El 29 de mayo de este año tuvo lugar la primera vuelta para las elecciones donde se eligen al presidente y vicepresidente de Colombia cada cuatro años. La última elección presidencial realizada en el 2018 tuvo como ganador al actual presidente Iván Duque, sucesor de las facciones que han pasado en términos generales a denominarse bajo el rótulo del Uribismo, una alianza de clanes electorales regionales cuya figura central ha sido el expresidente Álvaro Uribe Vélez (presidente entre los años 2002 y 2010, luego de impulsar una reforma constitucional que hizo posible la reelección inmediata). Él y altos funcionarios de su gobierno han estado envueltos en diversas investigaciones que lo relacionan con grupos paramilitares, financiaciones ilícitas e irregularidades administrativas. Durante los cuatro años de gobierno de Duque (20018-2022) el país fue sacudido por diversos sucesos de alto alcance: un amplio movimiento social que expresó descontento en diversas áreas y organizado en los llamados paros nacionales, los cuales tuvieron lugar en 2019, 2020 y el más amplio, duradero y violento en 2021; la pandemia y la agudización de la pobreza y desigualdad; el incremento de la violencia en el país, visible en el asesinato selectivo de líderes y lideresas sociales; así como el regreso de las masacres y la deficiente implementación del acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC; entre otros aspectos.
A las elecciones presidenciales se presentó nuevamente el sucesor político de la tendencia oficialista con la figura de Federico Gutiérrez, conocido como “Fico”, pseudónimo ampliamente difundido en las numerosas piezas publicitarias auspiciadas por los financiadores del candidato, así como en el tarjetón electoral. Fico contó con el apoyo de la mayor parte de los partidos políticos tradicionales de derecha y centro derecha, así como diversas personalidades del país. A la contienda electoral se presentaron igualmente dos figuras que ya habían disputado la presidencia el periodo anterior: el exgobernador del departamento de Antioquia Sergio Fajardo (tercer más votado en las elecciones presidenciales de 2018), candidato que agrupaba diversos sectores autodenominados de centro en la alianza denominada Centro Esperanza. De igual forma, se presentó por tercera vez a las elecciones presidenciales, con la coalición política denominada Pacto Histórico, el ex senador y exalcalde mayor de Bogotá Gustavo Petro (candidato en 2010 y 2018, cuando obtuvo la segunda votación más alta). A lo largo de su ya larga carrera por la presidencia, Petro ha logrado establecer alianzas con diversos sectores alternativos y de izquierda del país, entre los que se destacan sectores indígenas, ambientalistas y defensores de derechos humanos.
La candidatura de Petro se acompaña de la candidata a la vicepresidencia Francia Márquez, líder social de las comunidades afro del norte del Cauca, quién ha encabezado luchas en contra de la minería extractivista, por lo que ha recibido reconocimientos como el Goldman Environmental Prize en 2018. La candidatura a la vicepresidencia de Márquez, una mujer afro de origen popular, ha sido un suceso una la política nacional, desatando diversas discusiones en torno al racismo, el machismo y el clasismo con varias figuras nacionales de los medios y el entretenimiento, quienes ven la candidatura de Márquez como un hecho inaceptable.
El escenario previo a la primera vuelta se puede interpretar en dos fases. En la primera, se planteó el enfrentamiento entre el oficialismo de derecha representado por Fico y el candidato alternativo socialdemócrata Petro. Un enfrentamiento derecha-izquierda, una disputa que buscaba ganar el electorado del oficialismo y conseguir los acumulados sectores divergentes a la política de Duque. La segunda fase puede observarse en las últimas semanas previas a las elecciones, en las cuales el candidato independiente Rodolfo Hernandez (RH) empezó a posicionarse en las encuestas con un creciente favoritismo. Hernandez de 77 años, exalcalde de Bucaramanga e inédito en la política nacional, se presenta como una alternativa a los dos polos: es crítico al gobierno de Duque y a las maquinarias políticas corruptas, pero no representa a la izquierda, de esta manera se posiciona como alternativa de cambio, encarnando al tiempo muchos de los tópicos ya conocidos en el país.
