En los últimos años se escucha hablar del sionismo. Hay quienes piensan que es un sinónimo del judaísmo. Otros piensan que está más cerca del fascismo. Pero ¿qué es? y lo más importante, ¿quiénes son los sionistas?, ¿qué defienden?, ¿es simplemente otra forma para referirse a los judíos? Hagamos una breve anatomía del sionismo. Como su nombre lo indica, sionismo se deriva de Sion, el mítico lugar donde según la Biblia habita Yahvé, de modo que el sionismo aspira a la comunión con lo divino. Sin embargo, el asunto no es tan simple, ni sólo es una aspiración religiosa: el sionismo es una ideología moderna, surgida en Europa a finales del siglo XIX, en una época de luchas y consignas nacionalistas. Nacionalismos que, armados con una buena dosis de antisemitismo, promovieron la persecución y asesinato de las minorías étnicas, como la de los judíos, a través de los conocidos pogromos: el pangermanismo defendía la presunta superioridad del pueblo germano, lo que dio origen al nazismo.
Como todos sabemos, el nazismo se edificó precisamente en pos de la “superioridad de la raza aria”, haciendo del antisemitismo una doctrina de Estado. Pues bien, el sionismo persigue el mismo proyecto supremacista étnico: en vez de la raza superior, ellos hablan del “Pueblo Elegido”. ¿De dónde salió este proyecto? Fue en ese contexto antisemita de 1890, cuando los judíos más ricos de Europa y Estados Unidos buscaron crear un Estado exclusivo para los judíos. Poderosos banqueros, hombres de negocios, industriales judíos, pero también cristianos fundamentalistas, apoyaron la filosofía de quien fuera el principal ideólogo del sionismo: Theodor Herzl, quien publicó en 1896 el libro El Estado judío.
Pero cuidado, que éste no es cualquier clase de nacionalismo: el sionismo supuso desde sus orígenes la identificación de una identidad étnica (hebrea), una fe religiosa (el judaísmo), y la pertenencia a un Estado nación y un territorio mítico que se remonta al Reino de David, tal como presuntamente existía hace 5 mil años, o tal como los sionistas creen que existía en lo que hoy en día es Palestina.
Sion también se refiere al monte donde se levantó el Templo de David, en Jerusalén, el mismo que fuera destruido por los babilonios y luego por los romanos en el siglo I, y del que hoy sólo subsiste un muro, el Muro de los Lamentos. Los siglos pasaron y los habitantes de Palestina, judíos que hablaban hebreo pero también árabe y otras lenguas semíticas, se cristianizaron bajo el domino bizantino y luego, siglos después, acogieron el Islam y la lengua árabe se popularizó mayoritariamente. Hoy en día son árabes palestinos. Son musulmanes, aunque también hubo miles que siguieron siendo cristianos, drusos, y otros tantos que siguieron profesando el judaísmo. Todos ellos son palestinos, semitas. Vecinos que vivieron en relativa armonía durante siglos. Obviamente el sionismo no salió de aquí. El sionismo llegó a estas tierras árabe-palestinas con rostro extranjero (sobre todo europeo), y por la fuerza. Y es que el sionismo convierte una fe religiosa y una pertenencia étnica (como cualquier otra) en un proyecto político excluyente, potencialmente genocida, pues no admite otro pueblo sino el “Pueblo de Dios” en sus fronteras.
Ésa es la ideología que llevó a la creación en 1948 de un Estado: Israel. Un estado que busca ser, al menos idealmente, exclusivamente judío. Es decir, donde no haya lugar a otras identidades étnicas. De allí que desde el momento mismo en que se proclamó el Estado de Israel en 1948, se produjo la Nakba, es decir “la catástrofe”, el desplazamiento forzado de más de 800 mil palestinos, que debieron abandonar sus tierras, para huir de los comandos armados sionistas, “israelíes”, que les expulsaron de sus hogares a punta de pistola.
Hagamos un breve paréntesis: no todos los sionistas compartían la misma estrategia violenta. Una vertiente del sionismo, más “de izquierda”, buscó el regreso a un mundo de dicha y hermandad, donde ningún ser humano se colocara por encima de otro. Formaron comunas igualitarias (los kibutz), donde se pretendía que hombres y mujeres valieran lo mismo y se respetara la sacralidad de la vida.
El problema es que ese ideal socialista chocó casi desde el principio con los defensores del exclusivismo judío. Y la política de crear esas comunas en tierras palestinas llevó inevitablemente al enfrentamiento con los mismos pueblos palestinos. Tenemos entonces que el “regreso” a “la Tierra prometida” del sionismo, ya fuera al pasado glorioso de hace 5 mil años o al paraíso socialista, supuso el desplazamiento y luego el exterminio de todos aquellos seres humanos que no pertenezcan a su proyecto político.
El sionismo es, pues, un proyecto supremacista que justifica la expansión territorial, el despojo de la población no judía (en este caso, los palestinos, pero podría tratarse de cualquier otro pueblo no judío), y por ello mismo no duda en aniquilar poblaciones consideradas inferiores. Estamos obligados como académicos, como seres humanos, a detener la expansión y difusión de esta peligrosa ideología que desgraciadamente está penetrando universidades, instituciones y gobiernos alrededor del mundo, los cuales han brindado soporte y apoyo al Estado de Israel, bajo la consigna de defender el presunto “derecho a la autodefensa” de Israel; es decir, su derecho “divino” a aniquilar poblaciones.
