“Sólo anhelo una cosa, y es que se haga la luz en nombre de la humanidad que tanto ha sufrido y que tiene derecho a la felicidad. Mi ardiente protesta no es sino un grito que me surge del alma. ¡Que se atrevan, pues, a llevarme ante los tribunales y que la investigación tenga lugar a plena luz del día!”

Émile Zola, ¡Yo acuso…!

Los días previos al 8M, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, exigió a las mujeres quedarse calladas y no hablar de las atrocidades que se cometen en nuestro territorio: el crecimiento de los feminicidios y de los crímenes que adultos ejercen sobre menores. Además, el presidente exhibió su poder fálico promocionando la rifa de un avión que, si entendí bien, nunca sería rifado como tal. No obstante, el hecho se volvió una de sus numerosas demostraciones de fuerza contra las mujeres que hablan; AMLO priorizó la rifa simbólica de un avión por encima de la lucha contra la violencia de género. Una demostración de fuerza a la que estamos expuestas también en la actual pandemia cuando, por ejemplo, el presidente no tuvo prurito en afirmar que 90% de las llamadas para denunciar violencia de género en el contexto de la pandemia y la cuarentena voluntaria eran falsas. El tema fue investigado en profundidad y aclarado por el medio Animal Político. Quiero expresar que, cuando en esta intervención el actual presidente de México precisó que no era feminista, sentí un enorme alivio. Siguiendo con la excentricidad presidencial de la rifa popular de un no avión, y como posible castigo, AMLO amenazó con empezar su gran rifa el 9 de marzo, día escogido para realizar el paro silencioso organizado en conmemoración de las mujeres, adolescentes y niñas que nos faltan, porque fueron y son asesinadas a sangre fría todos los días en nuestro país.

Sin lugar a dudas, nos enfrentamos a una estructura social que celebra la tiranía absoluta y la tiranía de lo relativo, todo se vale y no podemos distinguir lo importante de lo accesorio (nada vale). Desgraciadamente, es útil especificar que un cambio de régimen no descansa en una rifa y que esperamos una reforma fiscal que combata la desigualdad, la implantación de un sistema de salud único y universal, que se haga realidad el derecho de todos a educación y trabajo, la implementación de políticas públicas capaces de entender y de contener las nuevas formas de violencia. En nuestro contexto actual, lo más alentador es ver este cambio de régimen en las jóvenes generaciones de nuestro país, que no se equivocan sobre esos temas y tienen claro que es necesario un cambio verdadero. En este momento, y porque es el lenguaje que maneja el gobierno, me hubiera gustado poder decirles que es cierto, que el gobierno de AMLO es atacado por multitudes conservadoras, pero desafortunadamente, ayer como hoy, allí no está el punto, y por lo mismo duele tanto. En lo personal, muchas de las “mañaneras” se volvieron insoportables y dolorosas. Insoportables porque eluden los verdaderos problemas y la justicia social, y dolorosas porque se convirtieron en ataques contra las mujeres o contra actores sociales que considero valientes y que son el potencial motor de una gran transformación social.

Y, sin embargo, el gobierno de AMLO no es el único que pide a las mujeres que se callen. En medio de este contexto, y prácticamente fuera de la vista, en México se llevó a cabo el estreno de la reciente película histórica y política de Roman Polański, J´Accuse [Yo acuso], que salió a la luz con el título El oficial y el espía. Ésta relata un evento histórico muy bello de la historia de Francia: el caso Dreyfus. Alfred Dreyfus fue un oficial francés judío injustamente sentenciado por un sistema corrupto, aunque, según dicen algunos historiadores, su injusta condena y, sobre todo, el caso que difundió el escritor Émile Zola posibilitaron el nacimiento de la derecha y la izquierda en la política francesa. El director R. Polański, conocido como gran cineasta y bastante desconocido como el gran delincuente sexual que es, quiso poner en perspectiva el tema de la película con el momento actual y hablar de la mentira, el odio, el secreto y las semiverdades como motor de la construcción de un “Estado” opresor. Quiso denunciar un ambiente que permitió el ascenso del antisemitismo y que anunció la primera y la segunda guerras mundiales en Europa. Acusado de varios crímenes sexuales y huyendo de Interpol desde hace más de 40 años, su película fue prohibida en Estados Unidos. México fue el primer país de América Latina en recibirla en sus salas. El oficial y el espía tuvo 12 nominaciones para los Premios César, celebrados en Francia, y en la ceremonia realizada el 28 de febrero Roman Polański fue premiado como mejor director.

