Leí con mucho interés el artículo de mi colega Roberto Breña sobre el humanismo mexicano en el que concluye que no está convencido de que tal cosa exista. El propósito de este trabajo es dar argumentos a favor de la existencia de un humanismo mexicano, que se originó en el siglo XVI en torno a controversias sobre la justicia o la injusticia de las guerras de conquista y dominio español sobre lo que Cortés denominó Nueva España. Se trata, pues, de un humanismo, que, al igual que el italiano, recurre al pensamiento de los clásicos griegos y latinos, principalmente Aristóteles y Cicerón, para argumentar a favor o en contra de la justicia de la Conquista y del proyecto imperial español sobre América. Los argumentos de ambas posiciones, sobre todo las críticas, se centran en la defensa de los derechos y la dignidad de las personas y pueblos originarios del Nuevo Orbe. Posteriormente, durante los siglos XVII y XVIII, los humanistas mexicanos, principalmente criollos, desarrollaron ideas y argumentos críticos de la Conquista y del proyecto imperial y reivindicaron la valía de las culturas originarias como un rasgo hereditario de los nacidos en América que los distinguía de los españoles peninsulares. Asimismo, reclamaron el reconocimiento de derechos de gobierno propio para los americanos o mexicanos, como ellos mismos se denominaban. De esta manera, como lo sustentan José Gaos, Pablo González Casanova, Luis Villoro, Carmen Rovira y David Brading, entre otros, se fue conformando una tradición humanista propiamente mexicana la cual construyó un patriotismo que motivó y justificó las luchas por la independencia a principios del siglo XIX.
Concepto de humanismo
Estoy de acuerdo con Roberto Breña acerca del significado de humanismo como una tradición intelectual de los studia humanitatis o litterae humaniores, surgida en las ciudades-estado italianas, particularmente en Florencia, y que tiene como característica principal la recuperación de obras clásicas griegas y latinas para elaborar una concepción del ser humano enfocada en su libertad y dignidad. Por este resurgimiento de las culturas antiguas se denomina a esta época “Renacimiento”. También es importante subrayar, como señala el profesor Breña, que el término “humanismo” como movimiento o tradición intelectual no es originario del Renacimiento sino que procede de la historiografía alemana del siglo XIX. Al respecto, comenta Wenceslao Roces, en el estudio introductorio a su traducción de la magna obra El Renacimiento Italiano. de J. A. Symonds: “La palabra humanismo tiene cierto regusto germánico y es en efecto moderna. En cambio, son del más puro sabor italiano el vocablo genérico umanitá para expresar la cultura humanista y el nombre de umanista para designar al profesor de estudios humanos”.[1] Sin embargo no se puede reducir el humanismo a las humanidades, sino que además es necesario reconocer, como uno de sus valores fundamentales, la dignidad del ser humano como un ser capaz de ser artífice de sí mismo y de transformar la realidad que limita o niega su dignidad. Como señala Symonds: “La esencia del humanismo cifrábase en una nueva y vital percepción de la dignidad del hombre como un ser racional al margen de preceptos teológicos”.[2]
Al analizar diversos pensadores italianos de fines de la Edad Media y del Renacimiento, como Dante, Petrarca, Bruni, Salutati, Veronese, Valla, Alberti, Da Vinci, al igual que otras figuras (como Erasmo en Holanda), Ernesto Grassi sostiene que el humanismo se caracteriza por el reconocimiento de la historicidad del saber frente a las pretensiones de conceptos y modelos universales y por la valoración de la prudencia por encima de una racionalidad teórica y metodológica propia de las ciencias.[3]
Así pues, considerando su origen renacentista, podemos entender por “humanismo” el saber propio de las humanidades (filología, filosofía, historia, literatura, etc.), las cuales afirman la dignidad del ser humano como un ser racional y libre, capaz de autodeterminarse y transformar en la realidad aquello que la niega o limita. La orientación liberadora propia del humanismo lo distingue de otros tipos de conocimientos meramente contemplativos (como la metafísica tradicional), meramente teórico-explicativos (como las ciencias), o primordialmente instrumentales (como la tecnología). Se trata de un saber “inmanentista” que en lugar de pretender subsumir la totalidad de fenómenos en leyes y teorías universales, es sensible a la diversidad histórica del ser humano y sus culturas, a la par que reivindica la razón práctica (phronesis), el sentido común, la retórica y la deliberación colectiva para resolver problemas en situaciones históricas determinadas, buscando transformarlas de acuerdo a ideales y valores afines a la libertad y dignidad humanas.
