Rumbo a un entendimiento complejo de las luchas feministas actuales

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Quisiera poner a consideración de las lectoras y los lectores de la Revista Común algunas reflexiones motivadas por mi desacuerdo con una muy específica idea expuesta en el artículo “A falta de discusión política, muchos gritos” escrito por la compañera feminista Lucia Pi Cholula. Me refiero a aquella que hace referencia a lo que he identificado como la lectura de la reciente ruptura acontecida entre el Okupa Bloque Negro y el Colectivo Ni una menos como “un problema” que evidencia «las frágiles costuras de un movimiento que parece sostenerse más en el grito que en la discusión política” entre feministas.

Señalaré algunos casos específicos en que ha habido rupturas entre grupos feministas de diversas épocas, sin que esto representara —necesariamente— una evidencia de que las costuras entre feminismos hayan sido frágiles, o de que se prescindiera de la “discusión política” dentro de un movimiento cuyas formas de organización, de lucha, poseen una complejidad muy elevada —desde sus orígenes y hasta el día de hoy—, complejidad sobre la cual no considero posible hacer justicia mediante el análisis de un particular caso, ni siquiera en el caso específico del feminismo en México.

En la denominada segunda ola del feminismo —denominación dada en el marco de una narrativa canónica, hegemónica… y criticable, de la historia del feminismo—[1] la armonía entre las feministas sufragistas estadounidenses radicales y las feministas sufragistas estadounidenses moderadas del XIX duró poco, debido a que los supuestos teóricos y las prácticas —ambas dimensiones políticas— de estas dos vertientes feministas diferían en varios sentidos: las moderadas (ej. Lucy Stone, Lucrecia Mott) consideraban, en términos muy generales, que las mujeres de la época debían ser sujetas de derecho (particularmente del derecho al voto) en virtud de “su naturaleza”: pacífica, solidaria, doméstica, la cual aportaría cualidades beneficiosas al mundo público, haciendo de este —por extensión— un espacio pacífico, solidario, doméstico (Serret, 2016). Por otro lado, las radicales (ej. Elizabeth Cady Stanton, Susan B. Anthony), quienes también defendían la reivindicación del derecho al voto —entre muchas otras—,[2] consideraban que el sufragio debía ser otorgado a las mujeres en tanto éstas debían ser consideradas sustantivamente humanas, individuas capaces de ser libres sin importar cuáles fueran las características o cualidades particulares que se creyera poseían “naturalmente” o bajo las cuales se les adjetivara.

Pero las diferencias entre ambas alas del feminismo sufragista estadounidense no se agotaban en un debate sobre las razones por las cuales las mujeres debían votar: los medios por los cuales lucharon para conseguir el sufragio fueron también distintos; las radicales, militantes de la Asociación Nacional pro Sufragio de la Mujer (NWSA por sus siglas en inglés) consideraban que el voto para las mujeres debía pelearse a nivel federal, mientras las moderadas pensaban que la lucha debía darse a través de campañas estatales. Debido a estas diferencias, varias sufragistas moderadas —que comenzaron su militancia en la NWSA— fundaron una nueva asociación: la Asociación Americana Pro Sufragio de la Mujer (AWSA) donde, a diferencia de las feministas sufragistas radicales, se concentraron en la lucha por el derecho al voto a nivel estatal y dejaron de lado otras reivindicaciones planteadas por el ala radical, por considerarlas excesivas.

Entre 1890 y 1900 ambas alas se reunieron nuevamente y desarrollaron actividades conjuntas, como las primeras marchas multitudinarias, boicots, huelgas de hambre feministas, etc. en Nueva York y Washington. Algunas autoras feministas consideran que el feminismo sufragista fue un movimiento que heredó al movimiento feminista el concepto de sororidad que, como señalaré más adelante, dista mucho de un acuerdo esencial y trascendental entre corporalidades específicas.

