En La falsa medida del hombre, libro publicado en 1981, el biólogo evolutivo Stephen Jay Gould (1941-2002) realizó una crítica histórica sobre los métodos y motivaciones en los que se basa el determinismo biológico. En biología, el determinismo es la creencia de que las diferencias sociales y económicas entre los diversos grupos humanos—tales como razas, clases socioeconómicas y sexos— tienen un carácter hereditario innato y, por lo tanto, originan cualidades diferenciales inmutables entre los humanos.
Durante el siglo XIX, ligado con el auge del positivismo y la ciencia racial, el determinismo biológico sostenía que existían diferencias cuantitativas en la inteligencia entre las distintas personas o grupos humanos. Para cuantificarlas, se construyó una medida numérica simple mediante herramientas aparentemente científicas, como la craneometría o los test psicológicos. En su libro, Gould expone que estas mediciones se sustentan en al menos dos falacias. La primera, conocida como el fenómeno de cosificación, es la tendencia de convertir conceptos abstractos en entidades. En este caso, el determinismo biológico se inventa dos entidades, el cociente intelectual y el factor de inteligencia general. El primero calcula la inteligencia a partir de ciertos tests y el segundo cuantifica la capacidad mental que influye en el rendimiento en diversas tareas cognitivas. La segunda falacia es la tendencia de ordenar, en escalas ascendentes, variables muy complejas, lo cual termina por simplificar burdamente la explicación del fenómeno que nos interesa.
El determinismo biológico sirve muy bien de semilla ideológica para hacernos pensar que unos grupos humanos son superiores a otros por tales o cuales características. Es una forma simplista de explicar por qué unos tienen más “éxito” que otros. Quienes sin pudor defendieron estas ideas durante el siglo XX fueron los nazis, pues intentaron exterminar, además de los multicitados judíos, a gitanos, homosexuales, delincuentes, sexoservidoras, testigos de Jehová, personas con discapacidad e incluso, por su ideología, a los “zurdos de mierda”, como ahora los llama Salinas Pliego. Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, hace 80 años, algunos de estos nazis, protegidos por los gobiernos de los Estados Unidos de América, se refugiaron en nuestros países latinoamericanos para enseñar a los ejércitos y policías sus ideas y prácticas.
¿Y a santo de qué viene todo este rollo? Bueno, pues a raíz de la ya famosa y polémica campaña publicitaria lanzada el pasado 23 de julio por la marca de ropa American Eagle y encabezada por la actriz estadounidense Sydney Sweeney. La campaña se basa en un juego entre dos palabras que en inglés suenan igual: jeans (pantalones) y genes (genes), gracias al cual tiene sentido el eslogan Sydney Sweeney has great jeans. Quizá el mero eslogan no sería tan problemático, si no fuera que en uno de los videos publicitarios ella dice: “Genes are passed down from parents to offspring, often determining traits like hair color, personality and even eye color. My genes are blue”. Algo así como, “los genes se heredan de padres a hijos, y a menudo determinan atributos como el color de cabello, la personalidad e incluso el color de ojos. Mis genes son azules.”
No es especular demasiado ver allí la vieja idea de la sangre azul, y, para terminarla de amolar, en una mujer “güera” de ojos claros. En conclusión, es una campaña que emula a las viejas estrategias de superioridad racial y de clase.
A pesar de ello, ya salieron los defensores de la libertad de expresión —sin definir, como siempre, lo que entienden por ese concepto—, a respaldar el derecho de la multinacional a realizar este tipo de campañas. Amantes de la libertad en abstracto, supremacistas libertarios como Trump, se mostraron contentísimos en apoyar estas campañas esencialistas y afirmar que “ser ‘woke’ (progresista) es para perdedores”.
Que ocurra esto en los Estados Unidos no es extraño. En ese país el pensamiento eugenésico siempre ha estado muy presente, sobre todo en su burguesía, tanto que, entre los siglos XIX y XX, varios magnates como Andrew Carnegie de la industria siderúrgica, la famosa familia Rockefeller y John Harvey Kellogg —el de los Corn Flakes— financiaron la Eugenics Record Office, fundación cuyo propósito era investigar y desarrollar la eugenesia. Heredera directa del determinismo biológico, la eugenesia pretende “mejorar” las características humanas —erradicando, claro está, a quienes no tienen determinados atributos, considerados superiores—. Por ejemplo, una investigación de 1976, la Government Accountability Office documentó que, por esas fechas, más del 25 por ciento de los nativos americanos habían sido esterilizados a la fuerza.
En México la campaña de American Eagle no pareció afectarnos tanto. Sin embargo, en estas semanas pude leer dos opiniones —una de Julio Patán en El Heraldo y otra de Saraí Aguilar Arriozola en Milenio—, las cuales, si bien en estilos distintos, afirman que ya nos salió el pudor progre. Ambos artículos adjetivan peyorativamente el ser woke por denunciar estas campañas de corte discriminatorio y supremacista. Pienso que más bien es mera congruencia aborrecerlas. Seguro no les parecen machistas los recientes comentarios del futbolista mexicano Javier Hernández, Chicharito, sobre sus preocupaciones por la pérdida del “papel biológico” de los hombres en la sociedad.
No obstante, se agradece que hayan externado estas opiniones, porque significa que, en sus círculos, algunas de las personas que los rodean defienden esas posturas esencialistas. Y no se trata de funar o de cancelar a nadie, sino de analizar de la mano de la historia, como lo hizo Gould, para tener contexto y entonces construir una sociedad basada en esas ideas raras de la izquierda que son la inclusión y la igualdad. Hoy el mundo se encuentra en una andanada de la ultraderecha tan reaccionaria como los años treinta del siglo pasado. Aunque lo nieguen estos liberales mexicanos que defienden campañas eugenésicas como si fueran parte del progreso civilizatorio, en el fondo se vuelven cómplices de ideas que deberían tan sólo enseñarse como ejemplo de errores en la ciencia.
Pienso que hoy, con un genocidio en Palestina, con campos de concentración para migrantes en los Estados Unidos, y, con esta ultraderecha envalentonada, se hace imperante divulgar la biología y afirmar que “no está en los genes”, sino que somos la sociedad que construimos. Por eso, siempre es pertinente denunciar discursos o actos que promueven la discriminación, el clasismo o la eugenesia. No hacerlo nos adormece y nos embrutece, y permite que se nos olvide una de las cosas esenciales del progreso humano: la solidaridad y el altruismo entre nuestra especie.
