Will Fowler, La Guerra de los Tres Años, México: Crítica, 2020.
En el prefacio de su obra La Guerra de Tres Años, el historiador británico Will Fowler expone con extrañeza la falta de una historia general, clara y cronológica sobre lo que pareciera ser una guerra olvidada en la historia de México, que el autor denomina Guerra de los Tres Años, conocida también como Guerra de Reforma. En este libro, el último estudio sobre dicho acontecimiento desde que Alfonso Trueba escribiera en 1953 La Guerra de Tres Años, Fowler intenta resolver la cuestión de cómo es que los mexicanos llegaron a matarse entre ellos en una guerra fratricida, la más cruenta desde la guerra de Independencia.
De manera cronológica Fowler recorre en seis capítulos la particular saña y violencia extrema con que combatieron las fuerzas armadas liberales y conservadoras. El autor no escatima en adjetivos para caracterizar el conflicto: “auténtico y horroroso baño de sangre”, “holocausto”, “baño de sangre infernal”. Igualmente aborda los asuntos políticos más espinosos de la época: los tratados Mon-Almonte y Mc-Lane Ocampo, la relación de los gobiernos en pugna con las potencias extranjeras, el incidente de Antón Lizardo durante el segundo sitio de Veracruz y la desesperada medida del gobierno conservador por conseguir fondos mediante los bonos de Jecker.
Su experiencia estudiando los pronunciamientos mexicanos y la figura de Antonio López de Santa Anna, además de la acuciosa consulta de fuentes primarias y estudios historiográficos sobre el tema, permiten a Fowler contextualizar el inicio del conflicto armado. Las hostilidades se habrían precipitado a partir de la nula interlocución de dos grupos, la de los “reformistas radicales” y la de los “tradicionalistas acérrimos”, posturas políticas que fueron tomando forma conforme avanzaba el siglo XIX y cuyas premisas se fueron radicalizando después de la traumática derrota frente a los Estados Unidos en la guerra de 1846-48. Resulta clarificadora la forma en que el autor muestra las divisiones al interior de ambos bandos y como éstas fueron dando forma a los pronunciamientos militares llevados a cabo en plena guerra y a los acercamientos entre los adversarios para alcanzar la paz.
El tema que articula la narración de Will Fowler es el de la violencia ejercida entre las facciones durante la guerra. El autor desarrolla la propuesta del sociólogo alemán Norbert Elias, quien señalaba que cuando un grupo es atacado por otro, el primero responde con mayor violencia al ataque, lo que a su vez desencadena una respuesta más violenta por parte del primer grupo iniciando una espiral de violencia difícil de parar. Fowler señala que el principio de la guerra a muerte fueron eventos de abril de 1858 en Zacatecas, ordenadas por el «guerrero de frontera» Juan Zuaza, quien ejecutó sumariamente a los oficiales conservadores una vez que tomó la ciudad; sus acciones serían invocadas para justificar ejecuciones a lo largo y ancho del país por parte del partido conservador.
Los primeros dos años del conflicto estuvieron caracterizados por una guerra a muerte, destacando una acción de violencia armada ejercida sobre civiles durante el segundo año, lo que influiría notablemente en el curso de la guerra. Este evento sucedió después de la batalla de Tacubaya, una vez que Leonardo Márquez derrotó al ejército liberal de Santos Degallado. Terminado el combate, los soldados conservadores ejecutaron a civiles y médicos, conducta que encontró hostilidad dentro de las mismas filas conservadoras. Aunque en este evento los generales conservadores siguieron la lógica del comportamiento que el ejército liberal había tenido en otras partes del país, bien haya sido porque las ejecuciones sucedieron en la capital o por la habilidad de Francisco Zarco para visibilizar la masacre en la prensa de la época, lo cierto es que esta conducta hizo que se comenzara a identificar al bando conservador como el que estaba dispuesto a ejecutar civiles y médicos a mansalva para ganar la guerra.
El historiador británico narra también la forma en la que el zacatecano Jesús González Ortega, uno de los generales liberales más implacables con los enemigos y con el clero, terminó con la espiral de violencia iniciada en Zacatecas. Después del combate en la Hacienda de Peñuelas, en junio de 1860, no sólo perdonó la vida a los soldados del ejército conservador, sino que los dejó en libertad. Esta actitud frente a los adversarios que se mantendría hasta la victoria final en Calpulalpan sirvió para afianzar la idea de los liberales como el bando “humanitario”.
En el epílogo Fowler bosqueja el panorama del país al término de la guerra: las legislaturas constitucionales de los estados restauradas junto a sus gobernadores liberales y la ineludible aplicación de las Leyes de Reforma. El historiador británico señala que los liberales lograron ganar la guerra debido a varios factores, entre ellos el control de las aduanas que les permitió un mayor acceso a recursos monetarios; el reconocimiento político del gobierno estadounidense de James Buchanan; y la profunda división que imperaba entre los miembros del bando conservador. Fowler señala que la idea de los conservadores como el bando “sanguinario”, que se construyó después de la masacre en Tacubaya, y la capacidad de Juárez para hacer de la defensa de la Constitución de 1857 una lucha patriótica también fueron factores importantes para el triunfo liberal. El historiador británico concluye que fue el esencialismo que ambos grupos tenían acerca del otro lo que hizo que se dejaran de escuchar e impidió que se buscara una salida a través de una “tercera vía”.
En las últimas líneas del libro el autor señala la importancia de analizar esta “guerra total”, entablada entre los mismos mexicanos para dilucidar cómo es que llegaron las dos facciones a tal baño de sangre. Al ser un libro general y conciso sobre la Guerra de Tres Años, hay otros aspectos que fueron poco abordados: la forma en que la violencia política también se encontraba fuertemente vinculada a la tensión étnica existente entre indígenas y mestizos, como puede dilucidarse en los pasajes que se refieren a lo que sucedía en el entonces Séptimo Cantón de Jalisco, hoy Nayarit. Otro aspecto poco profundizado es la violencia ejercida contra santos, imágenes y templos, que, lejos de ser sólo arte sacro, representaban a comunidades enteras (barrios, pueblos, etcétera). De entender los distintos rostros de estas violencias depende evitar llegar al punto de “tener que matarnos los unos a los otros para ver nuestros sueños hechos realidad”.