Bolivia inició el siglo XXI con un acumulado de calamidades históricas que viene desde la conquista: 500 años de permanente saqueo, ejecutado desde hace 180 años por un Estado colonialista. La ofensiva rapaz del neoliberalismo encontró un país marcado por el racismo y la colonización, y un Estado muy débil, recién salido de una la dictadura militar que duró 13 años en Bolivia (de 1964 a 1978), asediado por constantes golpes de Estado y totalmente servil a los intereses extranjeros. La larga noche neoliberal fue brutal en Bolivia, reforzó la violencia, profundizó la desigualdad y la discriminación, y alcanzó niveles de saqueo que parecen surreales. Por ejemplo, en el año 2000, en Cochabamba, las empresas que privatizaron el agua llegaron a prohibir a la población la recolección de agua de lluvia, argumentando que también les pertenecía. 

En el año 2003 estalló “la guerra del gas.” Una formidable movilización de masas, cuya demanda fundamental era la necesidad de recuperar la propiedad nacional de los hidrocarburos, para frenar el saqueo desmedido de recursos. La respuesta represiva del gobierno hizo crecer la movilización en fuerza y profundidad, de modo que la conciencia política del pueblo forzó la crisis en el Estado colonial. Aquellas movilizaciones fueron el fin de los gobiernos saqueadores. La derecha neoliberal, racista y colonial no podía seguir gobernando; el pueblo derrocaba uno tras otro a los presidentes que representaban la continuidad del sistema y demandó la realización de una Asamblea Constituyente para refundar el Estado a partir de la participación de las mayorías indígenas.

En esa coyuntura llegó a la presidencia el MAS (Movimiento al Socialismo), con Evo Morales, en 2006. La derecha simplemente no pudo impedir que un representante de los movimientos sociales y de los pueblos originarios ocupara la presidencia. En el gobierno de Evo se nacionalizaron los hidrocarburos, lo que permitió renegociar contratos con empresas extranjeras y realizar un proceso de redistribución de la riqueza, a partir de los ingresos de la venta de gas en el mercado mundial. Después de mucha resistencia, que llegó incluso a los enfrentamientos armados, se logró realizar la Asamblea Constituyente, y en 2009 se constituyó el Estado Plurinacional de Bolivia: un proyecto de autodeterminación y soberanía nunca antes visto en ese país.

El gobierno de Evo duró 14 años, tuvo contradicciones, pugnas internas, errores, sufrió un natural desgaste, cierto estancamiento, e incluso perdió un referéndum constitucional en 2016. Aún así, y a pesar del acecho permanente de la derecha y capital transnacional, Evo ganó las elecciones de 2019. El golpe de Estado que impidió la reelección tenía toda la cara de la vuelta de los regímenes de los años setenta: La intromisión de la OEA, la burda campaña mediática global proyectando un fraude que nunca existió, la traición de las fuerzas armadas, la violencia desatada contra los sectores populares (masiva y selectiva) para forzar la salida de Evo Morales de la presidencia. Se impusieron en el poder, por la fuerza de las armas, los sectores racistas, colonialistas y neoliberales que fueron expulsados en 2003, y rápidamente forzaron una vuelta al modelo saqueador.

Sin embargo, América Latina no es la misma y en el siglo XXI el ambiente regional no permite la imposición de un golpe de Estado… que no tenga aunque sea una pantomima de legitimidad institucional (como sí tuvieron los “golpes blandos” en Honduras, Paraguay, Brasil). A pesar de haber tomado el poder por la fuerza, los golpistas no pudieron eludir el compromiso de realizar elecciones. Hasta el último momento intentaron el fraude (trataron de ilegalizar al MAS, hicieron cambios de último minuto en el conteo, militarizaron las calles, retrasaron los resultados), pero ante la contundencia de la victoria de Luis Arce, el candidato del MAS, no tuvieron más remedio que aceptar su derrota.

Lo que se vivió en Bolivia es histórico para América Latina: un golpe de Estado fue derrotado por un proceso electoral, en el que claramente cerraron filas amplios sectores que superan por mucho el voto duro del MAS, ¿cómo explicar eso?

El breve tiempo en que los golpistas detentaron el poder fue desastroso en todos los terrenos. Además de la imposición de una política económica neoliberal, lo que privó fue la rapiña y la ineficacia en la administración del Estado. Esta situación se vio agravada por la pandemia que expuso en toda su incapacidad a los golpistas. De inmediato se dividieron en peleas por el poder, y se exhibieron en todo su racismo y conservadurismo. Esa deplorable demostración dividió a la base social anti-Evo y empujó a sectores de clase media a votar por el MAS.

Pero sin duda el elemento más importante a tener en cuenta es el aprendizaje del pueblo boliviano. El acumulado histórico en la conciencia de quienes han combatido al colonialismo y al neoliberalismo en los últimos años no permite vuelta atrás. La derecha no puede retomar el poder. Las y los bolivianos aprendieron que al neoliberalismo rapaz, al Estado colonial dirigido por racistas, no se le puede dar otra oportunidad. Hoy parece que la fuerza popular le da un nuevo aire a la construcción de una Bolivia independiente y soberana.

En esta segunda ola será muy importante que la anunciada nueva generación del MAS no descuide la formación ideológica permanente que debe acompañar al proceso y atienda lo que Álvaro García Linera calificó como “la principal lección”: que los avances en la igualdad no pueden dejarse solamente bajo protección de las fuerzas armadas del Estado. “Lo que faltó fue mayor decisión para haber creado una fuerza civil de defensa, que proteja las conquistas de la igualdad y los avances de la democracia, ese fue uno de los elementos que ha permitido el golpe de Estado” (en el programa “Cruce de palabras” de Telesur).

Para profundizar el proceso, es necesario superar la carencia que hasta ahora han mostrado los gobiernos progresistas de la región: la creación de poder popular.