En 1974, en la convención anual de la American Historical Association, un joven historiador norteamericano presentaba el esbozo de una propuesta que estaría llamada a marcar época. Dos años después, Past and Present publicaba el resultado definitivo en un extenso artículo que llevaba por título “Agrarian Class Structure and Economic Development in Pre-industrial Europe” (“Estructura de clases agraria y desarrollo económico en la Europa Preindustrial”). Según Rodney Hilton, el artículo debía situarse en la genealogía del debate sobre la transición que había tenido lugar años antes y que he tratado de resumir en las cuatro entregas previas de esta serie sobre los orígenes del capitalismo (I, II, III y IV)
En su artículo, Robert Brenner retomaba el problema que había dejado sobre la mesa Eric Hobsbawm. Unos años antes, y apoyándose en el espectacular desarrollo de la demografía histórica, autores como Michael Postan, John Hatcher o Emmanuel Le Roy Ladurie, habían propuesto un modelo que situaba, en las fluctuaciones demográficas, la clave explicativa del cambio económico producido a finales de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna. En realidad, los autores elaboraron ese modelo como respuesta a la tesis mercantilista de Pirenne y sus seguidores, la cual, como vimos, asignaba al comercio el papel de motor de cambio.
En la década de 1970, esa explicación demográfica había conseguido imponerse en el ámbito de historiografía académica. En ese contexto, la apuesta de Brenner fue minimizar la diferencia entre ambas interpretaciones y equiparar sus fundamentos. Brenner consideraba que la explicación del cambio económico que ofrecía el modelo demográfico, al que denominaba “neomalthusiano”, operaba también desde una lógica mercantilista, en este caso, de adecuación entre oferta demográfica y demanda de recursos. Según Brenner, el problema de ambas interpretaciones era que trataban de forma marginal el efecto de la estructura de clases en el desarrollo económico de los casos históricos específicos. Brenner razonaba en la dirección contraria: el poder de clase determinaba la forma en la que el factor demográfico y comercial afectaría, a largo plazo, al modelo de desarrollo económico. Esto era así porque, según Brenner, los sistemas de distribución de la propiedad y de extracción del excedente, una vez establecidos, fijan límites determinados y pautas generales que delimitan un conjunto de estrategias posibles, adecuadas para la reproducción de los agentes económicos. Y sobre este espacio de posibilidades se generan los modelos de larga duración del desarrollo económico. Dicho de otro modo, lo que Brenner proponía era situar la atención en los procesos autónomos que originan las relaciones de propiedad, de extracción de excedente y de formación de clase. Frente al determinismo económico o demográfico, frente a los modelos cíclicos de cariz malthusiano, el elemento clave para comprender la fase de transición a la Modernidad se situaba ahora en los desenlaces de la lucha de clases.
La crítica propuesta por el modelo neomalthusiano concluía entonces en un programa de trabajo que, sin embargo, perpetuaba los dos problemas a los que tampoco lograba dar una respuesta adecuada: por un lado, la decadencia versus la persistencia de la servidumbre; por otro, el surgimiento de una pequeña propiedad campesina versus la consolidación del nuevo modelo señor-gran arrendatario (45). Para dilucidar el primer problema, Brenner proponía un análisis comparativo entre la Europa oriental y la occidental; para el segundo, entre los casos de Francia e Inglaterra. El primero permitiría comprender por qué la servidumbre decayó en occidente mientras se fortalecía en oriente; el segundo, por qué se forjó el capitalismo agrario en Inglaterra y, en cambio, fracasó en Francia. Brenner concluía que el paso de una economía tradicional a una de desarrollo autosostenido tuvo lugar en la medida en que triunfaron las relaciones características del capitalismo agrario, y que esto a su vez, dependió de la resolución del conflicto de clases ante la crisis de la servidumbre y de la pequeña propiedad campesina.
