La Comuna de París 150 años después: Marcel Mauss y la recuperación del socialismo originario

Perspectivas 

Ricardo Tomás Ferreyra

Resignificación histórica        

La significación histórica de La Comuna de París (18 de marzo-28 de mayo de 1871) debe buscarse circunscribiéndola en una duración temporal que, cuanto menos, debe comenzar por las consecuencias de la Revolución Francesa sobre la institucionalidad política y sobre el equilibrio de poder entre las distintas clases sociales al interior de Francia, en particular, y de Europa Occidental, en general. 

Si bien no es el objetivo principal de esta breve intervención dar cuenta del conjunto de problemáticas que de una manera u otra condicionaron los acontecimientos en torno a la Comuna, la unificación alemana fue un acontecimiento que canalizó con excepcional coherencia tanto la Segunda Revolución Industrial como el horizonte de consolidación de las naciones europeas que había promovido la Revolución Francesa, y llegará a ser el trasfondo general de las tensiones que se dirimían al interior y en los alrededores de París en 1871. 

Ahora bien, en Francia aquello que estaba en juego en época de la Comuna era la legitimación histórica de al menos tres de las principales orientaciones políticas. En primer lugar, no carecía de popularidad la idea de que los acontecimientos que siguieron a 1789 fueron una anomalía histórica en la larga historia de la monarquía francesa. Las elecciones populares celebradas en 1848, primeras en que se implementa el sufragio universal, así lo demostraban. El desafío de la hora era reconstruir la unidad bajo la figura de un monarca con la suficiente legitimidad y liderazgo. Por otro lado, estaba la cuestión de saber si “la época de las revoluciones” había finalizado en 1830, cuando el “buen gobierno” liberal-doctrinario encontró finalmente una expresión institucional en la monarquía constitucional: al equilibrio del poder del monarca se yuxtapuso una limitación de la soberanía popular restringiendo el voto de manera censitaria. Por último, se trataba de ver si la experiencia de la “Convención nacional” (1792-1795) condensó una serie de políticas de gobierno que debían ser el horizonte a seguir por las futuras reformas gubernamentales de carácter republicano, las cuales partían del supuesto que, o surgirían nuevas revoluciones, o “el espíritu” de la Gran Revolución aún debía inspirar esas reformas.

En el marco de este último diagnóstico, aquello que a partir de algunas tesis del Conde de Saint-Simon comenzó a concebirse hacia 1832 con la palabra “socialismo” hizo, a su vez, dos lecturas de los acontecimientos de 1871. Se trataba, por un lado, del desafío de darle lugar a un “buen gobierno” en el marco de una democracia asociativa. La experiencia suponía un desafío de articulación entre los “principios de 1789”, la virtud republicana y la democracia participativa. Mas para algunos socialistas 1871 significará, al contrario, una clara muestra de los límites de una política socialista que no había caído en cuentas cabalmente de la ruptura necesaria que debía realizarse con el “Estado burgués”, una vez que este había sido tomado. Si en la primera lectura la Comuna sería un intento fraguado pero genuino de articulación de todas las promesas de la Modernidad política, en la segunda lectura primó una mirada predominantemente estratégica. Por supuesto, esta última no renunciaba a las promesas de emancipación que la Modernidad prometía, pero las posponía como redención a un uso instrumental del Estado y de la revolución que propiciaría su toma y transformación.

Es aquí donde estas lecturas terminan por encontrar concreciones históricas muy diferentes en el futuro e, incluso, la primera quedará ciertamente estéril de concreción. A falta de una mejor caracterización, les propinaremos los calificativos de socialismo democrático/asociacionista y socialismo estatista/instrumentalista. 

Si suponemos que existe una línea de continuidad ideológica o valorativa entre el joven Marx crítico de Hegel (Abensour, 1998) y aquel que después de El Capital teoriza sobre los aportes del comunalismo al comunismo futuro (Basso, 2015; Alvaro, 2014), tal vez se nos permita afirmar que la digresión entre una y otra lectura de 1871 tuvo más que ver con un diagnóstico sobre el presente y las acciones políticas a tomar frente a este que con desacuerdos ideológicos de base. 

