Un ojo al gato y otro al garabato: el mercado financiero y el movimiento popular

Si alguien se equivoca con su aire austero

Y les abre las puertas a su llegada

Ellos comen todo, ellos comen todo

Ellos comen todo y no dejan nada

José Afonso, Los Vampiros

Al iniciar la tarde del pasado 23 de septiembre, el escenario de la Bolsa de Valores de São Paulo (Bovespa), con su inmensa pantalla de numeritos y ejecutivos de traje y corbata, fue ocupada por militantes del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST). Munidos de carteles y grandes huesos de vaca rojos y crudos en la mano, bajo la insignia: “¡Está todo caro, la culpa es de Bolsonaro!”, inauguraban una campaña de denuncia por el aumento del hambre en los mismos tiempos de récords de lucro de los bancos y de las grandes empresas ligadas al mercado de materias primas en Brasil. Un país en donde, en medio de la pandemia, surgieron cuarenta y dos nuevos billonarios y una creciente miseria. En el material de divulgación, el MTST señala a la Bovespa como el “mayor símbolo de la especulación y de la desigualdad social”.

La Bovespa informó que la ocupación fue pacífica y, según el periódico E-investidor (2021), fueron reivindicadas por los manifestantes cinco mil canastas básicas, hecho que fortalece el proyecto Cocinas Solidarias y otras acciones colectivas dirigidas por el movimiento popular para la mitigación del hambre. Aunque el hecho no afectó directamente las operaciones de la bolsa, la prensa difundió ampliamente la noticia, acompañada de editoriales, columnas de opinión y publicaciones en redes sociales, divididas entre la crítica y el elogio.

Diez días antes, otra organización popular, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), anunció el alcance de la meta de recaudación de R$17,5 millones para el financiamiento de siete de sus cooperativas de agricultura familiar. La recaudación, su segunda acción en el mercado financiero, se dio por medio de la emisión de títulos de Certificado de Recebíveis de la Agroindustria (CRA), con vencimiento de cinco años y tasa de interés anual de 5,5%.  La correctora Terra Investimentos, responsable de la distribución, alcanzó en el periodo la apertura de cinco mil nuevas cuentas. Los títulos emitidos por la securitizadora Gaia Impacto hacen parte del programa Finapop encabezado por el economista Eduardo Moreira, que busca crear alternativas de crédito para proyectos populares en un contexto de recortes de inversiones del Estado. Por el lado del movimiento popular, el discurso es impulsar sus proyectos orientados por ideales de la economía solidaria, con tasas más accesibles y menor burocracia que la existente en los programas disponibles por políticas como el Programa Nacional de Fortalecimento da Agricultura Familiar (Pronaf) del Banco Nacional do Desenvolvimento (BNDES).

Los dos hechos colocan en discusión el papel del mercado financiero en la desigualdad económica y las posibilidades de su uso táctico por el movimiento popular. Para los comentaristas adeptos del mainstream, la inserción del MST representa el carácter democrático de la Bolsa de Valores y una supuesta falta de comprensión del MTST sobre el mercado financiero. Para los sectores más críticos la conexión entre las acciones del MST y el MTST no son comentadas, pero sí elogiadas por separado. 

Pero, ¿cómo sostener una idea de mercado democrático cuando entre enero y julio más de veinte millones de personas ingresaron a la condición de inseguridad alimentaria en un país que es el segundo productor mundial de alimentos? ¿Qué pensar de las acciones tan distintas del MTST y del MST?

Más allá de una lectura moral, podemos buscar respuestas a esas cuestiones en la producción de investigadores que se dedican a comprender cómo opera la economía en la actualidad. Para el economista mexicano Arturo Guillén (2015), la historia del capitalismo está compuesta por distintas fases que son expresiones del régimen de acumulación dominante. La crisis del régimen de acumulación fordista a finales de los 1960 cierra la edad de oro del capitalismo y da inició a la llamada fase neoliberal. Las principales características de esta nueva fase son la ofensiva del capital sobre el trabajo y sobre el Estado de bienestar social, acompañado del proceso de globalización económica con liberalización y desregulación comercial y financiera. Surgen nuevos instrumentos tecnológicos financieros capaces de aumentar la liquidez de los activos y el libre flujo de capitales en busca de mayores ganancias. Se incorpora además la decisión unilateral por EE. UU. de ruptura del acuerdo de Bretton Woods en 1971, poniendo fin al patrón oro, conformando un mercado altamente jerárquico bajo hegemonía monetaria del dólar.