Según la tesis neomalthusiana, las crisis demográficas cíclicas de las economías preindustriales se debían a la inadecuación entre los ciclos naturales y demográficos y el escaso desarrollo tecnológico. Brenner, en cambio, consideraba que la estructura de clases de las sociedades agrarias preindustriales imponía a los agentes económicos un marco de estrategias para la autorreproducción de su posición de clase, estrategias que eran incompatibles con el crecimiento económico autosostenido. Por un lado, la extracción del excedente campesino por parte de los señores constituía un beneficio improductivo: la renta feudal se destinaba, como ya habían señalado Dobb y Swezee, al consumo suntuario y al gasto militar. Por otro, el incremento de la renta no se lograba con la mejora de la productividad. La estrategia más provechosa para los señores era utilizar su posición de poder, política y jurídicamente instituida, para imponer una sobrecarga a los campesinos. Éstos, por otro lado, estaban sometidos a presiones que hacían prácticamente inviable la reinversión productiva de los excedentes, por lo demás casi inexistentes. Quienes tenían cierta capacidad para acumular se encontraban limitados, no sólo por la extracción de la renta, sino por las restricciones sobre la movilidad y sobre la concentración de la tierra, producto de esa posición de poder jurídicamente instituida, que los señores ejercían sobre los campesinos no libres. En el siglo XIV, estas relaciones de propiedad causaron que la crisis de productividad se transformara en una crisis demográfica (49).
Pero la pregunta —y aquí Brenner retoma una de las líneas fundamentales del debate anterior— es por qué, dada una crisis generalizada de subsistencia y una intensificación del conflicto de clase tras la peste negra, los resultados en el este y el oeste de Europa fueron tan distintos. Brenner señalaba que era preciso relacionar esto “con modelos históricamente específicos de conflictos de clase” y, especialmente, con la relación de fuerzas entre las comunidades campesinas y los señores. El declive de la servidumbre en occidente estuvo relacionado con el éxito del campesinado para desarrollar sus propias instituciones y sus lazos de solidaridad, creando instrumentos de cooperación y resistencia desde los que logró limitar la reacción de la aristocracia y abolir posteriormente la propia servidumbre. Esta posición de fuerza era de lo que carecía el campesinado en el este. El resultado fue que allí la servidumbre salió reforzada, si bien, transformada bajo el impacto del crecimiento del mercado mundial. El patrón de desarrollo económico de ambas regiones tomaba senderos divergentes.
Ahora bien, esto no significa que el origen del capitalismo agrario fuera resultado directo del colapso de la servidumbre. La comparativa entre el caso inglés y francés arroja algunas claves al respecto. Según Brenner, las diferencias entre las estructuras de clase de Inglaterra y Francia deben considerarse el elemento fundamental que explica el origen del capitalismo en Inglaterra y la conservación de la propiedad campesina en Francia. El contraste entre ambas estructuras —y en esto insiste Brenner de forma reiterada— es resultado de cómo se había desarrollado previamente el conflicto de clases en el contexto de la crisis feudal.
En Inglaterra, a mediados del siglo XV, el campesinado logró poner fin a los controles sobre su movilidad y a la imposición arbitraria de la renta, la cual quedaría a partir de ese momento sujeta a principios consuetudinarios y revaluaciones a largo plazo. Pero los señores ingleses contaban con dos bazas decisivas: por un lado, habían sido los mayores beneficiarios de la acumulación de tierras provocada por la crisis demográfica; por otro, lograron conservar el derecho a fijar las rentas en caso de traspaso por parte del arrendatario. La concentración de la propiedad y el control del mercado del alquiler de la tierra se encuentra en el origen de la triada clásica clase terrateniente-arrendatario capitalista-trabajo asalariado en la que el propio Marx situaba el origen del capitalismo agrario en Inglaterra. Obligados a competir en el mercado del alquiler de la tierra, los terratenientes con mayores posibilidades de inversión comenzaron a mejorar la productividad. Con este excedente, no sólo contribuyeron a incrementar la renta señorial, sino que podían reinvertir en nuevas mejoras, abriendo de esta forma un ciclo que condujo a la agricultura inglesa en la dirección del desarrollo autosostenido. Así, de un sistema donde la presión señorial desalentaba la iniciativa campesina, pasamos a otro que impone la reutilización del excedente en la mejora de la estructura productiva. La consolidación de esta estructura de clase y de este modelo agrario permitió a Inglaterra evitar la crisis de subsistencia que asoló a Europa en el siglo XVII y generar condiciones para un posterior desarrollo industrial autosostenido, entre las que Brenner destaca la cohesión del mercado interno que provocó el nuevo modelo agrario y que permitió una bajada generalizada de los precios de los alimentos, capitalizando a sectores de la población que sostendrían la demanda que la industria necesitaba.