Así puestas las cartas, la primera vuelta presidencial arrojó los siguientes resultados: Coalición pacto Histórico (Gustavo Petro y Francia Márquez) lograron 8 527 768 votos (40.32%) Liga de Gobernantes Anticorrupción (Rodolfo Hernández y Marelen Castillo lograron 5 953 209 (28.15%), siendo estos los candidatos que pasarán a disputarse las presidenciales el 19 de junio. Mientras tanto Fico recibió 5 058 010 (23,91%) y Sergio Fajardo 888 585 (4.20%) de los votos. En total fueron 21 441 605, lo que constituye el 54.98 % de la población votante en Colombia. Ahora ¿Qué escenario puede analizarse frente a estas votaciones?

Hablemos de la inmediatez
El ver los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia supuso para muchos un cuestionamiento por las lógicas que operan detrás de los votos por una opción como RH. Una primera cosa a decir es que él, junto con Petro, suponen ambos (al menos discursivamente) una alternativa a la continuidad. Así, el Uribismo se constituye como el gran perdedor de la jornada, quedando por fuera su candidato oficial de la contienda electoral para la segunda vuelta. Nos encontramos entonces frente a un electorado buscando cambios, la pregunta es hacia dónde.
Allí aparece RH ostentando su título de ingeniero y su lógica empresarial para gestionar los problemas sociales de Colombia. Dice “las cosas de frente”, ofrece soluciones fáciles de entender, aparentemente rápidas y capaces de resolver la compleja amalgama que compone el panorama político colombiano. Esto ya lo conocemos de otros dirigentes políticos internacionales, así como nacionales, esta es la promesa de los “outsider” ajenos a las maquinarias electorales tradicionales y proponiendo un estilo político diferente.
Frente al desgaste del Uribismo y como respuesta a este, nos encontramos frente a la promesa de cambio de RH, con más continuidades que rupturas y un puñado de promesas vacías. La ejecución de algunas de estas promesas, como por ejemplo la de acabar la corrupción, destituyendo funcionarios del estado por funcionarios eficientes, muchos de ellos elegidos por mandato popular. Suena sencillo y rápido, pero no lo es, la aplicabilidad de esa promesa estaría sujeta a los vaivenes emocionales de un hombre que derrocha inestabilidad emocional por doquier, además de suponer irregularidades sobre el funcionamiento del estado de derecho de este país.
Sin embargo, ha de reconocerse que en Colombia conserva un atractivo inaudito que alguien prometa saltarse procedimientos institucionales en favor de la solución de algo que se ha identificado como problema social. De no ser así, promesas como la de Pablo Escobar de pagar la deuda externa con el dinero del narco, no seguiría siendo un mito urbano con el cual más de uno suspira al repetirlo. Y allí tenemos la lógica del narco operando nuevamente: acabar con los problemas ya (o sea, ¡ya es ya!, o para ayer es tarde), con procedimientos ajenos a los marcos legales. Esto es otro de los continuismos de RH, así como su estilo machista, mandón y autoritario.
La inmediatez como lógica operante en la búsqueda de alternativas sociales es un factor a resaltar en esta trama. Ese mismo peligro opera incluso en el caso de que Petro fuese presidente, de ser así entonces se aplicaría la fórmula: si no se ven cambios y soluciones ya, es un mal presidente. Esta lógica da cuenta de un lado de la urgencia de cambios sociales y al tiempo, de la falta de participación de un grueso de la población para buscarlos, pues de otro modo se comprendería la idea del proceso y la participación como requerimiento para lograrlos.
Esa lógica de lo inmediato, del fin justifica los medios, de la solución sin miramientos, sumado al querer creer en la promesa vacía, en la figura que dice lo que se quiere escuchar y que arma su programa a última hora repitiendo lo que la gente dice, sin la menor intención o posibilidad de ejecutar nada, nos deja un panorama complejo para la segunda vuelta. ¿Cómo confrontar la maquinaria de lo inmediato con análisis complejos (indispensables)? ¿Cómo superar la lógica de la promesa vacía e inmediatista? ¿Bastará señalar los continuismos de la figura de RH para que las personas caigan en cuenta de que sus ansias de cambio se encaminan por las sendas del déjà vu histórico? ¿Valdrá la pena retar a la gente a pensarse cambios más profundos apostando por proyectos y personas que no han sido nunca gobierno en este país?
Esta coyuntura nos obliga a una amplia creatividad política para continuar pensándonos en estrategias que nos permitan construirnos políticamente desde otras lógicas, sabiendo sin embargo que la necesidad de alternativas es urgente.