Fue durante la Convención de Mujeres en Akron, Ohio, en 1852, organizada por las sufragistas estadounidenses (algunas de las cuales, como vimos, consideraban que las mujeres debían votar por su naturaleza pacífica, solidaria y doméstica) donde una nada pacífica y nada doméstica Sojourner Truth —una mujer negra que fue explotada como esclava— expuso las profundas diferencias entre las mujeres sufragistas blancas y las mujeres negras de la época, y reflexionó sobre la esencialización de los significados asociados al “ser mujer” en el feminismo blanco y hegemónico del XIX a través de su ya célebre discurso —posteriormente nombrado así— “¿Acaso no soy una mujer?”. Podríamos decir que la armonía entre las feministas sufragistas y Sojourner Truth duró poco, y qué bueno: esta ruptura es interpretada hoy en día como un antecedente de los feminismos negros, como un discurso que precedió a una explosión de escritos de mujeres negras en Estados Unidos, en la década de 1890 (Jabardo 2012, 29).

También duró poco la armonía entre —por poner otro ejemplo— Kate Millet y la liberal Organización Nacional de Mujeres (NOW) fundada por Betty Friedan, organización que Millet abandonó para incorporarse a las Mujeres Radicales de Nueva York (NYRW), en la cual —de la mano de figuras importantísimas del feminismo radical estadounidense, entre ellas Sulamith Firestone,— contribuyó a que el feminismo y la lucha contra el sexismo se llevara desde los grupos de auto-conciencia hasta los dormitorios de muchas mujeres, luego de señalar que “lo personal es político”; esto en el marco de la denominada tercera ola del feminismo.

Quisiera tomar los ejemplos históricos anteriores para señalar que, en primer lugar, me parece importante que las feministas tengamos presente que de las rupturas intrafeministas los feminismos han aprendido mucho, y considero que es posible seguir haciendo esto, vía la pregunta ¿qué podemos aprender de las rupturas que «nos tocan”? En segundo lugar, quisiera señalar que es históricamente corroborable que los desacuerdos de diversos tipos entre feminismos han sido una constante, sin que esto sea —necesariamente— sinónimo de fragilidad: a pesar de sus diferencias, las feministas sufragistas empujaron la historia hacia la obtención del sufragio para las mujeres. A pesar de sus muy profundas diferencias con las feministas sufragistas blancas, Sojourner Truth compartía con estas su deseo de ser libre de la opresión sexista, opresión compartida, de forma distinta, entre mujeres blancas y negras. La ruptura entre Millet y NOW, y su posterior incorporación a la NYRW, formó parte de los sucesos en medio de los cuales Millet realizó sus primeras aproximaciones al esclarecimiento de la categoría “patriarcado” en tanto herramienta analítica en el marco del feminismo radical estadounidense.

¿Cómo es que un movimiento altamente heterogéneo, que ha experimentado múltiples escisiones (prueba de ello son los diversos feminismos que actualmente existen) se ha consolidado —recientemente— como un movimiento transversal y globalmente multitudinario? Creo que parte de su fuerza —y no de su fragilidad— radica justamente en sus rupturas, en sus escisiones, y en la capacidad que los distintos feminismos —en cierto grado producto de esas rupturas— tienen para interpelar y articular a un montón de personas (no sólo mujeres), pero principalmente a un montón de mujeres muy diversas entre sí.

Considero que señalar una ruptura entre dos grupos feministas, dada en el marco de una muy particular acción, la cual además forma parte de muchísimas otras acciones que se han llevado y llevan a cabo actualmente desde perspectivas feministas en México —y que han tenido resultados muy diversos— como “un problema” que “evidencia las frágiles costuras de un movimiento que parece sostenerse más en el grito que en la discusión política” es, en el mejor de los casos, una generalización apresurada. En el peor de los casos se trata de una generalización apresurada que podría usarse malamente para engrosar los ya muy nutridos análisis simplistas, maniqueos, desinformados que parecen tener por objetivo deslegitimar “el feminismo” y que están motivados por diversas circunstancias, entre ellas —en una interpretación muy caritativa— el profundo desconocimiento de la complejidad involucrada en la historia de los movimientos feministas. Un ejemplo de este último caso podrían ser las recientes y desafortunadas declaraciones de la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, según las cuales parece considerar seriamente que la toma de la hoy Casa Refugio Ni una menos está financiada por una mujer empresaria de altos recursos que dona víveres: una aseveración reduccionista, simplista, si tomamos en cuenta —por ejemplo y sólo en principio— que el apoyo que ha recibido esta toma ha provenido de muy diversos lugares, debido quizás en parte a que las mujeres involucradas en este ejercicio político representan diversos sectores sociales. Y es que siguiendo el mecanismo de pensamiento de Sheinbaum (profundamente desinformado sobre el feminismo en México, reduccionista, maniqueo) parecería haber peligrosos escasos pasos —que ya han sido dados en diversas ocasiones por Andrés Manuel López Obrador— hacia la creencia de que “el feminismo” (en el particular caso de México) es un movimiento conservador, promovido por la derecha. Las frases “Feminismo cancelado”, “Se  cancela el feminismo” usadas en espacios feministas son un buen ejemplo para pensar lo risible que es asumir que el feminismo es algo simple, que puede ser calificado, cancelado (“destruido” dicen algunos videos en You Tube) mediante argumentos del tipo antes señalado.

