Primera de dos partes


El 21 de noviembre, después del fracaso de una segunda convocatoria de Generación Z a movilizarse en las calles, Arturo Villegas, un influencer ultralibertario de derechas y feroz odiador de las izquierdas publicó en la red “X” una pregunta “¿Cuándo creen que Morena deje el poder?”; a lo cual le respondió Luis González, un médico y hater de la 4T que cuenta con casi 150 mil seguidores: “No lo van a dejar. Se les tiene que arrebatar”. Menos de 24 horas después, la jueza de distrito en retiro Reyna González sentenció en otra publicación: “México no va a sobrevivir a Morena, son ellos o nosotros”. 

La movilización del 15 de noviembre (15N), convocada por “Generación Z” (GZ) logró producir una inflexión en la derecha mexicana, que, como en un crisol, ha fundido en las calles y en las redes sociales diversos malestares, reivindicaciones reaccionarias y delirantes, y lo más importante, la convicción de que ha llegado la hora de descarrilar por la fuerza al gobierno de Claudia Sheinbaum. Aunque el efecto político de la marcha parece haberse desvanecido, la polarización, es decir, el uso de la violencia política, ha marcado un cambio de fase.

Esta virulencia, que se desliza rápidamente al extremismo de derechas, tiene un complejo origen: el fracaso de las democracias de mercado, la agitación mundial trumpista, las múltiples derrotas sufridas por las derechas opositoras mexicanas, las contradicciones de la Cuarta Transformación, así como el llamado virtual y anónimo de Generación Z a incendiar el país. En esta primera entrega, haremos un breve repaso del panorama global —esto es, del ascenso y fracaso de las democracias de mercado, así como del surgimiento y la agenda internacional de las ultraderechas—, mientras que en la segunda nos enfocaremos en las peculiaridades del caso mexicano, a la luz de lo sucedido el 15N.

Denomino democracias de mercado a los regímenes neoliberales que produjeron una escisión entre gobierno y redistribución, reduciendo la representación política a una suerte de oligarquía plebiscitaria; un régimen donde las elites rotan electoralmente mientras el mercado enriquece a los grandes capitales, e idealmente, derrama algo de esa riqueza a los trabajadores.

Las democracias de mercado vigilaron celosamente que los gobernantes no concentraran ningún poder que limitara el libre comercio, pero fueron por supuesto omisas ante la concentración del poder económico, que creció como una autoridad sin control, contrapeso, regulación o atemperamiento alguno. Esto consolidó el despotismo del capital. (Castoriadis, 2006; Ávalos, 2007; Lummis, 2002; Hirsch, 2001)

Al pasar los años, las democracias de mercado comenzaron a mostrar sus contradicciones, hasta hundirse en el descrédito y en una profunda crisis de representación. Todo ello debido a que el cascarón de la democracia representativa —se hizo cada vez más evidente— era una simulación funcional a las clases dominantes y regresiva para las clases subalternas.

La historia es conocida: con el régimen de acumulación neoliberal se produjo una inédita desigualdad, así como el deterioro de la movilidad social ascendente y la oligopolización y trasnacionalización de un poder económico descomunal. Las democracias de mercado, entregaron su capacidad soberana a la lex mercatoria mundial, que trasladó controversias y decisiones fundamentales a la arena global, gracias a lo cual constituyó una coraza protectora para los intereses del gran capital. El resultado: democracia formal entre la clase política; desdemocratización y pérdida de control de las decisiones económicas. (Dardot, Laval, 2013; 2017; Pineda, 2020)

Ambos procesos inutilizaron a los sistemas políticos, al desvanecer las grandes diferencias entre izquierdas y derechas, reducidas todas a administradoras del guión elaborado para la reproducción ampliada del capital, eliminar las opciones de partidos de clase y restringir la intervención estatal a favor de las clases trabajadoras.

El hartazgo mundial ante las esterilizadas democracias de mercado produjo el colapso de los sistemas políticos, con el manotazo de las clases subalternas, ya fuera por la vía electoral, ya mediante numerosos levantamientos populares, al menos en América Latina.

Sin embargo, esa agotada democracia de mercado sigue siendo reivindicada e idealizada en México por cierto liberalismo intelectual y académico, y fue de hecho, defendida ideológicamente como una exitosa superación del viejo régimen autoritario, el vehículo de hegemonía del bipartidismo del Revolucionario Institucional y Acción Nacional entre el año 2000 y 2018.

Esa perspectiva es ciega no sólo las insuficiencias de la alternancia mexicana —que no obtuvo ni una nueva constitución, ni un plan transicional, ni un pacto de gobernabilidad estable entre las fuerzas políticas—, sino también ignora la profunda crisis de Estado a la que llevó esa limitada democracia de mercado a la mexicana. 

Fracturado en todo el continente el consenso neoliberal del modo de regulación política, emergieron las conocidas opciones políticas para su reemplazo: por un lado la izquierda “progresista”, que sustituyó el horizonte socialista por un programa tímidamente redistribuidor. A pesar de sus restringidos alcances, las medidas progresistas —esto es,  políticas estatales de corte asistencial y regulador— permiten tomar un respiro a las clases subalternas ante las inclementes condiciones de precarización, super explotación y exclusión que impuso el neoliberalismo, mas todo ello sin frenar ni reorientar el régimen expansivo y coercitivo de la expansión de los mercados. Son nuevas formas de regulación política, pero no cambios al patrón de acumulación del gran capital; no son simple continuidad neoliberal, pero tampoco su superación. Ello explica su frágil estabilidad, contradicción y ambigüedad.

