Los movimientos sociales son un factor significativo en el nuevo periodo que vive México. Los treinta millones de votos que llevaron a AMLO a la presidencia no fueron monolíticos, aunque en conjunto se han leído como un rechazo categórico al statu quo. Si bien la cohesión del electorado se creó y mantuvo en torno al ejercicio del voto, a casi medio año de gestión, los intereses y exigencias particulares se reconfiguran sobre la marcha y cada sujeto actúa para salvaguardar o ensanchar los propios. En la medida que analicemos la diversidad de movilizaciones políticas (estructuradas, semiestructuradas o espontáneas) y sus objetivos, composición, dinámicas de movilización y valores, tendremos un panorama más completo sobre la vertiginosa actualidad nacional.

Para los últimos gobiernos federales, la incomprensión de la calle y sus demandas, resultaron fatales. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad nombró a la guerra contra el narcotráfico “guerra contra el pueblo”, poniendo en tela de juicio la estrategia militar antidrogas de Felipe Calderón, mientras el reclamo por la presentación con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa en 2014 sentenció como fracasado al sexenio de Enrique Peña Nieto. El gobierno de López Obrador es más hábil hacia los reclamos de la sociedad civil por los orígenes de Morena como movimiento político y la incorporación a su gobierno de militantes y luchadores sociales provenientes de los últimos ciclos de movilización en el país (1988, 1994, 2005-2006, 2012 y 2014). Sin embargo, desde su registro como partido electoral en 2011 -como bien asienta Massimo Modonesi (Desinformémonos 8-04-19)- la estrategia fue alejarse de la vida interna de los movimientos, encauzar las luchas sociales hacia las urnas y proyectar una imagen de gobernabilidad para el conjunto de los sectores sociales.

Diana Esbrí

Si bien el análisis de la relación entre el nuevo presidente y las masas movilizadas es fructífero para explicar la égida de la Cuarta Transformación, el escrutinio de los movimientos sociales puede ir más lejos. El análisis de los reclamos colectivos escaba en las corrientes subterráneas de la sociedad mexicana que emergen en forma de reclamo en estos tiempos oscilantes entre el gatopardismo (T-MEC, reforma educativa, militarización, extractivismo) y las transformaciones de los mecanismos de gestión (reforma laboral, “austeridad republicana”, combate a la corrupción). En medio del péndulo está ocurriendo la rápida politización de millones de mexicanos.

En buena medida, la activación de amplios sectores de la población determina los márgenes de acción de los gobernantes. Un ejemplo histórico son las acciones más significativas del presidente Lázaro Cárdenas (la expropiación petrolera, el reparto agrario o la sucesión presidencial), las cuales estuvieron condicionadas por las correlaciones entre los sectores populares, el aparato estatal y los intereses del empresariado nacional y extranjero. La explicación de la historia de México va mucho más allá de un prócer o época, aunque la propaganda gubernamental proyecte lo contrario. Sostengo que esta situación no se alterará en el México actual o el de 2024.

Esta revaloración analítica de los movimientos sociales no debe llevar a malos entendidos. Existen por lo menos dos delimitaciones que es necesario explicitar respecto a ellos. En primer lugar, la acción colectiva no sólo abarca un sentido progresista o rupturista, los movimientos conservadores o melancólicos del pasado (inmediato o mediato) son susceptibles de análisis ya que también se manifiestan. Las “marchas fifís” de las últimas semanas muestran cómo los sectores de derecha buscan nuevas gramáticas políticas y liderazgos en tanto las formas tecnocráticas y elitistas del pasado reciente surten poco efecto en la nueva situación nacional.

En segundo lugar, una verdad de Perogrullo: los movimientos sociales no son autárquicos, es decir no pueden existir por fuera de la realidad social compartida y su principal regulador el estado nacional. Aún las varias y complejas experiencias de autonomía que existen en nuestro país son susceptibles a sus designios económicos o seguritarios. Qué decir de los sujetos que se movilizan a partir de estructuras (sindicatos, grupos de presión, organizaciones urbano populares, universitarios, ONGs) directa o indirectamente codificados por el poder político. Una dimensión de análisis muy interesante será observar la pericia que demuestren los representantes de los viejos (y nuevos) pactos corporativos y clientelares para mantener sus venias con el gobierno de la Cuarta Transformación con las modificaciones que está promoviendo, por ejemplo, en materia laboral o en la distribución del gasto social. En ese mismo sentido, la recomposición que exista dentro del nuevo bloque gobernante, específicamente en Morena entre las tendencias progresistas y el zedillismo regenerado, serán trascendentales.

Ambas delimitaciones no implican una presunción de neutralidad en el análisis. En nuestra valoración, los movimientos sociales que piensan la transformación en un sentido igualitario y democrático son los más duraderos en la historia hasta ahora. Como lo plantean Nick Srnicek y Alex Williams en su manifiesto por una modernidad de izquierda: “El progreso es una cuestión de lucha política que no sigue una trayectoria previamente elucubrada ni una tendencia natural y no tiene garantía de éxito. Si reemplazar el capitalismo es imposible desde el punto de vista de una o más posturas defensivas, esto se debe a que cualquier forma de política prospectiva debe proponerse la construcción de lo nuevo” (Srnicek y Williams 2016, 109. Cursivas de los autores).

Los movimientos sociales en conjunción con los proyectos políticos de izquierda han hecho avanzar a nuestra sociedad. El feminismo consiguió el reconocimiento de la igualdad formal a través del voto en buena parte del mundo, mientras hoy luchan por un reconocimiento sustantivo; los obreros organizados arrancaron al capital el tiempo de ocio y la seguridad social que pulverizan la precariedad y el capitalismo de plataformas; el movimiento de la diversidad sexual -que tiene su quincuagésimo aniversario simbólico de Stonewall en medio de ataques de odio en la CDMX- ganó el derecho a ser diferentes. Los ecos y expresiones de estos movimientos merecen todo mi respeto, expresado a manera de análisis y reflexión crítica sobre su (nuestro) actuar y por venir. Actualidad necesaria para pensar lo común: la reorganización de nuestra sociedad bajo otras bases. El antiintelectualismo dejémoselo a la trinchera de enfrente.

Diana Esbrí

Al nuevo momento político y las movilizaciones sociales se avocarán las reflexiones de esta columna. Un espacio de observación, acompañamiento y análisis del México subterráneo y sus manifestaciones culturales y políticas; evocación de sus memorias, análisis de sus combates y reflexión sobre sus proyectos. Sean bienvenides a La Casa del Pueblo.