Celine Song directora, guionista y dramaturga coreano-canadiense entra, a través de su última película, Amores materialistas (2025), a una discusión ya clásica en la genealogía femenina: la que tiene como centro el matrimonio. Y cuando digo “clásica” me refiero a que ha sido tejida y sostenida de manera intergeneracional, pues aborda una problemática que nos afecta particularmente a las mujeres, como lo es la forma en la que se han regulado las relaciones sexo-afectivas entre humanos a lo largo del tiempo. Antes de comenzar debo advertirles a las lectoras y lectores que este texto está lleno de spoilers. Sin embargo, si deciden leerlo antes de ver la película, quizás este texto les ayude a hacerlo con otros lentes.

La historia construida por Celine tiene tres personajes principales: Lucy, mujer de la clase trabajadora en sus treintas que trabaja como casamentera en la empresa ADORE —es decir, que su empleo consiste en encontrar la pareja perfecta para quienes contratan sus servicios—; su ex novio, John, actor de teatro en quiebra que ama sin condiciones a Lucy pero la perdió por la repetición de patrones familiares y, por supuesto, por no tener dinero; y Harry, también nombrado en la película como “el unicornio”, un tipo aparentemente perfecto cuya característica más destacada, además de ser encantador y estar interesado en conquistar el corazón de Lucy, es ser millonario.

El filme de Song lo tiene todo: lloras, te ríes, calculas tu valor en el mercado del matrimonio y te das cuenta de que morirás sola, pero con una promesa final… El amor verdadero aún existe. Y es que no podría ser de otra forma. Habrá a quienes el final se les antoje cursi, ¡porque lo es! Es ésa la apuesta de la película: desarrollar un análisis sociopolítico sobre el amor en nuestros tiempos, pero sin dejar de ofrecernos una auténtica comedia romántica, algo que agradecí inmensamente. En fin, antes de pasar adelante diré que, mientras algunos piensan que la película se cae hacia el final, a mí me parece, en cambio, que con él te empuja a ver una realidad: el amor no es racional y a veces da mucho cringe (ñáñaras pues). Sin embargo, hay muchas otras cosas de la trama donde me gustaría conversar con esta directora, así que me voy a ello.

Como ya lo mencionaba, el matrimonio ha sido un tema en el que muchas mujeres han incursionado, y esto tiene que ver con la forma particular en la que esta institución afecta nuestra experiencia en el mundo. Entre algunas de las reflexiones sociológicas que yo conozco sobre el tema está la de Marianne Schnitger, feminista alemana, que considera al matrimonio como “producto de una evolución cultural”. Ella plantea que “a partir de un cierto nivel de desarrollo la mujer no comprometió su soltería y en última instancia su ascendencia familiar, sin antes contar con la garantía de quedar protegida en caso de abandono o viudez, y que sus hijos tuvieran asegurada la herencia paterna” (Weber, 2011, p. 113). El matrimonio, desde esta perspectiva, es el “triunfo” de un grupo de mujeres casadas, sobre otras que permanecen solteras de las cuales sus hijxs están desprotegidos económicamente por nacer fuera de esa institución. Desde esta perspectiva el matrimonio sí implicó una mejoría para cierto grupo de mujeres: las que se volvían herederas al contraer matrimonio.

Por otro lado, dentro de las posturas más radicales, tenemos lo que las mujeres comunistas y anarquistas han dicho al respecto. Alexandra Kollontái, por ejemplo, explica que es en la modernidad capitalista cuando por primera vez en la historia de la humanidad se pretende que matrimonio y amor se vuelvan ideas equivalentes (Kollontái, 1978: 137). Así, el amor fuera del matrimonio comienza a ser considerado inmoral, lo cual responde a consideraciones de orden económico, como impedir que el capital acumulado se dispersase con los hijos nacidos fuera de la unión matrimonial. (Ibid.: 139). Por tanto, amor y matrimonio se fusionan simbólica y materialmente debido a la necesidad de que la propiedad privada de los varones pudiera ser heredada a sus hijos legítimos.

Pero las anarquistas van aún más lejos y no sólo analizarán el matrimonio, sino que desearán su abolición. En ese sentido, Emma Goldman insistirá en que el matrimonio no tiene nada que ver con el amor y que, si bien es cierto que existen matrimonios basados en este sentimiento, esto ocurre a pesar del matrimonio y no gracias a él. También señala que los beneficios que las mujeres podemos obtener de este pacto de seguridad son mucho menores a la inversión que implican, ya que pagamos con nuestro nombre, intimidad y vida “hasta que la muerte nos separe” (Goldman, s/f, 36). También plantea que el matrimonio es a la mujer lo que el capitalismo a lxs trabajadores, pues ambas son estructuras patriarcales de control y opresión. (Ibid., 42) Todos estos piensos sobre el matrimonio fueron escritos hace más de un siglo y aun así resuenan con lo que Song pone sobre la mesa en Amores materialistas, aunque con una diferencia sustancial: su película no busca mostrarnos la verdad. Busca emocionarnos, y para mí lo consigue de una forma excepcional.

