A la memoria de Roberto Acosta Hechevarría e
Idalberto Ferrera Acosta, revolucionarios cubanos

El tema del trotskismo en Cuba es una de las asignaturas pendientes en nuestra historiografía. Cada día que transcurre se presenta como una injustificable omisión para las ciencias sociales del país. El carácter de tabú que cubrió el tema de Trotski y el trotskismo a partir de los setenta del pasado siglo, con la adscripción indócil pero definitiva de la Revolución cubana al sistema del socialismo real, tuvo una muy larga duración. Por casi cinco décadas no se habló de éste en publicaciones cubanas. Fueron la propia implosión y disolución del campo socialista y, por consiguiente, el regreso de Cuba a las fuentes originales del nacionalismo revolucionario, con el disfrute, por vez primera, de la absoluta soberanía de la isla, las que crearon las bases para poder realizar análisis, como éste, vedados anteriormente.

De no ser por la tesis doctoral del investigador santiaguero Rafael R. Soler Martínez, El trotskismo en la Revolución del 30, defendida con éxito en 1997 (de la que fue publicada una síntesis, “Los orígenes del trotskismo en Cuba”, en la revista Temas, números 24-25, de 2001), y por la novela de Leonardo Padura, El hombre que amaba los perros, dicho asunto probablemente seguiría siendo hoy una cuestión tabú.

Soler falleció en 2001, interrumpiéndose así una investigación que prometía mayores resultados. Su tesis doctoral se convirtió en referente obligado de la génesis y evolución del trotskismo cubano hasta los años cuarenta del siglo pasado, pero, salvo el referido artículo en Temas, no ha tenido mayor circulación que entre un puñado de interesados, fundamentalmente del medio académico.

La novela de Padura, por su parte, involucró a las letras cubanas en un debate que corresponde más bien a las ciencias sociales y a las instancias políticas. En ella no sólo se aborda el drama de la cacería de Trotski por los servicios secretos de Stalin, sino que una de sus subtramas ancla en Cuba y hace pensar en los vínculos de aquella tragedia con su historia, entre otras razones porque Ramón Mercader vivió sus años finales en la isla, lo que posee una connotación muy particular. Todavía están pendientes varias preguntas sobre la relación entre Mercader y Cuba, una de ellas sería la razón de por qué semejante personaje pudo radicarse en el país.

Desde luego, estos textos no son útiles a los efectos de reconstruir el periodo final de la organización trotskista en Cuba, pero al menos con la novela de Padura y el ensayo de Soler se rompió el silencio que se estableció entre finales de los sesenta (cuando se publicaron varios libros de y sobre Trotski) y el presente, en que editoriales trotskistas extranjeras venden normalmente sus libros en las Ferias del Libro de La Habana.[1]

Otra tesis doctoral, titulada Dissident Cuban Communism: The Case of Trotskyism 1932-65, defendida en la Universidad de Bradford por Gary Teenant en 1999, se ha socializado a través de un libro, The Hidden Pearl of the Caribbean: Trotskyism in Cuba, editado por Revolutionary History, en el 2000 en Londres. Es el libro más completo y con mayor información que se ha publicado sobre el tema hasta la fecha. Sin embargo, no ha circulado en Cuba. Algunas partes de la tesis de Teenant han sido publicadas en español en la revista En Defensa del Marxismo, en el número 14 (1996, pp. 46-60) y número 15 (1996, pp. 65-80), de Buenos Aires, Argentina.

En los últimos años ha habido cierto rebrote en Internet sobre el tema, con textos de Eric Toussaint, Alejandro Armengol y Michael Löwy, entre otros, pero sobre todo es valioso y muy completo el estudio panorámico de los autores argentinos Daniel Gaido y Constanza Valera, “Trotskismo y guevarismo en la Revolución cubana, 1959-1967”, de abril de 2016, el que se ofrece como riguroso complemento y actualización del libro de Teenant (los autores así lo refieren en sus conclusiones). Todos en conjunto indican que pervive un interés sobre el tema en los tiempos que corren.

