José Ragas, Los años de Fujimori (1990-2000), Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2022.
El reciente libro de José Ragas, Los años de Fujimori (1990-2000) es un ejemplo a seguir y una inspiración para quienes defendemos la idea de que la historia debe formar parte de los debates políticos y nutrir la imaginación de las sociedades. Su autor tiene claro que una buena narración no solamente resulta básica para la creación de un relato potente, sino que también es la mejor manera de hacerle justicia a los hechos y actores del pasado y su presencia en el presente. Siguiendo la pauta de autores como Deborah Poole y Gerardo Manrique (Perú. Tiempos de miedo. Violencia, resistencia, y neoliberalismo, Lima: Punto Cardinal, 2018), este texto logra ofrecer un relato coherente, accesible e informado de la década de 1990 en el Perú, periodo que marca, en palabras del autor “una de las transformaciones más importantes de estos últimos dos siglos”.
El tema central del libro es el “Fujimorismo”, uno de los “ejes centrales de la vida social, política, económica y cultural de Perú en las últimas tres décadas” (p. 11). Fenómeno multidimensional, el Fujimorismo aparece en este texto no sólo como un nuevo régimen político, sino como un proyecto de transformación —contradictorio, violento, impuesto, a veces involuntario— de todas las esferas de la vida de les peruanes. Se trata de una transformación que afectó “desde los productos que se podían comprar hasta cómo hablamos” (11) y caló hondo en la vida política e institucional del Perú así como en los hábitos íntimos y la imaginación de sus habitantes.
Con un ritmo ágil, una prosa ligera pero elegante, y cargado de información extraída de archivos institucionales, expresiones de cultura popular, hemerografía, arte y fuentes historiográficas, el libro presenta no sólo una accesible introducción a la historia reciente del Perú, sino también un modelo para la elaboración de otros textos que en el futuro permitan entender más claramente los contornos del trauma que sacudió a las sociedades latinoamericanas durante aquellos años confusos cuyas secuelas aún seguimos padeciendo hoy, casi treinta años después.
El relato de Ragas inicia dando forma a la trayectoria de Alberto Fujimori. Nacido en la década de 1930 en el seno de la comunidad japonesa del Perú, acostumbrada al hostigamiento, el racismo, el acoso y el despojo violento, Fujimori creció como un auténtico “condenado de la tierra”(p. 17): parte de una minoría maltratada en un país tristemente acostumbrado a la desigualdad. Hijo de padre sastre y campesino, Fujimori representa el éxito de la movilidad social de mediados del siglo XX. Formado como profesionista, ascendió en la jerarquía institucional de la Universidad Nacional Agraria de La Molina hasta llegar a ser rector en la década de 1980. Durante aquella época su experiencia política era insignificante y se limitaba a haber sido asesor del presidente Alan García y activista cercano a distintos grupos evangélicos. Sin embargo, esto no le impidió formar un equipo político, basado en la lealtad familiar y organizado por sus hijas y un grupo cercano de profesores, bajo el lema “Honradez, tecnología y trabajo” para contender en las elecciones presidenciales de 1990. Era el inicio de Cambio 90, la coalición que lo llevaría al poder.
Frente a él se encontraba el cosmopolita y sonriente candidato Mario Vargas Llosa, abanderado de una coalición de empresarios y políticos de distintos tintes liberales, y arropado por la agencia estadounidense de publicidad Sayer/Miller, famosa por haber ideado la campaña del “NO” contra Pinochet algunos años antes. Fujimori no contaba con un programa claro, pero sí con una estrategia de movilización exitosa. El escenario de la campaña no podía ser más dramático. Durante los años previos, Perú había sido marcado por el simultáneo flagelo del terrorismo y la hiperinflación. Autoridades eran asesinadas casi a diario, militantes políticos amenazados, y dos grupos armados, Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) dominaban importantes porciones del territorio del Perú.
Opacado por el carisma y la presencia internacional de Vargas Llosa, Fujimori optó por hacer campaña a través de las redes evangélicas y otras organizaciones barriales y populares, lo que le permitió tener una importante presencia en pueblos, barrios y ciudades pequeñas a lo largo y ancho del país. Pronto logró cimentar una imagen de líder popular, parco, sencillo, y ajeno a la política de cúpulas, algo que fue facilitado por la defensa hecha por Vargas Llosa del credo clásico de neoliberalización y la percepción del escritor como un representante de las élites cleptocráticas peruanas. “Nosotros nunca vamos a votar por él”, declaró una habitante de Rioja refiriéndose a Vargas Llosa, “porque él es un hombre millonario.” Esto, unido a la ayuda de oscuros personajes de gran colmillo político como Vladimiro Montesinos, apuntaló una exitosa campaña que culminó en la victoria electoral con más del 60% de los votos. Aliviado, el prócer liberal Vargas Llosa no tardó más que un par de días de huir del Perú rumbo a París. Su huida significó el “fracaso del proyecto de derecha liberal en el país” (p. 72). Como sabemos, durante los siguientes años se convertiría en uno de los más reaccionarios defensores de la derecha neoliberal latinoamericana.
