Simón Rodríguez. El clamor de un republicanismo plebeyo

Rodríguez, Simón. Sociedades americanas en 1828. México: UAM, 2018.

Sociedades Americanas en 1828 de Simón Rodríguez. La edición facsimilar, documentada y anotada, de los cinco impresos que conforman EL PROYECTO EDITORIAL (UAM) del maestro de América es una de las ediciones más prolijas que se conoce hasta ahora. El trabajo de edición e interpretación de los investigadores María del  Rayo Ramírez Fierro, Rafael Mondragón Velázquez y Freja Ininna Cervantes es algo más que el desempolvamiento de uno de los más importantes pensadores del siglo diecinueve latinoamericano. Como si se tratara de una especie de sismo provocado por minuciosos arqueólogos de viejos anaqueles, la edición facsimilar de las ideas republicanas de Simón Rodríguez cae en las manos del lector en la forma de una caja rojiza que contiene el pasado-presente actual de las ideas con las que Rodríguez pensó la posibilidad de dar una forma política y educacional a las nuevas repúblicas, surgidas desde las entrañas de los procesos postcoloniales en el siglo diecinueve. Esta (re)edición facsimilar es, como nos sugiere la célebre frase de Michel Foucault,  una “caja de herramientas” que empuja a los ojos del lector en el arte de las manualidades. El arte de abrir una caja es siempre una promesa en el que anidan la fuerza de la palabra sorpresa. La caja, color tierra roja, contiene los cinco facsímiles editados con amor y cuidado por dos apasionadas y un apasionado arqueólogxs de una filosofía que estando sepultada en el pasado se abre al presente. El ímpetu de esta apertura tiene como destino actualizar el por venir del maestro que quiso pintar con palabras la vida política y económica de las sociedades americanas. 

Por eso, hay sorpresa y agenciamiento en las palabras que esta caja contiene y a la vez libera en el revuelo de nuestro(s) tiempo(s). A través de una especie de ventana imaginaria los pensamientos republicanos de Simón Rodríguez abren sus alas y en picada se lanzan sobre los ojos del lector del siglo veintiuno.  Así, las editoras y el editor ponen en marcha una máquina de lectura que mira en palabras de Simón, abriendo las posibilidades de problematizar nuestros tiempos sombríos. Caja de herramientas, entonces, para tiempos sombríos en que las palabras ahogadas por el peso del neoliberalismo, ahogan también, hasta su colapso, el imaginario republicano, moderno y postcolonial de Simón.  La edición reúne los escritos que el insigne maestro nos legara a los y las lectoras con un título marcado por la fuerza del plural. “Sociedades Americanas” es el plural de la singularidad de una región marcada por los encuentros y desencuentros del difícil parto de la modernidad latino-americana. La singularidad de la historia colonial y postcolonial consiste en que sus modos de articulación no son europeos, pero tampoco son ajenos a la existencia de lo europeo. Los modos de vida que se fueron gestando desde la imposible irreductibilidad de las diferencias de pueblos componen el lugar del mestizaje de lenguas y pueblos tramados por la especificidad de la historicidad de las “américas”. 

La heterogeneidad de lenguas y de poblaciones, sin duda, fueron atadas por el espacio de la imaginación moderna en la que el maestro Simón creía como posibilidad de crear unas sociedades a la altura de la modernidad como principio facilitador de las luchas por la emancipación. La pasión de Rodríguez es tan actual que la lectura de Sociedades Americanas se confunde con la desenfrenada pasión de las arqueólogas y el arqueólogo de esta edición. En el trabajo minucioso y cariñoso que Ramírez Fierro, Mondragón Velázquez y Ininna Cervantes realizaron para re-inventar  “la caja de tierra roja” de Simón Rodríguez se debaten los saberes y, más precisamente, el por venir de un archivo en el que se despliega el pensamiento del fantasma de Simón. Habría que decir que se trata del fantasma sin sosiego del maestro de las sociedades americanas porque ni la voluntad de la res publica ni la propuesta de una pedagogía radical constituyen hoy las ruedas del proyecto de modernidad latinoamericana. Por el contrario, si hoy podemos pensar que el proyecto civilizatorio de la res publica es un programa liberal que perdió su orientación plebeya, excluyendo de la polis a las poblaciones indígenas y a las clases subalternas, en Simón Rodríguez la res publica es, precisamente, lo que no terminó nunca de cuajar debido a la falta de una pedagogía capaz de habilitar de entendimiento y decisión política a las clases oprimidas. No es casual que uno de los editores de esta obra, Rafael Mondragón, evoque los enunciados del filósofo León Rozitchner para corroborar que la filosofía novecentistas de Simón Rodríguez es la un “fracaso ejemplar”.  Se sigue de esta consigna la fuerza imaginal de un programa de republicanismo plebeyo que se sostiene en el paso apropiativo que habría del fracaso ejemplar de Simón Rodríguez a la frase de Samuel Beckett “fracasar mejor”.    

