Rumbo al 8M:
Encuentros y desencuentros sobre cómo accionar

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es una fecha que suele venir acompañada de reflexiones y emociones encontradas. Transitamos entre el dolor y la rabia por las violencias que no cesan y por todas las que nos hacen falta; el estrés que viene con el aumento en la carga de trabajo para quienes se dedican a temas de género, y que estos días particularmente deben sacar adelante eventos, charlas o talleres; la presión que llega a sentirse, para quienes se reconocen como feministas, de hacer algún posicionamiento público e ir a marchar, porque pareciera que si eso no se hace, entonces una no es suficientemente feminista; y claro, también entre el gozo de encontrarnos y de alzar la voz juntas.

En medio de todo esto, después de que la marcha del 8M de 2020 fue una de las manifestaciones feministas con más afluencia que se han presenciado recientemente en la Ciudad de México y en otros lugares del país, en 2021 las protestas de la marea violeta se vieron —como todo lo demás— afectadas por la pandemia del COVID-19. 

Si bien el virus no impidió que hubiera quienes, como cada año, salieran a protestar, la enorme crisis sanitaria por la que el país todavía atravesaba, a casi un año de que comenzara el distanciamiento social a causa de la pandemia, sí llevó a que muchas nos cuestionáramos sobre la pertinencia de salir a la calle considerando los riesgos a la salud propia y a la de otras personas que eso pudiera implicar. Ese año las redes sociales se llenaron de carteles y publicaciones feministas, pero las manifestaciones en la calle tuvieron mucha menor concurrencia que en ocasiones anteriores.

En 2022, aún entre cubrebocas y gel antibacterial por doquier, pero con una cantidad de contagios más controlada y un mayor número de personas vacunadas, nuevamente el 8M se llevó a cabo una marcha con una participación amplia, donde las personas compartieron no sólo la indignación por la violencia contra las mujeres que sigue ocurriendo en el país y en el mundo, sino también el entusiasmo de poder volver a tomar el espacio público y poner nuevamente el cuerpo por la lucha. Por otro lado, para algunas mujeres que solían marchar sin falta en esa fecha y que, por la pandemia, no tuvieron las condiciones o decidieron no acudir en los últimos dos años, estos 8M se vivieron con nostalgia e incluso tristeza, con la sensación de que algo faltaba.

Marcha del 8M en la Ciudad de México, 2022: Foto: Danielle Lupin.

Ahora que nos encontramos en un punto muy distinto de la pandemia, donde los eventos masivos, como conciertos, actividades deportivas, ferias de libro, etc., se están llevando a cabo con regularidad —aunque, por supuesto, los contagios por COVID-19 continúan y en ciertos espacios prevalecen medidas sanitarias de prevención—, pareciera que hay mejores condiciones para que nuevamente las calles se inunden de morado como lo habían hecho anteriormente.

Sin embargo, también vale la pena considerar que el tema del cuidado de la salud no fue el único que llevó a que muchas resolvieran no acudir a las manifestaciones de los años anteriores. Esta decisión también se ha visto atravesada, entre otras cosas, por discusiones muy importantes para los activismos feministas y antipatriarcales frente al uso de estos espacios históricos de protesta, como lo es la marcha del 8 de marzo, y del movimiento feminista en general, para colocar discursos de odio hacia las personas transexuales.

Esto ha traído reflexiones ineludibles como el cuestionamiento sobre si compartir estos espacios de acción, aun cuando no se haga desde el mismo discurso, significa legitimar los posicionamientos excluyentes, o si hemos de poner nuestros esfuerzos en ocupar los espacios ganados en colectivo para seguir defendiendo una lucha en donde quepamos todas las diversidades de mujeres, con nuestros puntos de encuentro y nuestras particularidades.

Frente a este contexto, considero, nos toca pararnos desde la crítica, el autocuidado y el cuidado colectivo. Nos toca cuestionarnos sobre por qué marchamos o por qué no, leer cuidadosamente las convocatorias a contingentes y eventos, saber quiénes convocan y con qué consignas por delante, reflexionar respecto a quiénes buscamos interpelar, qué mensajes queremos posicionar desde distintos espacios en esta fecha tan importante y cuáles, en un marco de derechos humanos, definitivamente no podemos respaldar. Conviene escucharnos a nosotras mismas, saber que, aunque antes hayamos encontrado en las marchas un espacio de lucha, está bien si ahora nos hace más sentido la resistencia desde otros lugares; saber que podemos sentirnos agotadas por el activismo y que es válido y necesario descansar.

Me parece importante también rescatar el planteamiento de Yuderkys Espinosa (2021), maravillosa autora del feminismo decolonial, sobre encarnar nuestro accionar político siempre desde el amor. No olvidar que, junto a la digna rabia, tenemos derecho igualmente a vivir la esperanza y la digna —también— alegría de encontrarnos y de sabernos juntas; esa alegría que el patriarcado tanto se esfuerza por arrebatarnos y que, sin duda, defenderla y habitarla también son actos profundamente rebeldes.

Que, entre tanto barullo, presiones, temores y desencuentros, podamos tener un 8M lleno de memoria histórica, de crítica y de resistencia, donde las calles y todos los espacios se sientan nuestros. Que sea un día para —frente a un sistema que por todos los medios busca robarnos la posibilidad de imaginar otros mundos posibles para nosotras y para todes— poner en práctica lo que soñamos en colectivo.


Referencias

Espinosa, Y. (2021). “Sobre el arte de aprender y el oficio de educar como política”. En F. Gargallo, L. López et al. (autoras), Las cómplices: Narrativas feministas de aprendizaje en movimiento, El Rebozo Palapa Editorial, pp. 87-96.

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