Es difícil saber “de qué trata” una obra de danza. En ella no hay palabras. El movimiento no está allí para “ilustrar” ninguna tesis. Y sin embargo, los cuerpos vibran y nos hacen vibrar. Comprender es resonar: una buena obra de danza tiene el efecto de hacer que quien la observa sienta el deseo de bailar.

Cuando vi Disolver junto a un grupo de amigos –la mayoría de ellos defensores de derechos humanos y miembros de organizaciones sociales–, la sensación que compartimos era el deseo de levantarnos de la silla para abrazar a las personas que bailaban. Queríamos consolarlos: sostenerlos en nuestros brazos, al tiempo que agradecerles porque nos habían sostenido.

En la conversación que tuvimos después, coincidimos en que la pieza nos había hablado del cansancio que enfrentan las personas dedicadas a cuidar la vida. En la pieza estábamos también nosotros, junto a tantos amigos y amigas que escuchan testimonios de violencia, defienden jurídicamente a familiares de víctimas, redactan notas periodísticas y tratan de contener el dolor social. Ese cansancio había emergido en esa pieza delicada, casi desnuda en su sobriedad.

Se ha vuelto famosa una frase de Jameson: en el mundo actual es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo… Esa sensibilidad apocalíptica, propia de los tiempos impotentes, vuelve difícil pensar en la posibilidad del día después del fin. ¿Qué haremos entonces? ¿Cómo nos reconstruiremos? ¿Cómo será el mundo al que querremos aspirar? La escenografía de Disolver sitúa la obra en ese día. Habla de los que sobrevivimos. Honra lo que permanece. La pieza fue comisionada por Danza UNAM para conmemorar el aniversario del Movimiento del 68, pero el espectador no se da cuenta: no hay consignas o imágenes cruentas. No cede a la tentación melancólica de la mitología. Apenas en el programa de mano se habla de que la pieza trata de “la búsqueda de un cuerpo faltante”, de “hacer crecer los mundos que somos” y de “un verbo que se escapa, que insiste y resiste”…

Los que hemos tratado de seguir el trabajo de Shantí Vera, que es uno de los coreógrafos más extraordinarios de México, no pudimos evitar sentir la presencia de su hermana Nadia, defensora de los derechos humanos y promotora cultural que murió a los 32 años pero dejó en sus seres queridos un legado de amor y dignidad. Los intérpretes de Disolver tienen un grado de virtuosismo que los hace destacar de entre todo lo que he visto, pero me parece que ellos están haciendo algo que no es sólo arte. ¿Cómo contaremos nuestra historia el día después, cuando nos reconstruyamos? En esta obra comienza a nacer un nuevo lenguaje que ayuda a transitar por lo irremediable. Al verlos bailar me sentí en un espacio sagrado. Ellos no sólo hacen arte: rinden testimonio de sí mismos. Construyen un espacio de consuelo que alimenta la fuerza y la dignidad.

Paulina Cervantes
 

Al principio la escena está vacía. Tres triángulos, suspendidos, se balancean con suavidad. Dentro de ellos florece la vida: plantas de distinto tipo, una especie de jardín que pende, a punto de caer al vacío .Es una metáfora de nuestra vulnerabilidad. Ella se repetirá a lo largo de toda la obra, que está llena de cuerpos a punto de caer, y que para no golpearse y hacerse daño deberán ser cuidados.

Es una escena que recuerda a Stalker de Andrei Tarkovsky: abajo del jardín hay llantas viejas amontonadas… Restos de una civilización destruida y, a la mitad de ellos, el milagro del verde, y sonidos de lluvia y de tierra que late. Alrededor de esas llantas viejas danzarán cuerpos que tienen la torpeza de las cosas que nacen. Chocan entre sí. Se estorban. Tiemblan. Miran, confundidos, alrededor suyo. Como si fueran niños, aprenden a caminar. No saben acariciarse: se hacen daño sin querer, jalan los cachetes del otro, meten en la boca su mano sin saber si la pueden comer. Expresan esa forma sutil de violencia que no intenta causar daño y sólo es resultado de la falta de experiencia. Muestran con suavidad las dificultades que emergen cuando se está desamparado y se busca al otro para compartir el desamparo y la esperanza.

