Es común escuchar que antisemitismo y antisionismo son lo mismo. Sin embargo, son dos conceptos muy distintos. Con el término “antisemitismo” se entiende comúnmente el odio hacia personas de religión judía, aunque en estos casos más bien se deberían emplear los términos “antijudaísmo” o “judeofobia”. En efecto, semitas son todos los pueblos que hablaban o hablan idiomas pertenecientes a una misma cepa lingüística —la de las lenguas semíticas—, como el acadio, el amhárico, el árabe, el arameo, el fenicio, el ge’ez, el hebreo, el maltés, el yehén y el tigriña, entre otros.
Desde su fundación, Israel se ha empecinado en calificar como “antisemitismo” cualquier crítica al sionismo, la ideología política que aboga por la existencia de un Estado judío en la así llamada Tierra Prometida, basándose en la supuesta equivalencia de los términos “antisionismo” y “antisemitismo” planteada por la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) y adoptada por 43 países. Así pretende evadir las acusaciones de reiteradas violaciones al derecho internacional y de crímenes de lesa humanidad cometidos en detrimento del pueblo palestino.
El antisemitismo sigue vivo, sobre todo en Occidente, en partidos y movimientos de extrema derecha, que se han dedicado a negar los horrores del Holocausto, la existencia de los hornos crematorios, los campos de exterminio y el plan genocida nazi. Curiosamente, es justo con estas fuerzas, que están en el poder en varios países europeos y en Estados Unidos, que Israel está haciendo alianzas estratégicas: evidentemente la islamofobia y el supremacismo blanco los hermanan, y ambos lados pasan por alto un pasado no muy lejano en que semejante comunión habría sido impensable.
Por otra parte, el antisionismo es la oposición a la ideología política del sionismo, no una postura de odio por razones religiosas, étnicas o lingüísticas. Es la crítica a un proyecto colonialista, sostenido por una abrumadora mayoría de los israelíes, mediante el cual se impone el cerco de Gaza, y se ejercen la ocupación ilegal de Cisjordania, la limpieza étnica y el apartheid hacia la población palestina y a las minorías no judías (musulmana y cristiana) de la sociedad israelí. No tiene nada que ver con el antisemitismo. De otra manera no se explicaría por qué cada vez más personas, comunidades y organizaciones judías de diversos países se declaran también antisionistas y se oponen a que el Estado de Israel —el mismo que los acusa de traidores por sus críticas— hable en su nombre. La confusión entre ambos términos no existiría si el sionismo no se empeñara tanto en asociarlos, para acallar cualquier crítica y poder seguir actuando impunemente.