Se desarrolla en esa nueva fase lo que François Chesnais (2019) va a llamar un Nuevo Régimen de Acumulación con Dominación Financiera, con una subsunción de la esfera productiva a sus necesidades, es decir, una especie de sometimiento del sector productivo a la lógica financiera. La gobernanza corporativa de grandes empresas no financieras pasaron en las últimas décadas por procesos de reestructuración, derivadas de cambios en su composición accionaria donde ganan mayor peso inversionistas institucionales (bancos/fondos de inversión/grandes empresas), con nuevas estrategias que privilegian elementos como el corto plazo, la valorización del accionista y la participación activa en el mercado financiero. Stockhammer (2004) señala que lo que ocurre en las firmas es una revolución de los accionistas organizados por las altas gerencias, con el cambio de la dinámica de “originar para expandir” al “originar para distribuir”. Una actualización abigarrada de los arcaicos procesos de expropiación y concentración con instrumentos modernos del mercado financiero y sus oligopolios.

¿Cómo vemos eso en la práctica? Para ejemplificar una de sus múltiples dimensiones tomemos el tema del costo de vida en Brasil y su relación ascendente entre el hambre y el lucro, denunciadas por el MTST. Además del impacto catastrófico de la pandemia, derivada de una gestión criminosa descomprometida con la vida, podemos considerar dos elementos centrales: el aumento del precio de los combustibles y de los productos de la canasta básica. Dos ramas categorizadas como materias primas (commodities mineral y agrícola), negociadas como por medio de la bolsa de valores en el mercado mundial. Un sector altamente concentrado y de bajo valor agregado, pero referencia en la actualidad, dado que cerca de un tercio de las acciones de la bolsa brasileña están articuladas a ese mercado.

El modelo de negocio de la producción y comercialización de las commodities en Brasil es dirigido por una gobernanza corporativa financiarizada, tal cual hablamos más arriba, lo que implica una fuerte influencia del mercado internacional en la elección de qué y cómo producir, así como en la determinación de los precios de los productos. La relativa recuperación de la economía en diversos países detonada con la vacunación generó a finales de 2020 un crecimiento de las demandas por materias primas, un nuevo boom que impacta en el aumento de sus precios que, sumada a la fuerte desvaloración de la moneda brasileña frente al dólar (sexto lugar en 2020), favorece la exportación.

En Brasil el principal productor de combustibles es la Petrobras, empresa de origen estatal creada en 1953, adoptando en 1957 el modelo de economía mixta con la apertura de su capital, además de una progresiva privatización y reducción de la participación gubernamental, aunque esta última todavía mayoritaria. En 2016 el presidente Michel Temer realizó cambios en el consejo administrativo de la empresa, con retirada de especialistas y la inserción de representantes de fondos financieros, lo que resultó en la adopción de la Política de Paridad de Precios de Importación en busca de mayores lucros y maximización de los valores de las acciones, alineándose a directrices del mercado financiero. El petróleo y sus derivados negociados en el mercado futuro, pasaron a tener sus precios vinculado al mercado internacional en dólar. Aunque el costo de producción en Brasil posibilita la venta doméstica del combustible a un precio por debajo del establecido en el mercado mundial, el consumidor local está sujeto a pagar el mismo precio de exportación, sujeto a especulación y a la variación cambiaria. En 2021 el precio de la gasolina en las refinerías brasileñas subió 73% y el gas de cocina (GLP) 47,53%. Por otro lado, en ese mismo año, la distribución de dividendos a los accionistas por parte de Petrobras alcanzó el récord de R$31,6 billones y, conviene destacar, que el 42,18% de las acciones están en manos extranjeras. Este es un ejemplo que sintetiza lo que los teóricos llaman de “revolución del accionista”, “corto plazo” y “originar para distribuir” en el proceso de financiarización.

De forma similar las grandes empresas que componen la llamada agroindustria brasileña organizan su producción para atender la demanda del mercado internacional, privilegiando la producción de materias primas como soya, maíz, celulosa y carne, negociadas por medio de contratos en el llamado “mercado futuro” de la bolsa de valores. Se mantiene así el modelo histórico de monocultura para exportación, cada vez más mecanizado, que depreda recursos naturales y consolida lobbies capaces de orientar la política gubernamental. En la actualidad, vemos un fuerte avance en sus intereses como son la liberación de impuestos para exportación, la aprobación de insumos tóxicos y pesticidas (prohibidos en diversos países), la regularización de grillaje de tierras estatales y de comunidades tradicionales y, finalmente, el desmonte de políticas de estoque de reservas alimentarias para control de los precios en el mercado nacional. 