A lo largo de la pieza los bailarines se buscan. A veces, se quedan callados: no hacen nada en el escenario más que respirar. Miran a los espectadores. Se saben mirados. Nos obligan a dejar de pensar que estamos viendo una obra: nos invitan, sencillamente, a compartir un momento con ellos.

 


Paulina Cervantes

A veces, también, dejan de danzar como si fueran personas. Los cuerpos devienen plantas o herbívoros gentiles que caminan a lo largo del escenario. Mis amigos y yo estábamos impresionados de haber sentido empatía hacia seres no humanos. A pesar de saberlos plantas, minerales o bestias, habíamos sentido su dolor y su ternura. Resonamos junto a ellos. Y es que la obra dibuja una ética no antropocéntrica del cuidado de la vida. Nos muestra que hemos sido acompañados por todos ellos en la lucha por sostenerla.

Fotograma a partir del video de Maremoto Producciones
 

En la segunda parte de la obra los intérpretes intentan mover las llantas de un lado a otro del escenario. Es un movimiento doloroso y lento. Sostener la vida cuesta. A veces se cae una llanta. Otras parece que esa persona quedará sepultada por su propio esfuerzo. Que la espalda de uno podría romperse. Es un movimiento majestuoso. Una épica sutil, casi invisible.

El filósofo marxista León Rozitchner, recordando los planteamientos de Simón Rodríguez, decía que el ser humano debe nacer dos veces: la primera vez nace de forma individual, pero no está terminado de formar, es frágil, necesita de otros. El segundo nacimiento es colectivo e histórico: es posible en la medida en que nos encontramos con otros y construimos proyectos políticos que hacen posible enfrentar la desigualdad y la dominación. En el final de Disolver los intérpretes ensayan la imagen de un nacimiento colectivo: uno de ellos abre las piernas para permitir que el otro nazca. Se dan a luz unos a otros. Rasgan un velo. En medio de las dificultades, la violencia y la falta de comunicación, recuperan su condición de vivientes: se disuelven, y permiten la emergencia de un cuerpo común.

La luz se apaga conforme ese cuerpo colectivo va emergiendo. En la frágil esperanza que nos deja ese cuerpo se encuentra la explicación de por qué vale la pena hablar aquí de esta obra. No sólo se trata arte. Se trata de enfrentar el neoliberalismo de guerra que desde hace algunos años vivimos en México, y que ha tenido efectos en nuestros cuerpos y lenguajes. Ellos son un campo de batalla en que se juega la capacidad subjetiva para enfrentar la violencia de manera organizada y sostenida. En nuestros cuerpos y nuestros lenguajes se juega la posibilidad de vencer al terror y la tristeza. Por ello, para cambiar este mundo vale la pena bailar y mirar danza.

Paulina Cervantes

 

 

 

Disolver

Compañía Cuatro X Cuatro.

Concepto, coreografía y dirección escénica: Shantí Vera.

Dirección de arte y escenografía: Arturo Lugo.

Dirección de iluminación y escenotecnia: Jesica Elizondo*.

Dirección sonora y composición original: Manuel Estrella**.

Asistente de dirección y dramaturgista: Erik Jiménez.

Asistente de dicción de arte y escenogragía: Brayant Solís.

Intérpretes: Milki Lee, Izaskun Insausti, José Andrés Álvarez Sanóu, Estefani Dondi, Melissa

Herrada*** y Sendic Vázquez****.

Producción ejecutiva: Stéphanie Janaina.

Video y fotografía: Teresa Magallón, Fernando Frías y Paulina Cervantes / Maremoto Producciones

Diseño: Arturo Lugo / Amplio Espectro

*Miembro del Sistema Nacional de Creadores del FONCA 2018-2020.

**Jóvenes Creadores FONCA 2017-2018.

***Beneficiaria del PECDA-Baja California 2018.

****Jóvenes Creadores FONCA 2018-2019.

Estreno: 9 de noviembre de 2018, Sala Miguel Covarrubias, CCU-UNAM.