Tomo prestado el título de un artículo escrito por el historiador argentino Ezequiel Adamovsky con el objeto de proponer una aproximación distinta para acercarse al estudio del populismo. En este sentido, es necesario que el lector se aleje un poco de las prenociones y prejuicios que tiene respecto a lo que le han dicho que caracteriza a este concepto: líderes, en su mayoría carismáticos, que embelesan con cantos de sirena a las masas proclives a seguir a cualquier individuo que les diga lo que quieren escuchar; líderes, en su mayoría autoritarios, que buscan a cualquier costo deshacerse de las instituciones democráticas; líderes, en su mayoría con una alta capacidad retórica, que buscan dividir a la sociedad entre  buenos y malos. 

Esta descripción de lo que nos dicen que es el populismo, y que además es potenciada y reproducida por los medios de comunicación e intelectuales de prestigio, generalmente es la punta de lanza para criticar a cualquier proyecto político que busque, en mayor o en menor medida, alejarse de las políticas neoliberales. Los llamados gobiernos progresistas de izquierda generalmente son caracterizados como proyectos populistas, ya que guardan ciertos rasgos de lo que nos han dicho que es el populismo. En este sentido, cabría preguntarse por qué sucede esto y cuáles son las consecuencias de utilizar un concepto que poco dice de la realidad particular de cada país, pero dice mucho de quien se posiciona como un crítico del populismo. 

Más allá de tratar de encontrar el estado más puro de la definición del populismo, cabría situarse en aquello llamado “momento populista” (Mouffe 2018), es decir, partir del hecho de que actualmente nos encontramos en una coyuntura en donde distintos gobiernos populistas han emergido debido al resquebrajamiento del neoliberalismo. En este sentido, el ejercicio reflexivo iniciaría con aquello que se ha entendido como el nivel óntico y el nivel ontológico ( Luciana Cadahia 2018), es decir,  dejar de lado el momento óntico en el que únicamente se estudia al populismo  como aquello que ya está dado y es susceptible a las peores críticas de aquellos que ven en éste un síntoma de una democracia frágil, para pasar al momento ontológico en el que se estudia al populismo como una dimensión más de la política, es decir, como una categoría de análisis que da cuenta de problemas que se encuentran anclados en un contexto en específico. 

Al  acercarse al  estudio del populismo desde un nivel óntico, la intención se vuelca en hallar la definición más pura y generalizable de lo que es el populismo y, por tanto, convierte a los interesados en este fenómeno en meros  “catadores” de lo que para ellos es el populismo porque se adecúa a una definición personal, de tal suerte que deja abierta la posibilidad de estirar tanto el concepto que da lo mismo caracterizar a Hugo Chávez como un populista, que caracterizar a Trump o a Bolsonaro de la misma manera. De este modo, habría que preguntarse qué utilidad teórica tendría un concepto que es incapaz de diferenciar a proyectos políticos que buscan aumentar derechos sociales y ampliar la justicia social, que aquellos que únicamente por tener líderes carismáticos y ser anti-establishment ya entran en la misma conceptualización. 

Siguiendo este orden de ideas, la propuesta de la filósofa Luciana Cadahía (2018)  va encaminada a dejar de lado el reduccionismo esquemático respecto a lo que nos han dicho que es el populismo, para comenzar a plantear una reflexión teórica distinta capaz de entender a los gobiernos populistas en su justa dimensión y en clave latinoamericana. En este sentido, junto con los planteamientos realizados por Chantal Mouffe (2018), el populismo adquiría una lógica en sí misma que debe ser estudiada como un mecanismo capaz de articular demandas y exigencias por parte de un sector históricamente excluido por una oligarquía, junto con un gobierno capaz de hacer del Estado un lugar y un instrumento en beneficio de los ciudadanos.

Esta propuesta, sin duda,  no es una aproximación novedosa, ya que Ernesto Laclau (2005) planteó la posibilidad de teorizar de manera distinta el fenómeno del populismo, de modo que su aproximación logró distanciarse de aquellas concepciones que ven en el populismo un aspecto negativo de la política y la antítesis de la democracia. Así, la propuesta aquí planteada , y retomada por los autores anteriormente mencionados,  permite identificar al populismo como un mecanismo que busca la unificación de demandas en un proyecto político (Evo Morales, Rafael Correa, Andrés Manuel, etc.) que representan una respuesta o una contraposición a un sistema neoliberal. La existencia de  estos proyectos políticos —generalmente denominados como gobiernos progresistas— tienen la característica de contener  un alto valor ético cuyo objetivo principal es buscar el  beneficio de unas mayorías dejadas a su suerte en el pasado y el desmantelamiento de la oligarquización de los Estados. 

Finalmente, no se está planteando la ineficacia de un concepto que, en primera instancia, resulta ser polisémico y moldeable según las exigencias de cada estudioso,  ya que es evidente cómo este concepto ha permitido construir ciertas coordenadas capaces de acercarse a fenómenos socio-políticos, sin embargo, lo que se plantea es que existe la posibilidad de recrear una visión distinta que no sea únicamente una mera descripción de hechos, sino una profundización de fenómenos que en ocasiones la academia —o, en algunos casos, la supuesta neutralidad— obstaculiza ver y comprender en su totalidad. 


Referencias

Luciana Cadahia, “El populismo es el fantasma del neoliberalismo”, América Latina en Movimiento, 2018

Ernesto Laclau, La razón populista, México: Fondo de Cultura Económica, 2005.

Chantal Mouffe, Por un populismo de izquierda, Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2018.