
Perspectivas
Sergio Randi
Inventar un pueblo desde abajo o someterse a la extrema derecha
Jacques Rancière señala en uno de sus textos cómo “el esbozo del futuro es una consecuencia de la invención política”. El filósofo francés primero anota que no es necesario tener un plan delineado para pensar en transformar la realidad social; que tener programas —ausentes en las revueltas y levantamientos de los últimos años en América Latina— no es la condición de posibilidad de los cambios. En cambio, afirma: “los revolucionarios inventaron un pueblo, antes de inventar su futuro” (Arditi, 2011). ¿Qué quiere decir con esto? ¿Cómo se conectan estas ideas con el levantamiento chileno de 2019 que pareció tener una gran potencia destituyente y, asimismo, fue capaz de escribir una nueva propuesta de carta magna con un amplio contenido emancipatorio?
Al iniciarse la protesta el 18 de octubre de 2019 —semanas antes ya los estudiantes habían protestado al grito de “evadir, no pagar, otra forma de luchar”, un llamado a boicotear el pago del metro de Santiago—, se reunieron en las calles diversos actores: desde estudiantes hasta trabajadores precarizados, desde el lumpen hasta profesionales de oficina, desde amas de casa hasta niños del Servicio Nacional de Menores (Sename), donde los jóvenes sufrieron violaciones a sus derechos humanos. De igual manera, estuvieron presentes trabajadores, vecinos, pobladores, mapuches y anarquistas. Las mujeres y diversidades también participaron de la llamada “primera línea”, una forma de autodefensa popular con piedras y escudos para contener la represión de Carabineros y, hasta tradicionales cuadros de partidos o movimientos de izquierda fueron parte de las asambleas territoriales donde se imaginaba y debatía el futuro del país. En suma, fue un movimiento policlasista y con múltiples demandas, aunque en esta primera etapa los sectores populares fueron los protagonistas y no tuvo una dirección política clara. El posterior desarrollo de la protesta y la existencia de un asociacionismo popular permitió traducir la expresión de descontento en un levantamiento que apuntó contra la matriz neoliberal del modelo chileno.
Demandas democráticas y horizontes utópicos
Las protestas articularon demandas concretas: pensiones dignas, educación gratuita y de calidad, una mejor salud pública, alza de salarios, mejora en derechos laborales y derecho a la vivienda. Estas reivindicaciones, que tienen un fundamento material o socioeconómico, tuvieron amplia legitimidad entre los subalternos, aunque no interpelaron a la totalidad de la población.
La encuesta Latinobarómetro 2020 —citada en un periódico chileno— señaló que “con un 60%, Chile figura en el listado de naciones con mayores niveles de apoyo a la democracia […]. Además, un 74% en el país considera que ‘la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno’” (El Mostrador, 2021). Sin embargo, cuando se profundiza en el tema, la imagen de la democracia liberal cae radicalmente en la percepción de la ciudadanía. De allí que Chile esté “entre los países donde hay menor percepción de que se gobierna para la mayoría (8%) […] y en cambio un 86% considera que en el país ‘se gobierna para grupos poderosos en su propio beneficio’” (El Mostrador, 2021). Además, “Chile es el país de la región que percibe más desigualdad y más injusticia en el acceso a la educación, justicia y salud, con un 90% o más”. (El Mostrador, 2021).