Ahora bien, si nos orientamos por la lectura del socialismo que se realiza desde la escuela durkheimiana de sociología, que lo conceptualiza como una fuerza social del presente conducente a un “ideal” (Durkheim, 2010) de un futuro deseable inspirado en las injusticias y dolores del presente, podemos enmarcar el consenso normativo que, a pesar de las distintas lecturas de la Comuna, permanece. En ese sentido, el primer condicionamiento al que toda indagación respecto del socialismo debe atenerse es la injusticia presente en sí misma y la inexistencia empírica de su redención. El “genial economista” Karl Marx (Mauss, 2013) puede denunciar científicamente la desigualdad y las consecuencias devastadoras de la persecución de la tasa de ganancia, mas la profundidad de su análisis económico no implica necesariamente la realización de la vía socialista (Durkheim, 2010). Sin dudas esta cuestión –el carácter inevitable del advenimiento del socialismo y el debate sobre la conveniencia estratégica de reformas paulatinas hacia este, o bien la toma del poder y el cambio radical– fue uno de los ejes centrales de muchos de los debates al interior del socialismo durante todo el siglo XX. 

En definitiva, encontramos entonces que la redención del presente, inspirada por el laboratorio de la Convención Nacional o por su intento de superación a través de la experiencia de la Comuna, es inescindible de dos factores: en primer lugar, un artículo de fe que se desprende de “los principios de 1789” y, seguido de este, la incitación a la acción sobre el presente a redimir: ¿qué hacer? Al socialismo, más allá de sus aportes a una teoría “más honesta y más profunda” de la sociedad moderna (Durkheim, 2010), le cabe, así, solo dos ethos posibles para su sujeto revolucionario/reformista, el del profeta y el del soldado (Díaz, 2020).

Marcel Mauss y el socialismo de hoy

Es este marco en el que nos proponemos recuperar los argumentos de Marcel Mauss en torno al socialismo. Estos encuentran una particular articulación en su obra, actualmente en proceso de edición en español: La nation. Allí encontramos muy claramente el reconocimiento durkheimiano mencionado más arriba que concibe al socialismo como un ideal cuyos orígenes están marcados por el pensamiento de la sociedad moderna sobre sí misma, no solo como sociedad de individuos, sino como sociedad articulada por sus relaciones con otras sociedades, como “vida de relación de las sociedades” (Mauss, 2013). Por ello, se asume que tal ideal solo puede ser generado entre-naciones. Dicho de otro modo, el socialismo solo puede ser un inter-nacionalismo. Y, tal como llegan a reconocer doctrinarios y liberales franceses después de la Restauración y la Monarquía de Julio, el internacionalismo solo podía representar el peligro de un internacionalismo obrero: de allí el quiebre de la “alianza de clases” a partir de 1848 (Díaz, 2020; Mauss, 2013).

Ahora bien, como argumenta Marcel Mauss, el internacionalismo no es más que el último modo en que se ha expresado el inter-socialismo, esto es, la relación entre sociedades, en tanto que las naciones son simplemente el modo más autoconsciente de las sociedades. De este modo, el internacionalismo maussiano no es más que la máxima expresión del socialismo, cuyo origen se encuentra en la dinámica establecida por los intercambios y relaciones entre sociedades. Es decir, las sociedades se convierten en naciones al apropiarse de sus intercambios, lo que les permite “realizarse económicamente”. Lo que se observa, entonces, es la transmutación, en el siglo XIX, del fenómeno inter-social a la producción de un medio inter-nacional.

De este modo, vemos que el núcleo de sentido del socialismo alberga para Mauss otro principio fundamental que le da potencial de futuro a la vez que existencia empírica en el presente: el intercambio entre naciones. Un intercambio que debe conceptualizarse no de cualquier manera, menos a partir de lo que para el sentido común de una sociedad mercantilizada supone el intercambio entre equivalentes. Como nota el texto de Tomás Ramos Mejía, el intercambio intersocial sigue la lógica del emprunt (intercambio) o don. Con este giro, la pregunta por el socialismo toma otra forma bajo la pregunta por el modo en que el emprunt puede desarrollarse genuinamente en las naciones actuales.

Tal como el liberalismo del siglo XVIII había advertido en Immanuel Kant o Adam Smith, entre otros: el orden político basado en el intercambio establecería las bases para la proliferación de la paz. En tanto y en cuanto las relaciones entre los seres humanos y las sociedades estarían basadas en el mutuo beneficio y no ya en la dominación, la conquista o el honor, el estímulo para el sostén de la paz se extendería a la par del comercio. Esta lógica no reviste diferencia alguna en la defensa que hace Marcel Mauss del socialismo y el pacifismo al mismo tiempo: cuanto mayor es el intercambio, más incentivos hay para la paz.

Esto, sin embargo, nos lleva a dos obvias preguntas: ¿debemos hacer caso omiso de la solidaridad necesaria entre la proliferación del comercio mundial a partir de la Segunda Revolución Industrial y la competencia entre las potencias, ya denunciada por todo el socialismo de fines del siglo XIX y que derivaría, entre otros fenómenos, en la Primera Guerra Mundial? Y, más en profundidad, ¿es en verdad asimilable el comercio internacional fundado en una relación de equivalencia con el intercambio como emprunt?, ¿acaso el socialismo no estaba esencialmente unido a la denuncia de las injusticias producidas por la contradicción de ese principio de igualdad con las condiciones sociales del presente?