Los primeros meses del gobierno de Fujimori se distinguieron por la notoria improvisación y falta de consistencia de sus políticas. Habiendo heredado un caos político de su antecesor Alan García, y a pesar de haber dicho explícitamente en campaña que rechazaba las recetas de austeridad neoliberales, el nuevo gobierno pronto se reunió con representantes del Bando Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo para negociar un nuevo préstamo del FMI por 880 millones de dólares. En agosto de 1990, como resultado, se eliminaron importantes subsidios para productos de la canasta básica lo que llevó al acaparamiento de mercancías, la subida de los precios y la escasez alimentaria en grandes partes del país. Algunos servicios, como el agua, subió de precio en más de 1000%, profundizando la pobreza y el malestar en todo el país. La crisis económica, en parte heredada y en parte agravada por la ineptitud del nuevo gobierno, sería la constante durante toda la década de Fujimori.
El Fujimorismo comenzaba a transformar a la sociedad. Debido al alza de los precios hospitalarios, la medicina tradicional vio un repunte dramático, así como también fue el caso en la producción casera de alimentos. En distintas partes del país surgieron comedores populares para combatir el hambre, y regiones enteras, como Loreto y su capital Iquitos, quedaron incomunicadas durante meses debido al alto precio de los combustibles. Las universidades públicas estuvieron al borden del colapso, y se vieron tasas de deserción de hasta el 80% en regiones como Cusco. Se abrió el terreno a la educación privada y se desfondó al sistema educativo público en el país. El rostro más dramático de la crisis se vio con el surgimiento de innumerables fosas comunes donde la gente enterraba a sus difuntos por no contar con fondos para pagar un entierro digno (pp. 39-59).
El Fujishock vino acompañado de la creación de un gobierno autocrático, personalista y cada vez más autoritario. Carente de base social y de habilidades de negociación, y acechado por la oposición partidista que seguía operando de manera efectiva en distintas partes del país, el nuevo gobierno recurrió a la imposición y a la violencia en contra de las instituciones. Desde el gobierno se acechó a distintos medios de comunicación y se paralizó la labor legislativa. Pronto, el ambiente de confrontación llegó a extremos bizarros. Un ejemplo de esto fue la huida del expresidente Alan García quien, acosado por militares, huyó por la azotea de su casa para refugiarse en la embajada colombiana y más tarde huir al exilio, en el que permanecería hasta el 2001 (59-81).
Una de las grandes victorias del nuevo régimen se dio en el frente de la seguridad interna. Durante los primeros años del gobierno de Fujimori, Sendero Luminoso recrudeció su estrategia de guerra con miras a tomar el poder en el Perú, extendiendo sus actividades armadas a las grandes ciudades del país, incluyendo Lima. Para entonces, la violencia guerrillera había causado extendidos desplazamientos forzados, la pérdida del control efectivo de grandes porciones del territorio y una situación de tensión y ansiedad generalizada en regiones enteras. “Sendero Luminoso”, con sus casi 3,000 militantes y presencia importante en cárceles, centros laborales, universidades y espacios públicos, “estaba decidido a arrasar con todo” (83-84). Su victoria, en aquellos años de crisis, se veía más cerca que nunca.
En el invierno austral de 1992, Sendero desplegó el lado más “demencial” de su estrategia en la capital peruana de Lima (p. 88). Tras una serie de marchas multitudinarias en las que llamaban a la población a unirse a la guerra popular, en julio de aquel año sus militantes llevaron a cabo una serie de detonaciones de coches bomba que causaron decenas de muertes. Esto llevó al auge de la contrainsurgencia, encabezada por el Grupo Colina, involucrado en las tristemente célebres matanzas de Barrios Altos y La Canuta. Al mismo tiempo, el trabajo altamente efectivo del Grupo Especial de Inteligencia del Perú rastreó y cercó a la cúpula Sendero hasta lograr la captura de su máximo líder, Abimael Guzmán, en septiembre de 1992 (pp. 96-101).