Los cinco facsímiles que las editoras y el editor desempolvan para dar con el tono de  uno de los escritos más importantes del maestro de América Latina. En Sociedades Americanas se hallan la estela de la frase de Rozitchner y de Beckett del fracaso como impulso para un “volver a empezar” para “fracasar mejor”. El fracaso ejemplar y la hipótesis del volverlo a intentar marcan los énfasis del “volver a comenzar” y esta vez mejor sin el miedo al fracaso de una república que en las páginas de Simón Rodríguez encarna la posibilidad de una república plebeya que aún no ha tomado lugar . Esta república que se piensa en el cielo abierto por la historia de los vencidos es lo que permite decir que los cinco facsímiles componen la herencia y el legado de una historia de fidelidad arqueológica, es decir, de una historia y de un archivo en que el volver a empezar revive —necesita hacerlo— los fantasmas del pensamiento emancipatorio latinoamericano del siglo diecinueve. Serían muchos los nombres que evocar en la constelación de los fantasmas emancipatorios de la modernidad latinoamericano, sin duda, los de Santiago de Arcos, Francisco Bilbao y el insurrecto discípulo del maestro Simón, Simón Bolívar. Sin embargo, el ímpetu de un fantasma como el de José Martí y el del maestro Rodríguez parecen, aparecen y reaparecen como esos traviesos fantasmas en los que la tragedia biográfica y política de sus vidas claman por un “volver a comenzar” .  

Si esta “caja de herramientas” halla su verosímil y su pulsión política en el republicanismo novecentista de Simón Rodríguez es porque resuena en el por venir de hoy. En otras palabras, es porque ya no puede asentarse en el viejo republicanismo patriotero de las oligarquías nacionales y menos en los esencialismos nacionalistas que funcionaron —para usar la expresión de Bolívar Echeverría— no solo configuradores de  modernidad de la blanquitud, sino también como dispositivos de exclusión de las poblaciones indígenas. Tal como rápidamente se descubre en la caja de herramientas rodriguista el proyecto republicano del maestro Rodríguez se sustrae del republicanismo biopolítico y, por lo tanto, liberal que desde la ruptura con el mundo colonial, hasta nuestros días, no ha hecho otra cosa que pactar con el racismo solapado o abierto del Estado liberal del novecientos y del neoliberal de hoy.  De manera que si el trabajo de los editores de esta bella caja de herramientas tiene para la actualidad una importante amalgama teórica para alimentar el pensamiento político contemporáneo, es y se debe a que los cinco facsímiles reunidos de Sociedades Americanas, definitivamente, no fueron pensados como archivo para engrosar los anaqueles de las bibliotecas.  Lo sabemos por Jacques Derrida, que no hay archivo que no se preste a la promesa de una temporalidad en la que el porvenir de su apertura sea algo que puede ocurrir porque está, inevitablemente, inscrito en la lógica de la inminencia. Basta con que haya lectores que, como arqueólogos de la relación con la historia, liberen las constelaciones de fantasmas para que la inminencia de los fantasmas del paso retornen. El porvenir depende de que retornen los pensamientos emancipadores como los del maestro Rodríguez y, por supuesto, depende sobre todo de que esos pensamientos puedan ser actualizados. Actualizar debe comprenderse como el arte de interpretar lo que hoy  ha comenzado a llamarse “futuridad” para enunciar que el futuro, precisamente, no es el a priori de un cuerpo conceptual. La futuridad de un archivo se opone al a priori de las viejas y enmohecidas morfologías de la historia o de archivos canonizados por el orden de lo actual. Entre la actualidad y el archivo siempre puede escucharse esos susurros que componen la intensidad del orden de lo imposible, pero a sabiendas que “lo imposible es una categoría de la realidad”. Las líneas que escribe y reescribe Simón Rodríguez son hoy —o, al menos deberían serlo— las líneas que orientan el pensamiento emancipador por senderos capazas de agenciarse en las nuevas luchas de los movimientos sociales y políticos. Sin duda, en las líneas, en femenino, de Rodríguez susurra el oído del presente.  Si tuviésemos que traducir a una pregunta el proyecto de convocar las ideas y el propio fantasma de quien fuera el maestro de Simón Bolívar, habría que preguntar sin vacilar: ¿Puede Simón Rodríguez decirnos hoy algo sobre el imaginario emancipador de la república fracasada? Si la respuesta es sí, ¿qué es lo que podemos heredar y, a su vez, desheredar de las enseñanzas del maestro Rodríguez? ¿Cuál es la actualidad de un principio de articulación de las actuales sociedades americanas? ¿Qué habría de nuevo en el imaginario republicado de un novecentismo que parece haber quedado borrado por completo en el marco de la actual sociedad capitalista? Sin duda estas preguntas están en la cabeza contemporánea de las editoras y el editor de Las sociedades americanas de 1828.  Si no lo estuvieran, no hubiesen visto la necesidad de donar un archivo a la posibilidad de un despertar; el despertar de la voz espectral del maestro Rodríguez como actualidad de una política fundada en la res publica.  Las preguntas, en efecto, motivan la indagación y la interpretación hermenéutica  de la extraordinaria idea de una forma política republicana, cuya matriz ideológica descansa en el supuesto de una ruptura postcolonial o, mejor dicho, en una ruptura con el mundo de vida colonial.  

