Bad Homburg, 15 de abril del 2020

II.

Lo anterior (léase la parte I aquí) nos lleva al tercer y último eje de problemas al que deseo referirme en el marco de este escrito. Se trata ahora de la dimensión económica de la enfermedad. Esta dimensión puede ser vista en varios niveles. El primero de ellos tiene que ver con la infraestructura pública con la que cuentan los servicios de salud incluso en un país como Alemania para hacer frente al Coronavirus. Es así que se ha analizado el problema derivado de la privatización de partes del sistema de salud público, de los recortes presupuestales que ha experimentado éste en los últimos años y de las carencias que enfrenta en términos de falta de personal y equipos médicos para hacer frente a una crisis de estas dimensiones. Es así que se ha expresado, por ejemplo, Achim Kessler, vocero en materia de política de salud de la fracción Die Linke, al denunciar los recortes financieros que ha sufrido el sistema de salud en Alemania en las últimas décadas, criticando su orientación por la lógica del mercado y la ganancia. De este modo, a pesar de contar con el que quizá sea el sistema de salud pública más desarrollado en Europa y uno de los mejores en el mundo,[1] Alemania no ha cesado de sufrir recortes financieros en el ámbito de la salud que han afectado en forma decisiva su capacidad para hacer frente a esta crisis. Esto debe ser comprendido en el horizonte de un desmontaje gradual del Estado social de bienestar en las últimas décadas que ha sido aún más severo en países como Inglaterra, Italia o España. Como lo ha señalado en este sentido el sociólogo de la Universidad de Hamburg Sighard Neckel, no es posible comprender adecuadamente los problemas que presenta el sistema público de salud en Alemania, y su eventual colapso conforme avance la pandemia, si no es en el marco del proceso de privatización de bienes públicos como hospitales, clínicas y sanatorios que ha tenido lugar en las últimas décadas no solamente en Alemania, sino en el mundo en general. En este sentido debe mencionarse que, desde el inicio de los años noventa del siglo pasado, se ha reducido el número de hospitales en Alemania en un 20% y el de camas disponibles en casi un 30%. Al mismo tiempo, la población se ha incrementado y el número de personas de la tercera edad que requieren de servicios médicos especializados, también, sin haber aumentado en forma proporcional el personal médico. Es en ese sentido que Neckel anota que “…incluso en el sistema alemán de salud el límite de la capacidad de la medicina intensiva en el caso de una pandemia como la que ahora representa el COVID-19 se alcan[zará] rápidamente. No pocos muertos se deberán no al virus, sino al neoliberalismo”.

 Un segundo nivel en el que se expresa el impacto económico del Coronavirus es, por supuesto, el de la ruptura en las cadenas de producción y distribución globales de bienes y servicios, la destrucción de puestos de trabajo y el consecuente aumento del desempleo, la reducción de la jornada laboral con la eventual reducción de ingresos salariales que ello conlleva para los trabajadores. Como bien lo ha señalado el ya mencionado historiador de la economía Albrecht Ritschl, la disminución de la demanda, el colapso de la producción, el desempleo masivo, la crisis financiera y la posibilidad de que a ella siga una crisis de deuda pública nacional son fenómenos que definen a una crisis económica que podría o no agudizarse de acuerdo a la duración de la cuarentena. Algunos cálculos colocan ya la caída del PIB en Alemania entre el 5% y el 10% y, en pronósticos sombríos vinculados a una prolongación de la cuarentena, hasta en un 20% y en un escenario similar al de una economía de guerra. Es en este sentido que el ya mencionado Sighard Neckel ha señalado que el shock económico que se avecina será probablemente el mayor al que se ha enfrentado el mundo desde la crisis de 1929. Así, la caída en la inversión, la producción y el consumo llevará a que no solamente pequeñas y medianas, sino también grandes empresas tengan que enfrentarse a la aniquilación masiva de puestos de trabajo y a la insolvencia financiera que las conduzca a la quiebra dando lugar a una polarización mayor en la estructura social que puede llevar a la pobreza a amplios sectores de la población. Es en este sentido que se plantea en forma imperiosa la necesidad de redefinir el papel del Estado en la economía, especialmente en la tarea fundamental de garantizar el suministro de bienes y servicios de utilidad e interés públicos en ámbitos como la salud, la producción y suministro de energía y la educación. Como lo plantea el propio Neckel, las fuerzas del mercado al margen de toda regulación han conducido a la sociedad a una evaluación errónea de tareas sociales y funciones económicas que ahora, en esta suerte de “estado social de excepción (sozialer Ausnahmezustand)” en el que se encuentra el país entero adquieren una especial relevancia. Así, por ejemplo, actividades realizadas por trabajadore(a)s que laboran en sectores de la economía que operan tradicionalmente con salarios bajos y en una situación laboral incierta que los coloca prácticamente en el precariato se convierten ahora en garantes de una infraestructura de servicios básicos sin los que ninguna sociedad puede existir (por ejemplo, el trabajo de enfermero(a)s y, en general, del personal que trabaja en los servicios públicos de salud, de lo(a)s responsables del cuidado de las personas de la tercera edad, de lo(a)s cajero(a)s en supermercados, de lo(a)s recolectores de basura y de lo(a)s responsables de los servicios de limpieza, de lo(a)s trabajadore(a)s en almacenes, de lo(a)s empleado(a)s de los servicios de transporte de medios de subsistencia y del servicio postal, etc.) y que desde la lógica del mercado aparecían solamente como costos a ser gradualmente reducidos si no es que totalmente prescindibles. Es en ese sentido que Neckel afirma en forma enfática: ”Necesitamos un tipo de socialismo de la infraestructura (eine Art Infrastruktursozialismus,) que no solamente gestione las funciones elementales como bienes públicos de alto valor. Necesitamos también una revaloración de los valores económicos”.

