Apología a la identidad de la carne asada 

[…] Allí nos hospedó la maestra: mató pollos y los sirvió en buena salsa. Nos sentimos en tierra civilizada. Donde termina el guiso y empieza la carne asada, comienza la barbarie.

José Vasconcelos 

En México hay una división geopolítica e histórica entre Mesoamérica y Aridoamérica. Nací en la segunda, en el norte del estado de Zacatecas, con costumbres laguneras (Zona metropolitana de La laguna: Torreón, Matamoros, Francisco I. Madero en Coahuila; Gómez Palacio y Lerdo en Durango) por la ausencia de las tradiciones y usos de la capital zacatecana, lejos de la herencia hispánica de orgullo arquitectónico, cuna de grandes artistas: pintores, músicos y poetas. Lejana de la Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora de los Zacatecas, nombrada por el Rey Felipe II en 1585. La primera vez que pisé la capital tenía 18 años, fui e hice las pruebas de admisión a la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Todo me parecía extraño, muchas cosas eran nuevas para mí, hasta las más simples, por ejemplo, no es que no supiera cruzar la calle siguiendo las luces de un semáforo, pero me daba miedo equivocarme. La catedral, las calles de piedra, los edificios del centro que tanto enorgullecen a los zacatequillas porque conforman su identidad. Una identidad que vale lo mismo que la mía. Sólo que la de los campesinos y migrantes del desierto no se valida con edificios neobarrocos, herencia del colonialismo. Para una joven rural, la discriminación surgió ahí, al no reconocerme en edificios producto de la coalición entre “la civilización” y “la barbarie”. 

El contexto rural nos dota, a quienes crecimos en él, de una visión del mundo sin pretensiones, con soluciones rápidas y fáciles. Las palabras salen con tanta fluidez que generan contracciones que sirven de códigos que nada más nosotros comprendemos, el habla “incorrecta” nos brota, cruza y construye. La música que nos rodea se nos manifiesta con la reacción inmediata de contonear el cuerpo, encoger los hombros, dejar caer la espalda, subir los brazos al pecho simulando abrazar la espalda de un hombre y, de pronto, bailamos, con los pies, brazos, espalda, cabeza, con nosotras mismas. 

Ignoro si la interpretación de la frase de Vasconcelos “la civilización acaba donde comienza la carne asada” se desvirtuó y el enunciado no es peyorativo. Lo que no puedo ignorar es el estigma que puso sobre los pueblos del desierto mexicano. La carne asada y las tortillas de harina son la confirmación de una identidad que lejos de avergonzarnos, presumimos con superioridad moral. Desde que llegué a la Ciudad de México he dicho más de mil veces: “Aquí no hay buena carne”, “aquí no hay buenas tortillas de harina”, “la gente de aquí ni prender el carbón sabe”. Crecer en un pueblo rural no es una experiencia idílica pero tampoco monstruosa, ni la ignorancia inherente al campesino o al migrante. La ignorancia es el vacío que genera el desconocimiento de ciertas cosas, en ese sentido, soy tan ignorante por mi nula comprensión de Balzac, lo mismo que otras personas son ignorantes por no conocer la música de Grupo Firme. 

El domingo 25 de septiembre, Grupo Firme, una agrupación de música regional mexicana, originaria de Tijuana, se presentó en la plancha del zócalo en la Ciudad de México. En redes sociales circulan memes que evidencian el poco respeto que un sector de la población tiene hacia expresiones culturales como la música regional. Algunos memes mostraban montajes de simios en la plancha del zócalo, una enunciación clasista y racista. No pude evitar pensar que la música no sólo es un conjunto de notas, también construye —y se construye— desde comunidades y regiones, que están organizadas en familias y configuran identidades individuales. Otra vez, las narrativas de la nación nos fallan, olvidan y marginan. Las narrativas que buscaban homogenizar a los mexicanos en una raza cósmica, donde el mestizaje, sólo cierto mestizaje, es bienvenido, deseado, escrito, filmado, fotografiado. 

Grupo Firme en el zócalo de la Ciudad de México, septiembre 2022. Tomado de las redes del grupo.