Entre los años 1963 y 1965, como se conoce, la Revolución cubana afrontó un cuadro muy complejo en su política interior y exterior, agravado por la situación de precariedad de su economía. La dinámica entre la política interna y las duras condicionantes de la geopolítica, a la que la isla había aflorado apenas un año antes con la Crisis de Octubre (o de los Misiles), determinó los marcos en que se debatieron las distintas fuerzas en pugna por la hegemonía política de la revolución. En los sesenta, varias tendencias políticas de izquierda convivieron en la naciente revolución: socialistas de diversa estirpe, nacionalistas, marxistas antiestalinistas, socialistas democráticos, populistas, trotskistas y anarquistas, en fin, un espectro amplio y diverso. En esa cartografía, el Partido Obrero Revolucionario-Trotskista (POR-T), en cierto modo un continuador del antiguo Partido Bolchevique Leninista (PBL), no fue más que un minúsculo partido de revolucionarios sumados activamente al proceso político social, sin abandonar, desde luego, la brújula crítica desde su comprensión particular de las posiciones marxistas.

Las polémicas en el campo cultural, vaso comunicante con el político, entre 1960 y 1964, habían definido, no sin trabajo y duras confrontaciones, un espacio que, todavía a la altura de 1965, era abierto y tolerante con las discrepancias y las oposiciones. La cuestión cardinal analizada entre Sartre y los escritores e intelectuales cubanos en 1960, la libertad de los revolucionarios para expresarse, tuvo una corrección al siguiente año en las reuniones de Fidel Castro y la dirección de la revolución en la Biblioteca Nacional con un grupo selecto de escritores y artistas, donde surgió la fórmula “Dentro de la revolución, todo. Contra la revolución, nada”, conocidas como “Palabras a los intelectuales”, en cuya regulación no había espacio alguno para los incorregiblemente contrarrevolucionarios o reaccionarios. La fórmula tenía su detente o límite en su discrecionalidad, algo que en el turbulento momento no pareció importante, pero que tendría en el futuro escenarios desagradables para diversos escritores y artistas. Sin embargo, allí se estableció que para los revolucionarios todo era posible y podía entenderse como un llamado de la dirección a construir una estrecha alianza entre intelectualidad y poder en pos de construir un país nuevo.

De igual forma que la denominada “unanimidad” en los debates y aprobaciones masivas de declaraciones y posiciones oficiales del país (lo que algunos especialistas llamaron relación plebiscitaria entre Fidel y el pueblo), no reflejaba fielmente la aparente “unidad de los revolucionarios”, en igual medida esa unidad no se conformó naturalmente, sino que fue impuesta desde arriba. No fue una resultante lógica o natural de la evolución del proceso, a lo que seguramente hubiese ayudado el establecimiento de mecanismos democráticos en aquel periodo, sino una modulación operada desde la dirección de la revolución, lo que ocasionó la reducción o poda de la pluralidad esperada en un fermento popular como el que se vivió en los primeros años revolucionarios. Se iba avanzando hacia la anhelada unidad y los matices, discrepancias y posiciones políticas, aún dentro del campo de la revolución, fueron disímiles, pero con limitados espacios de expresión.

La realización del segundo juicio al delator Marcos Rodríguez, en 1964, convocado personalmente por Fidel Castro, permitió un nuevo ajuste en las relaciones internas de las fuerzas políticas. Tanto el Directorio 13 de Marzo como el Partido Socialista Popular (PSP) sintieron con ese suceso la fuerza del liderazgo del jefe de la revolución en la configuración de la unidad entre las fuerzas revolucionarias. La primera destitución de Aníbal Escalante por sectarismo, el referido juicio (con la consiguiente sanción de dos figuras tan connotadas como Joaquín Ordoqui y Edith García Buchaca), la represión del Partido Obrero Revolucionario-Trotskista (POR-T), el Proceso de la Microfracción en 1968, la unificación de la prensa y la creación del Partido Comunista de Cuba (PCC), previo las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), pueden ser vistos como eventos visibles del proceso que condujo a la unidad revolucionaria en torno a la figura de Fidel Castro; ciertamente un proceso arduo y excluyente.

