El auge de los populismos en la última década ha aparecido como un fenómeno de carácter internacional y ha sido considerado por muchos como una amenaza para la continuidad de un mundo basado en valores liberales como la democracia, la tolerancia, la libertad, el respeto del Estado de derecho y los derechos humanos. Este fenómeno forma parte de la gran crisis del liberalismo democrático, a la que se han sumado los movimientos anti-establishment, la desconfianza en las instituciones y el descontento social en muchos países. Esto ha sido visible en gran medida en el mundo occidental y sobre todo en los Estados europeos. En estos últimos, el populismo de derecha ha sido enormemente favorecido por el contexto económico y social en la Europa de la poscrisis económica.

Después de la crisis monetaria y financiera que azotó fuertemente a la Unión Europea durante el periodo 2008-2014, advino la (mal) llamada “crisis de los refugiados”, caracterizada por la grande ola de inmigración a la que ha estado expuesta en el último lustro. Esta situación ha contribuido a generar ciertas condiciones estructurales necesarias para el fortalecimiento de los populismos (sobre todo de derecha) y ha favorecido asimismo el auge del euroescepticismo y la desconfianza por parte del electorado en los partidos tradicionales. En los últimos años se ha podido observar una cierta “europeización” de la derecha populista; sin embargo, a diferencia de países como Alemania, Polonia, Hungría, Francia y los países nórdicos, en donde existen partidos de derecha radical populista con una estructura más sólida, la derecha populista en Italia se concentra casi exclusivamente en la figura del ex Ministro del Interior y líder de La Lega, Matteo Salvini. En este sentido, el caso italiano aparece como un importante referente para reflexionar sobre esta crisis del liberalismo democrático, caracterizada en gran medida por el auge de la derecha radical, el rechazo a la inmigración, los crecientes nacionalismos, la desinformación y el  uso de la propaganda política en la era digital, así como la ausencia de una izquierda fuerte y consolidada.

Italia se enfrentó este verano, en agosto de 2019, a una situación de caos político que fue en gran parte consecuencia de la decisión de Salvini de acabar con la alianza Lega – Movimento Cinque Stelle (M5S) y hacer presente su interés en la celebración de nuevas elecciones. Su principal objetivo era aprovechar la popularidad que había alcanzado en los últimos meses, llamar a elecciones inmediatas y convertirse en primer ministro. Esta medida resonó fuertemente a nivel internacional, pues existía la posibilidad de que en Italia se instaurara un gobierno de derecha populista radical. Sin embargo, la estrategia de Salvini no fue exitosa, ya que no solo él ha quedado fuera del gobierno, sino que su antiguo aliado (el M5S) formó una nueva coalición con el partido de centro-izquierda (Partito Democratico) para instaurar un nuevo gobierno sin la necesidad de llevar a los votantes a las urnas.

Hay que reconocer que la situación de inestabilidad política en Italia ha sido una constante desde hace varias décadas. Sin embargo cabría preguntarse ¿a qué se debe esta situación de inestabilidad? ¿Qué es lo que ha hecho a esta crisis “diferente y por qué la reciente crisis política italiana ha resonado tanto en los medios y prensa internacional? ¿Cómo es que Matteo Salvini llegó a convertirse en la principal figura de la derecha populista europea? En este texto quisiéramos plantear algunas ideas y reflexiones al respecto.

Italia es uno de los pocos países europeos que ha estado expuesto a una situación de inestabilidad y crisis política constante desde hace más de 50 años. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha (1946-2019), Italia ha tenido 65 gobiernos, lo que ha impedido la existencia de periodos largos de estabilidad y continuidad política (véase el Elenco histórico de los gobiernos en Italia, Senado de la República Italiano).