Al mismo tiempo, el progresismo latinoamericano no puede restaurar el pacto capital-trabajo del que habían emanado los estados de bienestar, ya que hoy la fuerza del capital es monstruosa, en contraste con las débiles organizaciones en retirada de los trabajadores. El capital no necesita negociar con el trabajo dentro de la fábrica e impone sus propias reglas a los gobernantes fuera de ella. De tal suerte, la ultramoderación del progresismo latinoamericano tiene por tanto su fundamento en la extrema debilidad de las clases subalternas y no sólo en su programa paliativo de los dolores más agudos del neoliberalismo. Los progresismos, todos ellos, están lejos de contar con la fuerza para romper con la camisa de fuerza del imperio de los mercados, a la cual se adaptan y acomodan para poder gobernar, por lo que deben gestionar tanto las condiciones y contradicciones de la expansión capitalista, al tiempo que atienden parcialmente las demandas de las clases subalternas. Por acoplamiento o por convicción ideológica se promueve, así, la conciliación de clases en un contexto donde el capital no quiere ni necesita conciliar.

En contraste, las derechas, fracturada la hegemonía liberal tradicional, parecieran poder saltar todos los viejos límites y mostrarse como alternativas extremistas tanto para el capital, como para un sector de las clases subalternas despolitizado, atomizado y desorientado que está harto de las opciones políticas sistémicas pero también totalmente confundido por el origen de sus malestares. Las derechas ofrecen ir mucho más allá que los prudentes y precavidos progresismos que no quieren agitar el rechazo de los grandes capitales. Aunque las extremas derechas comenzaron a reaparecer como opciones electorales desde mucho antes, (Forti, 2024) sólo el quiebre de las democracias de mercado les permitió expandirse en el periodo de desorden y confusión global ante la crisis orgánica mundial del neoliberalismo.

Más recientemente, las derechas en América Latina se han presentado como vehículo para acelerar un turbocapitalismo extractivista que destruye todas las contenciones —incluso las más tibias regulaciones neoliberales—, como la deforestación amazónica bolsonarista, la apertura del yacimiento de Vaca Muerta de Milei, o el ofrecimiento abierto del petróleo venezolano a Estados Unidos por parte de María Corina Machado. La extrema derecha ofrece, en ese sentido, destruir los límites políticamente correctos del capitalismo verde y del discurso sostenible.

Ante la metástasis expansiva del capital criminal trasnacional y del crimen organizado, las derechas, liberadas de la camisa de fuerza de los derechos humanos y las leyes internacionales, han ido armando una agenda brutal y pragmática para afrontar el desorden hemisférico producido por la crisis neoliberal. Valgan como ejemplo las medidas securitarias fascistizantes de Bukele, la política antiinmigrante draconiana de Trump o la política de mano dura ultramilitarista de Noboa en Ecuador. Lo que ofrecen las derechas es acabar con los límites del habeas corpus, considerado protector de criminales, para que, mediante la fuerza represiva policiaco-militar, pueda aplastarse a la delincuencia. Y abren con ello el camino directo hacia el autoritarismo.

Si alguna vez hubo un orden internacional, éste ha muerto en Gaza, y tal desorden es el campo fértil para que los gobiernos de derechas escalen tensiones y bravuconadas contra los gobiernos progresistas, como ha sucedido en Latinoamérica, con Milei arremetiendo contra Lula, el gobierno no electo de Perú amenazando al mexicano, Ecuador agrediendo la embajada de México, Bukele abriendo una confrontación con la presidenta Sheinbaum y Petro, y, por supuesto, Trump hostigando a Maduro, Petro y una vez más, Sheinbaum. Es así: la derecha está entregada a una cruzada anti progresista —y, aunque suene disparatado, anti comunista—, como vehículo de agrupamiento reaccionario contra las izquierdas y como dispositivo ideológico para atizar el odio. Si hay una guerra cultural, ésta es la que impulsan las derechas para distinguirse del difuso horizonte progresista.

En medio de este escenario, es peculiar el caso de la derecha y la ultraderecha mexicanas, y la movilización del 15N es un síntoma que debemos atender para su comprensión. Tal será, como he anunciado ya, el tema de la segunda entrega de este artículo.


Referencias

Ávalos, G. (2007). La política del capital. UAM X.

Castoriadis, C. (2006). Una sociedad a la deriva. Katz.

Dardot, P.y C. Laval (2013). La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Gedisa.

____(2017). La pesadilla que no acaba nunca. El neoliberalismo contra la democracia. Gedisa.

Forti, S. (2024). Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales. Akal.

Hirsch, J. (2001)El estado nacional de competencia. Estado, democracia y política en el capitalismo global. UAM X.

Lummis, D. (2002).Democracia radical. Siglo XXI.

Pineda. C.E. (2020). “Gobiernos progresistas y 4T: la peligrosa política del equilibrismo. En Revista Común.