El resto de dicho proceso hacia la unidad fue instrumentalizado por el liderazgo y el carisma de Fidel, que contó siempre con el respaldo mayoritario de las masas. El camino hacia la unidad deseada pasó por la práctica de la exclusión definitiva de los que no se sumaron oportunamente al rumbo trazado por la dirección. A su vez, el tan llevado y traído concepto del centralismo democrático, apropiado de la práctica partidista soviética, con mucho de verticalismo y poco de democracia, fue imponiéndose en el lenguaje y la operatoria política del país.

El POR-T, una derivación de continuidad del anterior Partido Bolchevique Leninista (PBL), de inicios del siglo XX (hasta los años cuarenta), de escasa membresía, aunque con posiciones caracterizadas y firmes, críticas, pero dentro, fue un elemento que no encajó en los planes de homogeneizar las filas de los revolucionarios. Su archirrival histórico, el Partido Socialista Popular, ahora instalados sus militantes y dirigentes en importantes cargos en el gobierno y partido, no perdió nunca la oportunidad para acosarlo. El POR-T había sido, desde su fundación y a pesar de su escasa membresía, la clásica piedrecilla en el zapato para el viejo partido.

En septiembre de 1963, glosando la Segunda Declaración de La Habana, en la que Fidel decretó la inevitabilidad de la revolución en América Latina (documento que el Che Guevara citaba como filosofía rectora de la Revolución cubana), el comandante argentino, con su libro La guerra de guerrillas: Un método, lanzó una fórmula audaz para el apoyo de Cuba a los movimientos insurreccionales del continente. Se fraguó así, con la posterior aportación intelectual de Régis Debray y su cuaderno Revolución en la Revolución, el lanzamiento del foquismo como método de lucha que rivalizaría a los anteriores propugnados por los partidos comunistas tradicionales, lo que hizo que éstos entraran en franca contradicción con dicha teoría. La soledad de Cuba en el hemisferio se delineaba rápidamente, ya no sólo por su expulsión de la OEA, sino por la radicalidad revolucionaria y la solidaridad práctica que pusieron en boga los líderes cubanos como línea habitual de acción.

El campo político interno, a su vez, fue reorganizándose gradualmente y utilizó al cultural para expresar definiciones cardinales. La politización acelerada de la sociedad era uno de sus rasgos definitorios. Todo este reagrupamiento concluiría en 1975, con el primer congreso del PCC y la entrada definitiva de Cuba al campo socialista. Pero al final del primer lustro de los sesenta, ya declarado tempranamente el carácter socialista del proceso, definida la alineación de Cuba con la URSS ante el cisma sino-soviético (cuyo inicio en firme se concretó claramente después del viaje de Fidel Castro a Moscú en la primavera boreal de 1963) y depuradas las fuerzas que no cabían en dicha concepción de la sociedad hacia la que se avanzaba, se definieron las dos tendencias fundamentales en la política interior: los socialistas marxistas de inspiración soviética y los socialistas marxistas de inspiración nacional y latinoamericana. Cuando se leen los trabajos[2] de aquellos años de Adolfo Gilly, figura central entonces del marxismo de orientación trotskista, sobre la Cuba de los primeros sesenta, y testigo personal, hasta 1963, de la revolución, se confirma la comprensión por los trotskistas de esa morfología.

La tesis de que era la hora de hacer la revolución, donde quiera que fuese, prendió en grandes sectores de la población. El entusiasmo popular hacia las metas de la revolución funcionaba como un complemento armónico perfecto y sólido de ese deber supremo. El futuro parecía estar a la vuelta de la esquina, era una certidumbre de las mayorías. En contra de esas fortalezas del proceso revolucionario figuraba la precariedad de la vida de los cubanos: los escasos y deficientes servicios, la pobreza en los suministros de alimentos y el aumento gradual de la burocracia que alarmaba a todos.

Revolución cubana. Foto: Cristhoffer Alquinga.

A su vez, los atentados provenientes de los Estados Unidos, protagonizados por las organizaciones contrarrevolucionarias, se mantenían estables. El año 1964 se inició con el secuestro, el 2 y 3 de enero, de seis barcos pesqueros cubanos, conducidos al país del norte. Otros ametrallamientos de embarcaciones cubanas ocurrieron a lo largo del año, así como se mantuvieron las infiltraciones de equipos contrarrevolucionarios y los sabotajes. Las batallas en la región montañosa del centro del país, que se sostenía desde 1960, estaban concluyendo, pero todavía quedaban remanentes de los grupos de alzados contrarrevolucionarios (sería en el acto por el 26 de julio de 1965 que Fidel anunció la victoria definitiva contra estos grupos); para algunos estudiosos una suerte de guerra civil que costó decenas de víctimas entre ambos bandos. Como diría una visitante europea poco después, en la isla se sentía en la nuca el aliento de los Estados Unidos.