En Francia, en cambio, a comienzos del siglo XV las comunidades campesinas habían logrado conservar la tenencia de la tierra frente a la ofensiva señorial. Esto les permitió ejercer derechos económicos y políticos que los situaba en una posición de fuerza de la que carecían su homólogo inglés. Esta estructura de clases imponía unas constricciones distintas. El campesino francés no debía competir en un mercado de arrendatarios y mercancías para seguir teniendo acceso a la tierra y esto implica que no necesitaba producir mejor y más barato, sino sólo mantener ciertos niveles de subsistencia y pagar los impuestos correspondientes a la Corona. Como consecuencia, este modelo productivo hizo que Francia no pudiera evitar la curva malthusiana ni desarrollar un mercado interno articulado. “Irónicamente”, concluye Brenner, “cuanto más completos eran los derechos de libertad y propiedad, mayor pobreza y atraso generalizado en la población rural. Mientras que, en Inglaterra, fue precisamente la ausencia de tales derechos lo que facilitó la puesta en marcha de un desarrollo económico real.”
El artículo de Brenner provocó la respuesta en un conjunto de autores que exponían sus críticas desde posiciones diversas, incluyendo a marxistas como Guy Bois e incluso al propio Rodney Hilton. Brenner respondería a estas críticas en 1982, en un segundo y aún más extenso artículo titulado “The Agrarian Roots of European Capitalism” (“Las raíces agrarias del capitalismo europeo”). Los críticos de Brenner parecían coincidir en un mismo punto: su explicación adolecía de una engañosa identificación entre “lo económico” y “lo político”. Brenner se reafirmaba en este punto: la fusión entre ambas esferas constituía la característica específica y determinante de la estructura de clases del feudalismo. Las condiciones económicas que permitían la reproducción de la clase dirigente dependieron precisamente de este hecho, clave en la evolución de la economía feudal y su posterior agotamiento.
Bajo el modo de producción feudal, el productor directo “poseía” los medios necesarios para su subsistencia, por lo que no requería de la intervención económica de los señores para asegurar su reproducción. La renta feudal sólo podía extraerse si los señores lograban ejercer algún tipo de control directo, dada su condición político-jurídica, sobre el campesino y su trabajo. Además, dependía de la capacidad productiva de la tenencia campesina. Pero esta forma de propiedad no obligaba al campesino a acudir a un mercado competitivo para poder acceder a la tierra y a los medios de producción. El excedente que generaba se orientaba así, una vez devengada la renta feudal, hacia la subsistencia y la reproducción de la fuerza de trabajo familiar, y no hacia el incremento de la productividad. Tampoco los señores, en la medida que tenían acceso directo al excedente de sus campesinos, se veían empujados a producir de forma competitiva para un mercado. La adopción de este tipo de estrategias no era una cuestión de preferencias. Era el carácter de la propiedad feudal, políticamente instituida, lo que presionaba en la dirección de que cualquier incremento de la renta señorial se obtuviera mediante la intensificación de la extracción del excedente campesino, y no mediante mejoras productivas sistemáticas.