En ese contexto, ¿qué horizontes intentó construir el levantamiento de octubre en Chile? En relación con lo que vengo señalando, pueden delinearse tres formas de pensar en el futuro, tres temporalidades que emergieron durante la rebelión de la “primavera chilena” de 2019. En principio, están las aspiraciones de futuro o la capacidad de aspiración según el concepto de Appadurai (2015): demandas que se expresaron como exigencias “inmediatas” o “urgentes” por una vida digna, pero sin una proyección política definida. Eran necesidades por satisfacer en el corto plazo, especialmente entre los sectores sociales populares y más vulnerables. También emergieron utopías o imaginarios de futuro que se fueron configurando en la protesta. Siguiendo al filósofo alemán Ernst Bloch (2004), quien habla del “principio esperanza”, aquí puede utilizarse el concepto de utopía concreta, el cual hace referencia a una construcción del futuro desde lo real concreto, desde el presente de lucha donde, a partir de esas acciones, se construye un porvenir. Así surgió una utopía constitucional, pues el anhelo mayoritario de quienes se manifestaron era conquistar derechos sociales “por arriba”, a partir de una nueva carta magna, y así barrer con la constitución pinochetista y el Estado subsidiario, por medio de un proceso constituyente que sin embargo terminó frustrado. Paralelamente, una opción minoritaria pero significativa que se expresó “por abajo” sostuvo una utopía anticapitalista, especialmente impulsada por sectores populares y juveniles, caracterizada por ollas comunes, asambleas territoriales, coordinadoras por los presos políticos y el ejercicio de la democracia directa. De esta manera, la protesta desbordó los márgenes democrático-liberales impuestos para hacer comunidad.
Las fuerzas sociales movilizadas como un conjunto heterogéneo de actores subalternos —que no necesariamente están en el ámbito de la fábrica o son asalariados—, apuntaban a un cambio estructural, pero esto contrastaba con el pasado aspiracional de ascenso social individual. La frustración con la transición democrática —sobre todo en sectores precarizados, entre jóvenes o asalariados menos politizados— hizo que el pasado aspiracional de la meritocracia y el emprendedurismo siguiera teniendo mucho peso, frente a propuestas de cambio colectivo. En parte por ello, durante el levantamiento popular no pudo definirse una manera de lograr conquistar demandas para el conjunto de la sociedad. Emergió la mesa de Unidad Social —un intento de coordinación de las luchas de distintos gremios y movimientos sociales como feministas, ecologistas, de la diversidad sexual y estudiantes—, pero luego no terminó de llegar a acuerdos entre los distintos sectores y el mismo régimen condujo la salida política por medio de una Convención Constitucional. Tal Convención Constitucional, organizada desde el Estado por los mismos partidos —el poder constituido— que gobernaron en los 30 años de transición, arrebató la iniciativa soberana al campo popular —el poder constituyente—, dirigiendo el proceso hacia la institucionalización.
A diferencia de los sectores populares más vulnerables, jóvenes y pobladores, quienes buscaban concretar sus exigencias para una vida digna de forma urgente, las demandas encauzadas por la Convención se expresaron en el lenguaje de derechos y la justicia social, apuntando a una transformación del modelo socioeconómico por medio de una nueva constitución. Se buscaba un nuevo pacto que transformara el Estado subsidiario en un Estado de derecho que garantizara condiciones básicas para la ciudadanía. La mayor parte del pueblo movilizado se inclinó por este proceso constituyente como nuevo pacto refundacional. Las “capas medias que venían de la desilusión, [a las] que le prometieron la gran vida, el ascenso en la escala social a través del crédito, del consumo, sobre todo en los sectores profesionales” (según me dijo en entrevista un trabajador asalariado de Antofagasta) fueron en gran parte impulsoras de estas reformas estructurales para lograr un Estado de derecho que a la vez transformara tanto las condiciones existentes en la redistribución (derechos sociales) como en el reconocimiento (derecho a la identidad, feminismo, diversidades, pueblos originarios).
¿Invención de un nuevo pueblo?