Responder a estos interrogantes nos impulsa a la experiencia de la Comuna. Es en tal marco que lo que caracterizamos anteriormente como las lecturas democrática/asociacionista y estatista/instrumentalista del socialismo se diferencian irrevocablemente. Desde entonces, la perspectiva “estatista” se terminará imponiendo. Recordemos que solo tres años y medio antes de La Comuna se publica por primera vez Das Kapital, y que un año y medio después se producirá la escisión final de la Primera Internacional del sector bakuninista. La Comuna, así, será el hito que parte las aguas en la historia del socialismo, al menos hasta la Revolución Soviética.

Vemos que es necesario poner en cuestión, de cara al presente, los tres movimientos que permitieron una transformación general del socialismo: la irrupción de un socialismo científico con la publicación de Das Kapital, los acontecimientos de la Comuna y el cisma en la Primera Internacional –y el surgimiento de la Segunda Internacional bajo otro programa político–. Casi en un solo acto el socialismo quedó ligado a la toma revolucionaria del Estado y su radical transformación, además de legitimarse en un diagnóstico de la sociedad moderna “tan honesto y profundo” (Durkheim, 2010) que no tuvo igual fuera de la corriente socialista. 

En estos días en que el sector del proletariado que participa en la generación del plusvalor difícilmente supere el 10% de la masa total de asalariados, en que la experiencia socialista soviética inspirada en la doctrina marxista parece ser una vieja leyenda del pasado para las nuevas generaciones, y en que se cumplen 150 años de la derrota de la Comuna, una recuperación de las tensiones y destinos posibles del socialismo en aquellos años clave se nos impone casi como una obligación. Aunque el posmarxismo y la recuperación del “joven Marx”, las elucidaciones teóricas sobre lo común y la comunidad, tan frecuentes en estas últimas décadas, no son más que otros intentos por recuperar aquello que el socialismo primigenio había prometido –una sociedad de individuos libres e iguales, reconciliados bajo el paradigma de la fraternidad–, el socialismo huérfano de nuestros días tal vez no sepa aún qué profetas y soldados convocar.

Marcel Mauss y una lectura alternativa de la experiencia de La Comuna

Si hasta aquí dirimimos las dos posibles acepciones del socialismo y nos enfrentamos a las paradojas de la apuesta inter-social de Marcel Mauss que, sin embargo, asume como propio el legado del carácter internacional del socialismo, procuraremos en este apartado ensayar una lectura alternativa de los acontecimientos de París de 1871 a partir de las categorías del autor. Al dar cuenta de tal lectura, estaremos enfrentando los tres tópicos en cuestión, a saber: en qué consiste para Mauss el socialismo, cómo se inserta este concepto en el paradigma inter-social y cómo este explica el tipo particular de internacionalismo obrero que proyecta el autor.

La lectura marxiana en La guerra civil en Francia (1871) hace hincapié en la infructuosa toma del Estado. Marx encuentra que el problema más evidente, reflejado en la incapacidad de conducción política de los líderes en pugna, es la mantención de las estructuras fiduciarias del Estado burgués. Pero si aproximamos la mirada, lo que subyace a tal incapacidad política es lo que Marcel Mauss identifica como una incorrecta “articulación de intereses”. El problema ya no sería la incapacidad de liderazgo de una clase política cuyo destino era la claridad y la acción –la correcta estrategia– sino la incapacidad de los obreros para identificar sus propios intereses.

En el tercer apartado del capítulo III de la Segunda parte de La nation, Mauss establece una mordaz crítica al internacionalismo existente antes y después de la Gran Guerra. A pesar de las “buenas intenciones” de “agrupaciones de individuos” que conformaban asociaciones internacionales e, incluso, literatos y poetas militantes del pacifismo, tal internacionalismo pacifista se sostenía en “intereses naturales de grupos, Estados o clases” inexistentes. Es decir, no había “hecho social” detrás de ellos (Mauss, 2013: 216-218).

Por el contrario, para Mauss hay que buscar el internacionalismo en su versión obrera, mas no simplemente en el fracaso de las revoluciones de 1848 y la inmediata respuesta del Manifiesto Comunista convocando a “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, sino con el diagnóstico marxiano del “mercado internacional de valores” y la indefensa de la clase obrera ante sus avatares (220). 