El mundo de vida poscolonial del maestro Rodríguez es el mundo de la incompletitud del republicanismo que él imaginó a partir de la infancia y, así, de una pedagogía de la praxis del pensamiento. Quizá la hipótesis más relevante de las sociedades americanas del siglo diecinueve sea precisamente la de una educación que inscrita en el imaginario republicano, desocupa a la infancia de la colonización y conversión de niños y niñas en fuerza de trabajo capitalista. Pero también, la pedagogía rodriguista del “pintar con palabras”  desocupa y lleva a su colapso la experiencia de la infancia, cuya patria nacional o, incluso hoy, postnacional se agrieta y daña en el interior de nuestras sociedades orientadas al consumo y configuración de la racionalidad mercantilizadora. En estas sociedades del canibalismo mercantil, el ciudadano y ciudadana moderna o, mejor dicho, la sombra de lo que queda de ésta asfixia su potencia intelectiva y, por lo tanto, deliberativa de lo común sin ninguna posibilidad de liberarse del mundo colonizado por el deseo de mercancías. Si una cierta recuperación del republicanismo del maestro Rodríguez tiene hoy sentido es porque su concepto de infancia y pedagogía es un antídoto a las formas oligárquicas y monopólicas de la política que se asienta en el parlamentarismo liberal del capital. Simón Rodríguez no era un liberal. Habría sin duda que heredar la forma política de la res publica que imagina Rodríguez, pero no porque su proyecto haya sido exitoso.  Si bien la ruptura política e intelectual del rodriguismo con el viejo orden de las monarquías europeas y el fin del programa de acumulación colonial (oro y almas) en las américas es un fracaso, no es cualquier fracaso. Se trata como ya hemos dicho,  en clave rozitchneriana, de un fracaso ejemplar porque su imaginario político y educacional se prolonga en el seno de una temporalidad en la que urge la actualización de pensamiento. Pero esa actualidad de republicanismo rodriguista, sin duda, ya no puede darse en el marco del republicanismo europeo desplegado con éxito en la formación de los estados nacionales de las “sociedades americanas”. El republicanismo liberal y moderno es lo que, quizá, haya que desheredar para heredar el fracaso ejemplar del maestro Rodríguez.  En rigor, habría que desheredar el marco en el que el principio de modernidad latinoamericana funciona como lugar de articulación entre la forma política y el despegue de las formas de acumulación de capital nacional y, sin duda, inter-nacional. En manos de las élites criollas que se acomodaron como castas participando activamente del reparto de tierras y de poder que ha venido habilitado la forma política del liberalismo republicano se concentra una herencia que no solo excluyó el pensamiento de Simón Rodríguez, sino que también excluyó los mejor del pensamiento emancipatorio emanado de la mejor tradición  filosófica de Europa. Sin la tradición europea de las filosofías no se entendería la posibilidad de emancipar lo que Rodríguez llama “sociedades americanas” y tampoco se entendería el fracaso ejemplar de su imaginación política y la radicalidad de su concepto de pedagogía. El fracaso está enlazado a la “protohistoria” de un comunismo plebeyo y novecentista de las inteligencias y a las formas políticas en que la historia de las instituciones moderno-criollas han excluido la posibilidad del rodriguismo. El resultado de este fracaso se expresó en la forma-institución de unas sociedades americanas que padecieron y aún siguen padeciendo el miedo a la infancia y sobre todo a la irrefutable, plebeya y diversa experiencia de la “igualdad de las inteligencias”.  Rafael Mondragón ha comentado que la primera vez que aparece la hipótesis rodriguista de “pintar el pensamiento” es en el Pródromo (1828). Es interesante que esta  palabra en su etimología signifique lo que precede y que actualmente tenga un uso en las ciencias de la salud.  Pensando en esto podríamos decir que la hipótesis del pintar es el modo en que Rodríguez halla para hablar de una pedagogía que tiene, por un lado, la función de reconocerse en la materialidad de las prácticas sociales y, por otro, en la condición de la salud de la república. A partir de la idea de las prácticas sociales están constituidas por las costumbres, Rodríguez  considera que el signo de la república es que esta no puede fundarse en una idea abstracta. Por el contrario, la salud de la república rodriguista consiste en la materialidad de la palabra pensativa de la relación entre política y vida como reconocimiento de que la palabra tiene la potencia de producir ciudadanos que deben compartir un mundo de vida en común. La república liberal como idea pura arrancada a las abstracciones del imaginario europeo es insuficiente para el programa rodriguista que desea pintar con palabras pensantes el mundo de vida postcolonial. La palabra pensante solo puede realizarse en el interior de unas sociedades soberanas donde el autogobierno, la educación popular y la practicidad de lo útil (el valor de uso) compongan la salud de las prácticas sociales. La república fundada en la materia compuesta por los cuerpos sociales debe ser la más alta expresión de la pluralidad singular de las sociedades americanas.  

