Crónica

Carlos Acuña, Marcia Donato, Karina Franco y Nidia Olvera

Los siguientes tres testimonios son parte de los esfuerzos de la 06000: Plataforma Vecinal y Observatorio del Centro Histórico por dejar memoria en torno a los procesos de desplazamiento que se viven en las colonias del centro de la capital. 

La Plataforma nació en 2018 luego de que un grupo de vecinas y vecinos, tras platicar en una cantina las distintas preocupaciones en torno al alquiler de vivienda y el uso del espacio público en nuestras calles, decidieron crear un grupo de WhatsApp, una página de Facebook y una cuenta de Twitter donde pudiéramos intercambiar noticias, observaciones y cualquier invitación a foros, seminarios, fiestas o protestas respecto a este tema.

El impulso nació de la amenaza de desalojo que caía sobre los vecinos en el Edificio Trevi, a un costado de la Alameda Central. Las empresas Público Coworking y la inmobiliaria Interativa S.A.P.I. deseaban convertir este edificio de vivienda popular en un hotel para nómadas digitales –así lo anunciaban ya en ese entonces– por medio de Airbnb.

La historia se repite ahora mismo.  Al momento de escribir esto, sólo dos vecinas continúan habitando uno de los inmuebles art decó más bellos del antiguo Barrio San Juan, en la esquina de López y Victoria. “Nunca pensé que me iba a tocar a mí también”, me dijo hace unos meses Karina,  una de las vecinas que participó en las discusiones y eventos de la Plataforma 06000 desde sus primeros días. 

Más de la mitad de las personas que participaban en las redes de la 06000 han sido ya expulsadas del Centro; algunos fuimos desalojados con violencia de por medio y con todo tipo de irregularidades legales y violaciones al debido proceso.

En 2018, por medio de una solicitud de transparencia, documenté que la policía de la Ciudad de México efectuaba un promedio de 3 mil desalojos al año y que cada año la cifra crecía. Es un dato incompleto: no siempre se requiere de la policía o los tribunales para vaciar un edificio de vivienda. Buena parte del desplazamiento que genera la gentrificación no deja huella ni forma parte de las estadísticas. Las inmobiliarias y los arrendatarios conocen y aprovechan la vulnerabilidad legal de sus inquilinos para expulsarlos silenciosamente y miles de vecinos deciden resignarse, volver a hacer maletas, embalar la vida en cajas de cartón y rogar para que no se rompa o se pierda nada en la mudanza, a fin de no buscar más problemas.  

Ese es el caso del Edificio Victoria. 

La notificación que recibieron los vecinos del Victoria en 2022 coincidió con la firma del convenio entre el gobierno de la capital con la empresa Airbnb para promover el turismo y la derrama económica generada por los nómadas digitales, según declaró la jefa de gobierno. Que algunos de los departamentos que comenzaron a desocuparse fueran rápidamente acondicionados para rentarse mediante esta plataforma le confirmó a los inquilinos que sus voces difícilmente serían tomadas en cuenta. 

Estos tres testimonios son un intento de escuchar esas voces no desde lo noticioso, sino desde lo cotidiano. Queremos narrar emotiva y colectivamente lo que, parece, serán los últimos días del Victoria como edificio habitacional. Decidimos hacerlo en formato epistolar a sugerencia de Sofía López, también vecina del Centro e integrante de la Asociación de Residentes, Comerciantes y Trabajadores de la Zona Alameda, que en su momento impidió la construcción de grandes torres corporativas en el Centro Histórico tras el terremoto de 1985. Es nuestra forma de invitar a otras personas que resisten, se oponen o padecen la especulación inmobiliaria a construir una memoria común de nuestra habitar en esta ciudad.

Carlos Acuña, ex inquilino del Edificio Trevi

Detalle edificio Victoria. Foto: Carlos Acuña

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A los caseros y dueños de edificios en el Centro Histórico:

Soy de las últimas inquilinas del Edificio Victoria y esta es una despedida.