El internacionalismo obrero promovido por el propio Marx en vida, sin embargo, encontrará demasiado pronto su límite para Mauss: la II Internacional en 1907 será incapaz de coordinar la huelga general internacional, e incluso cuando sea la ocasión para que tal se presente en 1914, el asesinato de Jean Jaurès simbolizará más bien su muerte institucional. Solo el socialismo nacionalista de la Revolución Rusa podrá revivir una III Internacional que ya habrá perdido en lo esencial su carácter internacional (224, 227).

En efecto, Mauss encuentra una de los desafíos del internacionalismo por construir en la incapacidad para instrumentar la Huelga General: su carácter sindical y cooperativista. El socialismo cobra su ímpetu, luego de 1914, de las fuerzas sociales que tienen una función específica y real: representar el interés concreto de los obreros. Sólo por este motivo, Mauss piensa que tanto el sindicato como la cooperativa (y sus respectivas Oficina Internacional del Trabajo y Alianza Cooperativa Internacional) son “intereses y agrupaciones naturales de hombres”, y es por ello que tienen cierta “solidez” (225, 227).

Ahora bien –continúa Marcel Mauss en su manuscrito de 1920– si el internacionalismo se construirá sobre la base de asociaciones de interés que representan la inserción de los obreros en el “mercado mundial de valores”, con sus avatares y crisis, así como con los fenómenos de emprunt que supone, “el estado moral actual de las clases obreras” hace que estas no sean capaces aún de los sacrificios en detrimento de su propio interés que serían necesarios para construir un orden internacional pacífico (227).

En este punto, Marcel Mauss será tan tajante como “idealista” –en el mismo sentido en que Durkheim le había atribuido idealismo al socialismo en sus lecciones de 1895-1896– respecto del futuro del socialismo; es decir, del internacionalismo, del pacifismo. Tal futuro dependerá tanto “del desarrollo de las naciones, del crecimiento de su conciencia, […] del control sobre sus dirigentes malintencionados, [de] la democracia” (228), como del cooperativismo de los productores/consumidores. Si en el primer caso celebra la derrota de los despotismos y el establecimiento de condiciones mínimas para un gobierno de la “opinión pública y las voluntades de los hombres” –esperando de este mayor razonabilidad en los vínculos entre naciones y mayor presencia de los intereses reales de la sociedad en tales vínculos (242)–, es en el segundo donde ubica el germen de los fenómenos de emprunt a partir de los cuales será posible construir el pacifismo internacional inspirado en asociaciones de interés reales y naturales (333-352).

Ante este esquema general, la lección de la Comuna ya no se presenta bajo la forma de la incapacidad dirigencial para transformar el Estado burgués sino como una apuesta radical por la democracia que había llegado demasiado pronto y estuvo en exceso circunscripta a la resistencia patriótica frente a la ocupación alemana. Si los congresales de la II Internacional fallaron en darle entidad a su internacionalismo con una Huelga General extendida por toda Europa, los communards se encontraron demasiado aislados tanto del ámbito internacional como del nacional. Pero es en su asociacionismo práctico, montado sobre intereses reales que debe construirse la verdadera “democracia obrera”. 

Tal vez esta modesta revisión de la experiencia de la Comuna a partir de la lectura maussiana del socialismo nos permita ubicarnos nuevamente en 1871 y visualizar aquel punto de inflexión del que hablábamos más arriba. Si nuestra distinción entre una lectura democrática/asociacionista y otra estatista/instrumentalista es válida, en la Comuna encontramos una experiencia ineludible del asociacionismo y una bandera del socialismo democrático que reclama herederos que no terminan de hacerse presentes. 

Referencias

Abensour, Miguel (1998). La democracia contra el Estado. Buenos Aires: Colihue.

Alvaro, Daniel (2014). El problema de la comunidad. Marx, Tönnies, Weber. Buenos Aires: Prometeo.

Díaz, Hernán M. (2020). De Saint-Simon a Marx. Los orígenes del socialismo en Francia. Buenos Aires: Editorial Biblos.

Durkheim, Émile (2010). El socialismo. Madrid: Akal.

Mauss, Marcel (2013). La nation. París: PUF.

Marx, Karl (2021). La guerra civil en Francia. Buenos Aires: Rumbos.

Rosanvallon, Pierre (2007). El modelo político francés. La sociedad civil contra el jacobinismo, de 1789 hasta nuestros días. Buenos Aires: Siglo XXI.

Tomba, Massimiliano (2019). “1871: The institutions of insurgent universality”, en Insurgent universality. An Alternative Legacy of Modernity. Oxford: Oxford University Press.

Salir de la versión móvil