El deseo y la elección: diálogos por maternidades autónomas

Opinión

Silvia Nicte Ha Espadas Pech

Todos los viernes por la noche me reúno virtualmente con unas amigas antropólogas e historiadoras con el propósito de acompañarnos en el trabajo de ser madres. En este espacio podemos escucharnos y compartir inquietudes sobre nuestras maternidades o sobre situaciones que cada una se encuentra transitando con sus hijas e hijos. Como madres en las ciencias sociales, nuestras preocupaciones se centran en los procesos de socialización que atraviesan nuestras hijas: aspectos de la cultura, procesos psicosociales, de la sexualidad humana, etc. La verdad es que los temas son inagotables y no siempre nos alcanza el tiempo para ofrecer resolutivas al final. 

Después de que la Suprema Corte declarara inconstitucional la penalización del aborto, en la última sesión pudimos conversar sobre lo que significa esta decisión para el futuro de nuestras hijas. Por supuesto fue motivo de celebración. Sabemos que nos falta mucho por caminar y que la no criminalización del aborto es sólo un paso en el proceso para alcanzar la autonomía de las mujeres en sus derechos sexuales y reproductivos, por lo menos en la ley. Pero haber llegado hasta este punto nos permite vislumbrar un camino menos pedregoso y pensar en tópicos que, a la postre, tendrán relevancia en la legislación. 

Rumbo al 28 de septiembre, Día por la Despenalización del aborto en América Latina y el Caribe –y como viene pasando hace más o menos cuarenta años– se reabren las disputas en torno a las implicaciones éticas, filosóficas, religiosas, políticas y sociales sobre la legislación del aborto. En el 2009, en el marco del Foro Ciudadano para la agenda de las Mujeres, Martha Lamas dictó una conferencia magistral sobre maternidad voluntaria y aborto. La antropóloga esbozó conceptos, que si bien ya están establecidos en los Derechos Humanos y en los Derechos Sexuales y Reproductivos (DDRR), aún no logran aplicarse de manera sustantiva en la vida cotidiana de las mujeres. Entre ellos los conceptos de libertad, igualdad y autonomía. En esa ponencia trazó la importancia de considerar la maternidad como un acto voluntario “que se goza y se comparte”. Pero hubo una frase, breve pero poderosa, que posteriormente el movimiento feminista la recobraría para redefinir la maternidad: 

“Para defender la autonomía de las mujeres hay que dejar de considerar la maternidad como un destino y comenzar a verla como un trabajo que para ejercerse a plenitud debe ser producto del deseo y de la elección.

La elección y el deseo suelen imaginarse como cosas que conciernen exclusivamente a la esfera de lo personal, y que no existe ninguna influencia externa que las condicione. Pero como antropólogas sabemos que, por más que se les quiera considerar fruto de la libertad y del razonamiento individual, existen estructuras sociales que nos preceden y que se internalizan a nivel subjetivo hasta parecer decisiones propias. También consideremos el peso que tiene la socialización y la cultura como factores que configuran la toma de decisiones en los proyectos de vida. En este sentido, es prioritario encontrar caminos de libertad para nuestras hijas en cuestiones tan complejas como la maternidad y que, además, se experimentan en entornos de desigualdad.

Para nosotras es necesario poner a revisión ambos conceptos desde el enfoque sociocultural. Por supuesto, las feministas del psicoanálisis tienen un trabajo bastante consistente sobre los conceptos de identidad femenina, deseo y maternidad desde la crítica a las principales teorías de Freud que influyeron en el pensamiento del siglo XX, convirtiéndose así en el stablishment científico de la época. La herencia freudiana –que sus predecesores se encargaron de proliferar por todo Occidente– y la sacralización de la madre por la iglesia minaron profusamente el sentido común de la cultura y edificaron toda una narrativa romántica sobre la maternidad. 

De esta narrativa idílica de la maternidad se crearon dicotomías como “la madre buena y abnegada” versus “la mala madre”; “la madre normal” versus “la madre desnaturalizada”. No hay nada de esto que no haya estremecido nuestras subjetividades. Hasta ahora, para la mentalidad dominante elegir no ser madre es un camino muy raro que nada tiene que ver con la realización plena de la mujer; por otro lado, maternar dentro de las exigencias del capitalismo te pone bajo la vigilancia estricta de la sociedad. Vaya dilema. Esa es una realidad que estamos dispuestas a transformar. 

Luchar por prácticas sociales más equitativas y saludables en el ejercicio de la maternidad ha sido uno de los tantos propósitos de la lucha feminista. Pero también tenemos el compromiso con nuestras hijas de trabajar en estrategias que nos permitan contrarrestar el peso de los estereotipos, la socialización y las costumbres, y en ese sentido, darles la oportunidad de constituir identidades cuyas proyecciones de vida no estén sujetas al único camino de ser madres, y que en ellas surja críticamente la idea de la posibilidad real de ser madres. 

No sabemos cómo, pero lo que sí sabemos es que debemos empezar a construir un nuevo relato de la maternidad que se contraponga a ese cuento de hadas que despoja a las niñas de las herramientas emocionales y cognitivas para enfrentar, en su momento y si así lo deciden, las diversas situaciones en el maternazgo. Creo que es hora de construir espacios de discernimiento para hablar del dolor, del hartazgo, de las tristezas y el agotamiento, desde la autenticidad de nuestros sentimientos como experiencia individual, colectiva e histórica. La autonomía de las niñas va más allá de la problemática política, es algo que debe ser constitutivo de la agencia femenina en la formación del deseo y la posible elección de la maternidad. 

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