Las rupturas y escisiones son una constante histórica en cualquier movimiento político vivo, en tanto la política involucra siempre dinámicas de tensión y conflicto. No creo que la ruptura entre el Okupa Bloque Negro y el Colectivo Ni una menos sea una evidencia de la fragilidad del movimiento feminista en México, porque no creo que una muy particular ruptura entre dos grupos feministas sea un criterio para juzgar la fortaleza o la fragilidad de las costuras de un movimiento de una dimensión y complejidad muy elevadas ¿No haríamos mejor —quizá— en comenzar a buscar maneras de comprender y dar cuenta de esa elevada complejidad? ¿en comenzar a asumirla, entenderla y tratar de constituir formas de comunicarla, espacios para ello?

Por otro lado, creo necesario reflexionar acerca de que la rupturas entre los diversos feminismos no van a evitarse ni a solventarse mediante discusiones en torno a dónde debe ubicarse la prensa durante un evento mediatizado o sobre cuál debería ser el comunicado oficial en el mismo, porque los debates que a ellas subyacen son mucho más profundos que eso: las feministas anarquistas y las feministas que elijen un marco democrático de acción no van a suscribir a las mismas formas de lucha, aunque compartan reivindicaciones y griten igualmente “¡se va a caer! “, y el que griten a la par “¡se va a caer!” no implica que se crea que esto sucederá de un único modo, o bien debido a que se siga una “dirección correcta”. Las rupturas tampoco van a hacerse presentes únicamente en las asambleas, en privado, cuando nadie nos ve: la discusión sobre lo que sucedió en Casa Refugio Ni una Menos se está dando ahora, en diversos espacios y sobre esta ruptura se han desatado ya varios debates: creo que podemos aprender mucho de ellos, creo que debemos tratar de hacerlo si queremos construir un feminismo que de cabida a muchas voces y que sea fuerte en razón de ello, en razón de su heterogeneidad.

Las tensiones, la controversia y las rupturas nunca han estado al margen de los feminismos, ni siquiera en pos de la sororidad, entendida ésta no como un acuerdo esencial y trascendental entre particulares corporalidades, bajo el cual las diferencias y los desacuerdos deban obviarse, negarse, silenciarse o reprimirse, sino como un acuerdo político que parte del entendimiento de que las luchas contra el sexismo han sido y son en la actualidad múltiples, y que las formas de lucha y resistencia deben también serlo. De ello puede dar cuenta la historia de —por ejemplo— el feminismo radical y las feministas radicales que cuestionaron diversos supuestos, formas de lucha —y también espacios de lucha— del feminismo liberal en Estados Unidos en la década de los 1970, así como la historia de los feminismos negros, descoloniales, comunitarios que han cuestionado ­—y siguen haciéndolo— los supuestos racistas, clasistas, eurocéntricos de los feminismos blancos, o bien las feministas marxistas que han defendido, desde hace ya mucho —como también defendió en su momento el feminismo radical estadounidense de los setenta, que bell hooks ha tratado de volver a poner sobre la mesa recientemente (hooks 2017, 25)— que el feminismo no debería entenderse como un estilo de vida que permita a una clase de mujeres romper el techo de cristal, a costa de perpetuar la explotación de otra clase de mujeres que hagan el trabajo doméstico y de cuidados de las primeras, y en este sentido no debería entenderse como el equivalente a una lucha por la igualdad en el marco de dinámicas de explotación capitalista, entre sólo algunos hombres y —muchas menos, poquísimas— mujeres, en un ámbito público.

