Una determinada masa de gente invade un territorio al que hasta ahora no tenía acceso. Se trata de la irrupción bárbara de un grupo humano que, con la complicidad de una determinada innovación tecnológica, accede a un gesto que le estaba velado y que lo lleva a una espectacularidad de asombroso éxito comercial. Como sucedía con los del mundo antiguo, estos bárbaros modernos han tomado por asalto un espacio que todavía era uno de los últimos baluartes de la transmisión del discurso de la sociedad burguesa: los medios de comunicación. Con esta analogía, Alessandro Baricco, en su libro Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, juega con un fenómeno que ahora se desborda por todas partes y que aqueja el orden institucional en el que se ha cimentado el dominio oficial sobre la narrativa del acontecer cotidiano de la vida pública. Se trata de la casi violenta irrupción de las interacciones y del flujo de información a la que nos dan acceso el internet, sus buscadores y redes sociales que, a pesar de ya no ser tan reciente, ha llegado a un punto de no retorno. Todos estamos inmersos, de un modo u otro, en un entramado en el que la conexión con el acontecer cotidiano pasa por el incesante barullo, a veces más bien gritería, de lo que acontece en nuestras redes, y en el flujo de información al que podemos acceder desde un dispositivo. A muchos, esta toma sorpresiva de la vida cotidiana los ha obnubilado e insisten en el ya algo desgastado recurso a la pérdida del sentido como rasgo indubitable de la vida moderna, hasta el punto de reclamar para este tiempo eso que llaman la posverdad.

Ya sea por la abierta intención de falsear la información que recorrerá los entramados virtuales desde centros que divulgan noticias distorsionadas o falsas, o porque se verifique la intervención de programas informáticos, como los llamados bots, para crear tendencias favorables o para descolocar del centro de atención cierta información o a cierto agente específico, o, incluso, por el simple hecho de que el azar y la incesante circulación de información de suyo producen confusión; lo que el neologismo posverdad reconoce en todos estos fenómenos es la innegable crisis de los aparatos institucionales de información estatal, por una parte, y de los medios tradicionales de comunicación, por otra. Sin embargo, con todo y que el diagnóstico acierte al revelar que la abierta manipulación coloca al público en estado de relativa incertidumbre sobre la veracidad de la información, oscurece, de otro modo, un aspecto que, a pesar de estar cargado de ambigüedades y contradicciones, implica un hecho inédito de alcances aún no suficientemente visibles: la irrupción activa de las masas, del ciudadano promedio, del cualquiera en cualquier parte, de los bárbaros y su experiencia concreta del mundo actual, o como quiera llamarse a aquellos que, desde un dispositivo, repentinamente, se instituyen en nuevas figuras que con pequeñas grabaciones caseras o con una frase bien colocada al servicio del hashtag, crean nuevos públicos, debates y tendencias, al tiempo, en que se colocan a sí mismos en la efímera espectacularidad de la selfie con la que muestran una imagen autoproducida, jugando a dar vista a lo privado. En casos menos promisorios, el impulso del like, del retweet y de la interpelación directa a figuras públicas, sirve como válvula de escape y produce interacciones hasta hace poco inimaginables. Hay un extraño placer detrás de la posibilidad de responder directamente, sin pudor ni censura a un tuitazo matutino de Trump.

Por supuesto, como piensa Baricco, la irrupción de la barbarie propia de quienes respiran con las branquias de google, está lejos de representar exclusivamente la fuerza democratizadora de la comunicación actual, aunque sin duda la implica; vista a contraluz esta nueva articulación revela el enorme dominio de la información al servicio tanto del control político, como de las tendencias del consumo. No se trata, sin embargo, de un flujo de información carente de asideros, pues esta no se reproduce fuera del espectro de la vida política que se instaura en campos de fuerza específicos; Julian Assange, por ejemplo, enfrentará cargos por espionaje que pueden llevarlo a una condena de muerte en los Estados Unidos por hacer públicos, a través de WikiLeaks, miles de documentos que implican a los más altos niveles de gobierno de aquella nación, así como a cientos de empresas privadas involucradas en corrupción política de orden internacional como Odebrecht. De modo que la debacle por la información, sus flujos y los mecanismos para producir efectos y tendencias de opinión está en el centro de buena parte del quehacer político contemporáneo y representa quizá la versión más sofisticada que hayamos conocido de la asociación entre la vida política y la dinámica económica del capitalismo.

