Mauss y su NEP: dos centenarios para pensar nuestro presente

Serie «A cien años del giro intersocial. Leer la sociología de Marcel Mauss en clave política»

Este 2021 nos encuentra con una rara efeméride, la de los cien años del inicio de la Nueva Política Económica, la NEP, en el espacio que poco después habría de convertirse en la Unión Soviética, una suerte de sistema que regulaba la convivencia del pequeño lucro privado con el control estatal del comercio exterior, la gran industria y la banca. Opacada por los efectos que tuvo luego la planificación centralizada, los años de la NEP fueron un intento de la élite bolchevique de rearmar el tejido social y recuperar fuerzas después de casi ocho años continuos de violencia y esfuerzo bélico.

Meses antes, en el verano de 1920, aún con la herida abierta de la Gran Guerra, Marcel Mauss escribía una obra que nunca llegó a publicar. Su propósito era, básicamente, evitar que semejante catástrofe volviera a ocurrir. Esa obra era La Nation, un diagnóstico de la novedad histórica que representaba un tipo de sociedad que había aparecido muy recientemente, un intento de caracterizarla para comprender sus rasgos y una propuesta, más o menos explícita, de la vía en virtud de la cual esta nueva sociedad evitaría una nueva guerra, guerra con una forma muy novedosa como la que había aparecido en la Modernidad, íntimamente ligada a la torsión interna que sufrió el concepto de nación al devenir nacionalismo(s). 

En efecto, sus reflexiones sobre la nación y el socialismo no se limitan a La Nation. Por entonces Mauss también tenía en mente otro proyecto de libro, complemento del anterior, que quedó en un estado aún menos acabado, y que versaba sobre el bolchevismo, en una suerte de reflexión específica sobre una experiencia política que se filiaba explícitamente en el socialismo y que problematizaba tanto al bolchevismo como al socialismo mismo (Mauss, 1924). Y es que el socialismo es una parte central de su análisis, al punto de que el derrotero teórico estriba en que la nación o es socialista o no es nación, motivo por el cual le dedica la parte del león del escrito.

El interés de Mauss por Rusia puede ubicarse probablemente en la estela de intelectuales de izquierda tanto de Europa Occidental como rusos por ella. Sin entrar en grises, ya desde la primera mitad del siglo XIX entendían que Rusia vivía bajo un régimen, el zarismo, que por múltiples motivos era percibido como caduco, como propio de una temporalidad diferente y descarrilado del tren del progreso. Tras el estallido de la Revolución de 1905, y con miras a entrevistarse con revolucionarios e intercambiar ideas sobre un futuro plan de acción, L’Humanité, a instancias de Jean Jaurès, le organizó un viaje. Disfrazados sus propósitos como los de un etnógrafo y orientalista con la ayuda de Sylvain Levi llegó a San Petersburgo en 1906, cuando ya era evidente el fracaso de los intentos por instaurar una democracia. Debido a sus escasas dos semanas de permanencia y a su desconocimiento de la lengua rusa, Émile Durkheim no tuvo reparos en desalentarlo a escribir sobre el tema y, de hecho, ocurrió así en lo inmediato. Pero pasaron los años y el interés de Mauss por Rusia no disminuyó. Por el contrario, la apreciación de la experiencia bolchevique, a la cual fue siguiendo minuciosamente, lo llevó a escribir largas reflexiones sobre un fenómeno que no terminaba de resultar inteligible a la mayoría de sus coetáneos.

Muy tempranamente, incluso en vida de Lenin, quien por entonces comenzaba de a poco a convertirse en un nuevo faro de las izquierdas en el mundo, Mauss se abocó en sus textos, de manera sistemática y detallada, a la operación de desligar al socialismo del éxito o fracaso futuros de la Revolución Rusa. Aún ausente en La Nation, en tanto faltaban algunos meses para el inicio de su implementación, de manera muy llamativa en su Apreciación Sociológica del Bolchevismo parecía entrever una luz de esperanza a las graves falencias que hallaba en el accionar de los revolucionarios, a quienes en buena medida valoraba y les deseaba éxito, en la instauración de la NEP. Curiosamente, y a diferencia de lo que años después tanto el mismo Partido Comunista de la Unión Soviética como buena parte de la historiografía de izquierda habrían de sostener, la NEP se le aparecía como una puerta hacia la convivencia de un cierto grado de libertades individuales con la posibilidad de construir verdaderas instituciones capaces de velar por el bienestar colectivo, y poder sostener eso a veces tan esquivo de entender cómo es la libertad en sociedad. Muchos han señalado la muy difìcil comprensión de la NEP por parte de sus contemporáneos, sobre todo por aquellos que habían luchado en las trincheras durante la guerra civil que aún no se terminaba y que se había desatado de manera feroz después de la Revolución de Octubre. A contrapelo de todos ellos al mote común de traición, Mauss desde su reflexión sociológica le ponía una carga de esperanza.