La sororidad tampoco ha permitido que las controversias y rupturas actuales, relacionadas, por ejemplo, con debates acerca de la pertinencia de la pregunta por el sujeto político del feminismo, el papel de “los hombres” en el feminismo, el separatismo en el feminismo sean “saltadas”: creo que una o varias asambleas en las que, en nombre de un particular entendimiento de lo que es la sororidad, dejen de abordarse temas tan complejos como los anteriores no son razón suficiente para señalar que la sororidad en el feminismo funciona como un mecanismo para “saltar” controversias. Creo que los debates respecto a estas controversias se están dando en diversos espacios —quizá no en toda asamblea feminista— pero sí en el ámbito “doméstico”, en las calles, en algunos espacios académicos, en redes sociales: el feminismo está ya en todos lados, no sólo en asambleas. Quizá debemos mirar a esos espacios de debate y fomentarlos, visibilizarlos, hacer eco de ellos, recordar lo que bell hooks ha aconsejado: “Hagamos camisetas y pegatinas, postales y música hip-hop, anuncios para la televisión y la radio, carteles y publicidad en todas partes, y cualquier tipo de material impreso que hable al mundo sobre feminismo” (hooks 2017, 26-27)… todo esto haciendo justicia a la complejidad de las historias y los debates de los feminismos, alejándonos de reduccionismos y narrativas simplistas y/o maniqueas.

No creo que haya una “dirección correcta” a la que las feministas debamos suscribir prescindiendo de desacuerdos o evitando rupturas, la cual que nos lleve a derrocar un sistema de organización sexo-genérica patriarcal, un sistema sexista de organización social que involucra diversas dinámicas de poder: en palabras de Diana Maffía, los feminismos involucran compromisos múltiples, en la medida de nuestras posibilidades particulares, desde lo que está a nuestro alcance hacer para evitar que sistemáticamente ocurra una diferencia jerárquica entre, en principio y sólo en principio “hombres” y “mujeres” por el mero hecho de serlo “…puede ser la crianza de mis hijos, ser maestra de una escuela, ocuparme de las políticas públicas, puede ser ocuparme de los reclamos ciudadanos con respecto a las políticas del estado, lo que está a mi alcance puede ser el compromiso que cada quien tome” (Maffía 2016).

Larga vida a los feminismos, en su infinita similitud y diferencia, en su heterogeneidad que ha demostrado ser potentemente articuladora.


Notas

[1] Es sabido por muchas feministas que existe un modelo canónico a través del cual se ha propuesto dar cuenta de la historia del feminismo, pero a través del cual se ha dado más bien cuenta de una historia  de sólo algunos feminismos: aquel que -con fines analíticos- ha establecido un criterio de demarcación entre lo que es y lo que no es el feminismo, y que con base en este criterio ha establecido la existencia de un, así denominado “protofeminismo” (surgido en el siglo XV) y sus subsecuentes primera, segunda, tercera y —en algunas versiones— cuarta olas. Este modelo, cuyos esfuerzos de constitución histórica pueden ubicarse geográficamente en Europa y Estados Unidos, ha supuesto un canon que ha gozado – y goza en la actualidad- de supremacía por sobre otros modelos (es decir, que ha sido y es un modelo hegemónico) el cual, no obstante, ha recibido —y recibe actualmente— diversas críticas.

 [2] Si bien, a las feministas sufragistas se les conoce por este nombre debido a que pusieron gran parte  de sus esfuerzos en la obtención del voto, en realidad ya desde el documento fundacional del —denominado por algunas estudiosas del tema primer movimiento feminista que poseyó programas de acción específicos— a saber la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, las sufragistas  reivindicaban la lucha por muchos otros derechos para las mujeres, entre los que figuraban: el derecho a poseer propiedades, al divorcio, a la retribución de sus jornales de trabajo, a la educación, entre otros.

[3] Estela Serret (2016) ha ubicado en esta escisión un antecedente de los denominados “feminismo de la igualdad” y “feminismo de la diferencia” distinción analítica cuyo uso es vigente en nuestros días.


Referencias

hooks, b. 2017. El feminismo es para todo el mundo. Madrid: Traficantes de sueños.

 Jabardo, M. (ed.) 2012. Feminismos negros. Una antología. Madrid: Traficantes de sueños.

Maffía, D. s/f. Contra las dicotomías. Feminismo y epistemología crítica.

Serret, E. “Igualdad y diferencia: la falsa dicotomía de la teoría y la política feministas”, en Debate feminista 52 (2016) 18-33. México: UNAM.

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