Una de las primeras escenas que me hizo sentir muchas emociones fue donde una de las clientas de Lucy —la novena a la que logra encontrarle un esposo— se encuentra en una crisis con el vestido de novia puesto y echada en una gran cama blanca, mientras sus invitados esperan afuera. Lucy entra a hablar con ella, segura de que logrará resolver este impasse como lo ha hecho en muchas otras ocasiones. Pero su clienta está desbordada en llanto y grita “soy una mujer moderna, pude haber sido lo que quisiera y de todas las cosas que pude ser YO ESCOGÍ SER ESTO”. El diálogo continúa y se pone histórico: “no tuve que casarme para unir dos reinos o porque mi familia necesitara una vaca. Yo escogí esto”. Desde mi perspectiva, este uno de los grandes aciertos de Song: el mostrarnos en toda la primera mitad de la película que, más allá de la promesa de la libre elección en la modernidad, hay cosas atravesadas por estructuras mucho más grandes. En este caso el matrimonio, ahora incluido en el mercado de valores —como lo dirá en diversas ocasiones la casamentera interpretada por Dakota Johnson—, tiene ya que ver con “puras matemáticas”; es decir, con el cálculo racional de lo que nos conviene para sortear la vida en el capitalismo.

 Si bien el matrimonio siempre ha sido una transacción económica, incluso antes de la modernidad, como bien lo expresa el diálogo de la clienta en crisis de Lucy, la particularidad de esta institución en nuestros días es que ahora existen apps de citas, casamenterxs y redes sociales que te ayudan a emparejarte como un servicio on demand. Es decir, al igual que las plataformas que nos ofrecen los productos audiovisuales que más podrían gustarnos y los ponen a nuestro alcance (Spotify, mubi, Netflix, HBO, etc), hoy el mercado del matrimonio también, dirían lxs economistas, se ha terciarizado. Así, tenemos la posibilidad de pedir características específicas de quienes pensamos como posibles parejas: estatura, grado de estudios, estilo de vida e incluso monto de ingresos. Todo esto crea la ilusión de que podemos ordenar, como si se tratara de una pizza, al humano que queremos llevar a casa. Sin embargo, todo este cuento capitalista se rompe cuando en la película sale a luz algo que pareciera quedar fuera del cálculo de mercado: la violencia. Aunque, como veremos, la violencia no está fuera sino en el corazón mismo de este cálculo racional.

En Amores materialistas, pensar al matrimonio como nicho de mercado funciona muy bien, porque, como en cualquier otro segmento específico de inversión, existe un “riesgo”, el cual, además, en este caso, está diferenciado por género: para los hombres hay un riesgo en perder el dinero “invertido” en la cita (cuando así ocurre, pues sabemos que ahora todo suele ser 50/50), mientras que para las mujeres el riesgo es uno de distinta naturaleza: para nosotras lo que está en juego son las implicaciones de poner el cuerpo, y esta sí que me parece una perspectiva contemporánea sobre el matrimonio. La corporalidad, por ejemplo, no era un tema central en las escritoras a las que he mencionado más arriba, pues la comprensión de cómo el cuerpo está en juego incluso en nuestras relaciones afectivas es algo que empezamos discutir a partir de los setentas con las feministas italianas y toda la conversación en torno al trabajo reproductivo. Eso es lo que está en juego cuando vemos a la directora de la empresa de casamenteras diciéndole a Lucy que en el negocio de las citas hay un riesgo que asumimos las mujeres, y ese riesgo es que podemos ser agredidas: una completa mierda. ¿Por qué a las mujeres el supuesto amor tiene que valernos nuestra integridad física y psicológica?

Así, una a una, en la película comienzan a brotar las violencias, silencios y cosas que no deben decirse sobre el matrimonio, porque rompen la ilusión de que éste y el amor son equivalentes. Están las ideas de competencia y éxito, como la clienta que admite que se casó con su esposo porque eso la hace sentir que ganó frente a su hermana. Las desigualdades de género y la cosificación de las mujeres, como el cliente de cuarenta años que no está dispuesto a salir con mujeres mayores de 29 años; el racismo, en la clienta que habla de su preferencia por los “hombres blancos”, aunque podría estar abierta a “todas las etnias”; o el narcisismo, como la mujer que tiene una lista infinita de requisitos porque se considera “un gran partido” y es “lo mínimo que se merece”. En el matrimonio, como en cualquier otro campo de poder, están presentes todas las desigualdades estructurales de raza, género y clase que atraviesan nuestras sociedades.

