José Antonio Millán, Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022.


En los últimos meses y a raíz de distintas celebraciones, la corona española ha insistido en los valores que a través de la lengua llevó España a América. Apenas en enero de 2022, en Puerto Rico, Felipe IV afirmó que “España trajo consigo su lengua, su cultura, su credo; y con todo ello aportó valores y principios como las bases del Derecho Internacional o la concepción de derechos humanos universales”.

La alabanza a la lengua, y a lo que según el rey vino con ella, olvida la denuncia de los pueblos originarios en muchas partes del continente americano sobre cómo se impuso esa lengua y cómo continúa siendo un arma de exclusión y subordinación.

Pero eso no es nuevo. José Antonio Millán, editor, lingüista y autor de la más reciente biografía sobre el humanista español Antonio de Nebrija (1444-1522), nos recuerda cómo el franquismo interpretó la frase que encontramos en el prólogo que el nebrijano escribió para su Gramática, “que siempre la lengua fue compañera del imperio y de tal manera lo siguió, que juntamente comenzaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la caída de ambos”.

Con los ímpetus imperiales del franquismo, en plena Segunda Guerra Mundial, la frase fue utilizada para sostener el nacionalismo lingüístico. Como señala Millán, «al régimen instaurado en la guerra civil le interesaba destacar que la ‘primera gramática de un idioma europeo moderno’ (como inexactamente se le considera muchas veces) era también ‘la primera gramática del español’. Así pues, a base de ‘lengua’ e ‘imperio’ bien se podía jalear al pobre filólogo nebrijano.”

El primer mérito de esta nueva biografía sobre Nebrija es precisamente que Millán toma distancia de esa interpretación para intentar una aproximación a un personaje complejo y difícil, en torno al cual el nacionalismo español, ya desde el siglo XIX, ha ido construyendo parte de su identidad y, como sabemos ahora, una parte sustantiva de su relación con los países del continente americano.

Lo hace asumiendo una perspectiva a la vez irónica e irreverente, porque no sólo toma distancia política, sino distancia intelectual. Los personajes como Nebrija arrastran una historia que los va privando de carne para recubrirlos de mármol hasta hacer imposible hablar de ellos sin reverenciarlos, perpetuando así más su efigie que su vida, más la admiración interesada de sus lectores que las razones de sus obras.

En cambio, José Antonio Millán construye su biografía sin alabanzas ni exaltaciones, además de muy entretenida, haciendo hincapié en algo que se podría pensar pedestre para una figura como la del humanista español: la manera como se ganaba la vida, pues estos afanes no sólo van determinando las complejidades del personaje, sino que nos dejan entender a qué circunstancias están atadas sus obras y a qué razones respondía.

Entre el siglo XV y XVI uno sólo podía vivir de la Iglesia o de la corte, como de hecho lo haría él a lo largo de sus días, sirviendo ahora a una y luego a otra, dependiendo de cómo soplaran los vientos de la coyuntura política y de sus oportunidades personales.

Millán nos muestra a Nebrija seguir ese camino casi siempre apurado por las circunstancias, siendo en ocasiones oportunista y obsequioso, y en otras crítico y receloso. Así, lo vemos tener éxito en la cátedra en la Universidad de Salamanca donde imparte tres materias —que implicaban mucho trabajo— porque las urgencias de la carne lo habían llevado a casarse y la paga era apenas suficiente para mantener una familia. Pero lo encontramos después, cuando la corte de los reyes católicos se traslada a Salamanca, poner su pluma al servicio de la reina Isabel ofreciéndole poemas y más tarde, la traducción al español de su Introductiones latinae.

El caso de esta última, Millán no pierde la oportunidad de mostrar que el hecho concilia un acto de pleitesía con uno disruptivo. La reina le había solicitado la traducción porque tenía la intención de hacer accesible el latín a las mujeres, poniendo de realce “hasta qué punto la lengua latina y toda la cultura, religiosa o no, era patrimonio de varones, normalmente clérigos.” Una obra bilingüe, en cambio, abría la puerta al aprendizaje autodidacta del latín de las mujeres y las colocaba en la posibilidad de acceder a la cultura. Una pequeña revolución a su modo, que fue también un acto cortesano.

Pero hay más sobre Introductiones latinae que era ya entonces un éxito comercial. Millán nos lleva, a partir de esta y de otras obras de Nebrija, a recorrer el mundo editorial y literario de la España de ese tiempo. A conocer los aciertos que tuvo como autor, pero también sus dificultades y, particularmente, la relación comercial que tenía con su editor, con la mirada aguda de quien entiende que los grandes autores lo son también porque hay un aparato en que se sostiene.

Hay eventos en los que se manifiestan de manera nítida el carácter de una persona, sus convicciones, sus contradicciones, sus ambiciones. Para el caso de Nebrija estos resultan ser dos a los ojos de su biógrafo, la redacción de la Gramática castellana y su fallido intento por participar en la elaboración de la biblia políglota.

Su gramática, que ha sido la razón para hacer a Nebrija el príncipe del nacionalismo lingüístico, aparece bajo otra óptica. Millán subraya dos cosas: que se trata de la materialización de un proyecto cultural común al humanismo europeo que ha cobrado interés por las lenguas vulgares en un mundo ante todo bilingüe, si no es que, en realidad, plurilingüe. Y que las aspiraciones de la Gramática, más que imperiales, eran mucho más modestas, sino es que exclusivamente prácticas: que puedan aprender español quienes no lo saben.

Si la gramática no chocaba con la corona —aunque la reina en principio fuera escéptica sobre su valor—, en el caso de la biblia políglota, la empresa del Cardenal Jiménez de Cisneros, el choque con la autoridad era inevitable. Nebrija, como Lorenzo Valla en Florencia, estaban convencidos de la necesidad de traducir la biblia nuevamente al latín, ante la evidencia de las imperfecciones que la traducción de san Jerónimo tenía. Pero enmendarle la plana a un santo no es fácil y sus intenciones chocaron con la reticencia de la iglesia y de Jiménez de Cisneros, y tuvo que rendirse.

Que la biografía cierre viendo a su protagonista derrotado y no encumbrado en el Olimpo, marca muy bien el tono de ésta. José Antonio Millán quiere que comprendamos a Nebrija en su contexto, con mucha y rica información, pero también en el nuestro, no como el paladín del español y su herencia a los pueblos americanos, sino como el políglota que reconoce en la lengua materna una dignidad que no le había sido conferida.