El profeta  Ernesto Cardenal vive su pascua. Caminaste 95 años por esta tierra. Desde el día que decidiste entregarte a las causas justas del pueblo, fuiste coherente y aportaste tu palabra para nutrir la esperanza de un mundo nuevo. Don Sergio Méndez Arceo te consideraba un ser humano determinante en la historia de salvación desde la Iglesia de Nicaragua y latinoamericana, por ser un testimonio con  “(…) el peso de su verbo y de su vida.” 

Tu compañero, Miguel d’Escoto, describió la historia de Nicaragua como una de las más tristes, una pesadilla interminable debido al dominio estadounidense que entronizó a la dinastía Somoza. Y qué decir de la traición de Daniel Ortega. A pesar de eso, desde la utopía hecha carne en Solentiname y el triunfo momentáneo de la revolución sandinista, nunca dejaste de entonar cantos a la vida, al pueblo, a la revolución, al cosmos. 

Imagen de portada: «Solidaridad Ernesto Cardenal_7514» de jorgemejia. Bajo licencia CC BY 2.0

Tus versos no buscaban exaltar tu nombre, porque las letras están al servicio de algo que las trascienden, como lo expresaste con claridad en tu texto La santidad de la revolución, al invitarnos a que todo medio de expresión tenga un fin:

 

“Me interesa la poesía, sí, y es lo que más hago, pero me interesa de la misma manera en que les interesaba la poesía a los profetas. Me interesa como un medio de expresión: para denunciar las injusticias, y anunciar que el reino de Dios está cerca.”

Comenzaste a escuchar comentarios de quienes participaban en la parroquia y el Evangelio se hizo carne en Solentiname, todo un tejido  popular de estilos y de reflexiones. Un fruto fue un libro bellísimo, un libro hecho en comunidad, y otro fruto igualmente hermoso fue que las personas se atrevían a expresarse. 

Te atreviste a ser revolucionario, a pesar de la aparente contradicción con tu sacerdocio ordenado, porque entregabas tu vida desde el amor, y tú decías: “Sólo el amor es revolucionario.” En Epigramas ese amor se vive desde la juventud con enamoramientos pasajeros que marcan el corazón. 

Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:

porque yo podré amar a otras como te amaba a ti

pero a ti nadie te amará como te amaba yo.

Yo he repartido papeletas clandestinas,

gritando: ¡VIVA LA LIBERTAD! en plena calle

desafiando a los guardias armados.

Yo participé en la rebelión de abril:

pero palidezco cuando paso por tu casa

y tu sola mirada me hace temblar.

Ese amor que se desborda en la otra persona y en el pueblo fue lo que te impulsó a ser un profeta revolucionario. No tenías miedo de ser acusado de comunista por tu teología marxista de la liberación, al contrario, considerabas que el cristianismo y el marxismo se complementan, no por cuestiones de vanguardia, sino al servicio de construir una sociedad sin egoísmos ni injusticias y dar signos del reino de Dios en la tierra. 

Como sacerdote compartías la imagen de un Dios de la vida que escucha los lamentos del pueblo y los tuyos. Tus anhelos con sus denuncias provocaron que la jerarquía eclesial corrupta de tu patria y la de los palacios amurallados del frío mármol del Vaticano te impusieran la suspensión a divinis, porque prefieren someter con el legalismo sin espíritu a reconocer con alegría el compromiso popular. Pasaron 34 años; Juan Pablo II y su curia intentaron arrodillarte, pretendían humillarte, pero por tu dignidad sonreíste. Hasta la llegada del papa Francisco se te restableció el sacerdocio, aunque el pueblo sabio te siguió considerando un buen sacerdote, profeta y poeta. En momentos difíciles cuestionaste a Dios, sin embargo te mantuviste fiel, como lo expresas en el siguiente Salmo:

SALMO 21 (22)

Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?

Soy una caricatura de hombre

el desprecio del pueblo

Se burlan de mí todos los periódicos

Me rodean los tanques blindados

estoy apuntado por las ametralladoras

(…)

estoy contaminado de radioactividad 

y nadie se me acerca para no contagiarse.

Pero yo podré hablar de ti a mis hermanos

Te ensalzaré en la reunión de nuestro pueblo 

Resonarán mis himnos en medio de un gran pueblo

Los pobres tendrán un banquete

Nuestro pueblo celebrará una gran fiesta

El pueblo nuevo que va a nacer

Seguiremos agradecidos profundamente por tus cánticos, tanto al cosmos como a México, porque en el Canto Cósmico desde el Big Bang se vive una revolución cósmica del amor: 

(…) en el corazón 

El reino de los cielos en la tierra azul.

Una tierra para darnos hambre,

un cielo para mantener anhelos, sin saciarlos. 

(…)

Acumulación de muchas células en comunidad

fue la evolución.

(…)

La revolución es compasión

(en el sentido del antiguo hebreo).

(…)

Revolución haciéndose cantando. 

(…)

El antiguo sueño de un mundo sin pobres.

Como armoniosa lluvia sobre el prado

un trabajo creador en bien de todos.

Ninguno decía que las cosas eran suyas solamente

(solamente)

todas de todos

(¿citando a?)

 Lo primordial de las necesidades básicas el amor. 

Ernesto Cardenal: tus versos seguirán el vuelo por Nicaragua, por México y por Nuetra América y El Caribe, porque tú eres de todas las patrias[1] al entregar tus poemas.

Vuela, Cardenal, y disfruta los cantares de las respuestas que nos hacías en México en tu poema In Xóchitl in Cuicatl 

¿Dónde veré tus flores, Dador de la Vida?

Yo busco cantares.

Tú que estás cerca, tú que estás junto.

En Anáhuac te elevamos cantos.

¿Acaso nunca estaré contigo?

¿Junto a tus cantos?

Tú nos hablas con esmeraldas, plumas de quetzal…

Dialoguemos los dos con tus flores de cantos.

Dicen que hay un lugar dentro del cielo.

Que allí hay alegría,

allí hay atables. 


[1] En el prefacio de libro de poemas Canto a México (FCE, 2019), Ernesto Cardenal considera estos versos un atrevimiento por no ser mexicano.