El republicanismo expresivo, preocupado de la educación de la clases subalternas en el pliegue de la heterogeneidad social, se opone al republicanismo de las élites que legitimaron una república que, supuestamente, opuesta a la monarquía terminó prolongando las injusticias coloniales en la fragilidad de las instituciones postcoloniales. En otras palabras, la sistemática despreocupación, la indiferencia y el olvido de las clases subalternas por parte de las élites blanco-criollas y su liberalismo centrado en los negocios de una economía para los pocos hace fracasar la posibilidad de un proyecto educativo fundado en el despertar a la segunda libertad; la libertad del pintar el pensar de la autonomía de ciudadanos capaces de sostener el bien común que ofrecía el proyecto pedagógico del maestro Rodríguez. El comunismo de las inteligencias como fundamento del materialismo republicano de Rodríguez fracasa porque a la historia republicana de América Latina le es inherente el irracionalismo mezquino de las castas acomodaticias, es decir, eso que tan certeramente C. Wright Mills llamó la “reproducción de las élites en el poder”. El racismo, la exclusión y el acomodo de las élites de los gobiernos republicanos — sorprendentemente más intenso que en la fundación colonial de las sociedades americanas — cimentó el capitalismo en sus versiones oligárquicas y nacionalistas Por eso, no hay duda que la actualidad de Simón Rodríguez es algo que hoy debemos pensar en el interior de prácticas institucionales en términos de un republicanismo plebeyo o de un comunismo republicano sin eludir ese mesianismo materialista que caracteriza el subtítulo de Sociedades Americanas en 1828. Cómo  serán y cómo podrían ser en los siglos venideros. En estás preguntas por el por venir de las sociedades americanas las editoras y el editor de esta máquina de guerra hacen posible el por venir  de un republicanismo plebeyo fundado en los saberes de la heterogeneidad de los pueblos que componen nuestras sociedades. Así, debemos destacar que la labor de las arqueólogas y el arqueólogo que han editado esta máquina de guerra del “pasado-actual-presente” de los saberes del siglo diecinueve reviven en nuestro siglo veintiuno el fracaso ejemplar del maestro Rodríguez. Lo que  han desempolvado no es cualquier archivo ni mucho menos el “mal de archivo” de la monumentalización del santoral de próceres de esa patria abstracta con la que se ha excluido del poder y de los recursos del trabajo humano a las clases subalternas. Simón, nombre de un fantasma que está más vivo que muerto. 

Se trata del fantasma de ese insigne profesor novecentista, maestro de Simón Bolívar y propulsor de pedagogías fundadas en la autonomía del entendimiento,  habla desde la lengua con la que los proyectos independentistas abrieron la posibilidad material de unas comunidades que, asediadas en su existencia por las guerra coloniales, encontrarían en la ilustración radical modos de emanciparse de la reproducción de las élites del poder.  La lengua del maestro Rodríguez será también la lengua del sueño bolivariano y de un concepto de libertad que se sustrae de la tradición liberal. En manos del liberalismo, la potencia plebeya que tuvo la formación de estados seculares y republicanos fue excluida. La exclusión del clamor por un republicanismo plebeyo, hoy debe buscarse en la consigna que recorre los nombres de Simón Rodríguez hasta llegar a los ecos de tantos maestros asesinados por enseñar a pintar el pensamiento. Quizá el fantasma que hay que evocar en solidaridad con los 43 normalistas desaparecidos por el Estado en Iguala sea, sin duda, el de Lucio Cabañas. Pintar con palabras la forma política no abstracta de un republicanismo de la materia es hoy pintar la expresión singular-plural de la potencia plebeya en la que puede volver a fracasar el clamor de un comunismo republicano y, por lo tanto, de unas instituciones fundadas por fuera del apriorismo abstracto que defienden las élites que, por más de doscientos años, se siguen reproduciendo en el poder. Sin ninguna duda, la caja de herramientas que ofrece esta bella edición es un acontecimiento para cualquiera que desee “pintar los pensamientos” de una república plebeya.

Rodríguez, Simón. Sociedades americanas en 1828. México: UAM, 2018.

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