No obstante, esta conclusión no tiene nada de revelador, pues está a la vista de todos. Por ello es que el límite de la idea de la posverdad es que hace suponer que la contienda acontece sólo en el plano informático y que estamos en manos de los simuladores y de los estrategas del marketing. No resulta extraño entonces el pasmo de entrenados analistas ante la derrota de Hillary Clinton frente a Trump, o de aquellos que en 2017 no creían que las encuestas reflejaran con verdad el creciente y masivo apoyo a la campaña electoral de AMLO, pues a sus ojos las contiendas aplicaban correctamente las fórmulas de intervención y orientación del debate público, como garantes de la manipulación de las tendencias del voto. En México, el PRI y el PAN utilizaron los recursos que les fueron útiles en otras elecciones y que se han aplicado como estrategias probadas en otros países latinoamericanos; recurrieron, por ejemplo, al miedo al populismo y la idea de que viviríamos una réplica de la experiencia venezolana. Para ello se sirvieron de toda clase de plataformas, ahora sabemos que la serie “Populismo en América Latina” que inicialmente se se proyectaría por Netflix, pero que se conoció a través Amazon Prime, y que se promocionó por todos los medios en los últimos meses del proceso electoral, fue financiada con recursos de la constructora multinacional OHL, que está vinculada a casos de corrupción política y soborno por millones de euros en España. Se conoce también la enorme inversión del PRI en bots que afectaron tanto al candidato del blanquiazul como al actual presidente. Sin embargo, a la mente del tecnócrata o del analista de datos hay algo que se escapa, pues no resulta de su interés: el efectivo malestar entre enormes estratos de la población ante degradación de las posibilidades de tener y mantener una vida digna.

No sólo se trata del hartazgo frente a la clase política, corrupta e ineficaz, sino de la experiencia cotidiana del desempleo o del empleo precario, de la violencia, de la incertidumbre ante el futuro, de la carencia de servicios del orden más básico y de la gradual pérdida de beneficios sociales de los que gozaron las generaciones anteriores. Todo esto asienta y produce un sentido común que en el día a día genera un efecto social que no puede ser atajado ni mediado de forma plena por las estrategias de manipulación informática. Es sobre la base de este suelo nutricio que una determinada tendencia se convierte en trending topic, y no al revés. Por ello, las intervenciones y las estrategias mediáticas que ahora se vinculan con el triunfo de Trump no son el resultado de la astucia de la razón informática, sino de la capacidad que estas tuvieron de dar un cierto cauce al descontento que proviene de muchos de los sectores más depauperados de los Estados Unidos; lo que por otra parte evidencia que la irrupción bárbara no se orienta de manera necesaria hacia las opciones políticas más progresistas.

Por esto es que la disputa por el orden del discurso y por colocar ciertas tendencias es central para la agenda política contemporánea y para la reproducción del modelo económico, sin embargo, a diferencia del pasado, ahora los nadies pueden irrumpir en escena e instalar un orden del discurso, incluso contra toda la fuerza de las estrategias de control. Así lo ha demostrado el reciente movimiento #Metoo México, que no habría tenido tal resonancia si no fuera la salida de emergencia de un profundo descontento entre las mujeres mexicanas; ahí su fuerza, y ahí también, como en todos estos casos, su debilidad. De modo que presenciamos la crisis de los medios tradicionales; para el caso mexicano, además, la reciente documentación de la conocida corrupción de las grandes televisoras, de muchos de sus periodistas más conocidos y de otros gestores del discurso que se han beneficiado desde hace décadas del erario público, sitúa dicha crisis en el entramado que en algún momento revelará la compleja articulación entre estos mercenarios de la información y la delincuencia organizada que los nutre de capital, mientras asesina a quema ropa a quienes documentan y dan a conocer sus modos de operación. Estamos, sin duda, en un momento de inflexión, pero lo que no se debe perder de vista es que la debacle por la información asienta y se nutre de forma efectiva de una precondición que es extra informática y que se corresponde con la experiencia vivida de la efectividad o la inconsistencia de las políticas públicas por atender las necesidades y las demandas sociales. Y es, en última instancia, una necesidad urgente de la izquierda colocar en el plano del discurso y de la práctica un perfil propio al arribo de los bárbaros.

*A aquellos interesados: El libro de Alessandro Baricco, Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, es un libro que compila los textos que el autor escribió durante 2006 para el periódico italiano La Repubblica, editado por Anagrama.