La colonización en el S.XXI , elaborado por Juan Pérez Ventura.
Los refugiados no aparecen en el Mar Mediterráneo salidos de la nada. Para cuando abordan sus endebles lanchas en la costa de Libia han vivido ya muchas vidas en peligro. Dejan atrás el cada vez menos productivo campo del África oriental, escapan de guerras en el Cuerno de África, Sudán y lugares tan lejanos como Afganistán, y atraviesan enormes distancias para asomarse a lo que imaginan como el último trecho de su viaje. Lo que quieren es armarla en Europa, que–desde los primeros años del colonialismo–se ha presentado a sí misma como la tierra prometida. Los atraen las viejas imágenes acerca de la riqueza colonial de Europa erigida sobre el trabajo de otros. Es el canto de las sirenas para los condenados de la tierra. El mismo que para muchos africanos conduce a campos de concentración en Libia, donde los refugiados que Europa no quiere deambulan y, en algunos casos, son vendidos como esclavos.
Para llegar a Libia, los migrantes y refugiados deben cruzar el amenazante Desierto del Sahara que en Árabe es conocido como el Más Grande Desierto (al-Sahara al-Kubra). Es vasto, caliente y peligroso. Viejas caravanas–las Azalai–manejadas por los pueblos Tuareg lo atravesaban desde Mali hasta Níger y Libia. Llevaban oro, sal, armas y seres humanos capturados para comerciar. De aquellas viejas caravanas, algunas aún realizan el viaje, moviéndose de un oasis al otro, los camellos tan agotados como los Tuareg. Hoy en día, nuevas caravanas han llegado para suplirlas. No viajan en camello. Prefieren los autobuses, las pick-up y los jeeps para transportar seres humanos y cocaína hacia Europa, y regresar al Sur cargados de armas y dinero. Estas nuevas caravanas viajan por caminos sin marcar, entre dunas, en busca de viejas marcas de llanta que las tormentas de arena entierran y borran.
El Sahara es peligroso. El viaje en pick-up dura, en el mejor de los casos, tres días. En el peor, los refugiados y mulas de cocaína mueren de deshidratación, o a manos de extremistas, contrabandistas o fuerzas de seguridad. Hay muchas personas dispuestas a aprovecharse de los viajeros, sus pertenencias y vehículos. No existen las crónicas de los refugiados muertos. Rutinariamente, migrantes mueren de sed o golpes de calor al verse varados entre las ciudades de Agadez y Dirkou, en Níger. «Salvar vidas en el desierto se está volviendo más urgente que nunca», dice Giuseppe Loprete, Jefe de la Misión de la Organización Internacional para la Migración en aquel país.
Migrantes
¿Por qué siguen viniendo los migrantes? Porque sus países han sido arrasados, destruidos por políticas comerciales injustas y el secuestro de la riqueza en las manos de unos pocos. En 2003, los presidentes de Mali y Burkina Faso–Amadou Toumani Touré y Blaise Compaoré–escribieron un apasionado artículo titulado “Sus subsidios agrícolas nos estrangulan” (Your Farm Subsidies Are Strangling Us). En este ensayo, afirman que para su región el algodón es el «boleto de entrada al mercado global. Su producción es crucial para el desarrollo económico del África Occidental y Central, y para la supervivencia de sus millones de habitantes». Sin embargo, las políticas comerciales impulsadas desde Occidente a través de la Organización Mundial del Comercio han impactado gravemente a esta actividad industrial. «Este sector económico vital para nuestros países», escriben estos jefes de Estado, «se ve seriamente amenazado por los subsidios agrícolas otorgados por países ricos a sus productores de algodón.» En el 2001, por ejemplo, los subsidios al algodón en el Occidente alcanzaron los 5.8 mil millones de dólares. En aquel año, el gobierno de los E.E.U.U. proporcionó a sus 25,000 productores de algodón subsidios por 3 mil millones. Esta cifra supera la producción total de los 20 millones de habitantes de Burkina Faso. Estos subsidios están en la raíz de la destrucción de la economía del África Occidental y son uno de los motores de esta crisis de refugiados.