Humanismo mexicano
Si bien el Renacimiento italiano es considerado como el paradigma del humanismo, no es el único ni el de mayor incidencia en el curso de la historia, pues, como lamenta Maquiavelo, los grandes escritores y artistas italianos de su tiempo no se preocupaban por transformar la triste situación de su patria italiana, dividida en ciudades-estado, y por ello incapaz de defenderse de los nuevos bárbaros (se refiere a España, Francia y Alemania), que continuamente la invadían[4].
La falta de compromiso político del humanismo italiano contrasta con el hispánico, pues, como señala Joaquín Xirau, éste se trata de un humanismo esencialmente político en cuanto que “orienta y guía los ideales de la cultura y de la política de la primera parte del Imperio español”[5].
Al igual que el italiano, el humanismo español se basa en el rescate y estudio de las obras clásicas de la antigüedad, principalmente de Aristóteles. Anthony Padgen señala que en el siglo XV y XVI fue en España donde hubo más traducciones y publicaciones de las obras de Aristóteles. El humanismo español se proyectó en las controversias en torno a la Conquista y al dominio de España en América, controversias en las que muy pronto se crearon dos bandos: uno a favor de la Conquista y el imperio y otro contrario a ellos. Entre los humanistas imperiales destaca Palacios Rubio y, sobre todo, Ginés de Sepúlveda. Por otro lado, los humanistas que defendieron el derecho de autodeterminación de los pueblos y naciones del Nuevo Mundo provienen principalmente de la llamada Escuela de Salamanca, en la que destacan principalmente Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y su discípulo Alonso de la Veracruz.[6] En este humanismo salmantino se inspira Bartolomé de las Casas en su polémica contra Ginés de Sepúlveda de 1550. Se trata de un humanismo republicano y anticolonialista. Al respecto, nos dice el filósofo del exilio republicano español José M. Gallegos Rocafull: “Hay pues un renacimiento, pero típicamente español, en el que la decisiva influencia de los indios permite al viejo espíritu recobrar toda su jugosa flexibilidad y recoger sin oprimirla ni deformarla la profunda originalidad del Nuevo Mundo.”[7] Este humanismo crítico de la Conquista constituye una tradición humanista iberoamericana que se desarrolló no sólo en España sino también en México, empezando por fray Alonso de la Veracruz catedrático fundador de la Real Universidad de México en 1553, quien discutió en su curso inaugural de teología la legitimidad de la Conquista y del imperio español sobre los indios. Derivado de ese curso escribió su obra Del dominio de los indios y la guerra justa (1554), en la que defiende la racionalidad de los pueblos, culturas y naciones indianas, y su pleno derecho al gobierno propio o a la libre autodeterminación: “Los habitantes del Nuevo Mundo no sólo no son niños o amentes sino que a su manera sobresalen del promedio y por lo menos algunos de ellos son de lo más eminente… Luego no eran tan infantes, tan niños o amentes, como para que fueran incapaces de dominio.”[8]
Con base en el principio republicano salmantino de que todo dominio justo proviene de la voluntad del pueblo y de que todo pueblo o nación tiene derecho a gobernarse a sí mismo, fray Alonso concluye con una enérgica condena a la injusticia de la guerra de conquista y del dominio imperial: “… está obligado el emperador a reparar todo el daño que han sufrido aquellos infieles que vivían pacíficamente, y a restituirles todo lo que les fue quitado. Y la misma obligación tienen todos los capitanes y soldados que tomaron parte en estos daños y despojos”[9]
Aunque de manera más moderada, Bartolomé de las Casas sustentó tesis semejantes a las de Alonso de la Veracruz, y ambos, luego de haber unido esfuerzos ante el rey Felipe II en defensa de los derechos de los pueblos de América a su libre autodeterminación, lograron que la Corona española reconociera cierta autonomía en las llamadas repúblicas de indios.
