuitoltepec (Xaamkëjxp), distrito mixe, estado de Oaxaca. Estudió la licenciatura en Educación Media en el área de español en el Colegio Benavente, estado de Puebla y la maestría en Investigaciones Educativas en el Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav-IPN, Ciudad de México. Ha desempeñado varios servicios comunitarios en su comunidad de origen. Su formación como persona y comunero abreva, por una parte, de las prácticas culturales, sociales y rituales de Tlahuitoltepec, del pueblo mixe y de otros pueblos autóctonos, además de los diálogos internos inconclusos y; por otra parte, de las voces y textos de la academia. Ha publicado algunos textos relacionados con la noción de aprendizaje y prácticas educativas no escolares encarnados en el trabajo y en la vida.