Las guerras comerciales son guerras de verdad. Los regímenes de subsidios equivalen a bombardeos. Dos millones y medio de malienses subsisten con hambre crónica, tres de cada diez niños en Mali sufren desnutrición crónica, cuatro de cada cinco son anémicos, uno de cada cuatro tiene enanismo. El Ministro de Economía y Finanzas de Mali, Boubou Cissé, llegó al puesto tras trabajar en el Banco Mundial. Incluso para él, la crisis es descorazonadora. «La desnutrición mata», dijo el año pasado. «Y mata mucho. Quienes la sobreviven se ven afectados por el resto de su vida». La crisis causada por estas políticas comerciales no es solo «moralmente inaceptable», dijo Cissé, sino que pone «en riesgo la supervivencia económica de nuestra nación».
¿Cómo se ha respondido desde Occidente a esta crisis?
Las políticas comerciales no han sido cuestionadas. No se ha visto a la crisis de refugiados como el síntoma de una economía global colapsada. No se ha querido ver que casi la mitad de los refugiados y migrantes de África se mueven al interior del continente y no en dirección al Occidente.
A través del Sahel, una vasta franja de llanuras semi-áridas que atraviesa el continente africano al sur del Sahara desde Maurita hasta Chad, europeos y eorteamericanos han comenzado a montar el equivalente de una frontera altamente militarizada. Europa ha desplazado su frontera desde la costa norte del Mediterráneo hasta los límites meridionales del Sahara, poniendo en riesgo al hacerlo la soberanía de todo el Norte de África. Francia, por sí sola, ha creado la Iniciativa Sahel G5, que ha obligado a cinco países africanos en la región a aceptar un convenio que permite la creación de bases militares francesas y la actividad de patrullaje de tropas de aquel país europeo. Los Estados Unidos han construido una de sus más grandes bases militares en Agadez, desde donde sus Fuerzas Especiales operan a través del Sahel, monitoreando la región con drones armados. Esto se suma a la base militar estadounidense–casi nunca mencionada–en Ouagadougou (Burkina Faso) y otras locaciones desde Dire Dawa (Somalia) hasta N´Djamena (Chad).
Europeos y norteamericanos afirman que esto tiene que ver con la Guerra contra el Terror, y que los enemigos de la libertad–al-Qaeda en el Magreb–deben ser mantenidos a raya o destruidos. ¿Pero quiénes son estos terroristas? Entre ellos se encuentran, ciertamente, curtidos combatientes, liderados por hombres formados en las jihad que E.E.U.U. encabezó en Afganistán en la década de 1980 y dotados de nuevos bríos y armamento después de la reciente destrucción de Libia. Hombres como Mokhtar Belmokhtar y Abdelmalek Droukel, ávidos por derrocar al gobierno de Argelia a través de operaciones de sabotaje como las llevadas a cabo a los campos energéticos de Amenas en 2013. Pero el actuar de estos grupos no se reduce a una militancia convencional. En esta región, Al-Qaeda encabeza las principales redes de tráfico de cigarrillos y productos ilegales, así como las redes de protección a traficantes de todo tipo (a quienes cobran entre 10 y 15 por ciento del valor del producto transportado). Sus soldados rasos actúan motivados por el contrabando, no por la teología. Es probable que los enfrentamientos cerca de Tongo Tongo en el 2017, publicitados como una batalla entre fuerzas norteamericanas y comandos de al-Qaeda, se debiera a una batalla entre contrabandistas y tropas estadounidenses. Cada vez que Estados Unidos dispara un arma, invoca el espectro de la Guerra Contra el Terror.