Me punza la frase sobre la carne asada y la barbarie. ¿Qué sí es digno recoger de la cultura de la carne asada?, ¿los tacos en tortilla de harina de origen sonorense?, ¿los mariscos estilo Sinaloa?, ¿los viajes en el Chepe?, ¿las visitas guiadas a los Algodones en Mexicali? Parece que el norte se puso de moda, pero no todas las expresiones culturales del norte; la gente, la de a pie, que baila y canta a todo pulmón: “ya supérame, porque yo ya te olvidé”, esa no. ¿De dónde viene todo ese clasismo y racismo?, ¿de los edificios coloniales?, ¿creer que ir a la universidad da una visión de buen o mal gusto?, ¿qué clase de jueces de la cultura somos?, ¿quién nos autorizó?, ¿quién nos dio la facultad? Lo que la nación puso al margen, lo indeseado, es lo que parece molestar cuando se presenta en escena: la forma de vestir de los asistentes y los propios integrantes de la agrupación, la parafernalia, el derroche de todo. Hubo quejas en torno al gasto del erario, comparaciones con el concierto de Paul McCartney, pero ¿no son igual de ciudadanos los asistentes al concierto de McCartney que los de Grupo Firme?, ¿por qué nos preguntamos sobre el valor y el estatus estético de la música?, ¿por qué abarrotar el zócalo para ver a Roger Waters? ¿Eso sí es digno?, ¿por qué ese sector de la población, el de McCartney y Waters, sí debe atenderse con “cultura”? Nos pensamos desde el no clasismo y racismo, pero parece que este posicionamiento sólo esconde la interiorización de nuestros propios prejuicios. 

La música regional mexicana bajó al centro y sur del país con la circulación de la clase trabajadora que se instaló en los barrios populares y las periferias, donde se la apropiaron y la acogieron como suya. El lleno total del zócalo es la patente de ello. La música regional mexicana es asociada con pobreza, ignorancia, incultura, barbarie, narcotráfico. En un país con 52.8 % de población en pobreza (Coneval, 2021), las reacciones en redes sociales duelen, pero no sorprenden. 

Grupo Firme, Banda MS, Carín León y Christian Nodal, entre otros, representan la renovación del género, que lo mismo se inscriben en la banda, la música norteña y hasta la texana. En abril de este año, Grupo Firme y Banda MS se presentaron en Indio, California en el festival internacional Coachella. Esas presentaciones dieron pauta para que una audiencia lejana al género musical regional mexicano comenzara a consumirlo. Lo interesante de las reacciones tras la presentación de Grupo Firme en el zócalo de la Ciudad de México, es que condenaron la conducta de los asistentes, entonces, ¿si Coachella y sus espectadores hipster californianos validan la calidad de la música regional mexicana, no hay señalamientos clasistas? No vi memes atacando al público de Coachella. 

Así como el lenguaje pone en la mesa discusiones de orden sociohistórico y político, entre ellas el racismo y clasismo, también oculta en palabras como “deconstrucción” un falso posicionamiento, una falsa enunciación. Entre el mundo de memes, luego del concierto, me encontré con alguno que hacía alusión a la indignación (con toda razón) que generó el caso Sonora Grill, que la abrumadora mayoría condenamos, pero una parte de esa mayoría indignada es la misma que comparte memes que, por decir lo menos, denigran no sólo la presencia de una parte de la población del Valle de México que se reunió en el zócalo, también a la cultura e identidad de los pueblos donde surge el género, incluyendo el mío, mi gente, mi familia y mi propia construcción identitaria. 

Carlos Monsiváis, en el ensayo La aparición del subsuelo. Sobre la cultura de la Revolución Mexicana (Monsiváis, 1985), reflexionó sobre el olvidado norte que entró a la Ciudad de México enlistado en el ejército villista. Los norteños, lejanos, inhóspitos, salvajes como su comandante Villa, ladrones, burlones y cabrones… ¿qué cambió desde entonces? En el mismo ensayo habla de La otra casta divina, los intelectuales que poco objetaron la dictadura de Porfirio Díaz, entre otras cosas, por las posibilidades políticas que el régimen les ofreció para la inserción a lo que el mismo Monsiváis nombró, la franja de la civilización, el pensamiento europeo. ¿Qué cambió para los norteños pobres después de 1920? Quizá la gran victoria cultural del ejército villista fue la apropiación de la Marcha de Zacatecas, originalmente llamada Marcha Aréchiga, compuesta por Genaro Codina a un gobernador porfirista. Con la llegada de la División del Norte, o tal vez con otros campesinos que se movieron de la Ciudad de Zacatecas, la marcha llegó a oídos de los músicos villistas, parece que les gustó y se la apropiaron. En los libros de educación cívica de la Secretaría de Educación Pública del Estado de Zacatecas nos cuentan que es el segundo himno nacional; me gusta pensar que sí, porque convirtieron una marcha porfirista en un símbolo del gran mito fundacional de la nación mexicana, la revolución. 