No es casual traer un texto posterior, aunque tampoco es mi intención dedicarme aquí a él. Solo recuperaré el hecho de que, inspirado de manera explícita en Auguste Comte, y sin necesidad de hacer alguna peripecia intelectual para forzar la lectura, la Apreciación Sociológica del Bolchevismo contiene el mismo tipo de movimiento y la continuación, en un suerte de aplicación directa y de puesta a prueba, de las líneas argumentales desplegadas en La Nation. El positivismo comteano dotó a Mauss de una matriz argumentativa que marcó el paso en ambos casos -al menos por partes- para una construcción que roza lo fenomenológico, algo al ras de la realidad cuya simple exposición hiciera indisputable su veracidad. La voluntad de desfiliar a la Revolución Rusa del socialismo cobraba cuatro años después y con mucha agua bajo el puente una densidad argumental que en 1920 aún no tenía. Cierto es que ya algo estaba esbozado, pero esos años transcurridos parecen haber nutrido de claridad a sus pensamientos al ver en práctica un descomunal proyecto cruzado por miles de problemas, que se enfrentaba a la tarea de construir una sociedad más justa y que parecía pedir a gritos una reflexión que le ayudara a encontrar su rumbo en el socialismo. Una nueva sociedad nacida de la embestida de la Modernidad, Rusia era un proyecto en plena construcción, en la cual si bien sus miembros compartían un pasado y muchos elementos culturales, se encontraba ahora ante el reto de hacer convivir bajo una misma ley, en paz y en democracia a muchos diferentes, un desafío analítico perfecto a esa nueva forma de sociedad que Mauss había reconstruido en 1920. 

No seamos inocentes en creer que una simple lectura de Mauss se habría traducido ipso facto en una feliz jauja, tanto más cuanto que por entonces no disponían de experiencia previa alguna de un intento de edificar un país bajo el signo del socialismo, pero al revisar la forma que tomaron las luchas que desembocaron en el estalinismo, es claro que al menos a la dirigencia le habría ofrecido pistas para comprender problemas estructurales que ya se hallaban en sus programas previos a la Revolución.

La permanencia de Mauss en temas rusos no se restringe a esos dos textos. Basta mirar, sin que ello agote el listado, la compilación hecha por Marcel Fournier (Mauss, 1997) para darnos una idea de cómo reaparecen una y otra vez en su obra. Y es que la necesidad de perturbar la realidad por una intervención desde el mundo académico parece haber sido la empresa que guió su accionar mientras estuvo activo como escritor.

La recuperación de este Mauss sociólogo, sin dudas epígono del proyecto montado por Durkheim, es recuperar al analista que, plantado en la certeza de la imposibilidad de separar la praxis académica de la intervención, está preocupado por meter las narices en la realidad, pensar su presente y alterarlo. Dicho de otro modo, si algo cruza a todo el texto, es que hacer sociología es hacer política, una sociología desde y para el socialismo. Explícitamente, La Nation se filia en un “segundo iluminismo” y procura una intervención de las ciencias sociales en la realidad inmediata, cosa que sabemos hacía Mauss y su grupo, al buscar aconsejar a quienes tomaban decisiones, de modo tal que hacer sociología no quedara en un manual o en un oscuro texto. De hecho, como ha quedado claro con los primeros textos de esta serie, La Nation nos permite reubicar al don de su Ensayo en su dimensión eminentemente política, en tanto mecanismo de paz, por sobre la económica, que la lectura más canónica suele subrayar. La originalidad de las interpretaciones de Mauss sobre su tiempo, como el caso de la NEP, nos ponen cara a cara con un pensamiento potente, capaz de ver más allá del sentido común. En nuestro presente, en donde está tan pisoteada la palabra socialismo, una revisita a su NEP tal vez nos ayude a desbrozar esa maraña de prejuicios que la han envuelto. 