El éxito de esta operación, y el subsecuente desmantelamiento de la estructura senderista, abrió la puerta para la incipiente estabilización del Perú durante los años siguientes. Con la pacificación, vino también la creciente neoliberalización de la sociedad, cuyos integrantes gradualmente “pasaron a ser consumidores antes que ciudadanos” (p. 105). Como sucedió en México, se privatizó la infraestructura pública, se eliminaron innumerables servicios estatales, y se entró en una desordenada espiral de consumismo, “emprendedurismo” e individualismo que redefinió los parámetros de la vida de los peruanos.
A pesar de la aparente estabilización, los siguientes años estuvieron también marcados por bruscos y violentos cambios. La guerra del Cenepa, gestada con Ecuador a inicios de 1995 (pp. 113-119), las campañas masivas de esterilización que afectaron a casi 300,000 personas (pp. 127-144), y la confrontación con el (MRTA) que llegó a su culminación con el secuestro de cuatro meses de los asistentes a una fiesta en la residencia del embajador japonés en Lima (pp. 145-166) marcaron la consolidación del poder de Fujimori y el tránsito hacia la creación de un nuevo régimen oficialista nutrido por el dinero obtenido por las grandes privatizaciones pero carcomido por rencillas internas.
En el frente popular, el Fujimorismo representó también una transformación profunda. La prensa independiente se consolidó como mecanismo de oposición al oficialismo, al tiempo que surgieron macabras figuras como la presentadora de televisión Laura Bozzo, cuyo programa Laura en América funcionó durante años como un mecanismo de abierta propaganda del Fujimorismo. Antes de huir a México, Bozzo llegó a declarar estar enamorada de Montesinos y se refirió a Fujimori como “un ejemplo para el mundo” (pp. 179-180).
El recorrido del libro culmina con la caída de Fujimori en las elecciones del 2000. La liberación de videos que incriminaban a su poderoso aliado Vladimiro Montesinos así como numerosos escándalos de corrupción alimentaron la amplia indignación popular anti-Fujimorista. El escenario de violencia y crisis de los 90s, sin embargo, no había permitido el surgimiento de fuerzas políticas suficientemente fuertes como para encabezar la oposición, lo que abrió la puerta a la creciente fragmentación que ha marcado la vida política del Perú hasta la fecha. Incapaz de crear un régimen efectivamente nuevo, Fujimori no obstante triunfó en dinamitar las viejas estructuras políticas del país, abriendo la puerta para la inestabilidad que ha sido la marca de la política peruana en las primeras dos décadas del siglo XXI. Cristalino ejemplo del oscuro triunfo del neoliberalismo en su guerra contra la autonomía popular, el Fujimorismo presenta una especialmente significativa y poco conocida de la experiencia latinoamericana—y global— de las últimas décadas.
En palabras de José Ragas, el gobierno de Fujimori “saqueó y rediseñó” al Estado peruano. Incapaces aún de comprender la extensión de la transformación que se gestó durante aquellos años, es posible sin embargo afirmar que aquel régimen tuvo un alto costo financiero y en términos de vidas humanas para el Perú, cuya sociedad se vio “transformada de manera radical” (211) bajo el efecto de aquella implantación nacional tan brutal y sui generis del neoliberalismo salvaje de la década de 1990. Al mismo tiempo, en este texto queda claro que, a pesar de los delirios desde las alturas, las recomposiciones sociales que permiten el funcionamiento de la sociedad a lo largo de periodos de crisis son elementos centrales para entender el cambio histórico y las transformaciones profundas que las últimas décadas han traído consigo, en Perú y el resto del mundo.
Sin duda este libro constituye una herramienta poderosa para que los peruanos de hoy puedan tener “una visión más completa del Perú de esa década: de lo que fue el país en ese entonces, de lo que pudo haber sido y de lo que esperamos que sea en un futuro cercano” (p. 213). Para los lectores extranjeros, este texto es una elocuente introducción a la historia reciente del Perú, un país mayormente ausente de los grandes relatos de la “historia latinoamericana” del siglo XX y de los análisis académicos y políticos en torno a la violencia, el neoliberalismo y la inestabilidad que han sido las marcas de las últimas décadas en nuestra región. Para lectores mexicanos, este libro es un ejemplo de la potencia de la narrativa histórica para influir no solo en las discusiones políticas en torno al incierto y volátil momento actual, sino también para contribuir al enriquecimiento de la imaginación histórica de nuestras sociedades. La historia, como nos recuerda Ragas, no sólo se trata de componer visiones del pasado sino también, y sobre todo, de contribuir a crear visiones nuevas del futuro que queremos habitar.