I. Alquimistas
“Claramente, bajo la rúbrica del encantamiento mágico debemos de incluir el slogan, sea por publicidad comercial o por motivos políticos.”
Alan Moore
“Primero creen que estás loca, luego pelean contra ti, luego cambias el mundo”, aseguraba en 2016 Elizabeth Holmes, parafraseando a Gandhi. Holmes, para quienes no se obsesionaron con su caso en los últimos meses, es una empresaria estadounidense cuya riqueza fue valuada hace tres años en 8 mil millones de dólares. A los 19 años abandonó la carrera de ingeniería química en Stanford, siguiendo esa rebeldía arrogante de sus héroes, Zuckerberg, Jobs, Gates, para fundar una compañía de diagnóstico médico: Theranos. La firma, uno de esos unicornios de Silicon Valley que aseguran tener el poder de cambiar al mundo y hacer ricos a todos sus inversores, se basaba en la patente de una máquina: la Edison. La caja negra de unos treinta centímetros de altura, que prometían estaría en la cochera de cualquier persona en el futuro, podía realizar cientos de análisis a una fracción del valor comercial actual y con una sola gota de sangre del dedo.
“Se realiza una química para que ocurra una reacción química y genera una seña de una interacción química con la muestra, que se traduce en un resultado, que es revisado por personal de laboratorio certificado.” La explicación que daba Holmes sobre el funcionamiento de la caja negra parecía improvisación de una estudiante de secundaria, o las crípticas palabras de un alquimista sin querer revelar el hechizo. Por eso prefería hablar, con sus ojos grandes y sin parpadear, su voz de barítono y sus negros cuellos de tortuga, sobre su historia personal de éxito. El discurso cautivó a inversores, políticos (desde Bill Clinton hasta Henry Kissinger), medios de comunicación (desde Financial Times hasta The New Yorker), y académicos, como la Junta Médica de Harvard. Lo único que las palabras de Holmes no pudieron crear fue la máquina. En realidad, la tecnología nunca existió, y la empresa falsificó durante años resultados médicos de sus pacientes para seguir atrayendo el flujo de inversión.
La alquimia que realizaba Holmes no era transformar una gota de sangre en cientos de resultados, sino capturar, dentro de las paredes negras de la Edison, la ambición de los participantes del rito de privilegio y especulación. El caso de Theranos ilustra un desplazamiento del clásico fetichismo de la mercancía. Las cajas negras de la actualidad, figuradas o literales como la Edison, son el artefacto retórico de otros agentes: los emprendedores, quienes son los responsables de darles vida en el mundo a través de su discurso. No obstante, las palabras de los disruptores, como todo hechizo, no le hablan al objeto, sino a la audiencia.
El emprendedor ha substituido al burgués como representante del espíritu revolucionario del capitalismo. En tanto que la propiedad directa sobre los medios de producción se encuentra pulverizada por los mercados de valores, el emprendedor o administrador basa sus poderes en una relación carismática con el público, inversionistas y consumidores. Esta figura se ubica, así, en los límites entre la política y la economía en sus sentidos técnicos, desdibujando los límites entre ellas a través de la autonomía soberana de su palabra.
En las siguientes líneas exploraremos dos efectos en la política de la figura del emprendedor como constructor de realidad a partir de sus dichos. En primer lugar, los portavoces, quienes aparecen como vehículo de metasujetos. En segundo lugar, los chicos maravilla, como encarnación del imperio de la técnica en el gobierno. Finalizaremos con reflexiones sobre el futuro de estos taumaturgos en las sociedades modernas.
II. Chamanes
“(Debemos) ser creativos para mejorar la calidad del aire…firma nuestra petición en change.org y ayúdanos a unir a ciudadanos, autoridades, organizaciones civiles e iniciativa privada, para hacer de Vía Verde una realidad.” Aseguraba en marzo de 2016, Luis Gerardo Méndez en un video en su cuenta de Twitter. Parecía estar representando a Javi Noble o Chava Iglesias, dos de sus personajes que conjugan la inocencia de la ignorancia con el poder del emprendedurismo. El proyecto Vía Verde entregaba derechos gratuitos a una empresa privada, para poner espectaculares en las columnas del segundo piso del Periférico, a cambio de instalar jardines verticales en el resto de ellas. El mantenimiento de dichos jardines es muy costoso, privatiza el espacio público y tiene un impacto ambiental casi nulo. No obstante, Luis Gerardo materializaba, prestando su voz y diciendo las palabras adecuadas, la soñada comunión capitalista de las élites mexicanas, entre sociedad civil, gobierno, empresas y estrellas de televisión.
