Ucrania: ¡reformar la ONU!

Uno de los efectos escalofriantes de la invasión rusa a Ucrania es que el presidente Putin logró lo que el presidente Trump había intentado sin éxito: que los países europeos “rezagados” decidieran el aumento expedito de los gastos de defensa a, por lo menos, el 2% del Producto Interno Bruto y que se incrementara el número de miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Por otra parte, todavía no se ve claro en qué sentido y en qué grado la guerra Rusia-Ucrania contribuirá a acelerar la migración en curso del centro de gravedad económico, político, militar y espacial del Atlántico Norte hacia la región de Asia-Pacífico y a perjudicar los esfuerzos para contrarrestar el calentamiento global antropogénico. Más previsible parece ser el aumento de la inflación en muchos países (que usualmente afecta más fuertemente a los más pobres) y la cercana escasez mundial de granos y de fertilizantes, que significará hambre y muerte en varios países importadores de estos productos.

Aún así, la invasión de Ucrania por Rusia parece tener muchos fans. Están los noticieros televisivos que diariamente difunden entre comercial y comercial imágenes de destrucción y muerte, acompañadas de música macabra como si se tratase de un espectáculo. Están los opinólogos, quienes hasta hace poco todavía confundían los países bálticos con los Balcanes, pero quienes ya se han especializado en publicar colecciones indigestas de fragmentos informáticos recopilados en la web. Están también los ideólogos que no desperdician esta magnifica oportunidad para demostrar que siempre han tenido razón con achacar todos los males del mundo actual, según el caso, al expansionismo colonialista de Moscú o al expansionismo colonialista de Washington. Más calladas pero muy contentas están grandes empresas comercializadoras de alimentos, pues ya han podido aumentar “legítimamente” sus ganancias. Y desde luego están supercontentas, como antes, durante y después de otros conflictos sangrientos recientes  ––desde Afganistán e Irak hasta Siria y Yemen, y desde las guerras contra el narco en México y contra los kurdos en Turquía, pasando por las siniestras actividades de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas––,  las grandes empresas productoras de armamento y las industrias suministradoras relacionadas y los centros de investigación asociados.

¿Y la Organización de las Naciones Unidas? Esa organización tan criticada y acusada tantas veces de legitimar y reforzar el desorden mundial basado en la fuerza militar y económica. Esa organización que, a pesar de lo anterior, también ha evitado y contribuido a finalizar guerras y guerras civiles y que ha ayudado como ninguna otra a disminuir el sufrimiento de víctimas de catástrofes sociopolíticas y naturales y promovido la colaboración y comprensión mutua de pueblos, naciones y culturas. Esa organización que consiste en dos grandes segmentos: un enorme aparato ejecutivo-técnico-administrativo-diplomático (para no hablar aquí de su fascinante red de organismos especializados en derechos humanos, salud, alimentos, cultura, etc.), por un lado, y una especie de parlamento compuesto formalmente por la Asamblea General y el Consejo de Seguridad, por otro, cuyos integrantes constituyen también una gran red informal de consultas permanentes.

Su secretario general ha admitido en varias ocasiones que la ONU ha fallado. ¿Qué ha fallado? Quedándonos por ahora solamente con la labor de la/os representantes gubernamentales en la sede principal de la ONU y sus relaciones con las ciudadanías que supuestamente representan, ¿qué estuvieron haciendo en Nueva York y en sus países de origen durante la agudización creciente del conflicto Rusia-Ucrania durante 2020 y 2021? ¿Y durante las primeras siete semanas de 2022? ¿Qué desde el 24 de febrero del año en curso? No tiene caso hacer, como se debería, las mismas preguntas a las ciudadanías de sus respectivos países, ya que en su mayoría éstas desconocen hasta el nombre de su supuesto representante…