Lo que sugieren algunos intelectuales, como el sociólogo Manuel Canales, es que aquel pueblo que protestó en el levantamiento no estuvo representado en la Convención Constitucional y, en cambio, otros actores (movimientos sociales) impusieron una agenda diferente a los reclamos de las mayorías populares, orientándose por ciertos reclamos más identitarios: el feminismo, la violencia de género, la agenda de la diversidad sexual, el ecologismo y los pueblos originarios. Como argumenta Canales (2023), la Convención Constitucional, si bien abordó temas de relevancia para la sociedad, no tenía muchos representantes que tomaran la demanda de octubre: “no conectó con el sentimiento común de clase popular, pues se constituyó como palabra de otros agentes, de otros quienes, no adversarios, pero tampoco los mismos que hicieron octubre. Signo mayor del yerro, de ese desconocimiento práctico de la demanda de octubre, es la postergación del tratamiento de los derechos económico-sociales” (53).
Por otra parte, esa diversidad de sectores y demandas necesitaba encontrar un cauce común para expresarse políticamente. En el levantamiento de octubre de 2019 en Chile, la protesta no tuvo una dirección política definida, ni un sujeto cuya actuación social y política imprimiera un claro lineamiento estratégico junto al movimiento de protesta. Los eventos de Chile se parecen mucho a las insurgencias de 2011 de la “Primavera árabe” o del “Occupy Wall Street”, en el sentido de que la revuelta es el mensaje dado, pero no existe un plan o programa, y tampoco logró formarse un comando que unificara la dirección política de las protestas.
Volviendo a la cuestión de “inventar un pueblo”, como señaló Rancière, algunos autores creyeron encontrar ese nuevo pueblo en la rebelión de octubre: de allí que el intelectual Ruiz Encina señalara la constitución de un “nuevo pueblo” durante las jornadas de octubre. El sociólogo chileno indica la existencia de factores socioeconómicos que diferencian a los “hijos de la modernización neoliberal” (Ruiz Encina, 2020: 27). Sin embargo, más allá de compartir décadas de una vida dura en endeudamiento y precarización, así como situaciones de pobreza y desigualdad, las generaciones nacidas en democracia aún no se han constituido mayoritariamente como pueblo, en el sentido de construir un movimiento con perspectiva de clase que reúna a los/as explotados. No se ha gestado aún esa unidad de los subalternos —entre trabajadores, gremialistas y nuevos movimientos sociales como el feminismo y el ecologismo o pueblos originarios— para transformar el porvenir en utopía emancipadora. También aparece una fractura que, como señala Mayol (2019), se presenta en la heterogeneidad de situaciones laborales, pues existe una división casi a mitades entre trabajadores asalariados (4,4 millones) y no asalariados (3,8 millones). Esto dificulta la política antagonista —tanto para identificar al enemigo de clase como para construir condiciones de unidad— y da lugar a salidas individuales promocionadas por el neoliberalismo.
Las fracciones intermedias de sectores populares en ascenso, con credenciales universitarias, deudas y una vida precaria, pueden tener características propias, pero no lograron construir un “pueblo” que convocara y convenciera a las mayorías. Lamentablemente, aunque hay sectores que participaron abiertamente del levantamiento de octubre, otras fracciones de clase también subalternas, menos politizadas, se orientaron por la mirada individualista de la subjetividad neoliberal. De esta manera, amplios sectores populares, precarizados, informales, o emprendedores han optado por el voto al Rechazo (61.89 %) en el plebiscito constitucional de salida en septiembre de 2022. De tal suerte, las protestas masivas persiguieron una utopía constitucional de orientación socialdemócrata, pero la estrategia fue derrotada en ese contexto de ascenso de la extrema derecha.
Este ascenso se hizo visible en las elecciones presidenciales de 2021 —en el contexto de la pandemia y el proceso constituyente—, cuando José Antonio Kast del Partido Republicano logró un porcentaje de apoyo mayor que el del hoy presidente electo Gabriel Boric: “En la primera vuelta presidencial, con 7.114.318 de votos válidamente emitidos, José Antonio Kast obtuvo el 27,91% de los votos y Gabriel Boric el 25,82% de los sufragios. Franco Parisi obtuvo el tercer lugar, con 900.064 sufragios, equivalentes a un 12,81% del total” (“Elecciones presidenciales de 2021”. Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 21/11/2021). Este escenario electoral pudo revertirse en segunda vuelta, donde Boric sumó el 55,87% y el derechista Kast logró el 44,13%.