El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística informa que durante la pandemia, en Brasil el precio de los alimentos creció un 15% más que el índice general de la inflación. El alto precio de la soya y el maíz tuvo como consecuencia la ampliación de su cultivo y la reducción de cosecha de arroz y frijoles, granos fundamentales en la alimentación del brasileño, impactando en un aumento de sus precios de 70% y 51%, respectivamente. Por otro lado, empresas como el consorcio Brasilagro, investigada por deforestación y adquisición de tierras de formas ilegales, distribuyó ese año R$260 millones en dividendos entre sus accionistas, de los cuales aproximadamente un 50% son extranjeros.

En un contexto como este no es de extrañar la presencia de fenómenos como el ocurrido en el último 7 de septiembre, día de la independencia de Brasil, cuando empresarios de la agroindustria financiaron una protesta masiva en la capital Brasilia contra el Supremo Tribunal Federal en apoyo al presidente Jair Bolsonaro. Tampoco es de extrañar noticias como los cuestionamientos al presidente sobre la inflación en el país, quien se auto declara como un cero a la izquierda en temas de economía, atribuyendo su confianza a los ministros del Banco Central y del Ministerio de la Economía: el primero, Roberto Campos Neto, ex ejecutivo del banco Santander, y en el segundo, Paulo Guedes, fundador del banco BTG Pactual y con experiencia de trabajo en el Departamento de Economía de la Universidad de Chile durante la dictadura de Pinochet, cuyo logro declarado fue el de conocer la experiencia de los famosos Chicago Boys. Ambos, Roberto Campos Neto y Paulo Guedes, fueron recientemente denunciados por el Pandora Papers como propietarios de offshores en paraísos fiscales.

Al parecer lo que vemos no es una falta de comprensión por parte de los sin techo (MTST) sobre el funcionamiento de la bolsa de valores. Aunque la acción en la Bovespa alcance importantes resultados simbólicos-políticos, todavía carece de una acción efectiva sobre el mercado financiero, un drama donde su poder parece cada vez más blindado a las oposiciones, cuando no las absorbe. 

Tampoco podemos afirmar una financiarización de los sin tierra (MST), cuya organización es mucho más que la relación con el programa Finapop, pero tampoco se puede hablar de un acto revolucionario por su captación de recursos en el mercado financiero, como plantea Eduardo Moreira. El discurso del mercado financiero como una alternativa al crédito público burocratizado nos recuerda el mito del caballo de Troya. Como señala Ben Fine (2013), la lógica de la financiarización hace viable una expansión extensiva e intensiva, infiltrándose en todos los espacios posibles de extracción de ganancias, cambiando hasta aspectos culturales de la vida cotidiana. Al final, hoy nosotros somos más los modernos emprendedores de sí mismos, individualizados en una lucha contra el tiempo, que los viejos trabajadores precarizados en lucha colectiva por derechos.

Por lo que nos enseña el dicho popular del gato y el garabato, es necesario un cuidado crítico si consideramos que la economía no se separa de la política. Aunque los movimientos sociales buscan un control de la historicidad, como sociales que son, no están aislados de los cambios. Si la conquista tan festejada de la democracia electoral de los fines de los 1980 desembocó en el actual escenario perverso de una antipolítica, nos queda una duda tendenciosa, ¿qué podrá devenir en el futuro de una organización que hoy apunta como su conquista la alianza con el rentismo como forma de salida para su sostenibilidad?

Referencias

Azevedo,  J. S. G. “Há um preço internacional do petróleo? Financeirização e combustíveis”. Le Monde Diplomatique Brasil, 5 de marzo de 2021. 

Carneiro, R. “Os descaminhos da Petrobras. Revista Institutos Humanitas Unisinos”, Revista IHU Unisinos, 30 Mayo 2018. 

Chesnais, F. (2019). «Financialization and the impasse of capitalism». The Japanese Political Economy, 45(1-2).

Fine, B. (2013), “Financialization from a Marxist Perspective”, en International Journal of Political Economy, vol.42, núm. 4.

Guillén, A. (2015). “Financiarización, tasa de ganancia y ganancia financiera”, en La crisis global en su laberinto, Biblioteca Nueva, UAM-Iztapalapa, México.

Stockhammer, E. (2004), “Financialisation and the slowdown of accumulation”, en Cambridge Journal of Economics, vol. 28 , núm. 5.

Salir de la versión móvil