El humanismo republicano crítico de la Conquista se desarrolló en México desde el siglo XVI hasta los albores de la Independencia, como una tradición intelectual que reconocía la grandeza de las culturas indígenas del pasado —reconocimiento llamado por David Brading “indigenismo histórico”—. A partir de esa tradición, se fue forjando una identidad de los nacidos en América diferente a la de los españoles peninsulares, la cual —de acuerdo con José Gaos, con sus discípulos Villoro y González Casanova, y con el propio Brading— constituye los orígenes del nacionalismo mexicano y es el principal fundamento intelectual de los procesos de independencia.
Este humanismo anticolonial, nacionalista y emancipador es lo que podemos denominar propiamente el humanismo mexicano. Se trata de un humanismo porque recupera la filosofía clásica griega y latina, principalmente Aristóteles y Cicerón, la cual integran a una renovada escolástica y a la teología positiva impulsadas precisamente por la Escuela de Salamanca desde el siglo XVI. Además, defienden como valores fundamentales la libertad y dignidad de las personas y pueblos americanos, principalmente indígenas, y su derecho a la autodeterminación o gobierno propio.
Entre las principales figuras del humanismo mexicano, además de Alonso de la Veracruz y Bartolomé de las Casas en el siglo XVI, cabe destacar a Juan Zapata y Sandoval, quien. en su libro Justicia distributiva y la acepción de personas (1609), ya habla de la patria mexicana y defiende el derecho de los mexicanos a gobernarse a sí mismos: “Pues habiendo sido de sus mayores aquellos reinos y posesiones no perdieron por la conversión su dominio ni el derecho de gobernarse a sí mismos y de administrarse justicia”.[10] Por su parte, Carlos de Sigüenza y Góngora, en su Teatro de virtudes políticas, elogia las virtudes de los emperadores mexicas y los pone de ejemplo para el buen gobierno de la Nueva España. Sor Juana Inés de la Cruz elogia la dignidad de la mujer indígena ante la opresión del Conquistador y de la religión católica. En la Loa al auto sacramental de El divino Narciso, el personaje América, “india bizarra con huipil”, le espeta al personaje Religión, mujer española la siguiente declaración:
Si el pedir que yo no muera
Y el mostrarte compasiva,
es porque esperas de mí
que me vencerás altiva
como antes con corporales,
después con intelectivas
armas, estás engañada;
pues aunque lloro cautiva
mi libertad, mi albedrío
con libertad más crecida
adorará mis deidades.[11]
De acuerdo con Margo Glantz, los autos sacramentales sorjuaninos reelaboran de manera poética la crítica a la Conquista de los teólogos y filósofos del siglo XVI a quienes nos hemos referido.
En el siglo XVIII, ante la imposición del absolutismo borbónico y el creciente menosprecio a las culturas mexicanas del pasado y del presente, el humanismo mexicano intensificó su crítica a la dominación colonial. Destacan Juan José Eguiara y Eguren ,con su magna Biblioteca Mexicana, que puede considerarse la primera historia del humanismo mexicano, y los Jesuitas expulsos, sobre todo Márquez, Alegre y Clavijero. Refiriéndose a estos humanistas, José Gaos señala: “En los aludidos jesuitas mexicanos se encuentra la conciencia acabada de la mexicanidad, de la nacionalidad americana como distinta de la española. En los ilustrados de la América española se encarna, pues, la independencia espiritual de la colonia respecto de la metrópoli, respecto del pasado común, que iba a traducirse en la independencia política.”[12]
Si bien José Gaos fue el principal promotor del estudio del humanismo hispanoamericano, su discípula Carmen Rovira fue quien más ampliamente ahondó en el estudio del humanismo mexicano. Este humanismo, dice, es diferente al europeo porque “es consecuencia de un proceso de racionalidad que responde a una situación concreta de colonialismo y que implica una protesta ante ello. Es, el mexicano, un humanismo en relación con lo social concreto… es un discurso anti poder, conformado desde una realidad colonial”[13]. En suma, los humanistas del siglo XVIII y principios del XIX representan un momento culminante del humanismo mexicano, en cuanto que constituyen la principal fuente intelectual de la Independencia de México, como reconoce fray Servando Teresa de Mier[14] al señalar, en su Historia de la Revolución de Independencia de Nueva España, que el primer héroe de la independencia es precisamente un gran humanista crítico de la Conquista: Bartolomé de las Casas: “La gratitud exige que el primer monumento levantado por manos libres sea al hombre celeste que tanto pugnó por la libertad de los antiguos mexicanos, contra los furores de la Conquista, a nuestro abogado infatigable…”[15]