La polémica dividió nuevamente el paisaje intelectual y cultural francés. Hubo, por supuesto, protestas de movimientos feministas y de activistas en las calles, muchos de ellos muy activos en el movimiento #MeToo. Sin embargo, fue la reacción de algunas mujeres del gremio que decidieron levantar la voz lo que lanzó la polémica. La escritora Virginie Despentes publicó en el periódico parisino Liberation la columna: “A partir de ahora nos levantamos y nos largamos”, en la cual apoya el gesto de la joven actriz Adèle Haenel, muy activa en la causa de las mujeres, quien abandonó la ceremonia. Haenel es conocida por el gran y muy premiado camino que ha recorrido como joven actriz y también porque se atrevió a denunciar el acoso sexual que sufrió de parte de un cineasta entre sus 12 y 15 años. Si bien ella decidió no referirse a la justicia para su caso, lo trató a través de Mediapart, un medio periodístico que realiza investigación y documentación. Ello dio lugar a dossieres, entrevistas, videos, varios de los cuales fueron traducidos al español,  y encadenó procedimientos legales sobre una base de información muy sólida.

En cuanto a R. Polański, el debate público desde los diferentes medios de comunicación se armó con fuerza y, como siempre, alrededor de una falsa pregunta: ¿podemos separar al hombre de su arte? Polański, un hombre que fue condenado por pedocriminalidad, recibió más de 25 millones de euros de las grandes élites y su autofestejo en esos sectores no es una sorpresa. Si recuerdan el caso, no lo identificarán con el caso Dreyfus. Polański drogó y abusó sexualmente de una niña de 13 años. Sólo estuvo 42 días en la cárcel, salió por buena conducta y huyó del seguimiento de su caso que pretendió hacer la justicia estadounidense. Recuerdo varias entrevistas que circularon en Francia en 1979 y años después, y que siguen circulando, en las cuales R. Polański organizaba su defensa con base en una romantización de sus relaciones amorosas en ocasión de la promoción de su película Tess. En una de ellas, por ejemplo, expresa su preferencia por las mujeres jóvenes y argumenta su propia defensa en canales de televisión, a partir de la comparación entre Francia y Estados Unidos. El gran R. Polański pone en duda el sistema estadounidense confrontándolo con el sistema francés, considerándolo un sistema “moralista”, pues prohibía el sexo antes de la mayoría de edad. Fue algo que marcó mi imaginario desde niña y que hoy veo con mucha dificultad. Polański es un hombre famoso, rico y protegido por sus pares. Retomar el caso hoy equivale a darse cuenta de que no se trataba de relaciones sexuales, sino de sometimiento y agresiones —de drogar, abusar, tener sexo vaginal y anal de manera forzada con una niña de 13 años en su primer crimen sexual, una niña que se defendió con dignidad, una niña que no consintió—. Para mí, esto se fue aclarando recién en los últimos meses, a partir de una nueva preocupación planteada por las corrientes feministas.

Desde estas corrientes se está formulando una nueva pregunta y es la que me interesa subrayar y desarrollar en nuestro contexto. ¿Por qué se exige a las mujeres que no hablen y no se pronuncien sobre las violencias sexuales? ¿Por qué hablar de la violencia ejercida contra las mujeres en general y sobre las niñas y los niños en particular es tabú? A partir de las aportaciones realizadas por el feminismo se pone en evidencia una nueva problemática: los niños y las niñas son las primeras víctimas de violencia sexual y abuso. Sobre todo, se presenta la tesis del tabú sexual, en especial orientado hacia la niñez en tanto piso de la estructura social, política y económica de nuestras sociedades. La antropología ha mostrado que el fundamento universal de todas las culturas es la prohibición implícita de las relaciones sexuales cuando existen relaciones de parentesco, la prohibición del incesto; eso es lo que caracteriza a una sociedad humana y es lo que la diferencia de otros grupos de animales. Dorothée Dussy, en su libro Le berceau des dominations. Anthropologie de l´inceste (2013) [La cuna de las dominaciones: Antropología del incesto] señala que todos conocemos por lo menos a un niño o una niña que han sido violentados. La particularidad de esa violencia reside en la familia, en el silencio y el anonimato. El antropólogo francés, Claude Levis Strauss, definió la prohibición del incesto como la regla que estructura el orden social. Sin embargo, según los últimos avances de las corrientes feministas, en la realidad la violencia se genera en la propia casa, principalmente sobre menores, niñas y niños. Es más bien el tabú que significa hablar del incesto y la violencia sexual el que estructura el orden social, al que, en general, y sin saber definirlo muy bien, llamamos patriarcal; esto es, una estructura social que descansa en la participación de las mujeres, en su silencio y que contribuye activamente a eso que podría denominarse tabú de las violencias sexuales y el incesto como clase de comprensión de la violencia de género.

