En los últimos meses hemos leído muchos textos que discuten si la crisis que estamos atravesando a nivel mundial debido a la actual pandemia nos llevará a un cambio de régimen. En su dimensión más metafísica, el debate lleva a la polarización entre, por un lado, quienes argumentan que la catástrofe pandémica era necesaria para llevarnos al tan esperado régimen comunista y, por el otro, aquellos que temen que se produzca el fortalecimiento de regímenes autoritarios. La pregunta por el fin del capitalismo o su reconfiguración no puede pasar por alto el análisis de los modelos productivos, ni de la fuerza de trabajo y el tipo de subjetividad política que los acompañan. El capitalismo, en su estructura, tiende a reproducirse a sí mismo, absorbiendo la fuerza de trabajo y la técnica. Es en gran medida a partir de la producción del capital para el capital y no para la remuneración del trabajo y el valor moneda que la máquina capitalista se viralizó, atrapando nuestra subjetividad. Hoy, de manera preocupante, todos dependemos de internet y de la tecnología, de celulares, pantallas, televisores. La cultura virtual que nos vimos obligados a desarrollar durante esta pandemia nos ha llevado a una extrema dependencia de las tecnologías, que, a su vez, llevó a que la moneda tenga una dimensión más viva que el trabajo. La moneda se desplaza en otros sectores, mientras nosotros estamos inmovilizados. El capital deja de lado las materias primas, como vimos que ocurrió con el petróleo, en tanto una empresa como Amazon se expande y el sector de las editoriales independientes se ve fuertemente debilitado.
La cultura viral/ virtual global es la cultura de la alienación y de la dependencia absoluta. La clave de la cultura global capitalista radica en temer al virus o en desear ser viral. En ésta encontramos hoy que la fuerza de trabajo está concentrada en las actividades esenciales, conformada, en su gran mayoría, por mujeres y trabajadores precarios, racializados, explotados, invisibilizados u obligados a sobreexponerse al riesgo y la privatización. Es el caso de los médicos que deben manejar la realidad de la pandemia en términos sanitarios; esto tiene que ver con la vida y la muerte en un sector que, desde el Estado y bajo una economía liberal, negó la posibilidad de una verdadera política de salud pública. Pocas veces en la historia del capitalismo hemos necesitado tanto de la sobreexplotación para hacer funcionar su maquinaria. Aunada a esta situación está la de aquellos condenados a laborar doble, triple y hasta cuádruple jornada en su casa, nosotros, que además debemos pagar luz, internet, comida, renta, en lo que hoy conocemos como teletrabajo, Zoom trabajo, virtual trabajo. Al ser sobreproductivos, nos volvimos virales y autoexplotados alegres, en una situación en la que, obviamente, los más privilegiados pueden encontrar ocasión para el ocio. Llevamos meses atrapados, acompañados de Amazon, Netflix, Facebook, en la sociedad post postindustrial. A lo largo del día asistimos a los ataques entre pandillas de políticos que defienden sus intereses; éstos nos muestran una izquierda dividida y una derecha esclerosada, que no da pie a mucho más que a argumentos de odio. Nuestras relaciones virtuales se volvieron funcionales y frustrantes, si no es que nos picó la flecha de Cupido virtual que llevó a que para muchos las redes sociales se convirtieran en el lugar del afecto eterno.
Thierry Bardini, sociólogo y agrónomo, desarrolló la tesis de la subjetivación viral. En un reciente artículo, titulado “Covid-19 et capitalisme génétique” [Covid-19 y capitalismo genético]. T. Bardini se interroga sobre las diferentes formas de viralidad: biológica, informática e informacional; sobre el poder del código, de los bancos de datos y del patrimonio genético en nuestra economía. Según su visión, entramos en una nueva fase del capitalismo, que traza un eje entre el código binario de las computadoras y el código genético de lo vivo.
La teoría del valor, rápidamente esbozada aquí, se concibe de la siguiente manera. Como pretendía la economía política marxista, en la era industrial el tiempo de trabajo debería haber sido el punto de referencia, el referente del valor de uso, traducido en remuneración a través de la moneda. Sin embargo, debido al capital fijo, la máquina se volvió el referente último, el motor de una economía totalmente orientada hacia el valor de cambio. Cuando el capitalismo se convirtió esencialmente en capitalismo financiero, la moneda se liberó de su papel de mediación y perdió su enclave en la materialidad del trabajo para convertirse en su propia causa, en su propia mediocridad: la moneda se usa para producir moneda, en una espiral de virtualización fuera de control, en la que el dinero se convierte esencialmente en información.
En lo personal, no quiero la eternidad viral que consagra el reinado de la moneda y de los todopoderosos. En dicho reinado, la moneda parece estar viva, mientras nosotros desaparecimos como fuerza vital y alternativa, como cimiento de lo colectivo, de lo común; el trabajo como fuente de emancipación parece haber muerto.
Quiero terminar enfatizando dos puntos que me interesan. En su libro El capital en el siglo xxi (2014), el economista francés Thomas Piketty habla de un problema redundante, que no es de hoy, demostrando que el desarrollo histórico del capital se llevó a cabo en cada época histórica, incluyendo sus crisis, para dar lugar a la formación de grandes fortunas y a la acumulación de la riqueza en las manos de pocas personas. En este sentido, pienso que hay que romper esta lógica y hacer que las cosas circulen, que el capital circule. Por el momento, nosotros no podemos tener mucha movilidad, aunque nuestra propia circulación tampoco cambiaba el tema de fondo, y yo diría que incluso lo agudizó. Podemos hacer que las cosas, los bienes y los servicios circulen y, sobre todo, hacer que el capital circule y no sea retenido en pocas manos. Por supuesto, pienso en el mercado de trueque, en regalar aquello que no utilicemos; claramente pienso, sobre todo, en un gran impuesto sobre las grandes fortunas, en revisar el derecho de propiedad, en buscar una coordinación política de la izquierda a nivel internacional, que permita imponer internacionalmente indicadores diferentes del PIB y que tomen en cuenta la degradación de nuestro planeta, la salud pública, el derecho a la educación, la protección de las niñas y niños de todo el mundo, el bienestar común, etc. Tenemos acceso a muchos especialistas activos en esos temas que podrían contribuir a ello. Segundo, nunca pierdo de vista lo que hoy en nuestro debate nacional es quizá lo más invisible. En esta pandemia hubo países que pusieron el valor de la vida por delante del valor moneda, por ejemplo, Argentina, Portugal, Vietnam, etc. Países de los que poco se habló en el debate público viral; países que pertenecen a un nuevo mundo, un mundo de cooperación entre el gobierno y la sociedad civil en pro del bien público. Obviamente entre ellos hay matices. Sin embargo, me llamó la atención la seriedad con que se acercaron al tema, la preocupación por su sector económico y laboral. También llamaron mi atención ciertas iniciativas de solidaridad, como ocurrió en Vietnam, donde personas mayores fueron encargadas de observar su barrio y remuneradas por ello, para informar y prevenir los riesgos.
Esos gobiernos hacen que quiera desplazarme hacia otro lugar, el lugar que quiero habitar hoy y que para mí es el único lugar que nos permitiría aplanar la curva de la subjetivación viral y virtual que hemos tenido que desarrollar: el lugar de una nueva sensibilidad política.