Es prácticamente imposible presenciar una iniciativa “ciudadana” que no sea presentada por algún actor (en general blanco y masculino), y que sea repetida por los medios o las redes sociales. En ocasiones, en tanto que los portavoces destruyen las barreras entre representación teatral y democrática, se confunden sus roles. En diciembre de 2017 dichas contradicciones explotaron, en tanto que el colectivo #SeguridadSinGuerra, suma de organizaciones contra la Ley de Seguridad Interior, y la serie Narcos de Netflix, ficharon al mismo tiempo a Diego Luna como su actor protagónico para 2018. Las campañas de ambas organizaciones se mezclaron en tanto que Luna debía de dar voz a las demandas de víctimas (o al menos eso pretendía) a la vez de prestar la voz de Miguel Ángel Félix Gallardo, el líder del cártel de Jalisco.
La representación de estos portavoces no requiere aparentar la competencia técnica de los CEO de Silicon Valley. Los portavoces no emiten su propia voz, sino la de una consciencia más allá de sí mismos, la sociedad civil, a la cual acceden a través de su trance religioso en las redes sociales. Algunos, como Alfredo Lecona, aseguran ser expertos, por decreto, en temas tan diversos como derechos digitales, medios de comunicación, política de seguridad, derecho constitucional, movimientos sociales y regulación anticorrupción. Otros, como Antonio Attolini, pretenden combinar suficiencia técnica con representación de mayorías políticas. En todo caso, ambos representan en el rito de los programas de debate, la confrontación entre fuerzas que se comunican a través de ellos, diferentes sectores de tecnocracia, sin poseer ellos mismos ni capacidades técnicas ni trabajo político. “Mi representación orienta y da sentido a lo que está sucediendo,” sostuvo Attolini en un programa de Grupo Radio Centro con Julio Astillero. Su contraparte en la ceremonia, Pablo Maljuf, respondió “Yo represento al anhelo de democracia liberal”.
III. Encarnados
“Uno compite para un cargo no porque quiere, sino porque las necesidades del puesto empatan con lo que uno pone sobre la mesa”, aseguró Pete Buttigieg, alcalde de South Bend, Indiana, en una entrevista sobre su candidatura presidencial en el proceso del Partido Demócrata para las elecciones de 2020. Mayor Pete se hizo famoso en poco tiempo debido a la extrañeza de su identidad. Su vida parece un formulario de búsqueda de trabajo que ha tachado, por error, todas las casillas. Egresado de Harvard y Oxford, becario Rhodes, veterano, gay, cristiano, fluente en noruego y árabe, menor de 40, consultor de Mackenzie, experto en inteligencia militar, viejo admirador de Bernie: Mayor Pete parece una creación alienígena basada en películas sobre presidentes.
“Soy muy específico en mis políticas. Sólo pienso que hay que hablar de nuestros valores primero.” Como Holmes, Pete se niega a hablar de su agenda, y prefiere hablar de él y su múltiple identidad. Buttigieg pertenece a una generación de políticos jóvenes que han basado sus campañas en capacidades personales. Anaya, Macron y Trudeau basaron su campaña en una extraña versión del ultra centrismo, un conservadurismo incluyente de manera identitaria y entusiastamente neoliberal.
Como el resto de las derivaciones del emprendedor capitalista, los chicos maravilla basan en gran medida sus figuras públicas en la suficiencia técnica. No obstante, de manera más clara, aparecen ellos como depositarios del poder no por su relación con un objeto, o una tecnología, ni por prestar su voz a un otro, la técnica de la polis, sino al ser ellos la encarnación de la técnica y la política. Es por eso que la base de la política para esta generación de figuras es hablar de sí y no del otro, presentándose a la menor provocación como disruptores, materialización de la revolución corporativa capitalista.