Resulta pertinente recordar que el sistema político italiano es un sistema republicano parlamentario bicameral, en donde el primer ministro (Presidente del Consiglio) y el presidente de la república no son elegidos directamente por los ciudadanos. Éstos últimos eligen democráticamente a sus representantes en el parlamento, el cual está formado por dos órganos que comparten los mismos poderes: la Cámara de diputados y el Senado. El parlamento tiene la facultad de aprobar formalmente al gobierno por medio de un sistema de votación por mayoría cualificada (la llamada Fiducia). En Italia, una legislatura tiene una duración de 5 años y es posible que en una sola puedan existir varios gobiernos.

La situación de inestabilidad y crisis política constante en Italia que mencionábamos antes se debe principalmente a dos factores: 1) al sistema electoral multipartidista y las alianzas cambiantes; y 2) a la volatilidad de los votantes.

Históricamente el sistema partidista italiano se ha caracterizado por ser un complejo enramado de alianzas entre partidos políticos con ideas diametralmente distintas y cambiantes, mas no por la existencia de fuertes mayorías parlamentarias. Asimismo, a diferencia de otros países como Alemania, por ejemplo, en Italia prevalecen sobre todo los intereses partidistas frente a los intereses del Estado. En las últimas décadas los gobiernos aún no han sido capaces de crear una ley electoral que permita establecer una mayoría robusta y sólida. Esto ha llevado, por un lado, a la formación de coaliciones entre partidos con ideas y principios diferentes y en ocasiones totalmente opuestos; por otro, a la existencia de gobiernos mayoritarios con poco sostén político. Es decir, en ocasiones bastan sólo dos o tres parlamentarios que voten en contra de una propuesta de ley para que la mayoría se desvanezca. El único gobierno en los últimos treinta años que ha sido capaz de terminar una legislatura completa ha sido el de Silvio Berlusconi, el cual logró consolidar una fuerte coalición entre todos los partidos de centro-derecha.

Los periodos en los que existió una cierta estabilidad política en Italia, fueron los periodos en los que los partidos tenían valores y principios más fuertes, como el partido comunista o la democracia cristiana. En los últimos años, estos valores se han desvanecido. Durante los años setenta por ejemplo, en Italia existía una izquierda bastante fuerte que estaba representada por el Partito Comunista Italiano (PCI), el cual llegó a ser el partido comunista más grande de la Europa occidental en esa época. Dentro del contexto de los movimientos de los trabajadores y luchas sociales de 1968 que tuvieron lugar a nivel internacional, el PCI —que contaba ya con una base bastante sólida desde antes— llegó a adquirir una gran simpatía y sostén por parte de los votantes (con un apoyo electoral de más del 34% en 1976). El PCI apareció entonces no sólo como una fuerza revolucionaria, alejándose de la vía del partido comunista soviético, sino que tomó una importante responsabilidad institucional y con el Estado de derecho. Sin embargo, esta responsabilidad institucional, que estuvo también marcada por el llamado Compromesso Storico (la alianza entre el PCI y la democracia cristiana), fue una de las varias causas del inicio del debilitamiento de la izquierda italiana.

Hoy en día no hay un electorado fiel a los partidos ni tampoco existe una clara subdivisión del país en relación al tipo de electorado y a principios y tendencias políticas particulares. Por ejemplo, no hay una clase trabajadora que vote por ideología o se identifique con los partidos de izquierda, ni una élite que vote por los partidos de centro (que en un determinado periodo estuvo caracterizada por los católicos más conservadores). La volatilidad de los votantes es en gran medida consecuencia de este sistema multipartidista y de la falta de una estructura de ideas y principios sólidos en sus plataformas políticas.

Este cambio de orientación política en el elector italiano es probablemente también causado por la existencia de un fuerte analfabetismo funcional, lo que significa que la gente es capaz de leer y escribir pero incapaz de comprender y evaluar lo que lee. De acuerdo con datos del Instituto Nacional para el Análisis de Políticas Públicas (INAAP), en Italia hay una tasa de analfabetismo funcional de alrededor del 50%, una de las más altas  entre los países de la Unión Europea (Simona Mineo y Manuela Amendola (2018), FOCUS PIAAC: I low skilled in literacy. Profilo degli adulti italiani a rischio di esclusione sociale, Istituto Nazionale per l’Analisi delle Politiche Pubbliche). Esto representa un grave problema a la hora de interpretar la información, y hace a la sociedad más vulnerable y propensa a noticias falsas.