Ninguna frontera, cerrada o abierta, ni ninguna base o Centro de Operaciones podrá detener este flujo de refugiados a través del peligroso desierto. La raíz del conflicto es la misma que en todos lados: la destrucción ambiental, el cambio climático y los caprichos de la apropiación privada por parte de unos pocos de la riqueza producida por muchos; aquello que llamamos capitalismo. Esta es la causa la desolación que llevan a los pobres a culpar a otros pobres por su sufrimiento, que empuja al mundo hacia la guerra y el fanatismo, y que permite que Estados mendaces utilicen el conflicto como justificación para ofrecer soluciones militares a todos los problemas. Una vez, en Afganistán, un agente de la CIA me dijo: «si tienes un martillo, ¿por qué no usarlo?» El gasto militar siempre excede al gasto en seguridad humana.
Sahel G5
Para prevenir que los migrantes alcancen el Mediterráneo, Francia ha solicitado que cinco países africanos (Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger) se unan a la Iniciativa Sahel G5. La Unión Europea también ha contribuido a este proyecto. Poco después de la creación de la G5, le pregunté a un oficial chadiano porqué los franceses habían montado una base en su país. Su respuesta fue cautelosa: hay que suplicar mucho menos para obtener fondos para actividades de contra-terrorismo que para actividades de desarrollo. Sabemos que Boko Haram entró a Chad desde Nigeria a través de la región del lago Chad. Sin embargo, la amenaza que Boko Haram representa para Chad es mínima. En 2017, Boko Haram llevó a cabo 120 ataques en Nigeria, y solo 4 en Chad. ¿Por qué están los franceses en Chad y no en Mali o Níger? ¿Es acaso el terrorismo la razón verdadera detrás de la fuerza multinacional de la G5 y la creciente presencia de los Estados Unidos en el Sahel? No, los ejércitos que han llegado al Sahel buscan detener el flujo de migrantes.
Agadez, ciudad en la que los E.E.U.U. están gastando 100 millones de dólares para construir una base de operación de drones armados, está en el corazón de la crisis actual. Los refugiados llegan a Agadez desesperados, huyendo de la devastación causada por las normas comerciales internacionales y la desertificación que resulta del capitalismo del carbón. Desde la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Desertificación, celebrada en Nairobi en 1977, sabemos que la sequía y el imparable crecimiento del Desierto del Sahara son problemas reales y graves. El papel de la desertificación en el conflicto de Darfur (Sudán) ha sido sistemáticamente minimizado. Enfocarse demasiado en esto equivale a examinar con detenimiento la destrucción del planeta como resultado del capitalismo del carbón.
Al tiempo que la agricultura del Sahel se vuelve menos productiva, cada vez más sectores de la población recurren al contrabando para subsistir. El narcotráfico es un grave problema en la región, en la cual distintos cárteles latinoamericanos se han asentado en los últimos años. En el 2012, la Oficina de las Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito calculaba que cada año treinta toneladas de cocaína atravesaban el Sahel con dirección a Europa. Esto se traduce en una ganancia aproximada de 1,200 millones de dólares. Un importante político de Níger–Cherif Ould Abidine, muerto en 2016–era popularmente conocido como Mr. Cocaine. Las pick-up que transportan la cocaína y a los refugiados atraviesan en su trayecto la ciudad de Arlit, donde compañías multinacionales francesas extraen enormes cantidades de uranio. En el 2013, OXFAM comunicó que «uno de cada tres focos en Francia se enciende gracias al uranio de Níger».
Ahí lo tenemos: refugiados, cocaína, uranio y operaciones militares a escala masiva.
Hombres procedentes de Gambia y Mali esperan afuera del recinto de un contrabandista. El Toyota Hilux del jefe, el camello de este nuevo mercado, espera junto a la entrada. Los hombres portan lentes de sol. Los usan para defenderse cuando entran al desierto. Están aprehensivos. Su futuro–aunque sea gris–tiene que ser mejor que su presente. Están dispuestos a jugársela, a hacer lo que haga falta. Se encienden los motores. Guardan sus modestas pertenencias en la parte de atrás de una camioneta. Llegó la hora de comenzar su azalai.