Desde hace algunos años leo a Rosario Castellanos para tratar de vislumbrar asuntos del mundo y la escritura que no siempre están claros. Uno de los poemas que más me conmueven por la luminosidad con que es capaz de exponer la necesidad de un viraje del pensamiento hacia espacios más esperanzadores es “Apuntes para una declaración de fe”, con el que abre la edición de Poesía no eres tú de 1972. Ese poema fue publicado, por primera vez en 1948, en Ediciones de América, Revista Antológica del Departamento de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública: y para mí sigue siendo imprescindible para imaginar otras posibilidades en los tiempos que corren. Comienza así:

El mundo gime estéril como un hongo.
Es hoja caduca y sin viento en otoño,
la uva pisoteada en el lugar del tiempo
prodiga en zumos agrios y letales.
Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios,
Esta nube exprimida y paralítica
y esta sangre blancuzca en un tubo de ensayo.

Ropa sucia. Foto: Ana Clara Muro. Se reproduce con su autorización.

Hace cuatro años, por invitación de la investigadora Adriana Pacheco, fui al consulado mexicano en Austin a presentar el proyecto Ropa sucia, en el que colaboramos Sisi Rodríguez, Paula Abramo y yo. A la conferencia también asistió Adriana González Mateos a presentar el seguimiento que las profesoras de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México han dado a feminicidios. Fue enriquecedor conversar con mujeres mexicanas en Texas sobre las desigualdades y la necesidad de hacer alianzas para apoyar a otras mujeres para que el trabajo de todas sea visto y reconocido. 

En el Consulado se montó la exposición con las ropas sucias bordadas con las frases misóginas que todas las personas hemos escuchado en contra del trabajo realizado por mujeres; además montamos las gráficas con jabones zote de color azul y rosa, que hasta ese momento mostraban una disparidad en los premios de entre el 10% y 20% para mujeres, mientras que entre el 90 y 80 % era para varones; siendo el caso más grave la integración del Colegio Nacional donde actualmente de 35 miembros activos sólo 5 son mujeres.

El domingo se montó la exposición de Ropa sucia en una feria de arte alrededor de unos espacios de galerías de lo más variadas: ediciones, escultura, pintura, una cabaña performance en la que se experimentaban colores, había de todo. Mientras colocábamos las ropas y se deslizaban confidencias con las jóvenes que nos apoyaron con el montaje y otras artistas que nos apoyaron, no dejaba de recordar los versos:

Ya no somos románticos.
Es la generación moderna y problemática
que toma coca-cola y habla por teléfono
y que escribe poemas en el dorso de un cheque.

En un quiosco del patio, colgamos las ropas, los chones y repartimos flyers con información sobre los datos de la desigualdad en el reconocimiento del trabajo de las mujeres que escriben con las estadísticas en premios, becas y lugares honorarios como los del Colegio Nacional. Acababan de pasar las elecciones en las que ganó Trump y el ambiente que había era natoso, apesadumbrado, en el aire de los supermercados, en los jardines de la Universidad, en la librería se presentía más un ambiente de desesperanza y abatimiento que de otra cosa, la feria de arte no era la excepción. Pese a todo, la gente fue a ver y comprar arte; y seguía remando, saliendo a trotar y a correr alrededor del río.

Ropa Sucia. Foto: Maricela Guerrero.

Al quiosco donde se montó la exhibición se acercaban hombres y mujeres a mostrar su interés por la pieza y también a disculparse por no haber logrado que una persona tan racista y tan poco consciente hubiera sido elegida como su presidente. Entiendo que el marco en el que ese encuentro sucedió era digamos con personas que gustan del arte y se dan tiempo de visitar galerías y conocer el trabajo de creadores emergentes; sin embargo, había una especie de vergüenza y malestar en que alguien así fuera a ser el presidente de esa nación.

Ese sentimiento de vergüenza por un asunto que se escapa de las manos me quedó muy claro cuando un hombre como de cincuenta años que iba con dos hijos adolescentes y su esposa, después de leer los datos del flyer se me acercó y en español me dijo, lo siento mucho, no hemos logrado hacer los cambios que se requieren para que las cosas sean distintas, para que las mujeres no tengan que exigir ni espacios ni que las reconozcan y lo que es peor, tampoco hemos podido impedir que un hombre misógino y racista llegué a la presidencia de Estados Unidos. El espejismo, que a veces pueden ser las democracias representativas con respecto al poder del voto del ciudadano común, suele ser un motivo de fuerte desilusión y desesperanza cuando, como en el caso de esas elecciones, además de no tener muchas opciones por quien votar, también se depende de un sistema electoral de pesos y contrapesos donde el voto de unos ciudadanos vale más que el de otros.

Los rascacielos ya los he visto de lejos:
los colmenares rubios donde los hombres nacen, 
trabajan, se enriquecen y se pudren
sin preguntarse nunca para qué todo esto,
sin indagar jamás como se viste el lirio
y sin arrepentirse de su contento estúpido. 

De qué manera las elecciones para la presidencia del vecino del norte nos afectan es relevante, no sólo por el intercambio económico y por la inmensa migración de paisanos que ya han hecho su vida allá o que se dividen entre quedarse o volver o que van y vienen; sino por lo que representan en nuestros imaginarios acerca de lo posible para lograr hacer los cambios a escala mundial a fin de que los trabajos de todas las personas sean reconocidos, para que se dé de una vez por todas el viraje en las formas en que producimos y consumimos a nivel global; y sobre todo, para que las condiciones de democracia permitan estados menos nacionalistas y más hacia el bienestar colectivo en el que el derecho a la salud deje de ser un privilegio para convertirse en una realidad universal, junto con otros temas como educación o  desarrollo. 

Mientras tanto, al otro lado del continente, poner atención en el plebiscito en el que los chilenos recientemente votaron por la creación de una nueva constitución, es un hecho que permite imaginar posibilidades en las que el voto popular y la fuerza de la ciudadanía organizada logra, pese a la vocación autoritaria y represora de los Estados, originar cambios importantes. En ese sentido es posible albergar una esperanza crítica por el hecho de que se pretende que la Convención Constitucional esté integrada bajo el criterio de paridad de género.

Así, a cuatro años de las elecciones que avergonzaron a algunos ciudadanos norteamericanos que conocí y a unos días del plebiscito chileno, el cierre del poema de Castellanos, me sigue pareciendo luminoso:

En las tierras que tiñe, en la selva multípara, 
en el litoral bravo de mestiza
mellado de ciclones y tormentas, 
en este continente que agoniza
bien podemos plantar una esperanza.