Otra de las escenas que muestra todas estas desigualdades es en la que Lucy y Pedro Pascal se encuentran en una cita romántica. Ella sin titubeos saca a luz el tema de la diferencia económica que hay entre ambos, pues para Lucy está muy claro cómo contextos económicos distintos traen consigo prácticas emocionales diferenciadas. Harry parece sorprendido y responde con un diálogo donde destaca todas las cosas que él considera valiosas de Lucy, más allá del ámbito material. En esta escena pensé: Lucy leyó a Bourdieu y comprendió bien el habitus, pero Harry definitivamente reprobó teoría de campos, porque piensa que esos capitales intangibles que él reconoce en ella no se gastan ni devalúan. Nada menos cierto: los capitales culturales, sociales y simbólicos están ligados al capital material y pueden transmutar de una especie de capital a otra —como cuando se hace evidente que el capital económico de Harry le permite acceder a capital erótico porque puede pagar cenas caras en lugares románticos—, además de que su valor depende del campo social donde se sitúan. En otras palabras, saber bailar cumbia no es igual de valioso en el sonidero de la fiesta del barrio que en una cena de académicxs. Los valores de los capitales cambian según las comunidades que los legitiman y es altamente probable que Lucy no contara con los suficientes capitales culturales, simbólicos y sociales para desarrollarse en los espacios de Harry.

Finalmente, entre toda esta creatividad llena de diálogos muy interesantes, me parece que a Celine Song se le escapa una cosa, y es que no se permite imaginar un pasado sin matrimonio y nos muestra, muy al estilo Barbie (2023) de Greta Gerwig un opening con dos humanos de las cavernas que se casan, o algo parecido, pero se ven enamoradxs y realizan un intercambio “entre la recolección y la caza”. Con ello Celine, aunque en un tono irónico, eterniza relaciones sociales que son propias del actual sistema económico, porque, si no hemos tenido que casarnos siempre, con ello se abre una posibilidad: la de que algún día quizás ya no tengamos que hacerlo más. Que hoy tengamos un valor en el mercado del matrimonio tiene que ver con la propiedad privada, la acumulación de riqueza y la necesidad de heredarla. Por ello, soñar con el fin de esta institución es soñar con el fin del capitalismo.

Hoy en día hay matrimonios políticos, matrimonios estratégicos, matrimonios por dinero y, entre todos ellos, seguramente también hay matrimonios por amor. Pero Song coincide con Goldman, y en general con las perspectivas anarquistas sobre el matrimonio, al insistir constantemente en que una cosa casi nada tiene que ver con la otra. De ello que el final más racional de la película —al menos desde la racionalidad capitalista— hubiera sido que Lucy se quedara con Harry, aunque amara a John, porque eso es lo que más le convenía, pero el final es otro y como las “mujeres modernas” que somos nos pone incómodas, porque en él hay una reivindicación del amor romántico. Y es que el final racional ya lo tuvimos en la ópera prima de la directora, Past Lives (2023), pero en una película que insiste de principio a fin en la necesidad de que el amor salga de ese espacio de cálculos monetarios, decidirse por el final “racional” implicaría aceptar que en este mundo lo más importante es el dinero. En cambio, Song decide sacudirse el tono crítico que ya había construido y darnos una dotación completamente cliché de bailes lentos, música suave de fondo y besos en luz cálida, para cerrar con un final digno de una verdadera comedia romántica: uno en el que no hay cálculos ni racionalidad. No soy ingenua, como mujer de la clase trabajadora sé lo mucho que importa el dinero, cada peso, pero el cine no sólo está ahí para mostrarnos lo que ya sabemos, sino también para permitirnos soñar otras posibilidades, en este caso con relaciones afectivas que no estén determinadas por lo monetario y donde las conexiones emocionales reales —más allá de que podamos juzgarlas buenas o malas— importan. Celine Song nos regala una redefinición de las romcom, al mostrarnos que no tienen por qué ser sinónimo de poca profundidad, que no sólo son tonterías de chicas, porque las emociones son un campo de disputa política y entre tantas cosas que nos aplastan el corazón todos los días, tener espacios de imaginación, discusión e incomodidad es importante. El arte, desde mi perspectiva, también tiene la responsabilidad de habilitarnos esos espacios.


Referencias

Goldman, Emma. (s/f). “Matrimonio y amor”. La mujer más peligrosa del mundo.

Anarquismo en pdf, pp. 19-45.

Kollontái, Alexandra. (1978) “La juventud y la moral sexual”. Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada (compilación). Editorial Fontamara, pp. 119-155.

Weber, Marianne. (2011). “Acerca de los principios de la ética sexual (1907)” y “Entusiasmo y amor”. Ensayos selectos. Maya Aguiluz Ibargüen (edit). UNAM/Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, pp. 111-125 y 165-173.