Portada del periódico Tageszeitung del 6 de abril del 2020.

 

 

Todo lo anteriormente señalado conduce, desde luego, a plantear nuevamente un cuestionamiento a la pretendida racionalidad del libre mercado, al igual que a la idea de que un adecuado funcionamiento de éste conduciría por sí mismo al bienestar de toda la sociedad. Así, si se analiza con detenimiento la historia reciente, se advierte inmediatamente el modo en que han crecido masivamente las desigualdades, tanto entre los distintos países como al interior de cada uno de ellos, algo que se advierte en forma paradigmática en sistemas de salud como el de EE. UU. que ha sido subordinado prácticamente por completo a la lógica del mercado. De este modo, si bien es cierto que el Coronavirus traspasa los límites geográficos y sociales, también es cierto que el acceso a servicios de salud de calidad para su adecuado tratamiento vuelve a levantar y a perpetuar esos mismos límites. Ello plantea, por supuesto, la pregunta de si la política debe o no asumir el ideal de la racionalidad del mercado o si no, más bien, debe proceder a cuestionar radicalmente el dogma neoliberal de un mercado desregulado que puede operar libremente y resolver así las crisis que se le van planteando.

Una infraestructura arruinada en las últimas décadas por los recortes y ahorros presupuestarios, especialmente un sistema de salud con grandes carencias por haber estado orientado por la maximización de las ganancias, colocan así en la agenda económica y política las discusiones en torno a los recortes que han sufrido la salud y la educación, a la precarización y flexibilización laborales dentro del sistema de salud y fuera de él, a la necesidad de introducir un ingreso básico universal [2] y, en general, a un repertorio de medidas y reformas económicas que desmontarían gradualmente las bases del proyecto neoliberal. Dentro de ellas empiezan a considerarse paquetes de rescate coyunturales que incluirían la eventual estatización de bancos y empresas centrales en la economía (se ha hablado ya, por ejemplo, de la estatización de Lufthansa, la línea aérea emblema de Alemania, la más fuerte de Europa y una de las más importantes en el mundo), proponiendo así incluso el recurso a las instancias centrales de la Unión Europea para que, por ejemplo, a través de una ayuda mediante la emisión de bonos europeos, se pueda estabilizar e impulsar de nuevo la economía no solamente de Alemania, sino sobre todo la de los países de la Unión Europea que han sido gravemente afectados por esta crisis (especialmente España e Italia). Es en este sentido que tendría que pensarse en qué dimensiones y ámbitos y de qué modo debe ser proyectada e implementada la intervención del Estado para sustraer de la lógica del mercado a ámbitos de la economía que no pueden estar sometidos sin más a los imperativos de la maximización de las ganancias, abriendo de este modo la vía para pensar un sistema de planificación democrática de la economía que se vincule a una política ya no solamente de redistribución de los costos de la crisis, sino de redistribución de la riqueza social en general y comprometido con inversiones masivas en el sistema de salud lo mismo que en el de la educación y, en general, en aquellos ámbitos que son centrales para el mantenimiento y ampliación de la infraestructura de servicios públicos al igual que para la protección del clima, contribuyendo así al surgimiento de un modo de producir y consumir que sea más justo e incluyente (incorporando y atendiendo especialmente a los grupos y sectores más vulnerables en la sociedad alemana: jubilados, personas que requieren de cuidados asistenciales, madres solteras, niños, desempleados, refugiados y asilados), más ecológico y más resistente a las crisis económicas.