Viví más de ocho años aquí. Primero en el departamento 101, que está sobre la calle López. No sé si usted imagina lo que significa vivir justo encima de una calle como esta. El ruido de las conversaciones de los comerciantes llegaba hasta mi habitación desde temprano y el olor a cochambre inundaba mi estancia. La bomba del agua hacía vibrar todos los muros. Había un nido de pichones en el cubo de respiración que me provocaba alergia. 

Era difícil, sí. 

Pero vivir en el Centro es como atravesar capas y capas de realidad: a mí me cambió la vida.

Cuando llegué trabajaba cerca de la Fuente de Petróleos, en un edificio corporativo junto a gente que comía todos los días en restaurantes, restaurantes caros. Es muy sencillo dejarse llevar por ese estilo de vida. Se lo digo yo. Pero algo pasaba cada tarde; regresar al centro me obligaba a hacer tierra, a ser empática y cercana a los contextos que aquí se cruzan: los vecinos sin casa que duermen en las calles, la gente que baja de las Lomas a comer en los restaurantes de tradición, las comerciantes ambulantes, los oficinistas, las meseras de las fondas, los migrantes que pasan por aquí. 

López es una calle viva. Con todo lo que implica eso: incluso con su oscuridad. Cada noche escuchaba las conversaciones de los dealers y me daba cuenta de cómo extorsionaban a los comerciantes ambulantes, cómo les pedían cuentas no sé qué mafias. Era común asomarme a la ventana durante la madrugada y ver gente intercambiando fajos de billetes. Escuchar peleas de borrachos, gritos de mujeres. 

Hace cuatro años me tocó ver también cómo desalojaban el edificio de enfrente. Un ejército de granaderos derrumbó una hermosa puerta art decó para sacar a los poquitos locatarios que todavía resistían allí. Algunos vecinos intentamos denunciar, gritamos que eso no estaba bien, pero los cargadores nada más nos saludaron con una sonrisita. Fue descorazonador. 

Vivir en el 101 fue complicado. Estuve a punto de irme, pero el casero me ofreció otro espacio, esta vez sobre la calle Victoria. Me enamoré de ese departamento: tenía vista al bellísimo patio interior del Victoria, la luz entraba por todos lados y el ruido quedaba completamente aislado. Fue cuando empecé a interesarme más por la historia del edificio. Se dice que aquí en el Victoria había vivido Héctor Infanzón, por ejemplo, un pianista de jazz emblemático. 

Me duele que poco de eso importe ahora, que la historia de los inquilinos que han pasado por aquí no tenga ningún valor.

Porque, a pesar de la oscuridad, este es el lugar donde, por primera vez en mi vida, he encontrado aspectos muy brillantes de la gente. Es la primera vez que yo me siento parte de una comunidad. No sé si usted sepa lo que signifique eso, pero yo viví y crecí en la periferia de Ecatepec. No convivía con mucha gente en ese entonces porque, ya sabe… la inseguridad, el miedo. Iba de mi casa a la escuela, al trabajo, a la casa. Las distancias y la falta de políticas urbanas provocan eso: desarraigo, desasosiego, desconexión. 

Cuando decidí venir a la ciudad, llegué primero a la Narvarte. Allí tampoco hay mucho contacto con los vecinos. Cuando llegué al Centro fue que todo cambió. Aquí, fíjese, pasa algo curioso: hay tanta afluencia de gente que, cuando empiezas a ver una cara de forma reiterada, te aferras a ella como a un bote salvavidas en medio del mar. Las personas se vuelven islas. 

Poco a poco hice amistad con la gente del Café Villarías, con sus empleados, con un chico que era novio de la dueña, con los empleados de las ferreterías, con los ambulantes que venden café en las mañanas y que me pasan sus recetas cuando estoy enferma; con los vecinos del edificio Viena, con los del Rex –que hoy ya es casi todo Airbnb–, con los mismos vecinos del Victoria con quienes desayunaba o nos ayudábamos cada tanto.

Y es que, a pesar de todo, el Centro es un lugar donde puedes salir a pasear a cualquier hora. Pasear de noche es algo que las mujeres no podemos hacer en otros lugares, ¿me entiende? Yo me siento en casa aquí. Mucha gente dice: “Bueno, era un lugar rentado: ya sabías”. Pero eso no quiere decir que no puedas construir un hogar, más allá de las cuatro paredes que habitas. 