Ello es muestra de que, en un sistema que fomenta desigualdades, una vida precaria y la idea de la salvación individual, era preciso darle vuelta a ese discurso emprendedor de esfuerzo meritocrático para traducirlo colectivamente en un proyecto de clase, y así construir junto al pueblo trabajador esa alternativa política para los de abajo.
El levantamiento popular como mediador entre dos momentos históricos y el escenario electoral actual.
El levantamiento popular fungió como un mediador evanescente (Jameson, 1973) entre un momento histórico de malestar ante la democracia —la consigna “no son treinta pesos, son treinta años” es evidencia de ese malestar— y los anhelos de cambio social por construir un futuro con mayor justicia social e igualdad. Esta forma de “refundar el país” pretendía borrar la constitución vigente, heredada de la dictadura, o acabar con el neoliberalismo mediante los mismos procesos legales y los mismos actores políticos —los partidos tradicionales de los treinta años— que habían sostenido el modelo neoliberal y la democracia de los consensos. Sin embargo, a la vez el levantamiento expresó, a partir de sus formas de protesta y participación democrática, una nueva orientación política que emergió desde abajo y que tenía como horizonte conquistar una vida digna. El levantamiento fue, por tanto, un mediador evanescente porque conectó —por medio del marco sociopolítico y cultural de la protesta— con las prefiguraciones de futuro: las aspiraciones de cambio y las utopías por un nuevo Chile.
En tal sentido, este proceso puede comprenderse a partir del binomio reforma-revolución, dado que el levantamiento popular se expresó como mediador evanescente en dicha tensión, donde las protestas más radicalizadas por construir un horizonte anticapitalista tenían una perspectiva de clase y asumió una postura revolucionaria, al tiempo que las mayorías expresaron sus demandas de redistribución y reconocimiento, canalizadas por un proceso constituyente que intentó una serie de reformas que no se lograron conquistar. Tanto las vertientes reformistas del proceso como aquellas más radicales buscaron transformar la sociedad chilena y abrieron la puerta a nuevos horizontes. Sin embargo, unas y otras fueron derrotadas por la represión y la institucionalización de un proceso constituyente que no era controlado por los sectores subalternos.
Con todo, la protesta desbordó esta vez las demandas exclusivamente socioeconómicas o por cuestiones sociales. Es innegable que los feminismos y las diversidades, la ecología y el medioambiente como visión crítica ante un capitalismo extractivista, y el reconocimiento y autodeterminación de los pueblos originarios son problemáticas que cualquier movimiento que se digne a llamarse popular debe asumir como parte de su horizonte. No se trata solamente de reconocer derechos o tolerar otras culturas, sino de transformar las bases que sustentan este sistema: el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo.
La problemática aquí está tanto en la comunicación de estas cuestiones y en la necesaria transformación cultural del proletariado —entendido de forma extensa, como sectores no propietarios—; es decir, no alcanza con convencer a las bases ya politizadas, sino que es preciso extender la lucha contra esas opresiones a otros sectores desafectos de la política y poco movilizados. En gran parte, este trabajo de politización o subjetivación política tiene que ver con construir ese pueblo que no participa, politizarlo y darle las herramientas de análisis para que puedan tomar decisiones autónomas, informadas y conscientes políticamente. La política en la actualidad se reduce cada vez más a disputas mediáticas, cruces dialécticos por redes sociales y convocatorias electorales. El trabajo de la militancia de base de décadas atrás prácticamente se ha abandonado por los partidos o movimientos de izquierda.