Bascular entre la intervención desde la izquierda y las ciencias sociales más académicas, la fabulosa tarea de funámbulo a la que Mauss nos invita al moverse entre estos dos registros remite a una perenne queja de Reinhart Koselleck, aquella de lo innegablemente aburrida que puede llegar a ser la historia (Koselleck, 2013). Convertida en una práctica que se aisló, la historia “se ha transformado sin pena ni gloria en una ciencia para los propios especialistas” y ha terminado por disolverse en otras ciencias. Receptáculo de cualquier ideología que desee invocarla, si en algo halla Koselleck una finalidad de la investigación histórica es en la constitución de una ciencia crítica. 

Ante la imposibilidad de prescindir de los interrogantes subjetivos, de la articulación con otras ciencias, y del conocimiento de los acontecimientos tout court, la crítica de la ideología es en Koselleck el fruto de haber sometido a los textos a una metodología histórica y filológica en virtud de criterios externos e internos. El oficio del historiador posee así su nicho en la búsqueda de “formulaciones que remiten más allá de los textos, al situarlos en un contexto histórico de significación,” (Koselleck, 2013, p. 63) y de ahí el fin de la investigación histórica, de ser capaz de abrirnos las puertas hacia la profundidad temporal que nos habilite a trascender nuestra experiencia inmediata.

Volvamos por un momento a Mauss. Parte no menor de La Nation está dedicada a la investigación histórica. Recopilador de datos externos, series y narrativas casi anecdóticas, articulados con pensamientos propios y ajenos, el movimiento de Mauss tiene un sentido que va desde el diagnóstico hacia el pronóstico. Y el gesto queda cabalmente evidenciado por su voluntad de hablar de la cosa, de tener un decir propio sobre la nación y no hacer eso a lo que tanto nos ha acostumbrado nuestra academia, que es sublimar al objeto en una inerte yuxtaposición de los discursos sobre él. Koselleck, no sin algo de frustración e ironía, recuerda que la historia no es un fin en sí misma y, si bien es claro el carácter irrepetible de los acontecimientos y su no derivación en tanto enseñanzas, “[l]a investigación histórica muestra perspectivas y entramados de condiciones para posibles vías de acción; empíricamente, provee datos que permiten extrapolar tendencias y, en este sentido, tiene su parte en la prognosis” (Koselleck, 2013, pp. 65-66). El desvelo de las estructuras temporales de los distintos movimientos históricos, nos dice, es lo que finalmente habrá de tener como efecto el que la cronología se rija por la historia y no al revés, tal como Kant lo demandaba.

Ese movimiento al que refería antes en el texto de Mauss, que va desde la construcción de un diagnóstico, que a su vez conlleva la recopilación de datos y su interpretación, para luego desembocar  en un pronóstico, es un desplazamiento lisa y llanamente ausente en la enorme mayoría de la producción historiográfica actual. Recordemos que enarbolaba la bandera de un segundo iluminismo, por lo cual sus relatos pormenorizados parecen procurar echar luz en los episodios de 1917, en los usos de la violencia, en las formas de consumo implementadas por los bolcheviques, en sus políticas económicas internas y externas; contrastados luego con experiencias en otros lugares del planeta, los somete a interrogantes precisos y sistemáticos, con los que evalúa, más allá de lo enunciado por sus actores, si existía en ellos una motivación real cimentada en el socialismo. Este movimiento parece hoy ser un tabú entre los historiadores que se precian serios, que en el mejor de los casos permanecen inmóviles en una buena recopilación de información, con alguna reflexión anodina esgrimida bajo el pánico a la interpretación de más largo aliento. En el otro extremo encontramos a quienes de antemano saben ya a qué puerto llegarán y ven en la recapitulación de hechos casi una molestia necesaria que hay que tomarse para encontrar justificación a una conclusión que de antemano tenían. Se trata del eterno problema de cómo moverse en esa zona intermedia entre el historiador de archivo, que repite de la manera más aséptica posible a los documentos, y el historiador que solamente explicita su ideología. Seamos contrafactuales por un momento para entender la actualidad del texto de Mauss. Medio siglo antes, podría haber evitado el descontento que Koselleck expresaba sobre lo aburrido de la historia y lo esquivo del fin de hacer investigación en ella.