Quiero ser realista. Consideré la posibilidad de irme lejos, fuera de la ciudad incluso. Necesito tomar un descanso, respirar. Porque esto no va a cambiar si me mudo dos cuadras. En un año, en dos, otro de ustedes –los caseros o dueños de la zona–, puede volver a decir lo mismo: váyanse, necesito ganar más dinero. Para gente como yo esto implica un problema. Mi trabajo es mucho más fácil si tengo materias primas a la mano. Desde aquí, yo puedo caminar cinco cuadras para comprar telas, caminar hasta la Algarín para imprimir serigrafía. Todos los días voy a nadar al deportivo Guelatao. Caminar y caminar: así ha sido mi vida desde que vivo aquí y no puedo estar más agradecida por ello. Posiblemente ahora tenga que cambiar ese estilo de vida. Volver a ver cómo la vida pasa entre largas distancias, desde la lentitud e ineficiencia del transporte público.

Sé que quien construyó el Victoria fue una señora que decidió invertir todo su dinero en esto. Tenía mucho amor por el detalle, por la arquitectura. Por eso el Victoria es tan bello, y yo creo que habitar la belleza es un derecho al cual todos podríamos tener acceso.

Pero quizás eso ya no importa ahora. Todo ese cuidado y esa forma de vivir está en riesgo ahora. Y está acabándose por una moda, por gula y por pereza. Porque parece que no hay imaginación para pensar en formas nuevas de hacer dinero sin pasar por encima de los demás, sin respetar la historia misma de un lugar.

Nosotros no queremos nada regalado, sépanlo. Un vecino muy enojado lo dijo antes de irse del Victoria: “Yo he pagado por lo menos un millón de pesos de renta a lo largo de los años: no es justo que nos saquen así, de un mes a otro”. Ahora han habilitado algunos Airbnbs en los departamentos vacíos y es triste ver cómo los turistas dejan sus latas de cerveza en todos lados, ver los pasillos sucios. Las plantas que compramos los vecinos ya las quitaron. Los baños antiguos que cuidamos con tanto esmero ya los sustituyeron para no incomodar a estos nuevos huéspedes. Es triste.

Este 31 de enero de 2023 tuve que entregar el departamento. Soy una de las últimas personas en irse. Pero el lugar ya está muriendo. Los pasillos están oscuros, solos y mi piso es el más vacío de todos, sin luz, sin brillo. Ahora tengo que decir adiós a este refugio que me dio tanta belleza: adiós, Edificio Victoria, fue un honor ser parte de tu historia. Te quise y cuidé tanto como tú me diste belleza y hogar. 

 Hasta siempre.

Marcia Donato, ex inquilina del Victoria

Interior del departamento en el edificio Victoria. Foto: Marcia Donato

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Al Barrio de San Juan y a la calle de López:

Ay, vecina, vecino. Qué rápido suceden las cosas, ¿verdad? 

Me acuerdo que en el 2016 encontraron unas 12 osamentas humanas aquí en la calle de López, durante una excavación en la esquina con Artículo 123. En ese momento, yo vivía en Tijuana y era mi novio el que me contaba lo que pasaba en el barrio. “¿Quién está haciendo las diligencias? ¿La PGR o el INAH?”, le pregunté. Ya sé que es una broma un poco de mal gusto. Pero creo que ilustra lo rápido que cambian las cosas, además de la necesidad y el derecho que tenemos de preservar nuestra memoria.

Hace unas horas me enteré de que en la esquina de la calle Ayuntamiento y López asesinaron a alguien. Eso fue hoy mismo, 2 de diciembre de 2022. Lo acuchillaron cuatro veces, todavía no se sabe por qué. 

En enero cumplo 15 años desde que llegué a vivir al Centro. En todo este tiempo yo no había sentido algo igual, a pesar de que el Centro siempre ha sido un territorio complicado. Pero este asesinato ocurrió en Ayuntamiento y López, a las cuatro de la tarde, frente al Café Villarías y el Cordobés, a unos metros de la estación del Metrobús. Me parece un poco inconcebible. Siento que algo se está desbordando.