Según Dorothée Dussy, 81% del conjunto de las violencias sexuales en Francia empieza antes de los 18 años. En 94% de los casos los agresores son personas cercanas. Nunca esos agresores son expuestos legalmente, algo que está cambiando sobre todo desde el movimiento #MeToo. Para una sociedad es muy difícil aceptar que la mayoría de los agresores son personas cercanas, por lo que se prefiere imaginar un monstruo, un monstruo desconocido. En México hay muchos datos al respecto. Sabemos que las niñas y los niños inician su vida sexual entre los 10 y 12 años y que 23% de las niñas de entre 10 y 14 años sufre un embarazo. El tema de los abortos clandestinos hace difícil evaluar con claridad el fenómeno; en este sentido, en el país mueren muchas mujeres como consecuencia de los mismos. Muchos centros colaboran para determinar las causalidades del embarazo en menores de 15 años, 41% en nuestro país, es decir, 4.4 millones de niñas. Todas ellas dicen haber sido objeto de violencia sexual. Asimismo, en México, todas las niñas y los niños de entre 5 y 9 años que sufrieron una relación sexual expresan que ésta no fue consentida por ellos. Si bien en México se hicieron visibles y se convirtieron en objeto de luchas temas muy importantes, como el feminicidio y la legalización del aborto, resulta urgente articularlos con la violencia hacia los menores, niñas y niños. Este tipo de violencia intrafamiliar la sufren tanto niños como niñas. Un agresor no se vuelve agresor por azar, siempre se trata de una persona que ha sufrido y repite la violencia. La violencia en el hogar es la parte inundada de un iceberg y tiene que volverse el caballito de batalla de las mujeres de nuestro país y de nuestros movimientos.

Para terminar, Yo acuso…!, la carta del escritor y periodista Émile Zola al presidente de Francia, nunca será de Polański, como nuestro presidente nunca será feminista. Esas luchas políticas de largo aliento pertenecen a personas poseedoras de valentía y de valores políticos ejemplares. Nuestro continente alberga a muchas personas de esta altura. Yo acuso nunca será de Polański, nunca será de ningún Estado que celebre la tiranía y menos será de un feminismo patriarcal que a cada rato, por falta de identificación con su propia clase y su propia condición, vulgariza y descalifica cada esfuerzo de rebeldía. Yo acuso es de Émile Zola, un escritor que cambió el modo de escritura y convocó lo político, que se expuso personalmente y denunció al presidente francés a través de su carta J´Accuse…! [¡Yo Acuso…!], publicada en el periódico radical francés L´Aurore el 13 de enero de 1898. A través de su publicación, Émile Zola calumnió voluntariamente al presidente francés para que éste lo acusara de difamación y de esa manera orquestar un juicio en su contra. El juicio contra E. Zola operó como un tercer caso Dreyfus, pues durante el mismo se limpió la historia de Dreyfus y se puso en evidencia su inocencia. Los dos primeros fueron casos símbolo de la corrupción del Estado a nivel institucional y militar, un Estado que condenó injustamente a un hombre inocente, Alfred Dreyfus, al encierro absoluto en la isla del Diablo. Émile Zola se expuso y perdió todo, su dinero y su patrimonio, debió exiliarse, sólo por decir la verdad y denunciar el antisemitismo francés. Sin embargo, Émile Zola ganó el caso y es muy común recordar que dijo que volvería a hacerlo si fuese necesario y que no se avergonzaba ni se arrepentía de nada. Transcurrieron más de 15 años para que Dreyfus pudiera rehabilitar su nombre y recuperara un poco de una vida decente. El caso Dreyfus es uno de los episodios más bellos de la historia política de Francia. Y cada francés tendría que tenerlo presente en su memoria: nos recuerda que todo tiene que ver con una infrapolítica y que ésa jamás será posible en un afuera de la polis o alejada de la dignidad y de la verdad.