Cuando la élite soviética enfrentó la necesidad de embarcarse en una reforma en la década de 1980, un paquete de medidas que luego habría de conocerse como Perestroika, la experiencia del pasado y de otros países de ese orbe conocido como socialismo realmente existente, apareció como un tesoro del cual aprender valiosas lecciones. Hoy, con cierta distancia y mayor acceso a los archivos, lejos del derrotismo de las izquierdas que tiñó a la década de 1990 y de las acusaciones vacías de la Guerra Fría, podemos afirmar que más allá de la voluntad de tal o cual personaje, esas reformas procuraban introducir mayor democracia al sistema y solucionar los profundos desequilibrios que enfrentaba la economía. La solución que emergía para sus impulsores consistía en desmontar eso que Mauss había criticado tanto -el comunismo en el consumo, la implementación por vía violenta e inconsulta de medidas y la supresión de cualquier disidencia- y comenzar a fogonear cuotas de responsabilidad individual y de estímulos a la producción en distintas áreas, sin por ello horadar los logros que, según se cansaban de repetir, el socialismo había conquistado. Siempre bajo el amparo del Estado que controlaría sectores clave, el fomento de la actividad privada en distintos niveles, la construcción de un mercado de bienes y servicios, la creación de una moneda intercambiable con otras, la búsqueda de inversiones desde el Occidente capitalista, la implementación de tecnologías extranjeras en el reconocimiento de que las propias no alcanzaban, el atender a la demanda de ciertos bienes básicos de consumo que se reconocía que desde el Estado no se podía satisfacer, y sobre todo la entrega de la regulación de su propia producción a ese enorme colectivo que era el campesinado para solucionar un déficit crónico de alimentos, eran algunos de los componentes de esa reforma.

Si leemos este último párrafo fuera de contexto, cualquier lector podría pensar, no sin razón, que estamos hablando de la NEP. Y es que todo eso que quienes ensalzaban la planificación centralizada habían visto como deleznable, en la década de 1980 era un manantial de soluciones. Historiadores y economistas, hombres de política, artistas y todo un conjunto de pensadores volvieron sus miradas a los años centrales de la década de 1920 y recuperaron al Lenin que guiaba el timón de ese inestable barco. La NEP había cobrado una nueva vigencia. Y como la solución necesitaba adecuarse a los tiempos, la Hungría del cooperativismo agrícola, la autogestión yugoslava, o la China posterior a las reformas de la década de 1970 se convirtieron en fuentes de nuevas experiencias para reformular el camino de la Unión Soviética. 

Parecía que esa lista de puntos que Mauss había enumerado en tiempos de la NEP como una vía hacia el socialismo, para enmendar los errores del proceder bolchevique, recobraba vitalidad. No caigamos en ese pensamiento dual que asocia mercado, consumo e individualismo como exclusivos del capitalismo. Mauss recuperaba justamente esos elementos de la NEP como alternativa a la imposibilidad de construir una sociedad en paz de los bolcheviques.

Tras las primeras tibias medidas que ya venían implementando desde tiempos de Andrópov, el desastre de Chernóbil en 1986 expuso al sistema a sus propias fracturas. El accidente, una metáfora -sin serlo- de su época anuda cientos de líneas históricas. Las reformas se aceleraron, pero años de problemas acumulados empezaron a estallar en cadena tras el accidente. Expuestas las fallas una y otra vez, quedó al desnudo aquello que Mauss con toda minuciosidad y vehemencia había advertido: el resultado de la experiencia bolchevique no debía ser leído como éxito o fracaso del socialismo.

Volvamos entonces al reclamo de Koselleck, que en cierta medida puede hacerse extensivo a otras ciencias sociales. Muy lejos de ser una descripción burda, más aún de ser ideología puesta en palabras, La Nation y esos otros textos que lo continuaron, tienen de algún modo el poder de ayudarnos a pensar nuestro mundo hoy, como lo hizo Mauss mismo en su momento con la Primera Guerra Mundial o la NEP, a usar las poderosas herramientas de las ciencias sociales e intentar con ello proponer una solución viable a los acuciantes problemas que nos asaltan y que parecen habernos metido en un callejón sin salida. Con el pretexto de volver sobre la NEP a exactamente un siglo de su instauración, es posible que nos hallemos con esa fuerza viva que Mauss veía en las naciones jóvenes como Rusia y que ya encontraba si no muerta al menos anquilosada en las experiencias imperiales de las que otrora habían sido la punta de lanza de la renovación.

Referencias bibliográficas

Koselleck, R. (2013 [1971]). ¿Para qué todavía una investigación histórica? En Sentido y repetición en la historia (pp.39-78). Hydra.

Mauss, M. (1924). Appréciation sociologique du bolchevisme, Revue de Métaphysique et de Morale, 1(31), 103-132. Presses Universitaires de France. 

Mauss, M. (1997). Écrits politiques. M. Fournier (ed.). Fayard.

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