No obstante, como los proyectos de Luis Gerardo, la magia de estos elegidos no resuelve las contradicciones del sistema, sino que las encarna. En donde han gobernado los chicos maravilla, se han observado los efectos de las ciudades imaginadas por el imperio de la innovación. Trudeau está ahora involucrado en un gran escándalo que lo implica a él al lado de una firma de infraestructura que pagó sobornos a la familia Gadafi para asegurar contratos en Libia hace una década. Mayor Pete, por su parte, ha hecho de South Bend la combinación soñada de neoliberalismo y diversidad para los pobres. Los servicios municipales, transporte, seguridad, limpieza y mantenimiento de vialidades, discriminan cuadra por cuadra recoger la basura o salar la nieve de los caminos entre barrios afluentes, ligados a la universidad de Notre Dame, y pobres, fundamentalmente habitados por negros y latinos. Una de las primeras acciones de Pete fue racializar aún más a las fuerzas del orden, despidiendo al jefe de policía negro que denunció por racismo a diversos oficiales blancos. La política estalló el pasado mes de junio, cuando un oficial blanco apagó la cámara de su chaleco antes de asesinar a Eric Logan, un ciudadano negro de 54 años.
IV. Imperio y verdad
“El Gran Kan ha soñado una ciudad; la describe a Marco Polo.
— Vete de viaje, explora todas las costas y busca esa ciudad — dice el Kan a Marco. Después vuelve a decirme si mi sueño responde a la verdad.”
Italo Calvino. Ciudades Invisibles.
“Steve tiene un campo de distorsión de la realidad. En su presencia, la realidad es maleable. Él puede convencer a cualquiera de prácticamente lo que sea. (El encanto) desaparece cuando no está cerca.” Aseguraba Bid Tribble, uno de los primeros programadores de Apple, a un nuevo colaborador en la compañía, confundido por las instrucciones de Steve Jobs. La realidad alrededor de Jobs aparecía no externa a él, sino proyectada por sí mismo, por fuera de sus habilidades técnicas. Jobs nunca escribió código, diseñó un circuito o una consola y una gran parte de los proyectos que dirigió terminaron en fracaso (Lisa, NEXT, Macintosh). No obstante, logró proyectar en la mente del mundo una imagen de éxito permanente, siendo el mejor ejemplo de la materialización basada en el dicho, “fake it until you make it”.
El imperio de las palabras de estos emprendedores, la capacidad de hacer por el decir, no se basa en la tecnología o técnica que pretenden, sino en las relaciones sociales que ocultan. Su particularidad es su relación política con las élites, quienes les otorgan poderes económicos, sociales y políticos en tanto que promuevan sus objetivos de clase. Esa es la razón por la cual empresas como Uber han operado en pérdidas desde su fundación, acumulando un total 13 mil millones de dólares, y sus inversionistas mantienen esperanza en su proyecto de destrucción de los taxistas organizados, han operado con pérdidas desde su fundación y no esperan tener ganancias en años. Por la misma razón, los cargos que enfrenta Elizabeth Holmes actualmente son de fraude a sus accionistas y no de falsificación de resultados clínicos a sus pacientes.
El poder de estos hechiceros modernos no debe de ser subestimado y su influencia, con vaivenes, ha crecido gradualmente en las últimas décadas, especialmente ante la crisis de los partidos políticos clásicos. Ellas encarnan su propia negación de la política a través de un imperio técnico antipopular, basada en la autonomía de un soberano colectivo, profesional, con respecto al pueblo llano, populista.
Probablemente la metonimia más clara del funcionamiento y efectos de este reino de la palabra y la tecnología se observó en el caso Benalla en Francia. Alexandre Benalla era un asesor de seguridad y diplomático con África y Rusia del gobierno de Emanuel Macron. El joven de 27 años, de ascendencia marroquí, había apoyado al político francés desde las elecciones como su asesor de seguridad. Durante las manifestaciones del primero de mayo de 2018, se captó a Benalla disfrazado de granadero atacando a manifestantes en la marcha del Día Internacional del Trabajo. No era el único de los funcionarios del gobierno que pasaba sus ratos libres derribando opositores, tampoco fue la única vez. En un evento con los integrantes de su partido, Macron declaró. “Si quieren un responsable, éste está frente a ustedes. Vengan a buscarlo.” La respuesta del gobierno no fue castigar el comportamiento, sino reforzar el imperio de la élite y la potencia del soberano.