Al consumarse la independencia política, la tradición humanista mexicana basada en el indigenismo histórico se eclipsó casi por completo. En su lugar, los liberalismos de creciente hegemonía promovieron un nuevo proyecto de nación que menospreciaba a los pueblos y culturas indígenas, condenadas a diluirse en un mestizaje y cultura homogéneas, acorde con nuevos símbolos e instituciones nacionales. De acuerdo a Pablo González Casanova, estas novedades “llegarán incluso a superar a ciertos mitos históricos, que fueron motor de la independencia, como el de los indios libres y nobles de la América indiana.”[16]
A mediados del siglo pasado el humanismo mexicano resurgió en el ámbito de la filosofía con figuras del exilio republicano español como José Gallegos Rocafull, Joaquín Xirau, Adolfo Sánchez Vázquez y, sobre todo, José Gaos y discípulos suyos, como Luis Villoro, Pablo González Casanova, Carmen Rovira, Bernabé Navarro, entre otros. Aparte de ellos, también destaca Miguel León Portilla, discípulo del filólogo y humanista clásico y mesoamericano Ángel María Garibay.
Sobre José Gaos, el historiador también exiliado Juan Antonio Ortega y Medina señala que su presencia en México le sirvió “para comprender que la lucha del hombre hispanoamericano por la libertad y por la emancipación política era la misma que la España liberal habría estado sosteniendo desde tiempo atrás, aunque sin éxito, por independizarse de sí misma. España era según él, la única nación del mundo hispánico que del común pasado imperial quedaba por hacerse independiente.” [17]
Los movimientos de los pueblos indígenas contemporáneos que luchan por el reconocimiento de sus culturas y la autonomía de sus comunidades han dado lugar a un resurgimiento del humanismo mexicano en autores como Pablo González Casanova, Luis Villoro y Miguel León Portilla, entre otros. Todos ellos reconocen que la independencia de México no representó una liberación de los pueblos indígenas que habían sido conquistados tres siglos atrás, sino que se impuso sobre ellos una nueva forma de dominación y explotación neocolonial que se ha extendido y agravado durante dos siglos del Estado independiente. Como señala Luis Villoro: “desde el siglo XVI, los pueblos indios de América han sido, para criollos y mestizos, lo otro, lo otro juzgado y manipulado…La verdadera liberación del indio es reconocerlo como sujeto, en cuyas manos está su propia suerte… Ser sujeto pleno es ser autónomo.”[18]. La defensa de Luis Villoro, Pablo González Casanova y Miguel León Portilla de la autonomía de los pueblos indígenas es humanista, pues lo que se exige es precisamente el reconocimiento de su dignidad como pueblos libres capaces de autodeterminación.
Conclusiones
Al comparar el pensamiento de los humanistas críticos de la Conquista con los humanistas de nuestro tiempo que hemos mencionado, se pueden destacar algunas convergencias que revelan la persistencia de una tradición humanista mexicana, la cual ha estado desde hace cinco siglos en constante lucha contra diferentes formas de autoritarismo y opresión. Entre tales convergencias, están las siguientes:
- Reconocimiento del valor intrínseco de la diversidad de culturas, en especial de los pueblos originarios.
- Condena a toda forma de etnocidio y de imposición de culturas homogéneas.
- Defensa de la dignidad humana entendida como derecho y capacidad de libre autodeterminación personal y comunitaria.
- Asunción del principio republicano de que todo poder justo proviene de la libre y expresa voluntad del pueblo, comunidad o nación sobre la que se ejerce.
- Por lo anterior, condena cualquier forma de colonialismo externo o interno y defensa del derecho de autonomía de los pueblos.