Los partidos tradicionales se han ido desvaneciendo y se han creado entonces partidos que han abrazado a todo el electorado. La diferencia entre los partidos de centro-izquierda y centro-derecha actualmente es bastante sutil, pues varios puntos de sus programas políticos coinciden enormemente. En Italia tampoco hay una izquierda fuerte, estructurada y consolidada, como lo fue el PCI en la década de los setenta. Lo que existe ahora es el populismo de derecha radical que ha logrado recrear un sistema de “valores” fundado en una narrativa basada en el miedo y en la idea de devolver la prosperidad y la soberanía al pueblo (G. Bobba, y D. Mc Donnell, “Italy – a strong enduring market for populism, ECFR Press, 2015). La promesa del discurso de la campaña de la derecha populista italiana se ha centrado en culpar fuerzas externas por la situación de crisis (i.e. la Unión Europea)  y en el discurso anti-inmigración.

En este sentido, frente a esta constante inestabilidad política en Italia, lo que ha cambiado en la actualidad son principalmente los actores políticos, su forma de comunicación y el contexto. Así, esta última crisis política italiana ha llegado a convertirse en mainstream e interesante a nivel mundial especialmente por hecho de que los principales personajes políticos (i.e. Matteo Salvini, Luigi Di Maio y Giuseppe Conte) han tenido un comportamiento no acorde con los estándares institucionales del sistema parlamentario italiano, haciendo de esta crisis una obra de “entretenimiento” para los espectadores.  El actor principal ha sido sin duda Salvini, quien supo aprovechar el descontento y temor de la gente generado en gran medida a causa del impacto de las dos grandes crisis europeas de la última década.

La estrategia de comunicación salviniana ha jugado un papel muy importante. Está hecha básicamente de slogan, de arrogancia y de populismo – además de ser parte de una campaña electoral constante (Scirolli, Silvia “It’s the Matteo Salvini summer roadshow”, Político, 6/08/2019). Ha estado marcada por un discurso político caracterizado por un juego semántico con las emociones de las personas y que ha llevado a la manipulación y a lo absurdo: desprecio a la Unión Europea; repudio a los inmigrantes y a las minorías étnicas; insultos a los adversarios políticos y a las instituciones; y la promesa a los ciudadanos de una mayor seguridad ante el temor del otro.

La figura de Salvini apareció como la única figura del gobierno que “actuaba en favor del pueblo”. Esto puede observarse claramente en sus discursos relacionados con la contención de la inmigración en Italia y la prohibición de la entrada de naves con refugiados a las costas italianas, fundados en la idea de “otorgar seguridad al pueblo italiano”, como el llamado Decreto Sicurezza bis. Las medidas propuestas por Salvini resonaron fuertemente entre la población gracias a su estrategia de comunicación vía redes sociales y fueron enormemente aplaudidas por sus seguidores. Esta ha sido una estrategia política hecha para dirigirse a una sociedad intelectualmente vulnerable que cae en el slogan y en las noticias falsas, sin cuestionar ni verificar la información que recibe por vía de diversos medios de comunicación.

En la espera de observar si la estrategia comunicativa de Salvini le otorgará una importante ventaja en las próximas elecciones italianas (formalmente previstas en 2022), la actual crisis política italiana aparentemente se ha resuelto.  No queda más que ver si el gobierno actual constituido por una coalición de partidos con programas diversos (el Partido Democrático y el M5S), podrá dotar de estabilidad a  Italia, o terminará por añadirse a la lista de los gobiernos temporales.