La búsqueda de una respuesta adecuada a la crisis actual, sin embargo, no puede restringirse exclusivamente a Alemania sino que, en un primer momento, debe extenderse al resto de los países que integran la Unión Europea y ofrecer así una respuesta conjunta a nivel europeo. Es por ello que llama la atención el hecho de que, en el inicio de la crisis, los gobiernos nacionales de los países miembros de la Unión Europea (UE) hayan reintroducido los controles fronterizos y recurrido incluso al cierre de fronteras, limitando la exportación de productos médicos, etc. No obstante, el Banco Central Europeo anunció el pasado 19 de marzo un programa de emergencia por un monto de 750 mil millones de euros que serían empleados para comprar bonos que permitan hacer frente las consecuencias económicas de la crisis. Algunos van más allá y han hablado de la necesidad de introducir un “Bono-Corona” para reducir la deuda pública de los países más afectados por la crisis (Italia, España y Francia) así como un impuesto especial sobre los activos de los millonarios y multimillonarios para poder hacer frente a la reconstrucción y satisfacer así los objetivos que el libre mercado promete pero que no ha podido alcanzar: libertad, justicia, bienestar y paz dentro de la Unión Europea. Se requiere, pues, de una política estatal de solidaridad más allá de las fronteras nacionales cuyo objetivo central esté dado ante todo por la salud de la sociedad y no por la salud de la economía. No atender a esta tarea pondría en riesgo la existencia de la Unión Europea misma. Es en este sentido que algunos intelectuales y artistas como Jürgen Habermas, Daniel Cohn-Bendit, Volker Schlöndorff, Margarethe von Trotta, Joschka Fischer y Axel Honneth, entre otros, hicieron el pasado 1 de abril un llamamiento público dirigido expresamente a la canciller alemana Angela Merkel para la formación de un fondo europeo que impida un shock económico en los países de la UE que han sido más afectados por la crisis. A diferencia de los bonos, este fondo europeo asumiría en común no las deudas contraídas en el pasado (como en caso de la crisis del euro en el período 2010-2012), sino más bien las deudas que los países más afectados habrán de contraer en el futuro para su reconstrucción. Una solidaridad europea de esta clase se vincularía así con una conciencia común de la crisis, también común, por la que atraviesan todos los países que integran la UE, reforzando los vínculos entre ellos más allá de la prosecución de los propios intereses que cada nación pueda tener. [3]

Al mismo tiempo es preciso subrayar, sin embargo, la necesidad de ir más allá de las fronteras de la UE y de Europa en su conjunto en dirección de una perspectiva global que expanda la solidaridad hacia el resto de los países del planeta, especialmente hacia los más pobres. Llama la atención que este tema haya sido planteado de nuevo en el marco de esta crisis con especial intensidad no tanto por académicos, sino por un gremio que ha estado especialmente involucrado en el combate a esta pandemia: el de lo(a)s médico(a)s. Es así que Thomas Gebauer, vocero de la Fundación Medico International y especialista en asuntos de política internacional en materia de paz y seguridad al igual que en cuestiones referidas a la salud a escala global, ha señalado que esta pandemia habrá de agudizar aún más las desigualdades sociales a escala mundial por lo que, para poder hacer frente a esta crisis, se tiene que pensar necesariamente en una “redistribución global” y en una “solidaridad cosmopolita” que pueda expresarse en instituciones transnacionales que pongan a disposición, en forma gratuita y ahí donde se necesiten, los recursos médicos y materiales (especialistas, equipamiento, medicamentos y, cuando las haya, vacunas) necesarios para combatir esta pandemia a escala planetaria, y es en dirección a ese objetivo que habrá que orientar la mirada ya desde ahora.