Estas convergencias no son mera coincidencia, sino que muestran el devenir de una tradición humanista, plural, republicana, multicultural, indianista, anticolonial y emancipadora que se ha desarrollado durante cinco siglos con transformaciones y altibajos, pero que constituye una original y auténtica tradición humanista mexicana, la cual ha incidido en la formación y transformación de nuestra nación.
Estas características del humanismo mexicano, sin pretender universalidad, pueden ser muy relevantes para responder a los retos y crisis de las naciones y estados contemporáneos, particularmente en lo que se refiere a los conflictos internos y externos entre estados etnocráticos y naciones pluriculturales como México y otros muchos países del mundo.
Notas
* Proyecto PAPIIT IN406725
[1] Wenceslao Roces, nota 8 de su traducción al libro J. A. Symonds, El Renacimiento en Italia (FCE, 1977), tomo 1, p. 410.
[2] J. A. Symonds, El Renacimiento en Italia, op. cit., p 410.
[3] Ernesto Grassi, La filosofía del humanismo. Preeminencia de la palabra, Anthropos, 1993.
[5] Cfr. Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la Primera década de Titio Livio, en Obras políticas, La Habana, Editorial de las Ciencias Sociales, 1971, p. 9.
[6] Joaquín Xirau, “Humanismo Español” en Cuadernos Americanos, núm. 1, 1941, p 139.
[7] Sobre las controversias en torno a la Conquista y al dominio español en América hay una amplia bibliografía. Destaco en especial el libro de José M. Gallegos Rocafull, El pensamiento mexicano en los siglos XVI Y XVII. (Facultad de Filosofía y Letras, 1951), que formó parte de una colección conmemorativa de los 400 años de Fundación de la Universidad de México (1551). Recomiendo también el libro de Francisco Quijano, Las repúblicas de la Monarquía. Pensamiento constitucionalista y republicano en la Nueva España 1550-1610 (Instituto de investigaciones Históricas, UNAM, 2017).
[8] José M. Gallegos Rocafull, El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII, Centro de Estudios Filosóficos, Universidad Nacional Autónoma de México, 1951 p. 173.
[9] Alonso de la Veracruz, Sobre el dominio de los indios y la guerra Justa. Introducción traducción y notas de Roberto Heredia. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2004. Cuestión X, p. 359
[10] Ibidem, Cuestión X, p. 317.
[11] Juan Zapata y Sandoval, Sobre la justicia distributiva, citada por Roberto Heredia en el estudio introductorio “Después de Fray Alonso“, en Alonso de la Veracruz, Sobre el dominio de los indios y la Guerra Justa, op. cit. p. 73.
[12] Sor Juana Inés de la Cruz, “Loa al Divino Narciso”, en El lector novohispano, selección y prólogo de José Joaquín Blanco, Ediciones Cal y Arena, 2003, pp. 562-563.
[13] José Gaos, “Pensamiento de lengua española” en Obras completas, Tomo VI, UNAM; 1990, p. 53.
[14] Carmen Rovira, Crítica de la Filosofía a la Conquista y al poder colonial en México, Crítica de la Filosofía a la Conquista y al poder colonial en México, Siglo XXI, en prensa, p. 129.
[15] Sobre el pensamiento republicano de fray Servando teresa de Mier, véase el trabajo de Roberto Breña, “Fray Servando Teresa de Mier y la independencia absoluta de la Nueva España”, en Francisco Colom (Editor), Relatos de nación. La construcción de relatos nacionales en el mundo hispano, CSIC, Iberoamericana, 2005.
[16] Servando Teresa de Mier, Historia de la revolución de Nueva España, antiguamente Anáhuac, Imprenta de Guillermo Glindon, 1813, Libro XIV, p. 846 (lo he consultado en una edición facsimilar).
[17] Pablo González Casanova, “Misoneísmo y la modernidad cristiana en el siglo XVIII”, en Obras históricas 1948-1958, El Colegio de México, 2013, p. 14.
[18] Juan A. Ortega y Medina, “Historia” en A.A.V.V, El Exilio Español en México. 1939-1982, FCE, Salvat Editores Mexicana, 1982, pp. 238-239.
[19] Luis Villoro, Estado Plural, pluralidad de culturas, Paidós-UNAM, 1998, p. 79.