Si tenemos presentes todas estas cuestiones, puede decirse que el proceso político que abrió la rebelión de octubre continúa su desarrollo, lo cual a su vez permite comprender la caída del apoyo a los partidos de centro y centroizquierda en las recientes elecciones primarias de la coalición progresista Unidad por Chile: “la militante comunista [Jeannette Jara] obtuvo el 60% de los votos ante la opción de los partidos socialdemócratas, Carolina Tohá (28%), y del Frente Amplio, Gonzalo Winter (9%), en una primaria con voto voluntario donde la participación fue más baja de lo esperado, por debajo del 10% del padrón electoral” (Caro, Isabel; 2025, “Quién es Jeannette Jara, la comunista que obtuvo un histórico triunfo en las primarias de Chile y será candidata de la izquierda para suceder a Boric”, 30/06/2025 BBC News Mundo).
Esta situación de declive de los partidos de centroizquierda y de centro muestra claramente una polarización de las opciones políticas y una fragmentación del sistema de partidos —Jara será la candidata comunista del bloque progresista y se enfrentará con el ultraderechista José A. Kast del Partido Republicano—, al mismo tiempo que puede interpretarse como una crítica o rechazo a las políticas más orientadas a un reformismo neoliberal, asumiendo el concepto de Nancy Fraser de “neoliberalismo progresista”, que bien puede aplicarse a la Concertación de Partidos por la Democracia (1990-2010) que gobernó Chile.
También el Partido Comunista participó en la coalición Nueva Mayoría con estos sectores políticos entre 2014-2018, durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet; quizá por ello no hay que esperar transformaciones radicales de una nueva alianza con los mismos actores políticos de la exConcertación que nunca pusieron en cuestión el modelo de Estado subsidiario que rige en Chile desde la dictadura. (“Partidos, movimientos y coaliciones. Nueva Mayoría”. Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 2025). Sin embargo, es de notar que el social-liberalismo de centro izquierda ha entrado en crisis en distintos países, porque en lugar de transformar las bases sociales que imponía el neoliberalismo, sólo se dedicaron a realizar tibias modificaciones que no cambiaban el “modelo” de los Chicago Boys. Por ello es que, siguiendo a Rancière, es preciso reflexionar sobre cómo inventar un pueblo y con él construir ese futuro —no formulando las propuestas desde camarillas partidarias—, abriendo la política a la participación popular y trabajadora en un sentido de clase. Ya veremos si Jeannette Jara sigue la senda del reformismo neoliberal de la Ex Concertación o abre las puertas a transformaciones profundas que siguen pendientes: las expresadas por las demandas de aquella digna protesta de 2019 en la que “Chile despertó”.
Referencias
Arditi, Benjamín. (2011). “Las insurgencias no tienen un plan, ellas son el plan: performativos políticos y mediadores evanescentes en 2011”. Journalism, Media and Cultural Studies, 1 (1).
Appadurai, Arjun. (2015). El futuro como hecho cultural: ensayos sobre la condición global. Fondo de Cultura Económica.
Bloch, Ernst. (2004). El principio esperanza I. Trotta.
Canales, Manuel (2023). “El aguijón de octubre y la Constitución de la deuda”. Faride Zerán (ed.), De triunfos y derrotas: narrativas críticas para el Chile actual. Lom Ediciones.
Caro, Isabel (2025) “Quién es Jeannette Jara, la comunista que obtuvo un histórico triunfo en las primarias de Chile y será candidata de la izquierda para suceder a Boric”. BBC News Mundo, 30/06/2025
El Mostrador (2021). Encuesta Latinobarómetro arroja que el 86% cree que en Chile “se gobierna para grupos poderosos” pero es de los que más confía en la democracia en la región.
Jameson, Fredric (1973). “The Vanishing Mediator: Narrative Structure in Max Weber”. New German Critique, 1, pp. 52-89.
Mayol, Alberto (2019). Big Bang. Estallido social 2019. (Modelo derrumbado, sociedad rota, política inútil). Catalonia.
Ruiz Encina, Carlos (2020). Octubre chileno. La irrupción de un nuevo pueblo. Taurus.