Hoy se conoce que durante todo el año 1964 la dirección cubana trató infructuosamente de enviar mensajes al gobierno del presidente Lyndon Johnson para tratar de mejorar y normalizar las relaciones bilaterales. Estas iniciativas se tramitaron tanto por canales encubiertos como por entrevistas periodísticas a Fidel y Raúl Castro en importantes medios norteamericanos (la del primero en el New York Times). La respuesta fue, a pesar de la insistencia cubana, de un endurecimiento mayor por los Estados Unidos de las ya tirantes relaciones en los planos diplomático, económico y militar (LeoGrande y Kornbluh, 2015, pp. 116-136).

También en 1965 comenzaron los campos de trabajo “reeducativos” (léase forzados), conocidos como las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), muestra de un moralismo y puritanismo dogmático y represor que se instaló en un sector de la dirección revolucionaria, creyente en las “virtudes” regeneradoras de este tipo de acción. Fue un acto de injusticia injustificable y que le hizo un daño enorme al prestigio de la revolución. Todavía se espera por una declaración gubernamental que trate de subsanar, al menos retóricamente, aquella catástrofe.

En octubre de ese mismo año, Fidel Castro anunció la determinación de construir simultáneamente el socialismo y el comunismo, con lo que quedó delineada la plataforma sobre la que se erigiría, poco después, la denominada “herejía cubana”, o vía nacional hacia el futuro socialista. La aspiración a un “hombre nuevo”, la persona encargada de llevar adelante la colosal tarea, se convirtió en una suerte de utopía dentro de otra.

Al interior de la sociedad ya estaban prácticamente culminados los pasos para que el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) se convirtiera en el Partido Comunista de Cuba, es decir, la consolidación del esquema de partido único hacia el que se movió Fidel Castro y la dirección revolucionaria desde los mismos inicios de la revolución. El esquema soviético. Las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y el PURSC no fueron más que etapas intermedias. El mapa de las relaciones internas de poder era un reflejo de todas estas circunstancias, en las que la fusión entre pueblo, partido (en ciernes) y Estado a un líder carismático generó una suerte de legitimidad revolucionaria fuera de la cual no existió posibilidad alguna de existencia política. En esa cartografía, el POR-T no fue más que un minúsculo partido de revolucionarios sumados activamente al proceso político social, sin abandonar su brújula crítica desde su comprensión particular (trotskista) de las posiciones marxistas, pero a los que ese mismo espíritu crítico les dejó apartados en el camino.

Haciendo un poco de memoria, necesaria para entender este proceso, se debe recordar que el partido trotskista cubano se reorganizó en 1959, después de años de inactividad. El triunfo revolucionario estimuló la incorporación activa a la vida política y social del país de los trotskistas, los que comenzaron a restablecer los contactos con la Cuarta Internacional, perdidos desde los años cuarenta. La llegada a Cuba de una representante del Buró Latinoamericano del Secretariado Internacional, Olga Scarabino, fue el paso determinante para el reencuentro con esa tendencia que, como ya fue mencionado, era liderada por Posadas.[3] El POR-T se fundó el 6 de febrero de 1960, es decir, 13 meses después del triunfo revolucionario; era en ese instante un partido minúsculo.[4]

Durante 1959, Scarabino tuvo acceso a programas de radio y televisión, desde los que lanzó un llamado a los trotskistas cubanos a unirse, pero lo cierto es que fue una decisión de éstos el volver a reformular su organización. Los extranjeros trotskistas más reconocidos que llegaron en esos primeros años a Cuba a contactar con el POR-T fueron: Alberto Sendic (alias A. Ortiz), José Lungarzo (alias Juan) y Adolfo Gilly (alias H. Lucero). Posadas sólo estuvo en la isla por espacio de tres semanas, coincidiendo con el Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes, en el verano de 1960, pero fue suficiente para asentar su influencia.