Durante mucho tiempo, yo solía fingir que López no existía. Ya sabes: esta calle tiene algo de frontera, cerca del Eje Central y de la Alameda pero alejado de los intereses turísticos, de los bares de moda, lugares siempre desordenados y, sobre todo, bulliciosos. Ruidosos, escandalosos. Me gustaba que la calle pasara un poco inadvertida y muchos de quienes vivíamos aquí teníamos la consigna de no hablar de esta calle: no postear nada en redes sociales, si alguien nos preguntaba no dábamos indicaciones para llegar. Era una forma de protegernos, supongo, un intento ingenuo de mantener alejados ciertos intereses de esta calle y toda su maravilla. 

No funcionó. 

En 2018, los administradores nos informaron de las intenciones de vender el edificio Victoria. 100 millones de pesos pedían por él. Pero llegó la pandemia y todo el negocio de Airbnb se vino abajo, junto con el turismo. Pensamos que estábamos salvados. Fue el 31 de agosto del 2022 que volvió la amenaza, irrevocable. Yo estaba saliendo de la chamba cuando empezó a sonar el chat de los vecinos del Victoria. Que estaban entregando notificaciones, decían, que teníamos cinco días para salirnos. 

Fue un shock. 

De inmediato me acordé del Trevi, de todo el acoso judicial que vivieron esos vecinos, de la larga lucha que dieron, de sus fiestas y los encuentros que organizamos con ellos. Todavía un mes antes, en julio, participamos con algunas vecinas en una marcha que fue de la Colonia Juárez al Centro para señalar los distintos edificios que habían sido víctimas de desalojos forzosos. 

Ahora nos tocaba a nosotros. 

De inmediato avisamos a la Plataforma 06000, que es este chat de vecinas y vecinos que se organizaron contra los desalojos y la gentrificación a partir del caso Trevi. Esa mínima retroalimentación nos permitió al menos negociar mejores términos. Porque lo que se siente al principio es una desprotección total: no sabes qué hacer, te imaginas en la calle con todas tus cosas, sin capacidad de reaccionar. 

Ante situaciones así, creo que es importante que entendamos que tenemos opciones. Y es urgente que creemos más opciones todavía antes de que este barrio comience a perderse de mala manera. 

No sé si usted lo ha notado, vecino, vecina, pero en los últimos cinco, seis meses, comenzaron a aparecer estos locales llenos de maquinitas de apuestas en los alrededores. Son lugares abiertos las 24 horas que no tienen ni un nombre ni un dueño visible. Varios vecinos lo sentimos como una forma de criminalidad que está buscando nuevas posiciones, pero no entendemos muy bien por qué sucede ni cómo estos fenómenos se ligan con los intereses que nos están sacando del barrio. 

Hay quien le llama cártel inmobiliario a toda la red de fraudes y corrupción que sustenta el negocio de los desalojos y las construcciones ilegales en la ciudad. Pero no sé si a usted le haga sentido ese término. A los medios les encanta porque tiene gancho, pero yo creo que llamarle “cártel” hace que lo veamos como algo lejano y más ligado al narcotráfico. Como si fuera una broma o una ironía que el crimen y el negocio inmobiliario operan juntos, que hay verdaderas mafias moviendo el negocio. Mi percepción es que todo este caos sí está promovido y financiado por ciertos actores que terminan haciendo su agosto de todo este desorden. Como ocurrió en el sismo también, ¿se acuerda? 

Ahora ya no vivimos en el Victoria. Pero todavía no entregamos el departamento. Nos quedan todavía unos días. Nuestro depa era, tal vez, el que menos elementos tenía de arquitectura original. Ya había sufrido varias remodelaciones. Pero ahora que ya quitamos la mayoría de los muebles puedo verlo de otra forma. Recámara, sala y estancia al mismo tiempo, todo bañado por una luz que llega desde tres puntos: el cubo, el balcón y las ventanas que daban al centro del edificio. Cada luz con una textura diferente. Teníamos hasta una tina que nunca usamos, caray.