Los corridos se visibilizaron con la revolución y el repertorio creció en los regimientos, pero con el tiempo los discursos cambiaron, ya no hablaban de Adelita, ahora narraban a Camelia la texana. Con estos cambios, se le adjudicó a la gente del norte no sólo a la música, también el estigma del narcotráfico. No soy estudiosa del tema, pero estamos de acuerdo en que la población musulmana (pensando que no hay una sola población musulmana) NO es terrorista, hay una minúscula fracción radical que lo es. Bueno, lo mismo sirve para entender que una mínima fracción poblacional de los diferentes nortes pertenece al narcotráfico. En cualquiera de los casos, el estigma es injustificado. Leí en un tuit de esa pequeña burbuja de intelectuales, que por alguna razón son expertos en todos los temas, que aseguraba que los conciertos de Grupo Firme y Los Tigres del Norte, eran, junto con una futura presentación de Los Tucanes de Tijuana, una apología al narcotráfico. Primero pongamos en perspectiva que el narcotráfico es un problema de orden nacional y no sólo del norte o los estados fronterizos; segundo, si las agrupaciones tienen algún trato o contacto con el crimen organizado no dice absolutamente nada de los escuchas del género. Hacer un “análisis” de la relación entre el narcotráfico y la música regional mexicana es irresponsable, pues no se detiene a ver el contexto del que surge, la industria musical y los consumidores. La mayoría de estos comentarios peyorativos no parten de una crítica u opinión, la música puede gustar o no, la cuestión es que nos ven como ese otro, objeto de análisis, como un grupo de bárbaros. Y aún más, antes de comenzar con el “análisis”, ya conocen los resultados: el narcotráfico es el Dios al que todo ranchero, pobre y ​​—preferentemente— del norte, le reza. La crítica a los gobiernos federal y de la Ciudad de México no debería fomentar, para uso político o cualquier otro, falsos estereotipos. 

Intento no generalizar. Como en todas las regiones del país, existen diferentes acercamientos a los géneros musicales y a la cultura en general. Sin embargo, aunque hay grandes centros urbanos a lo largo del norte de México, algunos de ellos cercanos a la frontera, la mayor parte del territorio es rural, y es de donde suelen surgir las agrupaciones de regional mexicano, del contexto entre la migración, el campesinado y la violencia, más patente desde la declaración de guerra al narcotráfico. Las dinámicas sociales fueron cambiando, con ello las estructuras organizacionales, el norte no gira alrededor del narco, quien afirme esto tiene nulo conocimiento del contexto, los pueblos giran en torno al miedo, la violencia: peleas por territorios e intervenciones de las policías, desde municipales hasta federales, la milicia, la marina, la guardia nacional y grupos del crimen organizado.

Lo anterior es la razón por la que una apología al narcotráfico es la manera más fácil de resumir una problemática social que va más allá de nuestro entendimiento, de contextos empobrecidos, pero también con una identidad que vertimos en música, baile, comida, tradición oral, rituales y fiestas religiosas. 

El señalamiento inicial, que hace alusión a la barbarie y que se ilustró con memes ofensivos que se conectaron con el espectáculo de Grupo Firme, es muestra de la poca apertura a las culturales populares. El racismo es una estructura sociohistórica compleja que no se limita a respetar o no los gustos musicales, pero sí es, y en esto hago énfasis, una naturalización cotidiana que no nos permite ver la desigualdad y el sometimiento. Aquello que se estigmatiza —con palabras, imágenes, chistes y memes— lo carga en el día a día la gente que es representada y ridiculizada en los discursos disfrazados de humor. Alguien me dijo: son memes, no lo tomes personal. Pude haber ignorado el asunto y desentenderme, pero decidí indignarme por las imágenes que caricaturizan a los consumidores de música regional mexicana, por el nulo respeto y valor que se le asigna a la cultural que me cruza, pero, sobre todo, por la banalización, justificada como crítica política, al miedo a una guerra que comenzó Felipe Calderón y que trajo como consecuencia la convivencia cada vez más violenta y cercana con el crimen organizado. Se trata de la fundación de la empresa llamada narcotráfico, la misma que el gobierno ayudó a crecer. Con esos análisis simples e irresponsables, aunado a la prohibición de valor a mi identidad y el lugar de donde vengo, me resulta imposible no tomarlo personal. Por eso, intento concretar en palabras que la música regional mexicana, los contextos de donde surge, los consumidores y asistentes al zócalo no somos ni ladrones, ni narcos; y, tan ciudadanos como cualquier otro, mereceremos que se invierta en cultura y que nuestra música circule dentro y fuera de México.  


Referencias

Coneval (2021) “Medición de pobreza 2020”.

Monsiváis, Carlos (1985). “La aparición del subsuelo. Sobre la cultura de la Revolución Mexicana”, en Revista de la dirección de estudios históricos, 8-9, 159-177. 

Rodríguez, Héctor (diciembre de 2012). «La frase de Vasconcelos«, en Dossierpolítico.

Salir de la versión móvil