Estos límites estructurales hicieron que los modelos de desarrollo de la economía feudal estuvieran marcados por un carácter esencialmente improductivo y extraeconómico. Según Brenner, el modelo se inclinó hacia formas de redistribución de la propiedad que tenían que ver con mecanismos de acumulación política, especialmente la guerra y la apropiación por desposesión. En definitiva, el desarrollo de medios de coerción eficaces constituía una “necesidad real”, una tendencia a largo plazo que transitaría de un periodo de fragmentación y conflictividad interseñorial durante el siglo XIV, a otro de cooperación en diverso grado —donde cabe situar, por otro lado, uno de los fundamentos, o al menos el fundamento económico, del desarrollo del estado feudal y su posterior evolución hacia formas cada vez más centralizadas.
¿Cómo se desarrolló en Inglaterra esa propiedad políticamente constituida? ¿Y cómo, a diferencia del caso francés, fue sustituida por una forma puramente económica que pondría en marcha un desarrollo económico autosostenido? La formación del estado feudal sigue en cada caso trayectorias divergentes. Con la conquista normanda de la isla se instaló una forma de gobierno centralizada, basada en una colaboración estrecha entre la Corona y los señores: a la vez que el monarca apuntalaba sus derechos de propiedad y les otorgaba un lugar en la administración real, los señores reconocían sus intereses comunes en la figura del rey, especialmente en lo relativo al control sobre el campesinado y la guerra exterior. Francia, en cambio, estaba atravesada por una rivalidad señorial mucho más profunda y una extrema fragmentación de la autoridad política. La falta de cohesión entre los señores y la resistencia de las comunidades campesinas fueron las causas de la disminución de la extracción de la renta feudal. La Corona, aun partiendo de una posición de debilidad, logró convertirse en un extractor mucho más eficiente mediante el sistema de cargas impositivas a las mismas comunidades y burgos a los que protegía de los señores. A diferencia de lo que ocurrió en Inglaterra, la centralización de la monarquía feudal en Francia se llevó a cabo de espaldas y contra la nobleza territorial.
Esto no significa que Inglaterra estuviera libre de rivalidad interseñorial. Tras la crisis demográfica del siglo XIV, el modelo demostró su ineficacia. Y cuando la guerra de los Cien Años con Francia finalizó, la cohesión de la nobleza se quebró, dando comienzo a un periodo de guerras civiles. Y aquí está la clave del asunto: incapaces de reinstaurar algún tipo de coacción extraeconómica sobre el campesinado, los nobles se vieron obligados a servirse del poder que realmente ejercían sobre la plena propiedad de la tierra. Pero este tránsito hacia una forma de explotación específicamente económica, insiste Brenner, fue la expresión de unos poderes feudales previos, de la forma particular que había adquirido en Inglaterra la propiedad políticamente instituida.
En conclusión: en Inglaterra, la confirmación de la propiedad privada absoluta sobre la tierra en contra de la pequeña tenencia campesina que tuvo lugar tras el periodo de las guerras civiles fue paralela al proceso de centralización del poder coercitivo del Estado. Pero este proceso siguió una vía distinta al modelo absolutista francés. Lo que la clase terrateniente inglesa necesitaba era un Estado poco oneroso que asegurara el funcionamiento del proceso económico. Según Brenner, esto lo logró a lo largo los siglos XVI y XVII, al hacer del Parlamento un eficaz instrumento de representación de clase en el gobierno central y al conservar el control sobre los cargos públicos locales. Los intentos de la Monarquía inglesa de avanzar en la senda del absolutismo fueron abortados durante el periodo revolucionario. Esta particular combinación de factores hizo posible que, a finales del siglo XVII, la agricultura inglesa encarara de forma sólida el camino de la producción capitalista, poniendo fin, ahora sí, al periodo en el que lo económico y lo político se fundían en una sola realidad social.