Todavía vamos cada dos o tres días porque, durante la pandemia, pasó algo muy loco. Te acordarás que las calles se vaciaron casi por completo durante muchos días. Fue entonces que empezamos a notar otros sonidos y otros ambientes. El canto de las aves, por ejemplo, que a veces llegaba desde la Alameda. Es algo que en el Centro pocas veces se escucha por el escándalo diario. Y López, esa calle, es ruidosa como pocas: capas y capas de ruido, de escándalo, de bullicio, de vendedores gritando, de carros tocando el cláxon. 

Entonces llegó la pandemia y notamos que había golondrinas, además de gorriones y palomas. Hay muchísimos pájaros en el Centro. Y cuando regresaron las actividades, regresó también el ruido y dejamos de escuchar todos esos cantos. Nos invadió la tristeza. Así que decidimos instalar un pequeño comedor para aves en nuestra ventana: les poníamos alpiste, frutas, pan. Poco a poco comenzaron a visitarnos. Llegamos a contar hasta siete especies distintas. Esto nos obligó a repensar el lugar que habitábamos: nos parecía una gran maravilla que las aves fueran nuestras vecinas. Porque las aves estaban allí, enfrente de nosotros, sólo que nunca las habíamos visto. Vivían en el árbol de enfrente o en el mismo edificio y comenzaron a reconocer nuestros chiflidos cuando salíamos al balcón a dejarles comida. 

Ahora tenemos que despedirnos de ellas también. 

Karina Franco, ex inquilina del Victoria

Aves en el edificio Victoria. Foto: Karina Franco

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A las autoridades de la Ciudad de México:

No es la primera vez que me desplazan del Centro Histórico. Antes viví en la calle Mesones, por la Merced. Pero empezaron a hacer bodegas y nos sacaron. Luego me mudé a República de Chile, entre Belisario Domínguez y Cuba, y nos empezaron a subir la renta cuando remodelaron la calle. Llegué al Victoria después y, aunque no era tan barata la renta, decidí pagarla porque el edificio es bonito. 

A estas alturas me parece inconcebible que el gobierno de la capital haya firmado un acuerdo con Airbnb y la UNESCO para ampliar la oferta de hospedaje temporal en la ciudad. Como si no supieran las alertas que desde hace años los grupos vecinales han lanzado en torno a Airbnb y el derecho a la vivienda, como si no supieran lo que ha sucedido en otras ciudades. Y no lo digo sólo por mi situación particular. No se trata nada más de lo que ocurre en López o en el Centro Histórico. Lo que sucede en el Centro no afecta sólo a quienes vivimos aquí, sino a los que trabajan en la fonda, en la zapatería, en el mercado: es un problema comunitario. 

Lo vemos ahora en la Roma. Todos saben que siempre ha sido una colonia fresa. Pero hoy es demasiado: ese tipo de turistas, de clase alta, que llegan a exotizar todo y, al mismo tiempo, a volverlo todo igual. Hasta la comida se vuelve insípida, porque el turismo no soporta ciertos sabores, como el picante o algunos condimentos. Cada negocio y cada calle termina convertida en una escenografía sin alma. 

Es cierto que el Centro siempre ha sido un lugar turístico. Pero hoy el turismo sucede a expensas de nosotros. Después de años y años de recursos públicos invertidos en repoblar el Centro Histórico, ahora, todos esos recursos ya invertidos se entregan a un turismo masivo. El Victoria no es el único edificio que ya se vendió por completo a esa dinámica. En la calle de República de Uruguay, por ejemplo, ahora ya ves hoteles boutique, Starbucks, franquicias internacionales. Lo mismo en el Barrio Chino: edificios que se remodelan y se ceden por completo a Airbnb, en lugar de viviendas para los trabajadores. O lo que sucedió en el edificio Trevi.

Por supuesto, no se trata de verlo como algo malo a priori, pero cuesta encontrar los beneficios. Dicen que la remodelación de Regina no provocó tantos desplazamientos, pero miren todos los problemas que tienen con las chelerías ilegales, los usos de suelo, los narcomenudistas y los conflictos entre vecinos. Aunque por lo menos son negocios locales y no trasnacionales gigantes devorando la calle.