***

Si hubieran dos palabras que pudieran resumir algunos de los rasgos centrales de la situación por la que ahora atraviesa no solamente Alemania sino el mundo entero, tal vez las de “incertidumbre” e “inseguridad” serían buenas alternativas. Jürgen Habermas, el pensador más importante de Alemania y tal vez el filósofo vivo más importante actualmente, ha señalado que, si bien es cierto que las sociedades desarrolladas modernas, caracterizadas por su creciente complejidad, se enfrentan constantemente a desafíos marcados por la inseguridad y la incertidumbre, esos desafíos suelen aparecer –en forma notaria o imperceptible– en uno u otro ámbito de la sociedad aunque no de forma simultánea. Sin embargo, la irrupción del Coronavirus ha generado y extendido al ámbito global y de modo simultáneo una “inseguridad existencial” entre todos los habitantes del planeta. Esta inseguridad no concierne solamente a los peligros epidemiológicos planteados por la enfermedad, sino también a sus imprevisibles consecuencias económicas y sociales. Es por ello que Habermas concluye en forma lacónica: “Nunca hubo tanto saber sobre nuestro no-saber y sobre la coacción de tener que vivir y actuar bajo un entorno de inseguridad”.

Quizá en la situación presente estemos asistiendo no solamente a una suerte de extrañamiento del mundo en virtud del cual los objetos que nos circundan y con los cuales nos relacionamos cotidianamente (desde los soportes materiales de los intercambios  mercantiles como una moneda o un billete, hasta un bolígrafo y un libro, pasando por los zapatos que usamos para caminar, la ropa que empleamos para cubrirnos, los picaportes de las puertas de nuestra casa, etcétera) y las personas con las que interactuamos (familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, etc.) parecen haberse convertido súbitamente en posibles portadores de un peligro potencial de contagio e incluso en una amenaza que puede devenir eventualmente en mortal. Así, el distanciamiento social, el cuidado de sí mismo y de los otros para combatir la propagación de la pandemia –medidas, es preciso decirlo, razonablemente justificadas– conllevan al mismo tiempo el peligro potencial de conducir a un sofisticado sistema de vigilancia ya no solamente por parte del Estado hacia los ciudadanos, sino también de los ciudadanos entre sí mismos y sobre sí mismos, minando de esa forma la confianza y la solidaridad que constituyen uno de los soportes de todo proyecto de vida en común. Si a ello se aúna una limitación de los derechos fundamentales en el sentido arriba señalado, habría que decir entonces que el combate a la pandemia no debe conducir en modo alguno al socavamiento del Estado de derecho ni de la vida democrática. Al mismo tiempo, es preciso pensar, ya desde ahora, cómo es que ha de realizarse la reconstrucción de la economía y del tejido social después de esta crisis teniendo como ideas rectoras el despliegue y potenciación de la autonomía de las personas y, al mismo tiempo, la justicia social dentro de las propias fronteras y más allá de ellas, sin lo cual ninguna sociedad podrá considerar con razón que se ha vuelto a eso que suele llamarse “normalidad”. Ello será posible solamente si, por un lado, los diversos actores sociales, políticos y económicos son capaces de poner en marcha procesos de aprendizaje que permitan elaborar productivamente la experiencia actual y extraer enseñanzas de ella para el futuro –dinámica para la que los  principales obstáculos son, ante todo, los poderes fácticos anclados en la economía y las finanzas– y, por el otro, y esto es aún más importante, si los ciudadanos se organizan y luchan en diversos niveles y en distintos planos (sea como trabajadores o como consumidores, como pequeños productores o como jubilados, como desempleados, migrantes o refugiados, o bien articulados en torno a problemas específicos de género) para plantear demandas tanto específicas como generales que permitan reorganizar la sociedad y reorientar la economía conforme a las ideas rectoras arriba señaladas.


Notas

[1] Así, por ejemplo, Alemania cuenta con 40 mil camas de terapia intensiva lo que equivale a 33.9 por cada 100 mil habitantes, mientras que Inglaterra dispone solamente de 6 y Francia de 12 camas de este tipo por cada 100 mil habitantes. Véase https://www.faz.net/aktuell/wirtschaft/mehr-wirtschaft/corona-deutschland-hat-viermal-so-viele-intensivbetten-wie-italien-16708166.html (consultado el 11 de abril del 2020).

[2] Esta petición fue planteada ya formalmente ante el Parlamento alemán el pasado 14 de marzo del 2020: https://epetitionen.bundestag.de/petitionen/_2020/_03/_14/Petition_108191.nc.html (Consultado el 10 de abril del 2020). Sobre la Renta Básica Universal, véase, por ejemplo: https://www.welt.de/wirtschaft/article207106057/Corona-Krise-Neue-Chance-fuer-bedingungsloses-Grundeinkommen.html (consultado el 13 de abril del 2020).

[3] El llamamiento fue publicado en el semanario alemán Die Zeit y en el periódico francés Le Monde: https://www.zeit.de/2020/15/europa-kann-nur-weiterleben-wenn-die-europaeer-jetzt-fuereinander-einstehen (consultado el 8 de abril del 2020)