La espeluznante cantidad de refugiados, muertos y heridos y las enormes cantidades de casas, negocios, hospitales, fábricas, escuelas e infraestructura pública destruida en Ucrania provocan una pregunta angustiada: ¿No es un camino equivocado intentar justificar el proceder de una u otra de las fuerzas en conflicto y de sus motivaciones reales o supuestas, celebrar los avances de unos o la resistencia de otros, homenajear la tozudez del ejército invasor o la valentía de quienes defienden el país invadido? A once semanas de iniciada la guerra, ¿no resulta cínico apostar por un “ganador” y apoyarlo con medidas directas e indirectas y tratar de debilitar de igual forma a su contrincante? ¿Cuáles sobrevivientes podrán ser declarada/os ganadora/es? Ambos contrincantes seguirán generando, y al mismo tiempo sufriendo, día con día y semana con semana, más muertos y heridos, ruinas y escombros, más familias afectadas, más individuos traumatizados y llenos de odio. ¿No hay que parar la matazón lo más pronto posible y al precio que sea? En todo caso, por cierto, ¿quién definirá el precio para terminar la guerra así o asá, y quién lo pagará?

¿No es esta la hora para iniciar la ineludible reforma de la ONU, que también ha fallado en los otros conflictos arriba mencionados y varios más? Pues ¿hay o habrá pronto otra organización mundial que pudiera imponer con cierta perspectiva de éxito la negociación sobre la agresión militar, la norma compartida sobre la violencia particular, la garantía de sobrevivencia para los más débiles e indefensos sobre el interés de los más fuertes y mejor armados?

“Espadas en arados”, escultura de Yevgeny Vuchetich (1959) regalo de la Unión Soviética a las Naciones Unidas en el Jardín de la Sede de las Naciones Unidas en la ciudad de Nueva York. Fotografía de Neptuul en Wikimedia Commons.

Entre las propuestas para dicha reforma, que se han comentado desde hace tiempo, están las siguientes:

  • La creación de una especie de Cámara Baja de la Asamblea General de las Naciones Unidas, con ciudadana/os electa/os por las ciudadanías de sus países, ya que la actual Asamblea representa solamente gobiernos de Estados.
  • La conversión de las representaciones ciudadanas y gubernamentales de los diferentes países en instancias de análisis y difusión de los grandes problemas planetarios que solamente a nivel mundial se pueden resolver (cambio climático antropogénico, sustitución de los combustibles fósiles, garantías de acceso general a información veraz, transporte internacional, seguridad espacial, protección de especies en peligro, medidas efectivas en los ámbitos de salud y derechos humanos…).
  • Mudanza de la sede principal de la ONU a un país sin aspiraciones de hegemonía (¿una isla caribeña?) y sin la posibilidad técnica o militar de intervenir como hasta ahora en asuntos internos de la ONU mediante el control de accesos, visas y financiamientos.
  • Cambios profundos en la composición y el funcionamiento del Consejo de Seguridad (cuyos miembros permanentes reflejan todavía la situación anacrónica de la predominancia noratlántica del siglo pasado, amén de ser los principales productores y vendedores de armas).

Claro está que desde su preparación, tales reformas tendrían que estar vinculadas con una gigantesca y amplísima campaña mundial de difusión y debate sobre estas reformas, para que la nueva ONU cuente, a diferencia de la de ahora, con un respaldo ciudadano general en todo el mundo. El costo de dicha reforma y de la campaña mencionada podría ser pagado fácilmente mediante impuestos sobre el gasto militar anual de cada país, y sobre las ganancias de las empresas productoras de armas y municiones.

“Utópicas”, se dirá al leer estas y otras propuestas semejantes. Sí, ¿pero imposibles? ¿Cuál sería la alternativa? ¿No constituyen Afganistán e Irak, Siria y Yemen, la expansión del llamando crimen organizado en tantos países y la repetición en cada vez más lugares de la represión de etnias, lenguas, culturas y religiones, al igual que los demasiado lentos avances en el combate al cambio climático antropogénico y en la vigencia plena de los derechos humanos, gritos desesperados cada vez más fuertes de un mundo que se resiste a fallecer? ¿Cuál es la alternativa a una ONU reformada? ¿Acaso otra Ucrania destrozada, y otra y otra?

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