En Bucareli también está cambiando todo. Hay nuevos desarrollos en los que se invirtió muchísimo dinero y que, por el tipo de arquitectura, es notorio que se van a destinar para estos nuevos esquemas de estancias cortas, turísticas. Bolívar e Isabela Católica también se llenó de airbnbs. Independencia, desde que construyeron Puerta Alameda, se convirtió en un corredor turístico. En el Mercado San Juan, que siempre tuvo esta intención gourmet, ahora sucede algo rarísimo: no entiendo cómo los turistas pueden pagar tanto por unas tapas y un vino. Luis Moya avanza en la misma dirección. Madero lo perdimos por completo. 

Aquí en López ya están preparando la calle. Se nota que el objetivo es arrasar con todo. En uno o dos años, todos estos negocios populares y familiares van a cerrar. Ahora abrieron hasta una “Barbería de Barrio” que no es otra cosa que un negocio para extranjeros y turistas. 

El Victoria ya está casi vacío. Son más de 25 departamentos y quedamos sólo dos personas. Yo dejaré mi departamento en unos días, en cuanto termine de meter todo en cajas.  Algunos espacios ya están habilitados como Airbnb y a estas alturas no sabemos cuál es el futuro del edificio. No sabemos si ya lo vendieron, si la venta ya estaba hecha desde antes, si planean venderlo apenas desocupemos por completo, o si sólo lo van a convertir entero en un espacio para Airbnb

Lo cierto es que comienza a dar miedo: hemos notado que hay extraños observándonos cuando salimos o entramos del edificio, un vecino antes de irse denunció que quisieron forzar su puerta para entrar a su departamento. Yo misma tuve que detener a una persona que quería meterse a la fuerza y hay algunas alertas de gente que se aparece con documentos falsos. No queremos caer en explicaciones paranoicas, pero tampoco sabemos muy bien qué pensar al respecto.

Nosotros siempre nos llevamos bien con los dueños: eran personas cordiales. Pero pagábamos en efectivo, en cash, y no obteníamos una factura por nuestro pago. Esos son los problemas de no regular los alquileres, la vivienda o todo el panorama inmobiliario. No son pocos los caseros que se embolsan 300 mil pesos al mes sin pagar un centavo de impuestos y que, cuando se les antoja, te sacan sin respetarte un solo derecho. 

¿Quién va a vivir en esta ciudad? Ya de por sí es difícil. Regulen Airbnb. Tenemos años exigiéndolo como habitantes de la capital. Pero no sólo eso. Regulen los alquileres también: pongan en regla a todos esos caseros que ni contrato te quieren dar, que no te dan facturas, que te ofrecen cinco días para salirte cuando, al momento de rentar, te piden tres o cuatro depósitos, comprobante de ingresos, aval en la Ciudad de México y todas las perlas de la virgen. 

La balanza está cargada de un lado y ustedes, autoridades de esta ciudad, no han querido equilibrar las cosas. ¿Cómo es posible que un gobierno de izquierda pacte con una empresa extranjera como Airbnb? ¿No se suponía que este gobierno estaba en contra del neoliberalismo? Eso no es de izquierda, eso es colonialismo. 

Por eso es que los inquilinos del Victoria tampoco nos organizamos. Preferimos buscar otra casa y acumular una mudanza tras otra, a pesar de todos los agravios. Nos limitamos a quejarnos en los chats de WhatsApp, en Twitter, a intentar consolarnos entre nosotros. Para organizarnos necesitamos confiar en que podemos lograr algo. ¿Cómo vamos a demandar cualquier derecho si ya sabemos que el piso no está parejo? Si a los caseros se les permite evadir impuestos, ¿quién va a creer que se les va a obligar a cumplir un contrato o a respetar nuestros derechos? ¿Cuántos casos no hemos escuchado de cómo a otros vecinos los desalojan por un juicio chueco?  

Urge regular Airbnb, urge defender el suelo de la ciudad para sus habitantes, urge una política de vivienda real, urge ponerle un freno a los negocios inmobiliarios. 

Nidia Olvera, ex inquilina del edificio Victoria