En 1961 se le dio oficial reconocimiento al POR-T en la Cuarta Internacional. Contaba entonces con 40 miembros. La reducida organización abrió sucursales en las tres ciudades donde el PBL había sido más fuerte (o donde siempre tuvo una presencia) en la década de los cuarenta: La Habana, Santiago y Guantánamo. José Medina, un trotskista guantanamero de vieja militancia, fue elegido como el primer secretario general del partido. Idalberto Ferrera Acosta y Roberto Acosta Hechavarría eran otras de las figuras con mayor autoridad y jerarquía. La composición social del partido era abrumadoramente mayoritaria en cuanto a su militancia obrera. Algunos trotskistas, inmediatamente después de su descenso de la Sierra Maestra, se incorporaron a trabajar en los sectores del transporte y el comercio. Acosta Hechavarría fue uno de los pocos profesionales en el partido; ingeniero eléctrico, había colaborado en la nacionalización de la Empresa Eléctrica al triunfo de enero de 1959 y pasó a trabajar en el Ministerio de Industrias (MININD) con el Che Guevara, como director de Normas y Metrología.

Durante la Crisis de Octubre (o de los Misiles) todos los miembros del POR-T estuvieron movilizados en sus respectivas unidades de las milicias o del ejército y, en una comunicación que enviaron al gobierno revolucionario el 24 de octubre de 1962, pusieron la organización a su disposición. Sin embargo, fue un verdadero acto de irresponsabilidad política la sugerencia hecha entonces al gobierno revolucionario, por parte del POR-T, de que se disparasen los cohetes con cabezas atómicas a los Estados Unidos en plena crisis, probablemente una derivación de la tesis posadista de que la guerra termonuclear era inevitable (e indispensable, según Posadas, para hacer resurgir un mundo libre del capitalismo).

Las críticas principales que el POR-T hizo en esos años al proceso revolucionario fueron: el creciente burocratismo en los métodos de las instancias de dirección del gobierno; cierto autoritarismo en la relación entre la dirección del proceso y la clase trabajadora (control desde arriba y no participación de los trabajadores en la dirección de la producción); necesidad de una mayor independencia de los sindicatos con relación al Estado y de una mayor democracia de los mismos (criticaban la imposición de listas únicas en las boletas de elecciones de los sindicatos y no aceptaban la injerencia del gobierno sobre cualquiera de las tendencias existentes entonces en el movimiento obrero); de igual manera, pedían que los oficiales de las milicias fueran elegidos por asambleas de los milicianos; planteaban también la necesidad de la creación de consejos obreros que controlaran las administraciones del nuevo estado cubano y la convocatoria a un congreso nacional de la CTC-R con delegados libremente elegidos de todas las tendencias que apoyaran y defendieran la revolución. Probablemente la crítica más fuerte se centró en la oposición a la existencia de un partido único, al que consideraban una extensión del Estado, a la manera estalinista (en 1960 ya Voz Proletaria hizo pública esta oposición al considerar que se trataba de “una imposición desde arriba”, típica del “monolitismo absolutista proveniente de una línea oficial”). Como se puede apreciar, era un conjunto grande de críticas en una situación en que se demandada por Fidel Castro la unidad de todos los revolucionarios.

La respuesta de los comunistas del viejo partido no se hizo esperar y desde el verano de 1960 se desató un acoso creciente hacia los trotskistas con las habituales acusaciones de contrarrevolucionarios y agentes provocadores e instrumentos de la CIA y del FBI. Al inicio, esta cacería in crescendo no tuvo el aval de la dirección de la revolución, pero no tardó en que ocurriera tal aprobación. La disputa entre ambas tendencias del marxismo leninista insular tenía un viejo origen y se manifestó, siempre, desde un palpable encono.

Posterior a la invasión de playa Girón, comenzó la represión estalinista contra el POR-T, con la confiscación de los ejemplares del número diez de Voz Proletaria. El periódico, que fue más tarde un boletín, al prohibirse como publicación periódica, se enviaba regularmente a las oficinas de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara (al primero por vía postal y al segundo por la mano de alguno de los trotskistas que trabajaban en el MININD). Poco después, ese mismo año, se confiscaron las planchas del libro de León Trotski, La revolución permanente, lo que ocasionó el primer vínculo público entre Guevara y los trotskistas, incidente al que me referiré más adelante. El POR-T presentó las protestas al gobierno de manera inmediata, y exigió el derecho democrático a la libertad de prensa y expresión para todas las tendencias revolucionarias, protestas que no recibieron respuesta alguna.

