En El hijo, el último libro de la serie El Dador de Lois Lowry, la autora describe una sociedad a la que llegan todas esas personas que se han visto forzadas a salir de sus comunidades:

El pueblo era un pequeño enclave nacido años atrás, producto del asentamiento de marginados que huían de guerras o conflictos de todo tipo. A menudo heridos o expulsados por sus propios clanes o localidades, los primeros pobladores habían llegado por su cuenta hasta allí, se habían apoyado unos a otros y habían formado una comunidad. Después dieron la bienvenida a otros refugiados. (Lowry, L. El hijo, León: Everest, 2012, p. 266)

La primera vez que leí el pasaje, tuve la impresión de que ese lugar ya existía. Tiempo después confirme que se trataba de la biblioteca pública.

En años recientes se ha visibilizado el lugar que ocupan las bibliotecas en la vida de personas en situación de calle, migrantes, refugiados, desplazados, etcétera. Si en sus comunidades de origen contaron con ellas como un lugar confiable, será el primer lugar al que acudan cuando llegan a una nueva ciudad. Si no, cuando las descubren, estas pueden convertirse en refugios para pasar el tiempo. En muchas partes del mundo, las bibliotecas públicas son las instituciones que mejor responden al fenómeno migratorio. Para ello, tres ejemplos.

Silent Books Lampedusa

A la isla de Lampedusa, Italia, llegan numerosas oleadas de personas refugiadas provenientes de África y el Medio Oriente. En 2012, grupos de mediadores y bibliotecarios voluntarios empezaron a gestionar un espacio de encuentro con la población refugiada para integrarlos a la comunidad. El recurso encontrado para superar las barreras del idioma fueron los libros sin palabras. Sí, esos materiales a menudo despreciados porque no tienen texto, ¡cómo se les ocurre! Sin embargo, son dispositivos potentes para promover la conversación, vehículo indispensable en la construcción de comunidades.

El éxito fue tal que se logró preparar una exposición que recorrió varias partes del mundo para mostrar las posibilidades de aquellos libros. México hospedó la muestra, compuesta de 110 libros, en septiembre 2014 en el marco del 34ª Congreso Internacional de IBBY. También generaron una guía de recomendaciones para trabajar con silent books en comunidades donde no se habla una lengua en común.
Esta estrategia fue posteriormente implementada por el equipo liderado por Cay Corneliuson de IBBY Suecia. Desde el otoño de 2015, se trabajó con libros sin palabras en bibliotecas públicas y centros de refugiados para integrar a personas que no hablan sueco. La experiencia ha sido celebrada y multiplicada por todo el país. Asimismo, la práctica se documentó en un manual accesible para personas que trabajen con niños y niñas.

Los libros sin palabras son libros sin fronteras. Invitan a las personas a compartir una historia independientemente de sus competencias lingüísticas, idioma, condición social y lugar de origen. Como dice Mariella Bertelli, la bibliotecaria que implementó el proyecto en Lampedusa: estos libros añaden un componente democrático a la experiencia de leer.

Ideas Box

Tal y como lo define la ONG Bibliotecas sin Fronteras, Ideas Box “es un dispositivo único para facilitar el acceso a la información, la cultura y la educación a comunidades en situación de crisis humanitaria”. Fue concebida tras la experiencia de la ONG en Haití, cuando hubo que atender la crisis provocada por el terremoto de 2010.

Se ideó un recurso extraordinario para enfrentar las catástrofes sociales y naturales: Ideas Box, un set de seis cajas que incluye biblioteca, cine, administración, aula digital. Sus contextos de intervención son muy diversos pues tiene la capacidad de adaptarse a las necesidades de la comunidad y zona geográfica a donde llega. Se ha implementado principalmente en campos de refugiados, donde una persona refugiada llega a permanecer, en promedio, 17 años sin acceso a la cultura, la información y la educación. También se desarrollaron intervenciones durante el postconflicto y los procesos de paz colombiana. Incluso llega a presentarse en espacios públicos como puntos de acceso a la cultura.

Ideas Box en Kungsträdgården (Estocolmo, Suecia) en junio de 2017.

 

Hasta ahora, las Ideas Box han llegado a 12 países en 5 continentes, con la misión de impulsar el acceso a la educación, proteger a la infancia, promover la participación juvenil y empoderar a comunidades en crisis. Se trata de una iniciativa que no sería posible sin la suma de voluntades que cooperan en la

Språkcafé

Como en el caso de Lampedusa, el lenguaje es una barrera real para la integración a la nueva comunidad. Los flujos migratorios provenientes de los países árabes lograron alcanzar la península escandinava donde, una vez más, los bibliotecarios no pudieron ser indiferentes. En 2014 comenzaron a habilitarse los Språkcafé donde bibliotecarios, algunos de ellos jubilados, enseñan sueco a las personas refugiadas. Esta iniciativa ha sido reconocida como una práctica hospitalaria en el servicio público. Gracias a la enseñanza del idioma, las personas refugiadas pueden acceder a oportunidades de empleo y educación. Se vuelve tan singular que hay casos como el de Assadullah, un joven de 14 años que al compartir su testimonio, dijo: “llegué a un país donde pusieron un bolígrafo en mi mano. Las cosas son distintas en países distintos. En mi país de origen te pueden poner una espada o alguna otra cosa en la mano. No un bolígrafo.” (Exposición “En el camino”, Kista Bibliotek, junio 2017)

El 20 de junio de 2017, en las jornadas dedicadas al Día Mundial de las Personas Refugiadas, realizadas en la biblioteca de Kista, Estocolmo, Suecia, un joven refugiado cuestionó a los participantes sobre la preponderancia de la cultura sobre cualquier otra intervención gubernamental respecto a los refugiados. Recuperaba la situación incierta y desfavorable de personas como él quienes, asegura, lo último que les interesa es acceder a los libros. La respuesta de Patrick Weil me pareció espectacular: las bibliotecas son los lugares donde te encuentras con personas y comienzas a tejer una comunidad.