En su biografía, titulada Room to Dream, David Lynch cuenta una anécdota de su juventud que, para mi gusto, es la semilla del resto de su obra: una mañana de invierno él y su amigo Bobby entraron a un edificio de departamentos para explorar un poco. Al recorrer los pasillos, descubrieron que una de las puertas estaba abierta. Sin saber muy bien con qué fin, entraron a la vivienda deshabitada temporalmente —los dueños debían haber salido para escapar del clima o quizás sólo fueron por provisiones—. Así que allí estaban los dos amigos en un departamento sin gente. Otra vez, sin motivo alguno, decidieron abrir todos los cajones a su paso y colocar bolas de nieve en el interior. Hay que imaginar aquí el trabajo que debió costarle a un par de niños de menos de seis años salir por la nieve, apretarla con sus manitas hasta formar esferas y acomodarlas en cada mueble de la casa. Presas de la adrenalina que les despertó este proyecto espontáneo, se animaron a hacer un par de bolas más grandes, digamos de medio metro de diámetro, para colocarlas sobre la cama. Al final de esta aventura, el departamento debía tener un decorado que uno esperaría sólo en la casa de Jadis (la Bruja Blanca de las crónicas de Narnia). Sin cruzar palabra, los niños sacaron todas las toallas de baño que pudieron y las colocaron a manera de banderas en la calle principal. Algunos viajeros ociosos se detenían al ver las señales y entraban al departamento.
Esa noche, de vuelta en casa, el teléfono sonó y David pudo entender por las respuestas avergonzadas de su padre que tendría que pagar una fuerte suma de dinero por causar daños a una propiedad ajena.
¿Por qué David y Bobby montaron esta peculiar instalación? Sería un poco exagerado hablar de una conciencia sobre arte contemporáneo en un par de niños chimuelos; sin embargo, esa actividad, que fue tomando sentido para ellos sólo cuando comenzaron a trabajar en ella, debió haberlos transportado muy lejos de Spokane, Washington, hacia un lugar desconocido en busca de un encuentro. ¿Encuentro con quién? Con ese viajero ocioso que decidiera detener su camino para seguir la señal de las toallas en la calle principal y dejarse sorprender con lo que encontraría en el departamento. Los niños, agazapados afuera del edificio, no podían ver la cara de estupor en los visitantes, pero sí imaginar lo que pasaría por la mente del público involuntario al recorrer las habitaciones del departamento. Pienso que por ahí va el sentido profundo de la obra de Lynch (y en general del arte que suele interesarme): generar un ambiente familiar pero enrarecido donde lo importante no esté bajo control del autor, sino en manos del espectador. Lynch construye un escenario para la sorpresa y corresponde al otro dejarse llevar por la curiosidad para dotar de sentido el encuentro inesperado.
A partir de la crisis civilizatoria catalizada por el COVID-19, David Lynch comenzó a subir todos los días un reporte del clima a su canal de Youtube muy temprano por la mañana. Se trata de videos de baja producción en los que aparece él, con una camisa negra y el pelo medio engomado hacia atrás, frente a su escritorio, una taza humeante al lado. La rutina es siempre la misma: dice la fecha del día, levanta la cabeza para ver por la ventana y describe lo que ve (sin salirse de un campo semántico máximo de unas diez palabras). Cada vez vaticina que más tarde habrá “blue skies and golden sunshine”.
Llevo 93 días sin perderme uno solo de sus reportes del clima porque, además de que me ayudan a seguir la cuenta del calendario y a distinguir un martes de un viernes, esa promesa de cielos azules y sol dorado forma parte de mi ritual matutino. Un ritual que requirió mucho esfuerzo para dirigir mi disposición de ánimo hacia la esperanza y escapar del pesimismo que cada mes es más difícil suavizar. A estas alturas de la “cuarentena” no estoy para desperdiciar ninguna razón que me haga levantarme por las mañanas. Mi despertador está sincronizado con la hora promedio a la que se publican los videos. Por eso digo que este señor de 74 años ha sido mi compañero más fiel durante esta versión en cámara lenta del Apocalipsis.
Cada cierto tiempo, esa reserva frágil de energía que me aportan los reportes del clima se recarga con otro tipo de videos, que en serie se titulan “What Is David Working on Today?” Por la diversidad de sus contenidos, son el complemento opuesto de los reportes. Las actividades que muestran abarcan una gama tan amplia que podrían considerarse aleatorias. De este género de videos sólo tenemos trece piezas, pero cada una vale los cinco o seis minutos de contemplación. En cada una David comparte su “proyecto de trabajo” actual: crear una cajita para sostener el micrófono de los reportes del clima, que a la vez lo proteja del sol y el polvo; parchar sus pantalones usados con un trozo de toalla blanca y una mezcla de pinturas de óleo; verlo firmar y numerar sesenta litografías de su autoría; construir una máquina sencilla para tomar decisiones… No haré un listado exhaustivo para no desanimar al lector de ir a buscar el resto de videos. Sin embargo sí deseo aclarar por qué estos videos son más valiosos, y por lo tanto más esporádicos, que los reportes del clima: la clave está en la palabra working. Acaso no haga falta explicarlo pero ninguno de estos trabajos tiene un objetivo definido. No me refiero a que carezcan de remuneración: por la forma en la que funcionan los algoritmos de las redes sociales es muy posible que las visitas a los videos terminen, en algún punto, traducidas en ceros añadidos a la cuenta de banco del señor Lynch. Hablo de que para valorarlos desde la perspectiva de alguien que atesora maneras de soportar los horrores del mundo, tuve que apreciar la dimensión inútil pero a la vez plenamente significativa de los trabajos de David.
Sus proyectos tienen que ver con usar las manos para transformar algo importante para él. Cortar y pegar madera, tomar medidas, sacar las pinturas, imaginar nuevos aparatos… dedicarse varias horas a algo que tal vez nadie vaya a apreciar: como ese rectángulo perfectamente rojo en el fondo de la base para el micrófono. Trabajar para sí. Recuperar la capacidad de cambiar el estado material del entorno para darle sentido al espacio interior. Recientemente he aprendido que eso también es trabajar y me he inventado unos cuantos proyectos. Cada tanto intento encontrar más videos así: donde la gente comparta frente el ojo anónimo de la cámara en qué está trabajando, sin enredarse en explicaciones, pasos a seguir o en recomendaciones de un producto por encima de otro. Quiero que sea inútil, inesperado, incomprensible, incluso. Quiero recorrer una calle y encontrarme un departamento habitado por bolas de nieve.