En 1962 se intensificó la represión, comenzando los arrestos de militantes trotskistas. En el entorno de la segunda conferencia nacional del POR-T, realizada a finales de agosto, los trotskistas reafirmaron su desacuerdo con la existencia del partido único. Estos primeros arrestos no llegaron a mayores consecuencias debido a que no fue posible a la acusación presentar los debidos cargos. La represión entre 1962 y 1965 fue incrementándose con la deportación de algunos de los trotskistas extranjeros (Lungarzo en diciembre de 1962 y Gilly en 1963). También al inicio de 1963 los órganos de control confiscaron los equipos donde se editaba el boletín Voz Proletaria y detuvieron a su editor, Idalberto Ferrera Ramírez (uno de los hijos de Ferrera Acosta), por espacio de un día. Ya en ese año los trotskistas, por vez primera, cambiaron el destinatario de sus acusaciones y en vez de centrarlas en los órganos de control (nutridos por militantes del viejo partido), las derivaron hacia el gobierno

A mediados de 1963, el acoso siguió intensificándose; varios trotskistas fueron trasladados forzadamente de sus centros de trabajo, lo que fue denunciado en la edición del mes de mayo del boletín. En medio de esta situación, el POR-T realizó su tercera conferencia nacional en enero de 1964. Las acusaciones a algunos trotskistas en juicios realizados durante ese año ya exhiben el lenguaje estalinista al uso: que seguían las instrucciones del imperialismo yanqui, que propagaban la confusión y el diversionismo ideológico entre la población, que su boletín era contrarrevolucionario y que difamaban en él a los dirigentes, que criticaban las leyes revolucionarias, que promovían el derrocamiento del gobierno, etcétera. Algunos acusados recibieron sanciones entre dos y nueve años de cárcel (Informe de la sentencia núm. 124, de 16 de marzo de 1965, Santiago de Cuba). A inicios de 1965 se produjo el episodio final de todo este proceso cuando varios trotskistas, entre ellos sus principales dirigentes, fueron detenidos y ocupados los documentos del partido.


Notas

[1] Ocean Sur publicó recientemente un compendio, León Trotski: Textos escogidos (2015), con selección, prólogo y epílogo a cargo de Fernando Rojas, intelectual que ocupa el cargo de viceministro del Ministerio de Cultura, algo impensable años atrás. Pathfinder también vende libros de Trotski y de otros pensadores de esa tendencia con absoluta libertad en el espacio ferial de La Cabaña cada mes de febrero.

[2] Cuba: Coexistencia o revolución de Adolfo Gilly, entre otros textos de este autor, entonces alineado con la tendencia trotskista liderada por J. Posadas. Gilly fue muy generoso a la hora de responder preguntas a este autor sobre aquellos años.

[3] La tendencia capitaneada por Posadas se escindió en 1962 de la que lideraba Michel Pablo, en el Secretariado de la organización.

[4] En 1934 el PBL, antecedente del POR-T, llegó a tener en su mejor momento unos 800 miembros. Después de 1945, debido a erráticas políticas de liderazgo dentro del movimiento obrero, sus filas se redujeron drásticamente a una veintena. En la década siguiente, se diluyeron por completo y muchos de sus militantes se incorporaron al M-26-7, en la lucha contra la tiranía de Fulgencio Batista. Antonio (Ñico) Torres y Pablo Díaz (expedicionario del Granma, tesorero y uno de los miembros del estado mayor de la expedición armada) fueron los más connotados. Al triunfo del primero de enero de 1959 eran unas pocas decenas.


Referencias

Gilly, A. (1965). Cuba: Coexistencia o revolución. Perspectivas / Monthly Review: Buenos Aires.

LeoGrande, W. M., y Kornbluh, P. (2015). Diplomacia encubierta con Cuba. Fondo de Cultura Económica: México.